EE.UU.: ¿Más impuestos a las grandes petroleras?
Las utilidades en el primer trimestre de las empresas petroleras estadounidenses son asombrosas. Exxon ganó casi $11 mil millones, o un 69 por ciento más que el año pasado. Royal Dutch Shell PLC, la mayor compañía petrolera de Europa, anunció que ganó $8.78 mil millones en el primer trimestre, un 60 por ciento de aumento sobre el año pasado. Mucho, pero no todo, se debe a precios más altos para la gasolina, sobre lo cual las compañías tienen muy poco control debido a nuestra seria dependencia del petróleo extranjero.
Algunos en el Congreso – la mayoría Demócratas, aunque unos pocos Republicanos – están pidiendo que se terminen las beneficios de impuestos que disfrutan las empresas petroleras y en algunos casos, impuestos más altos sobre sus utilidades. Pero la Administración Obama está contribuyendo a que haya precios más altos para la energía, lo cual infla las cifras finales de las compañías.
La Agencia de Protección Ambiental (EPA) ha impedido que la Shell continúe con su proyecto de perforación en el norte de Alaska después que la Shell había invertido más de $4 mil millones en el proyecto. ¿Cómo pueden las compañías hacer costosas inversiones cuando no tienen seguridad de que lo que se ha permitido en una administración será permitido en la siguiente?
En marzo, durante su visita a Suramérica, el Presidente Obama prometió que los EE.UU. ayudarían a Brasil a desarrollar sus recursos en el mar. Pero él no permitirá muchas más nuevas perforaciones en el Golfo de México o Alaska. Así que, ¿vamos a ayudar a Brasil a perforar para sacar más petróleo y luego importarlo? Los precios de la gasolina casi se han duplicado desde que Obama tomó posesión y sin embargo los medios informativos no lo culpan a él como culparon a su predecesor cuando los precios llegaron a los niveles actuales.
Y, ¿qué hay de los impuestos? Las empresas petroleras ya pagan altos impuestos. Según la firma de investigaciones de energía Wood Mackenzie, entre 1998 y el 2008, la industria del petróleo y gas pagó $1 millón de millones de impuestos totales sobre sus ingresos. Esto es además de los $178 millones que las compañías le mandaron al gobierno federal en alquiler, derechos y pagos de bonos entre 1982 y el 2009. Lo que las compañías petroleras pagan en impuestos es más que lo que paga el fabricante estadounidense promedio, más que su “justa parte”.
Wood Mackenzie también descubrió que si se aumentasen los impuestos a las petroleras en $5 mil millones al año, esto “resultaría en una pérdida de $128 mil millones de ingresos al gobierno y reduciría la producción nacional en 400,000 barriles al día para el 2025”, con 1.2 millones adicionales de barriles al día en riesgo. “Este aumento de impuestos aumentaría, no disminuiría, nuestra dependencia de fuentes extranjeras para el petróleo”.
En cuando a esas grandes ganancias, el American Petroleum Institute (API) reporta que en los últimos datos publicados para el tercer trimestre del año pasado, “la industria del petróleo y gas ganó 6 centavos por cada dólar de ventas en comparación con toda la industria manufacturera, que ganó 8.6 centavos por cada dólar de ventas”.
Esta administración dice estar de acuerdo con los exitosos mientras que los castiga y subsidia a los no triunfadores. Si el presidente esta hablando en serio de reducir el costo del petróleo (y dadas las frecuentes declaraciones del candidato Obama a favor de aumentar el precio de la energía para forzar a más de nosotros, pero no a él, a manejar híbridos, o hasta autos eléctricos) – él puede emular a George W. Bush.
En julio del 2008, el Presidente Bush canceló una orden ejecutiva prohibiendo las perforaciones en el mar, un simple gesto, ya que continuó en vigor una prohibición federal para este tipo de perforaciones, pero su acción hizo que los precios del petróleo cayesen ya que los suministradores creyeron que estábamos hablando en serio sobre sacar más petróleo de nuestras fuentes nacionales. El argumento de parte de los que se oponen a las perforaciones es que nuevos proyectos de perforación no tendrían efecto por el tiempo que demora encontrar y luego refinar el petróleo. Si las nuevas perforaciones hubiesen comenzado hace cinco o diez años, ahora estaríamos bombeando mucho más petróleo. Si comenzamos ahora, veremos los resultados dentro de cinco o diez años.
Desacreditar a las empresas petroleras no producirá ni una sola gota más de petróleo. Tampoco lo harán impuestos más altos, que afectarían los empleos y crearían muchas más consecuencias negativas.
