Presidentes como reyes absolutistas
SALAMANCA. - Con bastante frecuencia los comentarios que escriben los lectores al pie de algunas noticias en la edición digital de nuestro diario suelen ser más interesantes que el artículo en cuestión porque se dicen cosas que no están dichas, por algún motivo o por otro, en el texto que se comenta. Además, es de apreciar la velocidad con que se recibe la reacción de la gente, el retorno de la noticia, o, como dicen los teóricos de la comunicación, el “feedback”, que es una de las fuentes importantes que enriquece al periodista.
He visto que ha comenzado ya la carrera por obtener las firmas necesarias para lograr la reelección de Fernando Lugo por un periodo más (eso es lo que creo) gracias a un referéndum y posterior reforma de la Constitución Nacional (esto es también lo que creo). ¿Por qué estas dudas? Porque nadie me garantiza que al introducir cambios en el texto de la Constitución no se limiten a permitir que el presidente pueda gobernar por dos periodos consecutivos ni que tampoco se aproveche la ocasión para meter mano en otros artículos.
Entre los comentarios que traía dicha información la gente opinaba, en su mayoría, que no debía tocarse la Constitución. Uno de los autores se preguntaba por qué había que permitirle optar por otro periodo si no hizo otra cosa más que viajar (65 viajes en lo que va de su mandato) y otro le respondía que logró muchas cosas. Por ejemplo: una donación de treinta y un millón de dólares. Con treinta millones de dólares cualquiera de nosotros soluciona todos sus problemas de por vida. Pero realizar 65 viajes para lograr esta suma parece ser una broma de mal gusto. En pocas palabras: no es una donación, es una limosna internacional.
Otros comentarios aludían al parecido o no con campañas similares que se realizaron en Venezuela, Ecuador y Bolivia. Cuba no necesitó hacer ninguna modificación porque todos los que podían haberla hecho o están en Miami o hace tiempo fueron fusilados. Parecidas o no, lo cierto es que Hugo Chávez, Rafael Correa (su vicepresidente se llama Lenin Moreno) y Evo Morales han logrado ya la presidencia vitalicia a través de “consultar al pueblo” que ha decidido darle su voto de confianza. No es de extrañar la pervivencia de esta idea en los países bolivarianos ya que Simón Bolívar pensaba en la creación de una presidencia vitalicia por ser el camino más efectivo para lograr consolidar las nuevas naciones. La primera Constitución que tuvo Bolivia, redactada de puño y letra del Libertador, aseguraba tal privilegio. Claro que entre el Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, y Evo Morales hay un algo más que ciento ochenta años de historia.
Nosotros no pertenecemos a esa tradición bolivariana, ni a la verdadera de Simón Bolívar ni a la circense de Chávez. Tenemos la nuestra propia: José Gaspar Rodríguez de Francia se proclamó a sí mismo “supremo dictador perpetuo” de la república y nadie dijo ni “pío”. Gobernó por un largo periodo de veinticuatro años que se interrumpió por muerte.
En una oportunidad Numa Alcides Mallorquín me contó que cuando el golpe militar de 1954 se decidió poner de presidente a Alfredo Stroessner porque era “un militar honesto, disciplinado, trabajador y carecía de ambiciones políticas”. Y tenía para largo, pues el artículo de la Constitución Nacional de 1967 que decía “El Presidente no podrá ser reelegido por más de dos periodos” fue corregido por el doctor Luis María Argaña, quien propuso: “El Presidente podrá ser reelegido”. Punto. La pena es que Fernando Lugo no tenga esposa para alternar de por vida en la presidencia como quisieron hacer los Kirchner en Argentina, proyecto suspendido por muerte. O bien podría divorciarse de ella como lo está haciendo la pareja presidencial de Guatemala, porque allí no se permite que el cónyuge le suceda en la presidencia.
Como diría Sir Winston Churchill: “Nos costó sangre, sudor y lágrimas” el poder llegar a esta inestable, imperfecta y precaria democracia para regalarle a Fernando Lugo la posibilidad de gobernar un periodo más. O quizá hasta que Dios lo llame para pedirle cuentas de sus andanzas, gobernando hasta entonces como aquellos monarcas absolutistas de la vieja Europa.
