20 mayo, 2011

La vuelta (con venganza) de Fujimori

La vuelta (con venganza) de Fujimori

Si Keiko, hija del delincuente y ex dictador, alcanza la presidencia de Perú, significará el retorno de su padre a la vida pública: “Como el dinosaurio de Monterroso, siempre estuvo allí”, advierte el autor.

Un seguidor de Alberto Fujimori manifiesta su apoyo al ex presidente, en septiembre de 2007, durante el proceso que lo llevó a la cárcel.
Un seguidor de Alberto Fujimori manifiesta su apoyo al ex presidente, en septiembre de 2007, durante el proceso que lo llevó a la cárcel. Foto: Mariana Bazo/ Reuters

La posibilidad de que Keiko, la hija del ex dictador peruano-japonés Alberto Fujimori, pueda ser elegida Presidenta de Perú gracias al apoyo de las clases más adineradas, los exportadores de minerales y hasta las autoridades eclesiásticas, supera en violencia y desamparo a cualquier novela de Mario Vargas Llosa. La derecha, con buena conciencia y mala fe, pero también los sectores de clase media urbana, han polarizado el país entre Lima, pro-Fujimori, y las regiones pro-Ollanta Humala. La hija de Fuji promete continuar el desarrollo neoliberal que ha atraído a las inversiones, aunque también la desigualdad del ingreso que mantiene a 25 por ciento de la población pobre. Humala promete mejorar la distribución, con lo cual es caricaturizado como un nuevo Chávez, estatista y populista, y si gana Keiko su padre será indultado y volverá a la escena política: como el dinosaurio de Monterroso, siempre estuvo allí.

Recuerdo que en una pausa de la Cátedra Cortázar, de la Universidad de Guadalajara, Felipe González contó que Alberto Fujimori, por entonces prófugo del Perú, le había propuesto un plan de cooperación entre el gobierno peruano y el español con tal detalle y convicción que lo creyó verdadero. “A mí también me engañó”, confesó Felipe, con entusiasmo, como si eso fuera la prueba máxima de su capacidad de creer.

Carlos Fuentes repasó con elocuencia su galería de dictadores mexicanos pero tuvo que reconocer que Fujimori era imbatible en la mentira. Fue entonces que García Márquez, como siempre, necesitó decir la última palabra: “He escrito una novela sobre Fujimori”, dijo, “y se las voy a contar”. Ésta es la novela o, más bien, como la recuerdo hoy:

“Había una vez en el Japón un niño muy astuto que deseaba ser rico. ‘¿Qué puedo hacer para volverme rico?’, se preguntó; y se respondió: ‘Tengo que ser Presidente de algún país lejano’. Le dio vueltas a su globo terráqueo buscando un país capaz de elegirlo, y puso su dedo sobre el Perú. Fue al Perú, lo eligieron, se hizo rico, y volvió al Japón”.

Todos rieron. Yo sentí la punzada de esa vergüenza nacional que le debemos a Fuji, me temo que para siempre.

Antes de su fuga, posterior captura y amenaza de su retorno, en Santiago de Chile, en una comida, un empresario me había contado que él y sus socios no invertían más en el Perú. Las comisiones que esperaba el gobierno, explicó, son mayores que el margen de ganancias.

Recorrido de campaña realizado en Lima el cinco de mayo pasado por la candidata presidencial Keiko Fujimori, del Partido Fuerza 2011.
Recorrido de campaña realizado en Lima el cinco de mayo pasado por la candidata presidencial Keiko Fujimori, del Partido Fuerza 2011. Foto: Martín Acevedo/ EFE

No se podía salir a comer en Santiago sin tener que padecer historias sobre la corrupción en el Perú. Felizmente, para empatar con Chile, se descubrió que Pinochet no había sido menos corrupto: sus cuentas bancarias secretas revelaron que sus prédicas de la economía liberal, los valores de Occidente y la familia cristiana fueron una burla del pacto de resignación chilena. Chile recuperó la dignidad jurídica cuando su Poder Judicial nos devolvió a Fujimori. Ningún limeño, por mazamorrero que sea, podrá olvidar la lección de dignidad, esa emoción insólita, que fueron las marchas populares contra la corrupción y el asesinato. Todos hemos lavado la bandera nacional.

Es cierto que tratándose del Perú cualquiera, alguna vez, se ha equivocado. Pero entonces la vuelta de Fujimori pertenece a otra dimensión del error: a la extirpación de la memoria civil. ¿Qué sentido político tiene el actual éxito económico si el modelo necesita a Pinochet o a Fujimori? Hasta los economistas de Chile reconocen hoy que tienen una pobreza endémica. En el Perú, históricamente, el avance del sector moderno ha robustecido al sector más conservador, a las clases dominantes y a sus alianzas, a costa de los sectores emergentes, cuya modernidad limita con sus pocos recursos, no con su creatividad. Es suicida creer que el fujimorismo puede hacerse cargo del futuro en descargo del pasado: nunca el futuro se ha construido abriendo las cárceles.

Que Pedro Pablo Kutzinsky diga que Fujimori ha hecho cosas malas pero también cosas buenas es relativizar el mal, o sea, internalizarlo. Y luego, que Hernando de Soto se juegue el peso que tiene porque Keiko promete implementar su idea de un título de propiedad para cada peruano informal, es suponer que el fujimorismo (socialmente un clientelismo impune) es titulable. Pero que el Cardenal le eche en cara su juventud izquierdista a Mario Vargas Llosa por decir lo que piensa sobre Fujimori, es exonerar, con la otra mano, el pasado del diablo. La próxima gran novela de Mario tendría que ser sobre la debacle moral de una clase social doméstica, su prensa filistea y su corte de milagros mercantil.

Yo nunca he conocido a un fujimorista. Pero si Lima, que los conoce, vota por ellos en contra del Perú de las regiones, que los rechaza, demostrará cuánto puede retroceder la conciencia democrática y qué poco adulta puede ser la moral pública. Cada uno tiene derecho a votar por quien quiera, pero debe ser responsable de las consecuencias: si mañana, al despertar, encuentra al dinosaurio en Palacio, le deberá una buena explicación a sus fujinietos.

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