08 mayo, 2011

La enésima muerte teatral de Bin Laden

La enésima muerte teatral de Bin Laden y su geopolítica

Alfredo Jalife-Rahme
Foto
Osama Bin Laden, en un video difundido ayer por el PentágonoFoto Reuters

Antecedentes

Quienes seguimos profesionalmente durante 30 años las hazañas del yemení-saudita Osama Bin Laden, cuando operaba con la CIA su yijad –guerra santa del Islam, en su variante salafista-wahabita, con el apoyo abierto, entonces, de Arabia Saudita y Pakistán, además de la bendición de la OTAN–, nos costaba mucho trabajo mental digerir su exagerada ubicuidad trasnacional desde Afganistán (frontera con China) hasta Kosovo (en los Balcanes), pese a su enfermedad renal terminal que requería nefrodiálisis en los hospitales, ya no se diga, su increíble invisibilidad y su aparatosa voltereta en contra de su aliado primigenio (Estados Unidos).

Durante una generación en Afganistán, Bin Laden operó en los 80 en favor de Estados Unidos y contra del comunismo pagano de los infieles soviéticos, pero en la primera década del siglo XXI, después de consumado su presunto multiatentado matutino a las Torres Gemelas de Nueva York, se volteó presuntamente –según la discutible narrativa de Estados Unidos– contra su anterior aliado.

En contra de la URSS –cuya humillante derrota en Afganistán aceleró tanto su decadencia como su posterior balcanización–, Bin Laden había sido el aliado mayúsculo de Estados Unidos junto al mítico héroe hollywoodense Rambo, quien encabezaba a los guerrilleros sagrados del Islam (mujaidines).

En sus dos guerras en Afganistán, una en favor de Estados Unidos y otra en su contra, Bin Laden gozó del apoyo tácito de Pakistán.

Dejaré de lado los suculentos cuan truculentos negocios mancomunados (y otros impublicables, como la trama de Al Yamamah: el “Operativo Paloma”) de la familia Bin Laden y el nepotismo de los Bush, además de sus traslapes británicos con Tony Blair.

Quedan en el tintero dos extrañas muertes accidentales, del padre de Bin Laden y de uno de sus hermanos (en Texas: feudo de los Bush), así como la fuga tolerada de toda su familia de Estados Unidos en un avión especial, posterior a los multiatentados del 11/9, de los que sigo siendo asépticamente escéptico, a defecto de evidencias (no de videncias ni montajes).

Rescato mi artículo “Osama ‘el bueno’ y Osama ‘el malo’” (Bajo la Lupa, 6/7/02), menos de un año después del 11/9, cuando sus fabulosas huestes de Al Qaeda operaban todavía en favor (¡súper sic!) de Estados Unidos en Kosovo (los Balcanes) y en Chechenia (Transcáucaso), mientras colisionaban (¡súper sic!) con Washington en la segunda guerra del yemení-saudita en Afganistán.

Dejo también de lado el doble (¡súper sic!) cobro estratosférico de los seguros financieros de la demolición controlada, perdón, los atentados terroristas, de las Torres Gemelas y del tercer edificio No. 7 (que se derrumbó desfasadamente por la tarde), que manejó imperturbablemente el sionismo jázaro (Bajo la Lupa, 26/9, 3/10 y 22/12 de 2004).

Sobre el significado geopolítico del 11/9, recomiendo mi libro agotado Los 11 frentes antes y después del 11 de septiembre: una guerra multidimensional (Cadmo & Europa, 2003), descargable gratuitamente en www.alfredojalife.com.

La única constante del enigma Bin Laden era que sus atentados NO beneficiaron en absoluto a los mil 600 millones de feligreses de los 57 países de la Organización de la Conferencia Islámica ni a los 360 millones de los 22 países árabes.

Todo lo contrario: su yijadismo terrorista acaba(ba) siempre por servir de catalizador impío para avanzar la agenda unilateral de Estados Unidos en todo el mundo (que envolvió perversamente hasta a Pemex), que incluyó sus tres guerras fracasadas durante una década: 1) la guerra contra el terrorismo global; 2) la invasión de Afganistán y 3) la invasión de Irak (y sus inventadas armas de destrucción masiva).