Zelaya retó a su jefe Chávez en el regreso
Zelaya retó a su jefe Chávez en el regreso
El 24 de julio, Zelaya lo intentó otra vez, cuando acampó en Las Manos, Nicaragua, en la frontera con Honduras. El canciller venezolano, Nicolás Maduro, estaba al volante de la camioneta en la que buscaba pasar la frontera. Pero tampoco pudo ser.
Fue en la tercera cuando Mel pudo concretar la vuelta, aunque como polizón: el 21 de septiembre de 2009, en un confuso operativo (con participación conjunta de brasileños y venezolanos), llegó para refugiarse en la Embajada de Brasil en Tegucigalpa. Estuvo allí hasta el 27 de enero de 2010, cuando el flamante presidente electo Porfirio «Pepe» Lobo le dio un salvoconducto para que se exilase en República Dominicana.
Y llegó la cuarta, la vencida, la de este sábado. Mel Zelaya, el itinerante hondureño, volvió a su país luego de que el domingo anterior, en la colombiana Cartagena, firmase con el presidente Lobo el acuerdo de nueve puntos que le permitió regresar con garantías de paz y de que no iba a haber revanchismos. Lo de Cartagena pudo darse sólo por el empeño y la cintura diplomática de los testigos y avales del mismo, los presidentes Juan Manuel Santos y Hugo Chávez (y, desde ya, de sus cancilleres Holguín y Maduro).
Curioso, aunque Zelaya agradeció a los Gobiernos de Colombia y de Venezuela por su decisiva intervención en la solución del conflicto, prefirió volver con un séquito de oportunistas que hicieron de su regreso una orwelliana puesta en escena. En un principio, se había pensado que el canciller colombiano y el venezolano, que habían intercedido exitosamente por la Pax Hondurae, acompañarían al ex y depuesto presidente a Tegucigalpa. Pero Zelaya, por su parte, ya había armado su propio circo: de Santo Domingo se trasladó, con su familia, a Managua (Nicaragua). ¿Su intención? Subir al avión al presidente Daniel Ortega, un convidado de piedra de último momento.
Una llamada, furiosa, de Chávez (quien aportó el avión que, con el canciller Maduro a bordo, voló después de Managua a Tegucigalpa) lo hizo desistir de la idea. Pero Zelaya, en su afán de darse el barniz de revolucionario de izquierda que ahora necesita para hacer política en Honduras (recordemos que en 2005 fue electo por el Partido Liberal de centroderecha, y recién en 2008 se hizo «socio» de Chávez), insistió con su lista de pasajeros. Con él viajaron la exsenadora colombiana Piedad Córdoba (siempre ávida de cámaras y flashes), el expresidente de Panamá Martín Torrijos, además del canciller boliviano, David Choquehuanca. También algunos excolaboradores de Mel: el exministro de la presidencia Enrique Flores, la excanciller Patricia Rodas y el sacerdote Andrés Tamayo. Brasil, aunque envió a Marco Aurelio García, asesor especial de la Presidencia, optó por el perfil bajo.
Zelaya festejó su regreso como una victoria, que compartió con su nuevo partido, el Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP), y algunos «importados» del Frente Farabundo Marti salvadoreño y del Frente Sandinista de Liberación nicaragüense, que se congregaron para recibirlo. Por su parte, el secretario general de la OEA, el chileno José Miguel Insulza, tampoco quiso quedar fuera del triunfo y se arrogó que su organismo «había supervisado» las negociaciones que condujeron al acuerdo de Cartagena.
El único que, todavía, sigue con los tapones de punta es el ecuatoriano Rafael Correa. Su país no aprobaría el regreso de Honduras que se votará este miércoles en la OEA. ¿La razón? Simple: Correa quiere que se castigue a los «golpistas» que depusieron a Zelaya. Serviría de antecedente para condenar, en Ecuador, a los que Correa acusa de haber encendido la asonada policial-militar de fines de septiembre de 2010.
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