30 mayo, 2011

El conflicto entre árabes e israelíes

El conflicto entre árabes e israelíes: Fácil de entender, difícil de arreglar

Medio Oriente Por Marcos Aguinis

Acabo de escuchar una breve exposición de Dennis Prager, célebre experto en asuntos de Medio Oriente, que enseña en cinco idiomas y, además de sus actividades académicas, dirige orquestas de música clásica. Ha participado en innumerables cursos y mesas redondas sobre el conflicto árabe-israelí. Me sorprendió al afirmar que es uno de los más fáciles de entender, aunque difícil de resolver. Prager es también una figura relevante en los diálogos interreligiosos. Lo hizo con católicos en el Vaticano, con musulmanes del golfo Pérsico, con hindúes en la India y con protestantes de diversas denominaciones. Durante diez años, condujo un programa radial con casi todas las creencias del mundo. Se lo respeta como una voz seria, muy informada y ecuánime.
Reconoce que los estudios, debates y cursos sobre el tema crearon la falsa noción de su complejidad. No hay tal cosa, dice. En 1948, Gran Bretaña fue obligada a retirarse de Palestina por el anhelo independentista de los judíos. Previamente, las Naciones Unidas habían votado la partición del territorio en dos Estados: uno árabe y otro judío. Los judíos aceptaron y los árabes no, porque preferían "echar a los judíos al mar" mediante la invasión de siete ejércitos, con el apoyo de la ex potencia mandataria. El resultado de esa guerra fue prodigioso. Aunque el pueblo judío acababa de emerger -muy quebrado- del Holocausto nazi, pudo vencer. Desprovisto casi de armas, abrumado por el ingreso de sobrevivientes enloquecidos, carente de recursos naturales y alimentos, se empeñó en salir adelante. Sus vecinos se negaron a firmar la paz y sólo hubo fronteras de armisticio, provisionales. Después sucedieron nuevas guerras, cuyo propósito respondía al mismo eslogan: "Echar a los judíos al mar".
Israel es más pequeño que la provincia argentina de Tucumán, que el estado norteamericano de Nueva Jersey y que la república de El Salvador. No obstante, su carácter democrático y pluralista lo ha convertido en una espina que hiere a dictaduras y teocracias. En 1967, el dictador egipcio Gamal Abdel Nasser, con el apoyo de Jordania y Siria, inició acciones para demoler al joven Estado. Entre otras medidas, forzó el retiro de las tropas de las Naciones Unidas para poder invadirlo. Israel atacó primero y obtuvo una impresionante victoria en la Guerra de los Seis Días. Fue entonces -recién entonces y bajo circunstancias no deseadas- que la actual Cisjordania, hasta ese momento parte integral de Jordania, pasó a estar bajo control israelí. Durante las casi dos décadas que duró la ocupación jordana, nunca se había propuesto convertirla en un Estado Palestino. Curioso, ¿verdad? Recién empezó esa demanda cuando la ocupó Israel. Porque el propósito de fondo -la conclusión resulta obvia- no era establecer un Estado Palestino, sino borrar del mapa a Israel, aunque sea arrancándole pedazo tras pedazo. Se puede decir que en esa etapa comenzó el tan publicitado conflicto palestino-israelí. Hasta entonces, era árabe-israelí.
Apenas terminada esa Guerra de los Seis Días, hubo una conferencia de los jefes de Estado árabes en la capital de Sudán, donde se juramentaron los tres noes: No reconocimiento, no negociaciones, no paz con Israel.
¿Qué debía hacer Israel? Todos los caminos estaban cerrados, hasta que un nuevo presidente egipcio, Anwar el-Sadat, se mostró dispuesto a la conciliación. Entonces, Israel le dio la bienvenida y aceptó la fórmula "tierras por paz". Se retiró de la península del Sinaí, dos veces más grande que su propio territorio, dejando a Egipto pozos de petróleo, aeropuertos, carreteras y nuevos centros turísticos. Hasta sacó por la fuerza a los israelíes que habían construido la ciudad de Yamit en el sur de Gaza, para que la devolución fuese completa.
