Federico Reyes Heroles / Prisioneros del odio
La mejor manera de vengarse de un enemigo es no parecérsele.
Marco Aurelio
Obama festeja. Estados Unidos festeja. No son los únicos. Las heridas dejadas por el fanatismo encabezado por Bin Laden van de Madrid o Londres a Filipinas. Familiares y amigos de las miles de víctimas, nada más de las Torres Gemelas, festejan. La muerte del terrorista se mira hoy como justa reivindicación y triunfo sobre el mal. Su organización criminal se debilita. Difícil encontrar de nuevo la letal combinación de inteligencia, perversidad y recursos. Pero hay algo en el episodio que amarga. Comencemos por el vergonzoso fracaso.
Una de las características esenciales del "proceso civilizatorio" -expresión de Norbert Elias- es la eliminación de la acción directa, imponer intermediación. Desde un incidente de tránsito o un conflicto conyugal hasta la relación entre los Estados nación. Para eso se crearon Naciones Unidas, para eso existe la Corte Internacional de Justicia y ahora la Corte Penal Internacional, grandes creaciones civilizatorias. Durante una década el mundo fue incapaz de detener al autor intelectual confeso de múltiples atentados terroristas responsables de miles de víctimas. Todas las instituciones mostraron su brutal impotencia para lograr la detección, captura y la aplicación de un debido proceso a Bin Laden de acuerdo con las normas internacionales. Sólo a partir de ese estrepitoso fracaso es que se puede entender -que no aceptar- la acción en solitario de Estados Unidos que viola múltiples ordenamientos. La fallida cooperación entre los Estados, incluido Pakistán, para arrinconar a Bin Laden desnuda la dificultad interna para imponer las acciones persecutorias. Pero también refleja la aceptación y casi popularidad entre algunos sectores -minoritarios pero muy activos- de su movimiento. Si atrapar a Bin Laden y a la dirigencia de Al Qaeda hubiera sido un buen negocio político, los gobiernos se hubieran aplicado. No fue así.
La primera potencia militar se tardó 10 años en dar con su objetivo: un hombre. Estuvo acompañada de una alianza de los mejores ejércitos y sistemas de inteligencia. Los mejores equipos del mundo fueron impotentes frente al enemigo número uno de Occidente. Qué bueno que dieron con él, más vale tarde que nunca. Pero el capítulo también registra la terrible vulnerabilidad del mundo contemporáneo. Un individuo, una sola organización ha sido capaz de mantener en jaque al mundo. Ésa es una mala noticia que está detrás de la fiesta. Pensemos en guerras pasadas. Para romper un equilibrio mundial se necesitaba un gran poderío bélico. En las guerras mundiales del siglo XX fueron grandes ejércitos los que sacudieron a la humanidad. Eso ya es pasado. El mundo contemporáneo es de una fragilidad espeluznante. Un litro de un arma bacteriológica puede matar a decenas de millones.
Pero hay más, las consecuencias del terrorismo están instaladas en nuestra vida cotidiana. En eso Bin Laden sigue vivo. Imaginemos todas las horas de vida y recursos que se pierden por los sistemas de seguridad en, por ejemplo, los transportes aéreos. Bin Laden está muerto, pero el ejemplo del uso de los instrumentos de la modernidad para generar terror y muerte sigue allí. Para un fanático convencido de dar su vida por una causa, la modernidad es un excelente escenario. Un avión se convierte en una bomba, un barco en una trampa, un celular en un detonador. Hoy grupúsculos que hace un siglo no hubieran sido una amenaza lo son. Aparece una correlación entre el sorprendente desarrollo de las tecnologías y la potencialización del peligro en manos de cualquiera. Esa cara de la modernidad no es esperanzadora.
¿Qué hacer? ¿Inhibir el uso de las tecnologías? Imposible e indeseable. Además la aparición de mentes perversas escapa a cualquier control. Un Hitler o un Bin Laden siempre existirán en potencia. Nada que hacer. Pero sobre lo que sí se puede trabajar es sobre el odio. Bin Laden era una inteligencia perversa, eso se lo dio la naturaleza. Pero el odio hacia Occidente no: "Es vuestro castigo por Irak y Afganistán..., la manera de devolveros vuestra mercancía", ésa fue su sentencia sobre septiembre 11. La cultura del odio existe y es un excelente caldo de cultivo para las mentes perversas, que siempre las habrá. La ejecución de Bin Laden no ayuda a disminuir el odio, por el contrario. Ahora estamos a la espera de la venganza sobre la venganza.
Entiendo las limitaciones del caso, pero hubiera preferido ver a Bin Laden vivo, tras las rejas, sujeto a un proceso -como en Nuremberg o en el caso Hussein- escuchando razones, condenado, ejecutado si se quiere. Pero una ejecución sin proceso no es una buena noticia para el proceso civilizatorio. El ojo por ojo es un retroceso. Los rostros festivos de Nueva York de mayo del 2011 recuerdan la imagen de los rostros festivos de muchos musulmanes el 11 de septiembre del 2001. Seguimos siendo prisioneros del odio. Ésa es la derrota colectiva.
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