La semana pasada el ex Presidente George W. Bush reiteró su apoyo a más perforaciones: “Yo sugeriría que los estadounidenses comprendan cómo funciona la oferta y la demanda. Y si usted restringe los suministros de crudo, el precio del petróleo va a subir”.
El Presidente Obama o bien no entiende la oferta y la demanda, o está deliberadamente ignorándolo con la esperanza de imponer sus radicales puntos de vista ambientales a todos nosotros.
La hora de la verdad para el Perú
La hora de la verdad para el Perú
El Heraldo, Tegucigalpa
Aunque no soy creyente, tengo muchos amigos católicos, sacerdotes y laicos, y un gran respeto por quienes tratan de vivir de acuerdo con sus convicciones religiosas. El cardenal Juan Luis Cipriani, arzobispo de Lima, en cambio, me parece representar la peor tradición de la Iglesia, la autoritaria y oscurantista, la del Index, Torquemada, la Inquisición y las parrillas para el hereje y el apóstata, y su reciente autodefensa, “Los irrenunciables derechos humanos”, publicada el 1 de mayo en Lima, justifica todas las críticas que en nombre de la democracia y los derechos humanos recibe con frecuencia y, principalmente, de los sectores católicos más liberales.
En su texto, desmiente que dijera jamás que “los derechos humanos son una cojudez” (palabrota peruana equivalente a la española gilipollez) y afirma que, en realidad, a quien aplicó tal grosería fue solo a la Coordinadora de Derechos Humanos, una institución dirigida por una ex religiosa española, Pilar Coll, que durante los años de las grandes matanzas perpetradas por la dictadura fujimorista llevó a cabo una admirable campaña de denuncia de los crímenes, torturas y desapariciones que se cometían con el pretexto de la lucha contra Sendero Luminoso (la Comisión de la Verdad, que presidió el exrector de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Salomón Lerner, ha documentado estas atrocidades).
El cardenal Cipriani desmiente, además, que durante la dictadura hubiera guardado silencio frente a uno de los crímenes colectivos más abyectos cometidos por Fujimori y sus cómplices: la esterilización, mediante engaños, de unas 300,000 campesinas a las que, por orden del dictador, los equipos del Ministerio de Salud ligaron las trompas o castraron, asegurándoles que se trataba de simples vacunas o de una medida que solo temporalmente les impediría concebir. ¿Cómo es que nadie se enteró en el Perú de que el arzobispo había encontrado reprobables estos atropellos? Porque en vez de protestar públicamente ¡se limitó a hacerlo en privado, es decir, susurrando con discreción su protesta en el pabellón de la oreja del dictador!
El cardenal no suele ser tan discreto cuando se trata de protestar contra los preservativos y no se diga el aborto, o, para el caso, contra quienes en esta segunda vuelta de las elecciones peruanas apoyamos a Ollanta Humala. Por ejemplo, por haberlo hecho yo, me ha amonestado de manera estentórea y nada menos que desde el púlpito de la catedral de Lima, durante un oficio. Me ha pedido “más seriedad” y ha clamado que cómo me atrevo a dar consejos por quién votar a los peruanos. El cardenal está nervioso y olvida que todavía hay libertad en el Perú y que cualquier ciudadano puede opinar sobre política sin pedirle permiso a él ni a nadie (claro que las cosas cambiarán si sale elegida la señora Fujimori, la candidata a la que él bendecía en aquel mismo oficio en el que me prohibía opinar).
No solo el arzobispo de Lima se excede en estos días de campaña y guerra sucia en el Perú. Una connotada fujimorista, también del Opus Dei, como monseñor Cipriani, Martha Chávez, ha amenazado públicamente al presidente del Poder Judicial, el doctor César San Martín, eminente jurista que presidió el Tribunal que condenó a 25 años de cárcel a Fujimori por crímenes contra los derechos humanos, con esta frase profética: “Tendrá que responder en su momento”.
Pero acaso lo más inquietante sean los intentos de purgar a los medios de comunicación, principalmente los canales de televisión, de periodistas independientes y probos, que se resisten a convertirse en propagandistas de la candidatura de la hija del exdictador. El caso más sonado ha sido el de Patricia Montero, productora general, y José Jara, productor de un noticiero, ambos del Canal N, despedidos, según ha denunciado la primera de ellos, porque los directivos estimaron que habían “humanizado” al candidato Humala en los boletines (¿pretendían que lo animalizaran, más bien?). Estos despidos han provocado una verdadera tempestad de críticas, entre ellas de los más prestigiosos periodistas del propio Canal N, en defensa de sus colegas, y amenazas de renuncias masivas en caso de que continúe la caza de brujas. Lo cual parece haber paralizado por el momento el despido de la prestigiosa y experimentada periodista del Canal 4, Laura Puertas, a quien se reprocha también, por lo visto, padecer de total ineptitud para el servilismo.