¿Fue apreciado semejante gesto? No. Tras el asesinato del presidente Sadat, Egipto mantuvo una paz fría e incluso produjo programas televisivos antisemitas y antiisraelíes porque -respondía ante los reclamos- allí "se respeta la libertad de expresión"... Más adelante, Yasser Arafat insinuó un acercamiento, saludado enseguida con alborozo por Israel, y se firmaron los Acuerdos de Oslo, que dieron lugar al nacimiento de la Autoridad Nacional Palestina.
En las negociaciones de Camp David, presididas por Bill Clinton, el premier israelí aceptó casi todas las demandas palestinas. Pero Arafat siempre decía que no. Clinton, impaciente, le exigió que hiciera propuestas. Arafat no las hizo. Regresó triunfante -por haber hecho fracasar la conferencia- y lanzó otra Intifada.
Para acercarse a la difícil paz, Israel se retiró de la Franja de Gaza. Allí no quedó un solo judío (sólo uno, Gilaad Shalit, que las autoridades palestinas mantienen secuestrado y no permiten siquiera la visita de las Naciones Unidas, entidades de derechos humanos o de beneficencia). Los palestinos tenían la ocasión de poner las bases de un Estado pacífico y venturoso. Pero en lugar de ello, usaron la enorme ayuda internacional que reciben para proveerse de armas, bombas y misiles que usan para asesinar a los israelíes de las localidades vecinas. Si de veras quisieran un Estado exitoso al lado de Israel, esta conducta lo desmiente de forma categórica. Su objetivo mayor es la extinción de Israel. Una consigna elocuente de Hamas (la organización terrorista que controla Gaza) dice: "Nosotros amamos la muerte como los judíos aman la vida". Confirma una clásica declaración de Golda Meir: "Habrá paz cuando los árabes amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros".
¿Se puede lograr la paz con quien sólo desea matar al enemigo? Las emisoras de casi todos los países árabes y muchos musulmanes niegan los derechos judíos sobre Israel, incluso reconocidos en el Corán. Palestina (nombre inadecuado, porque se refiere a los filisteos que ocuparon sólo una franja costera) no tuvo jamás un Estado árabe independiente ni un Estado musulmán independiente. En cambio, allí, a lo largo de la historia, se han establecido varios Estados judíos independientes. Israel es el tercero. La trascendencia de ese pequeño territorio se debe a los judíos. Allí consolidaron el monoteísmo, escribieron la Biblia, dieron origen al cristianismo y ahora convirtieron su ínfimo espacio en una potencia tecnológica.
Insiste Dennis Prager en que es irracional culpar a Israel de casi todos los males del mundo. Si llegase un extraterrestre, no comprendería cómo una nación tan pequeña, trabajadora, creativa, estudiosa, democrática y anhelante de paz, pueda ser la causa de tantos conflictos, generadora de tantos males y tantos abusos. ¿No será que la usan de chivo expiatorio? ¿No será que se le tiene demasiada envidia? ¿No será que su ejemplo hace temblar a los totalitarismos? Es curioso que ahora, cuando los pueblos árabes por fin se levantan contra sus tiranos, haya casi desaparecido Israel de las noticias. No la pueden acusar de haber generado la rebelión, aunque existieron intentos y posiblemente se vuelva a ese recurso.
Por último, ¿qué pasaría si Israel destruyese su armamento y decidiera abandonar la lucha? ¿Qué pasaría si los árabes destruyeran sus armamentos y decidieran abandonar la lucha? Prager responde: en el primer caso, habría una invasión inclemente que convertiría a Israel en una cordillera de cenizas. En el segundo caso, se firmaría la paz el próximo miércoles.
Por lo tanto -cierra Dennis Prager-, el conflicto es difícil de solucionar, pero uno de los más fáciles para comprender.