Saltaré los obituarios de otras fuentes (The Observer, de Pakistán, y el periódico egipcio Al Wafd, 26/12/01), sobre las múltiples muertes de Bin Laden desde hace 10 años, pero destaco que la primera ministra de Pakistán Benazir Bhutto reveló hace casi cuatro años hasta la identidad de su asesino (entrevista a David Frost, BBC, 2/11/07). Benazir fue asesinada al mes siguiente (27/12/07)…

Hechos

Alguien miente: los sepultureros prematuros de Bin Laden 10 años atrás, o el presidente Obama, quien anunció su asesinato el primero de mayo por sus heroicas fuerzas especiales de marines, pese a algunas fallas técnicas de logística (v.gr. el achicharrado helicóptero furtivo).

La coreografía hollywoodense del presidente Obama deja mucho que desear y, sobre todo, exime el cuerpo del delito, arrojado anti-islámicamente al mar. Ni siquiera existen fotos ni videos irrefutables de su ejecución.

El periódico galo Le Monde (6/5/11) aduce que la administración Obama ha mostrado serias fallas de comunicación, ya no se diga, perturbadoras contradicciones entre sus funcionarios y portavoces.

En la mayor obra teatral de la vida del presidente Obama, que denominamos La enésima muerte de Bin Laden, la coreografía fracasó estrepitosamente, pero no así su muy exitosa escenografía doméstica y geopolítica, que ya está redituando enormes beneficios: desde la mayor probabilidad de su relección, pasando por el retiro decoroso de los 150 mil soldados estadunidenses de Afganistán (que, por lo visto, operan clandestinamente también en Pakistán), hasta la espectacular reconciliación con el Islam y sus mil 600 millones de feligreses, que ostentan un PIB de 5 billones de dólares, es decir, la tercera potencia geoeconómica global detrás de China y antes de Japón.

Conclusión

Dejando de lado las conjeturas sobre sus múltiples muertes físicas, el nefrópata Bin Laden ya había fallecido metafóricamente tres veces antes de la nocturna versión del presidente Obama: 1) fuera del sobredimensionamiento de los mendaces multimedia de Estados Unidos, hace mucho que Al Qaeda estaba más que castrada y marginada, sin operativos de envergadura que vanagloriar; 2) el mismo Pentágono cambió hace más de dos años el nombre caduco de la guerra contra el terrorismo global (acuñado por Baby Bush) por la menos inquietante Operación de Contingencia de Ultramar (The Washington Post, 25/3/09), más acorde con la cosmogonía del presidente Barack Hussein Obama y menos hostil con el Islam (después de sus rimbombantes discursos del 2 y el 4 de abril de 2009, respectivamente en Turquía y Egipto), y 3) las pacifistas revueltas y revoluciones del mundo árabe en favor de la democracia y la justicia y en contra de la cleptocracia y los estados policiaco/carcelarios aniquilaron filosóficamente tanto a Bin Laden como a quien lo suceda en la agónica Al Qaeda.

El aroma extático de la revolución del jazmín del paradigma tunecino es incompatible con el nihilismo del yijadismo salafista-wahabita totalmente rebasado y que en su momento contribuyó determinantemente en el triunfo geoestratégico de Estados Unidos contra la URSS.

La enésima muerte teatral de Bin Laden, esta vez formalmente geopolítica, sucede en otra coyuntura antagónica y antipódicamente geoestratégica que le brinda a Estados Unidos –en caída libre financiera y económica, y sobrextendido militarmente– la coartada idónea para retirarse decorosamente de Afganistán/Pakistán, ya no se diga de Irak.

Hoy el verdadero enemigo público número uno de Estados Unidos es aterradoramente doméstico: su impagable deuda y su descomunal déficit fiscal.

Gracias

Fulgor y caída de Bin Laden

Fulgor y caída de Bin Laden

Al Qaeda no ha podido inspirar un movimiento de masas ni derribar gobiernos opresivos. La primavera árabe y la desaparición del líder acentúan el fiasco del sueño criminal

ÁNGELES ESPINOSA

Algunos paquistaníes cuentan que Osama Bin Laden había entregado una pequeña pistola con dos cartuchos a uno de sus guardaespaldas con la orden de que le matara si corría el riesgo de caer en manos del enemigo. El propio líder de Al Qaeda declaró en varias ocasiones su deseo de convertirse en mártir. Eso era en sus tiempos de gloria, cuando todavía podía conceder entrevistas y las mujeres de Jamaat-e-Islami inundaban las calles de Rawalpindi en su defensa. Llegado su momento de la verdad, no hubo tiempo para gestos heroicos y apenas unos cientos de simpatizantes han acudido a los funerales en su memoria.

