31 mayo, 2011

La elección infame

La elección infame

El 5 de junio es una de las fechas más trascendentes de las últimas décadas para los ciudadanos peruanos, pero también les representa una situación inoportuna. Están obligados a elegir el destino de su gobierno, aun cuando preferirían quedarse así como están, con un país que se aprecia estable en lo político y reluciente en lo económico.

El acto electoral es la festividad máxima de la democracia. Es cuando el elector decide la alternancia del gobierno y confía el rumbo a los mejores postulantes. Pero para muchos peruanos no hay suficientes motivos para celebrar, ya que este proceso electoral generó intranquilidad y ansiedad. Tendrán que elegir entre dos opciones que la mayoría no escogió, entre visiones políticas contradictorias y opuestas, justamente, cuando Perú no aparenta requerir cambios ni necesidad de virar hacia la izquierda o la derecha.

Un alto porcentaje de peruanos teme elegir a la candidata Keiko Fujimori porque no brinda suficientes garantías de que se alejará de los pasos autoritarios de su padre, el ex presidente Alberto Fujimori, actualmente en prisión. Pero otra mayoría también teme que los cambios “audaces” que promueve el candidato opositor, Ollanta Humala, son los mismos que busca Hugo Chávez para toda América Latina, aunque ahora insista en que su modelo se basa en el de los brasileños Lula da Silva y Dilma Roussef.

El presidente Alan García, que experimentó las antípodas del poder y de las ideologías, gobernando mal y con hiperinflación desde la izquierda en su primera presidencia, y mucho mejor con una economía abierta desde la derecha en este segundo período, comprende muy bien el temor de sus conciudadanos. La experiencia reciente, desde Alejandro Toledo a García, demuestra que la suerte de la economía, el bienestar y el desarrollo están íntimamente ligados al rumbo político inalterable del gobierno.

Fujimori y Humala trajeron a escena un bagaje oscuro y muchas interrogantes en materia política. Por eso, más allá de sus sistemas económicos que navegan desde el neoliberalismo al nacionalismo, se les obligó a que se comprometieran con los valores democráticos. Debieron reconocer que el respeto a las instituciones, a la libertad de prensa, los derechos humanos y la transparencia del gobierno, es la única forma válida para profundizar la inclusión social, achicar la brecha de la desigualdad y ganar credibilidad para atraer inversiones.

Pero más allá de sus promesas, elegir a uno u otro candidato es difícil, porque ninguno garantiza una relación apropiada entre su visión política y sus ideas económicas. Keiko genera confianza en continuar con una economía liberal, pero desconfianza en lo político. Y Ollanta poco ha explicado cómo alcanzará una economía más incluyente y nacionalista, sin tener que alterar el sistema político.

Y como si esta elección ya no fuera difícil con la existencia de tantas acusaciones y polarización, se le han sumado actores de gran influencia en la opinión pública que alimentan aún más las contradicciones de los candidatos. El mejor ejemplo es el del premio Nobel, Mario Vargas Llosa, quien pide que se vote por Humala, porque ha prometido no afectar la democracia, para evitar que resucite la dictadura fujimorista que potencialmente encarnaría Keiko Fujimori.

En esa petición por el mal menor, Vargas Llosa da más crédito a las promesas futuras que al bagaje pasado, aun contradiciendo sus propias ideas liberales, económicas y políticas, apoyando a un candidato con ideas estatizantes y nacionalistas, admirador del chavismo venezolano.

El mayor desafío que tienen los peruanos antes del 5 de junio, es seguir escudriñando las plataformas y promesas en busca de señales sobre si el próximo presidente mantendrá el rumbo de bienestar creciente en el país. El reto es mayor cuando de ejemplo están los continuos fracasos de modelos políticos ciclotímicos latinoamericanos, ligados al vicio de cada nuevo gobierno en esforzarse por borrar todo lo hecho por el anterior.

Esta elección no será infame, si se considera que Perú tiene la posibilidad de convertirse en la segunda democracia de éxito, después de la de Chile, si el nuevo gobierno, pese a su ideología, elige el continuismo de los objetivos económicos y políticos del país impulsados por Toledo y García.

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