Fallece en Miami el columnista político Adolfo Rivero Caro

Fallece en Miami el columnista político Adolfo Rivero Caro 

 

04/19/2008 Photo by David Santiago El Nuevo Herald
El Nuevo Herald columnist Adolfo Rivero Caro.
04/19/2008 Photo by David Santiago El Nuevo Herald El Nuevo Herald columnist Adolfo Rivero Caro.
DAVID SANTIAGO / DAVID SANTIAGO

jcchavez@elnuevoherald.com

Adolfo Rivero Caro, fundador del movimiento de derechos humanos en Cuba, cuyos escritos en defensa de la democracia y las causas conservadoras le ganaron un devoto público en Estados Unidos y América Latina, murió el jueves en el Hospital Hialeah, víctima de cáncer. Tenía 75 años.
“Fue un hermano de incomparable valor, que se constituyó en uno de los baluartes de la lucha de aquellos años terribles’’, dijo en Miami su amigo Ricardo Bofill, otra de las figuras cimeras de ese movimiento. “Hemos compartido prisión, persecuciones y Adolfo nunca flaqueó. Era de una extraordinaria perseverancia. La perseverancia fue una de sus características”.
Apasionado defensor de las ideas neoliberales y crítico implacable del castrismo y las dictaduras de cualquier signo, Rivero mantuvo por más de 20 años una columna semanal en El Nuevo Herald. Su estilo directo y mordaz, así como su amplia cultura y la rigurosa preparación para tratar cada tema, lo convirtieron en una de las voces más influyentes, polémicas y admiradas de este periódico, donde también se desempeñó como traductor.
“Fue un empleado ejemplar y un columnista muy querido por nuestros lectores. Para nuestro periódico y para Miami es una gran pérdida y lo vamos a extrañar”, dijo Manny García, director de El Nuevo Herald.
Junto con un puñado de ex presos políticos y activistas, Rivero contribuyó a crear en la década de 1980 el Comité Cubano Pro Derechos Humanos, matriz del actual movimiento disidente. Entre otras figuras de enorme prestigio como Bofill, los hermanos Gustavo y Sebastián Arcos Bergnes, Jesús Yánez Pelletier y Elizardo Sánchez Santacruz, Rivero enfrentó durante años el acoso de la Seguridad del Estado, las campañas oficiales de difamación, los ataques de turbas progubernamentales y la cárcel. Colegas, amigos y familiares recuerdan que siempre estuvo orgulloso de haber participado en una lucha civil que transformó la historia cubana.
“Adolfo era una persona que estuvo en el camino de buscar la libertad y esas inquietudes que tienen los hombres de gran pensamiento por la mejora de la situación de los pueblos”, indicó en Miami su amigo Diosmel Rodríguez.
Nacido el 24 de agosto de 1935 en el seno de una familia acomodada en La Habana, Rivero estudió Leyes en la Universidad de La Habana. Su pasión por la lectura, la investigación académica y el análisis profundo de las tendencias políticas lo distinguieron entre los jóvenes intelectuales de su época.
Tras el golpe de estado de Fulgencio Batista el 10 de marzo de 1952, se integró a las filas juveniles del Partido Socialista Popular (PSP). Al triunfo de Fidel Castro en 1959 fue nombrado director de la revista de la Asociación de Jóvenes Rebeldes. También ocupó el cargo de organizador nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). En el campo académico se desempeñó como profesor de filosofía marxista en la Universidad de La Habana.
Ya en franca ruptura con la línea del gobernante Fidel Castro, en 1968 fue uno de los autores de un documento de 80 páginas dirigido al Comité Central del Partido Comunista de Cuba (PCC) denunciando la burocratización del socialismo cubano. En una entrevista publicada por El Nuevo Herald, en 1990, Rivero calificó la carta como “el primer gran intento de crítica que se le hizo al régimen”.
Poco después de que se diera a conocer el documento de 1968, Castro ordenó una extensa purga en las filas del gobierno, las fuerzas armadas y el PCC, conocida como el proceso contra “la microfracción”. La purga abarcó desde antiguos militantes del PSP hasta profesores universitarios de tendencia liberal. Rivero fue expulsado del PCC así como de su cátedra universitaria. Como castigo por sus ideas fue enviado a trabajar de ayudante de mecánico en un taller de reparación de autobuses.
Modesto Arocha, compañero universitario de Rivero, declaró que a pesar de las presiones y los actos de hostigamiento éste nunca tuvo miedo de expresar sus ideas.
“Lo conocí hace muchos años, desde 1956, y siendo muy joven ya era una persona leída e intelectual”, añadió Arocha. “Empezó a chocar con la dirigencia cubana en el marco de un proceso muy rápido en el que todos caímos presos. Sin embargo, siempre se movió con una actitud valiente y sincera”.
A fines de la década de 1970, Rivero comenzó a ser detenido frecuentemente por la Seguridad del Estado. Durante los dos años que estuvo en prisión estableció contacto con miembros del incipiente Comité Cubano Pro Derechos Humanos como Bofill y Sánchez. En 1982 formó parte de ese grupo fundador.
“Adolfo fue un pionero de la oposición frente al régimen totalitario”, precisó Sánchez desde La Habana. “Puedo decirte que en los medios disidentes fue una de las mentes más lúcidas, hombre de gran cultura y brillante como analista político”.
En mayo de 1988 Rivero partió al exilio rumbo a Francia por gestiones y pedidos de ayuda internacional de su único hermano y ex preso político, Emilio Adolfo. En 1989 viajó a Estados Unidos para comenzar a trabajar en Radio y TV Martí. Tras una estancia en Washington se estableció en Miami.
Con un profundo manejo de la situación política cubana e internacional, Rivero desarrolló una trayectoria única en el periodismo y el pensamiento cubanos. Fundó un portal electrónico www.neoliberalismo.com, ampliamente visitado por lectores de todo el mundo. Sus columnas le ganaron varias distinciones de prestigiosas instituciones como la Sociedad Interamericana de Prensa.
Como columnista, ensayista y conferencista, Rivero fue una figura respetada y querida en el escenario intelectual cubano tanto en el exilio como en la isla. Frecuentemente era invitado de los principales programas de opinión en la televisión y la radio locales. Muchos de los columnistas que antagonizaron con él en las páginas de El Nuevo Herald lo recuerdan como un rival feroz y con frecuencia imbatible, aunque siempre dispuesto a valorar una idea contraria.
Además de su hermano Emilio Adolfo, le sobreviven su hijo Alejandro, su nuera Amparo y su nieta Oriana; y su sobrina Irma Alicia Rivero Price y familia.
Los servicios fúnebres sin cuerpo presente se realizarán el sábado de 4 a 8 p.m. en la Funeraria Bernardo García, 8215 SW 40 Street. Posteriormente su cuerpo será cremado.
“Adolfo era un formidable amigo y hermano”, señaló Emilio Adolfo. “Y a medida que se hizo más culto tuvo mayor conocimiento de todo lo que ocurría a su alrededor. Era un pensador incansable”