Más que un ataque a gran escala, los expertos temen a espontáneos o pequeños grupos que actúen sobre la marcha

Delegaciones del Banco Mundial, el FMI y otros organismos han cancelado visitas previstas a Pakistán

Los salafistas saben que la lucha contra "judíos y cruzados" ha matado a más musulmanes que norteamericanos

Nadie se atreve a escribir el epitafio de Al Qaeda, pero el extremismo religioso ha pasado a ser más social que político

El hombre más buscado del mundo hacía ya tiempo que había perdido relevancia ideológica. En gran medida, Bin Laden fue víctima de su propio éxito. Nada refleja mejor ese cambio que sus guardaespaldas. Frente a las decenas de yihadistas armados que le protegían en vísperas del 11-S, apenas dos fieles le acompañaban en la madrugada del pasado lunes cuando los Seals [equipos especiales de Mar-Aire-Tierra] se descolgaron sobre la finca de la ciudad de Abbottabad en la que se escondía.

En el interregno, una vida rocambolesca que empezó cuando el saudí entró en contacto con la guerra que los afganos libraban contra la invasión soviética durante los años ochenta del siglo pasado. Fue allí donde conoció a varios dirigentes islamistas con los que a finales de esa década fundó Al Qaeda (literalmente, La Base) como una especie de paraguas para coordinar actividades, y cuya ideología salafista (una versión extremadamente rigorista del islam que muchos musulmanes consideran una desviación) justificará más tarde sus acciones terroristas.

El hecho de que EE UU apoyara aquella batalla contra el comunismo ha llevado a algunos autores a afirmar que Bin Laden fue una creación de la CIA. Nunca se ha probado que existiera contacto directo. De hecho, los estadounidenses gestionaban todas sus relaciones con los afganos a través de los servicios secretos paquistaníes. Pero no cabe duda de que en aquel momento EE UU y el que con el tiempo se convertiría en su enemigo número uno estaban en la misma trinchera. La retirada soviética de Afganistán en 1989 fue asumida como un triunfo propio por los muyahidin (literalmente, los que hacen la yihad, los guerreros santos). Pero no fue hasta un año después cuando Bin Laden vio la posibilidad de transformar esa energía en un ejército capaz de liberar al mundo islámico de su dependencia de Occidente y devolverlo a un pasado de pureza que solo existía en su imaginación. El desencadenante fue la ocupación iraquí de Kuwait y el recurso del rey Fahd de Arabia Saudí a EE UU para que frenara el previsible avance de las tropas de Sadam hacia su país.

Bin Laden se ofreció a reclutar a los excombatientes de la yihad afgana para evitar que soldados infieles pisaran la cuna del islam. La familia real saudí rechazó la sugerencia. Empezó entonces un enfrentamiento ideológico y verbal que terminaría con Bin Laden refugiado en Sudán y, a partir de 1994, desprovisto de la nacionalidad saudí.

Los servicios de espionaje de EE UU fechan su primera acción terrorista el 29 de diciembre de 1992 en Adén, pero son los atentados simultáneos contra las embajadas de EE UU en Kenia y Tanzania en 1998 los que revelaron la existencia de Al Qaeda a la opinión pública mundial e inauguraron un nuevo tipo de terrorismo sin fronteras. Al menos 250 personas resultaron muertas. La prensa descubrió entonces que, seis meses antes, Bin Laden y el líder de la Yihad Islámica egipcia, Ayman al Zawahiri, habían unido sus fuerzas en el Frente Mundial Islámico para la Yihad contra los Judíos y los Cruzados y firmado una fetua que declaraba el asesinato de estadounidenses y sus aliados "un deber individual de cada musulmán" para liberar las mezquitas de Jerusalén y La Meca.