Finalmente, una denuncia publicada el miércoles 4 de mayo en el diario La Primera, que dirige César Lévano, precisa que el gobierno, apoyado por empresarios mineros, habría encargado a los servicios de inteligencia del Estado un “Plan Sábana”, destinado a destruir la campaña de Ollanta Humala con los métodos delictuosos -espionaje telefónico, operaciones calumniosas y escandalosas filtradas a la prensa para minar su prestigio y el de su entorno familiar utilizando mercenarios y provocadores- con que, en 1990, el gobierno conspiró contra mí cuando yo fui candidato a la Presidencia. La denuncia proviene, al parecer, de militares y civiles del servicio de inteligencia indignados de que se los utilice para fines políticos ajenos a su misión específica.
Todo esto merece una reflexión. Si estas cosas comienzan a ocurrir ahora, en plena campaña electoral, ¿no es fácil imaginar lo que sucedería en el caso de que la señora Fujimori ganara las elecciones y la dictadura fuji-montesinista recuperara el poder oleada y sacramentada por los votos de los peruanos? Los periodistas decentes y responsables expulsados de sus puestos no serían cinco (también han sido despedidos tres de Radio Líder, Arequipa) sino decenas, y las radios, los canales y los periódicos convertidos, como lo estuvieron durante los ocho años de oprobio que vivió el Perú, en órganos de propaganda encargados de justificar todas las tropelías y tráficos del poder y de cubrir de injurias y calumnias a sus críticos. No solo el doctor César San Martín sería víctima de su probidad y entereza magisterial. Todo el Poder Judicial se vería una vez más sometido a una criba implacable para apartar de sus cargos, o reducirlos a la total inoperancia, a los jueces que se resistieran a ser meros instrumentos dóciles del gobierno. Reparticiones públicas, Fuerzas Armadas, empresas privadas, serían, otra vez, incorporadas al sistema autoritario para que, de nuevo, el país entero quedara a merced del puñadito de forajidos que, entre los años 1990 y 2000, perpetró el más espectacular saqueo de las arcas públicas y los más horrendos crímenes contra los derechos humanos de nuestra historia.
Quienes quieren semejante futuro para el Perú no son muchos, pero sí son poderosos y, como están asustados con la perspectiva de que Humala gane las elecciones y cometa los desafueros y horrores de Hugo Chávez en Venezuela, están dispuestos a cualquier cosa con tal de asegurar el triunfo de Keiko Fujimori. Extraordinaria paradoja: con tal de evitar el socialismo, que venga el fascismo. ¡Y todo eso, en nombre de la libertad, de la democracia y del mercado libre!
En verdad, la disyuntiva que tiene por delante el Perú en las elecciones del 5 de junio próximo es la de salvaguardar la imperfecta democracia política que tenemos desde hace diez años y una política de mercado y de apertura al mundo que ha hecho crecer nuestra economía de manera notable, o volver a un régimen dictatorial que, guardando ciertas formas institucionales, restablecería en el gobierno a quienes, en complicidad con Fujimori y Montesinos, destruyeron el estado de derecho, se enriquecieron cometiendo las más descaradas pillerías y durante ocho años perpetraron horrendos crímenes con el pretexto de combatir la subversión. A mi juicio en semejante disyuntiva la peor opción es Keiko Fujimori.
Ollanta Humala ha hecho un “Compromiso con el Pueblo Peruano” que conviene tener muy presente, no solo a la hora de votar por él, sino sobre todo una vez que acceda al gobierno, para recordárselo cada vez que parezca apartarse de alguna de sus promesas. No habrá reelección. Se cumplirá con los tratados firmados, no habrá estatizaciones, se respetará el derecho de propiedad y las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP), la lucha contra la corrupción será implacable, habrá una política de apoyo social sostenida, sobre todo en los campos de la educación y la salud pública, para los sectores más desfavorecidos, así como estímulos y facilidades para la formalización de las empresas. El respeto al pluralismo informativo, a la independencia de la prensa y al derecho de crítica será total. Estos puntos han sido expresados, además, de viva voz, en las reuniones que ha celebrado el candidato con la confederación de empresarios y las asociaciones de prensa. Todo esto es perfectamente compatible con la democracia y con las políticas de mercado vigentes y tiende a perfeccionarlas, no a recortarlas ni menos suprimirlas. No solo depende de la voluntad de Ollanta Humala que este compromiso se cumpla. Depende, sobre todo, de que quienes lo apoyemos en la elección del 5 de junio dejemos claro que es a estas políticas a las que damos nuestro apoyo y que nos mantendremos firmes exigiendo su cumplimento.
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