Austeridad y suicidio político

Austeridad y suicidio político

Austeridad Por Carlos Alberto Montaner 

En memoria de Adolfo Rivero Caro
En España han castigado a los socialistas severamente en las urnas porque después de varios años de irresponsabilidad fiscal, enorme deuda pública, gastos innecesarios y desempleo creciente, se vieron obligados a gobernar con prudencia y comenzaron a ajustarle el cinturón a la población. Los electores, sencillamente, no respaldan a los políticos que llevan a cabo los temidos ajustes. Mientras el recorte es un tema abstracto de discusión, todo el mundo parece comprender que no es posible gastar más de lo que se produce durante un tiempo prolongado porque sobreviene la quiebra. Pero cuando ese razonamiento se transforma en políticas públicas, todo el que se ve afectado culpa al gobierno de sus desdichas y le quita su apoyo.
Es un fenómeno universal. En pocos meses el flamante gobernador de la Florida se ha convertido en uno de los políticos más rechazados de Estados Unidos. Es cierto que no es una persona cálida, ni está dotado de esa atracción natural que suelen llamar carisma, pero su creciente impopularidad no deriva de sus rasgos psicológicos, sino de las medidas de austeridad que toma para enfrentarse a la crisis que atraviesa Florida. Lo eligieron para poner orden en las cuentas del Estado, pero cuando ha comenzado a reducir gastos y a eliminar empleados públicos, la reacción general ha sido el repudio.
Este fenómeno se origina en un problema que tiene muy difícil solución: el elector no percibe los síntomas del mal gobierno, sino los aparentes beneficios que recibe. El gasto público alegre y continuado –especialmente si una parte se dedica a subsidios directos– es visto como una prueba de las preocupaciones de los políticos con la sociedad y no como un manejo torpe de los recursos de la colectividad. El elector no siente que el político está asignándole un dinero que previamente le ha extraído del bolsillo, y todavía le resulta mucho menos alarmante la noticia de que se ha contraído una deuda que alguien tendrá que pagar algún día. Precisamente, no hay nada que disfrute más que vivir mejor de lo que sus ingresos reales le permiten y ya se verá por dónde sale el sol.
Eso explica la escasa incidencia que tienen las acusaciones de corrupción en las batallas electorales. Al elector no le importa demasiado si el político se apodera de los bienes públicos, recibe coimas y se vale de su cargo para favorecer a los amigos. Detrás de esa indiferencia moral está la falsa sensación de que los fondos desviados no le pertenecen. Ni siquiera advierte que la corrupción no sólo pudre los cimientos de la democracia, sino, además, encarece todas las transacciones. Ese maletín lleno de dinero en efectivo que va a parar al bolsillo de los políticos corruptos luego lo pagan de alguna manera los consumidores finales de bienes y servicios.
Sólo hay dos formas de enfrentarse a este problema. La primera es la información descarnada. De la misma manera que cuando uno compra una cajetilla de cigarrillos le comunican que acaba de acortar su vida porque el tabaco produce cáncer, enfisema, irritación de las vías respiratorias y de las encías, la sociedad debe hacer patente cuáles son las consecuencias de todo gasto público, como tratan de hacer, sin mucho éxito, los economistas del public choice. Es muy importante que la sociedad perciba que no hay dispendio bueno, aunque algunos se beneficien a corto plazo.
La otra manera es generar candados constitucionales e impedimentos legislativos blindados para que disminuya la tentación al malgasto. Si los presupuestos se hacen inflexibles, si se les pone límites legales al porcentaje de empleados públicos y a los salarios que pueden devengar, y si cada gasto tuviera que ser aprobado por un contralor elegido para esa amarga función de impedir los excesos y la prodigalidad, probablemente el elector tendría la tentación de respaldar a los buenos políticos y no a los que más incurren en los míticos gastos sociales.
En nuestro sistema democrático la idea de que existe y se percibe un bien común es una falacia. Lo que existen son intereses particulares defendidos a dentelladas por los grupos de presión con algún acceso al poder. Eso es triste, pero es bueno entenderlo.

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