Documentos estadounidenses recientemente desclasificados y colgados en la página del Archivo de Seguridad Nacional de la Universidad George Washington el pasado día 2 tipifican a Bin Laden como "uno de los más significativos financiadores de actividades terroristas islámicas en el mundo" ya en 1996. Ese año, el saudí se ve obligado a salir de Sudán y se refugia en Afganistán, donde logra la protección de los talibanes a cambio de financiarlos. Desde entonces hasta los ominosos atentados de 2001 en Nueva York y Washington, Bin Laden tiene la libertad y el tiempo para crear una red de relaciones entre grupos militantes islamistas dispares desde Egipto hasta Filipinas y desde Chechenia hasta Yemen. Con anterioridad, nunca se había atribuido o aceptado la responsabilidad de los atentados que apadrina. Sin embargo, un vídeo encontrado en Kandahar, la capital del sur de Afganistán, tras la llegada de las tropas estadounidenses un par de meses después, muestra su satisfacción por el horror que ha creado el choque de los aviones contra el World Trade Center en Nueva York y el Pentágono en Washington. Las víctimas ya no se cuentan por cientos, sino por miles.

Pero su mayor éxito publicitario y mediático se transformó también en el inicio de su caída. Su última aparición pública se remonta al 10 de noviembre de 2001, cuando la presión de las fuerzas norteamericanas le llevó a esconderse en las montañas de Tora Bora. Poco a poco, sus videomensajes se fueron espaciando hasta que, a partir de octubre de 2004, un largo silencio dio lugar a especulaciones sobre su muerte. Significativamente, su primera grabación de audio, 15 meses después, coincide con la fecha en la que ahora se ha sabido que se trasladó al caserón de Abbottabad donde ha encontrado la muerte.

Aunque la documentación hallada en su domicilio parece desmentir que las limitaciones para comunicarse le hubieran relegado a un papel simbólico en Al Qaeda, la propia organización estaba perdiendo terreno. Por un lado, los esfuerzos en la lucha antiterrorista no solo de EE UU y Europa, sino también de los países islámicos, han ido debilitando sus estructuras y las de grupos terroristas afiliados con ella.

Por otro, a medida que fue ganando influencia en Afganistán, Irak, las zonas tribales de Pakistán y otros lugares del mundo islámico, también fueron creciendo sus enemigos. Incluso los que comparten la ideología salafista que predican han llegado a la conclusión de que su "lucha contra los judíos y los cruzados" ha matado a más musulmanes que norteamericanos.

Más importante aún. Como señala el académico John Esposito, "aunque los grupos terroristas son capaces de atraer y reclutar entre pequeñas bolsas de musulmanes, han fracasado en inspirar un movimiento de masas o en derribar Gobiernos opresivos". Este fiasco se ha hecho especialmente evidente en los últimos meses con la llamada primavera árabe. Las revueltas populares han logrado un cambio de régimen en Túnez y Egipto, y con distintos grados de intensidad, y casi siempre de forma pacífica, están exigiendo cambios democráticos en el resto de la región.

La mayoría de los analistas coinciden en que Bin Laden había perdido su popularidad en el mundo árabe. De ahí la destacada ausencia de reacciones a su muerte en las calles de El Cairo, Casablanca o Saná. Ni siquiera el lanzamiento de su cadáver al mar, que diversos ulemas han considerado no conforme con el islam, ha generado protestas significativas.

"La muerte de Bin Laden no significa gran cosa para los árabes con todas estas revoluciones que se han producido y que han dado lugar a nuevos dirigentes sobre el terreno", declara el analista egipcio Diaa Rachwane, citado por la agencia France Presse. Para este experto en movimientos islamistas, su desaparición señala el fin de una época y sirve "para pasar la página de la violencia armada" que tomaba como objetivo a civiles de una forma indiscriminada.

De hecho, hace ya tiempo que las actividades de la red de Al Qaeda se habían desplazado a la periferia de esa región que se extiende entre el océano Atlántico y el golfo Pérsico. Más allá del nivel de control que Bin Laden ejerciera sobre ellos, a su muerte los principales focos activos de su multinacional del terror son Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPA, nacida de la fusión de las ramas yemení y saudí), con sede en Yemen; Al Qaeda en el Magreb Islámico, que opera en Argelia, Marruecos, Malí y Mauritania; los múltiples grupos yihadistas que operan en la frontera entre Afganistán y Pakistán, además de los talibanes paquistaníes y los Shabaab de Somalia.

