10 mayo, 2011

El hijo bastardo de la prosperidad

El hijo bastardo de la prosperidad

por guido

El ex presidente uruguayo Sanguinetti dijo en una entrevista por radio que escuché hace un tiempo: el populismo es el hijo bastardo de la prosperidad. ¿Qué quería decir? Que esta “sistema de gestión” que es el populismo se nutre de una situación económica positiva. Vamos por partes, para entender un poco más el asunto. Cuando usualmente se habla de populismo suele referirse a él en estos términos para definirlo: “pan para hoy y hambre para mañana”. Esto significa que los gobiernos que siguen la senda del populismo son aquellos que no generan las condiciones adecuadas para que las personas le encuentren sentido a ahorrar e invertir en el país y de esa manera incrementar la productividad, los salarios reales, etc. Lo que hacen, por el contrario, es ejecutar políticas de redistribución de ingresos y patrimonios vía el poder coactivo del Estado para satisfacer a sectores amigos: sindicatos, empresarios, grupos “desprotegidos”, etc, etc. Algunos ejemplos de estas políticas: controles de precios como pueden ser precios máximos para alimentos, alquileres de vivienda, combustibles; subsidios múltiples a grupos identificados por el gobierno como “necesitados”; créditos “blandos” a empresarios nacionales a través de bancos estatales; nuevas contribuciones obligatorias de los empresarios a los sindicatos para financiar las arcas de estas organizaciones.

Recordemos que en el 99% de los casos, el gasto público es un mecanismo de redistribución por excelencia, recursos extraídos a la los sectores productivos que van a parar a otros sectores . Hay aportantes netos y beneficiarios netos. Si a esta situación inherente al proceso político le sumamos el condimento del populismo entonces nos encontramos con un Santa Claus potenciado, “reloaded” dirían los angloparlantes. ¿Por qué, entonces, decimos que las políticas populistas son de corto plazo? Porque en aquellas los políticos se dedican a repartir recursos, ajenos, generando de esa manera un consumo del capital productivo de la sociedad, aumentando el consumo presente pero condenando a las personas a tener que pagar la “fiesta” en el futuro mediante una menor productividad (fruto de aquel consumo de capital en el presente) y menores salarios. Pongamos el ejemplo del control de alquileres: en este caso se beneficia al inquilino fijándole un precio máximo al pago al dueño del inmueble; como consecuencia de la inflación, la renta en términos reales va disminuyendo año tras año, perjudicando así al dueño del activo. De esta manera se produce una transferencia coactiva de recursos desde el propietario al que alquila el inmueble, generando menores incentivos a construir nuevas viviendas para alquilar o inversiones para mantener en buen estado los inmuebles existentes. Ergo, la menor oferta de viviendas en alquiler va provocando un faltante de este producto en el mediano y largo plazo. El futuro inquilino termina pagando la “fiesta” también por las menores alternativas que tendrá para alquilar. El populismo es una política de “patas cortas”. Es una “fiesta” de consumo que alguien tendrá que pagar en el futuro, porque nada o poquísimas cosas son gratis en el mundo. Por eso las sociedades que han tenido estas experiencias populistas corren con un costo de oportunidad enorme en términos de crecimiento económico.

Algunos casos últimos que podemos mencionar son aquellas naciones latinoamericanas que, gracias al contexto internacional ultra favorable de los últimos 6 o 7 años, han tenido y tienen gobiernos populistas. Venezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina son casos muy notorios. Los altísimos precios de sus productos más importantes de exportación les ha permitido a estos gobiernos aumentar sus recursos tributarios a niveles récord. La bolsa de Santa Claus se llena, gracias a esta situación internacional, y el reparto estatal redistributivo se incrementa exponencialmente.

Pongamos el caso argentino. Entre 1993 y 1999 la recaudación del gobierno nacional alcanzó unos 45 mil millones de dólares promedio anuales. Entre 2004 y 2010 el ingreso tributario del gobierno central llegó a un promedio anual de 65 mil millones de dólares. Es decir, 20 mil millones de dólares más por año para ser repartidos por los políticos. El gasto público en Argentina hoy es 4 veces mayor en dólares que en el año 2002 (160 mil millones versus 40 mil millones). No hay que dejar de mencionar que en la década del noventa la emisión monetaria como fuente de financiamiento del gasto público estaba prohibida, prácticamente, por ley. Hoy en día dicha restricción ya no existe y es por eso que desde el 2002 hasta hoy, la base monetaria se ha multiplicado casi por 10 (desde 15 mil millones de pesos a los 140 mil millones). En consecuencia, hoy en día, la Argentina se ubica dentro de los primeros lugares del planeta en materia inflacionaria (en primer lugar se ubica Venezuela, luego Argentina). Mientras que los años noventa la inflación prácticamente fue eliminada (entre 1993 y 2001 los precios acumulados crecieron 10%, es decir a una tasa del 1% anual aproximadamente) en los últimos cuatro años ha regresado y fuertemente (en los últimos 4 años se duplicaron los precios al consumidor).

Para cerrar. Dijimos que las políticas populistas consumen el capital, condenando a las sociedades a menores tasas de capitalización, productividad y salarios en el futuro. Un ejemplo que grafica esto es la inversión extranjera directa que ingresa a los países. Según la CEPAL entre el año 2009 y el promedio de los años 2000/2005 el ingreso de capitales directos creció un 35% en Brasil, 160% en Chile, 200% en Perú y Uruguay. Para el mismo período en Argentina subió solamente un 14%; en Venezuela bajó de un ingreso neto de 2,500 millones de dólares anuales a una salida de capitales de 3,100 millones por año; en Ecuador se redujo el ingreso de 840 millones a los 310 millones; y en Bolivia prácticamente se encuentra estancado (de 350 millones anuales a los 420 millones). El populismo económico sólo se ha sostenido en estos países gracias a la exuberancia que han registrado los precios de exportación de sus principales productos: petróleo, gas, cereales. Y esto gracias, en parte, a la política monetaria expansiva del banco central de los EEUU (Federal Reserve) que ha permitido que estos precios en el mundo suban más que otros.

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