Solo un responsable local de AQPA ha jurado vengar la muerte del fundador de la red, cuyo liderazgo se espera que herede el egipcio Al Zawahiri, virtual número dos de Bin Laden y el verdadero ideólogo, a decir de algunos estudiosos.

Aunque los partidarios de la vía terrorista se hayan reducido considerablemente, eso no significa que no cuente aún con defensores. El propio presidente de EE UU, Barack Obama, lo ha admitido. "No hay duda de que Al Qaeda continuará sus ataques contra nosotros. Debemos, y lo haremos, permanecer vigilantes dentro y fuera de nuestro país", señaló durante la intervención en la que anunció la operación que acabó con la vida de Bin Laden.

La posibilidad de una acción de venganza por parte de sus secuaces ha puesto en alerta a la mayoría de los países. Las embajadas y multinacionales en países sensibles han intensificado discretamente sus medidas de seguridad. Las sedes de algunos organismos internacionales, así como lugares simbólicos, también están sometidos a una mayor vigilancia. En el caso de Pakistán, donde se llevó a cabo la acción de los comandos norteamericanos, se ha sabido que delegaciones del Banco Mundial, el Banco Asiático de Desarrollo y el Fondo Monetario Internacional han cancelado las visitas que tenían previstas.

Hay consenso entre los observadores políticos en que la supervivencia de la ideología yihadista significa que se mantiene la amenaza de atentados. Aun así, ese riesgo genérico no debiera llevar a la paranoia. Tal como ha explicado la empresa de análisis y pronóstico Stratfor, "había yihadistas planeando ataques contra EE UU antes de la muerte de Bin Laden y hay yihadistas planeando ataques hoy". Su vicepresidente de información táctica, Scott Stewart, considera que "la idea de que Al Qaeda o una de sus franquicias regionales tiene algún tipo de superataque listo para activar tras la muerte de Bin Laden simplemente no es lógica". El riesgo de que sea descubierto sería muy elevado.

El peligro, señalan los expertos, procede más de la posibilidad de que algún espontáneo o pequeño grupo imbuido de su ideología actúe sobre la marcha. Y eso es algo que requiere una estructura logística de la que carece la mayoría. "La decapitación puede que lleve inicialmente a un aumento de los ataques de represalia, pero a largo plazo el impacto de la muerte de Bin Laden tal vez no se registre en la escala Richter", interpreta Mahir Ali, columnista del diario Dawn de Pakistán.

El antes mencionado Atwan no descarta "el peligro de que la Al Qaeda post-Bin Laden emerja aún más radical y unida con más fuerza bajo la bandera de un mártir icónico". Por ahora no hay signos de ello y aunque nadie se atreve a escribir el epitafio de la organización, el extremismo religioso que la alimentaba ha pasado a tener un carácter más social que político. La posibilidad de que los islamistas encuentren vías de participación política en los nuevos regímenes que están alumbrando algunos países árabes tal vez constituya el mejor antídoto contra su radicalización. Aún es pronto para saberlo.

De momento, las muestras de alegría que desató en Nueva York la noticia de la muerte del temido terrorista no han tenido un contrapunto significativo entre sus seguidores. En los foros de Internet donde se dan cita los simpatizantes de Al Qaeda, algunos celebraron que Bin Laden hubiera alcanzado el martirio, mientras que otros decían rezar para que no fuera cierto.

"Si es verdad, debemos agradecer a Dios que Estados Unidos no pudiera capturarle vivo", se leía en un post en el que también se hacía referencia al humillante vídeo difundido tras la captura de Sadam Husein en el que se mostraba al dictador iraquí durante un examen médico.

También son numerosos los que, a falta de esa prueba gráfica definitiva, se muestran escépticos con el relato estadounidense y esperan que se confirmen las primeras noticias de Al Qaeda sobre el reconocimiento de la desaparición de su líder. En un submundo plagado de teorías conspiratorias, para estos siempre quedará el recurso de atribuir la bala que al parecer le destrozó el cerebro a la pequeña pistola que Bin Laden supuestamente entregó a su guardaespaldas. Para su mentalidad, que el enemigo norteamericano sea el que ha eliminado físicamente a su jefe es la peor de las hipótesis.

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