03 junio, 2011

'Crónicas de la Gran Recesión'

NUEVO LIBRO DE JUAN RAMÓN RALLO

'Crónicas de la Gran Recesión'

Por Carlos Rodríguez Braun

En el verano de 2007 el presidente José Luis Rodríguez Zapatero aseguró que la crisis económica que había estallado en Estados Unidos nunca iba a afectar a España. Un año más tarde, ya ganadas las elecciones, insultó a quienes le llevábamos la contraria llamándonos antipatriotas, jugó con la palabra crisis, y se defendió alegando que nadie le había avisado que la fiesta tocaba a su fin. Una vez más, mentía.

Ese mismo verano de 2007 hubo economistas que anticiparon la crisis económica. Juan Ramón Rallo anunció entonces que había llegado "la hora de la verdad". Su acertado diagnóstico no derivaba de juegos de adivinanzas sobre un futuro por definición incierto sino de una buena teoría, que le permitió además formular la recomendación apropiada –liberalizar mercados y bajar el gasto público– que el Gobierno no siguió, contribuyendo así a profundizar una grave recesión de la que nunca quiso asumir responsabilidad alguna. Más aún, con increíble osadía y apreciable mendacidad se presenta hoy como el responsable de la recuperación.

Pero si la autoría de la crisis mundial residió indudablemente también fuera de nuestro país, el pensamiento único no fue capaz de detectar quién había montado la "orgía crediticia" de la que habla el doctor Rallo, y desde púlpitos, cátedras y tribunas sin fin se atribuyó a la libertad el mal sobrevenido. Tan falaz diagnóstico se extendió a izquierdas y derechas, al socialismo de todos los partidos y todos los países.

Este excelente libro, que reúne textos de Rallo del período más acusado del derrumbe económico y financiero, entre 2007 y 2009, demuestra que no fue la libertad la que originó la crisis, sino, precisamente el intervencionismo tan generalizado y aplaudido.

Esa demostración demanda una teoría que explique la paradoja del ciclo expansivo, muchas veces señalada por las autoridades: no era posible que la economía estuviera sembrando la semilla de una burbuja en ausencia de inflación. El error estribaba en medir la inflación según el IPC y no atender al precio de los activos, que revelaron esa burbuja años antes.

Uno tras otro caen bajo la pluma crítica de nuestro autor los supuestos héroes de las políticas expansivas fiscales y monetarias, desde F. D. Roosevelt hasta Alan Greenspan, dioses con pies de barro, porque no hay recuperación genuina merced al mayor gasto público ni diagnóstico certero que eluda los males generados a partir de la desaparición del ancla monetaria del patrón oro, descalificado como "reliquia bárbara" por John Maynard Keynes en su Breve tratado sobre la reforma monetaria de 1923, que el inglés dedicó a aquellos en los que menos confía Juan Ramón Rallo: los banqueros centrales.

En los sistemas bancarios, no en una codicia al parecer repartida de modo asimétrico entre el Estado y los ciudadanos, anida la causa de la crisis, que no se superará gracias a los alegres rescates y los ciegos temores a una deflación pretendidamente letal.

Rallo resitúa a los actores del drama y los coloca bajo una luz racional; así hace, por ejemplo, con las agencias de rating o los bonus de los ejecutivos, tan denostados como mal analizados. Rechaza al mismo tiempo las soluciones mágicas, como la salida del euro, y la propaganda intervencionista conforme a la cual los gobiernos nos impulsan más allá de la recesión. Saldremos de ella, sin duda, pero no gracias a las autoridades sino al doloroso ajuste de una economía inflada, ajuste que protagonizan trabajadores y empresarios, mientras que los gobernantes sacan pecho a la vez que dificultan y retrasan el proceso con unas políticas expansivas que intentan aumentar la demanda, y que en realidad confunden causas con consecuencias: la crisis no es ocasionada por la menor demanda sino que ésta se deriva de aquélla.

En ese marco las políticas de todos los gobiernos han sido dañinas, porque el mayor gasto público dilapida un ahorro tan necesario como escaso. El sistema financiero, manifiesta con acierto nuestro autor, no puede ser saneado con parches, y la economía necesita menos gasto público, menos deuda pública, menos impuestos, y mercados más libres. En vez de ello, los políticos se afanan en presentarse como benefactores que conseguirán que fluya el crédito, como si su torrencial fluencia no hubiese conducido al inflado original de la burbuja.

No distingue nuestro autor entre derechas e izquierdas, eje pueril de la política, sino entre amigos y enemigos de la libertad, y en este último grupo se agolpan todos, desde los socialistas que pretenden jugar al mercado hasta la inopia antiliberal de que hacen gala Mariano Rajoy y sus secuaces del PP. Rechaza desde las arrogantes payasadas sobre idílicos modelos productivos hasta la siniestra labor de los sindicatos, siempre hostiles a los trabajadores, pasando por el intervencionismo de tantos empresarios que ansían hacer su agosto sin competir. El proteccionismo es mala solución, afirma Rallo, no hay que rescatar a los bancos con dinero público, no hay que creer que el sector inmobiliario es ahora un infierno (tampoco fue antes el paraíso), es un error demonizar al banco central que sube los tipos de interés, y es irresponsable ceguera aplaudir la ficticia solución que reemplaza una burbuja de deuda privada por otra de deuda pública.

El doctor Rallo critica también a economistas celebérrimos como Mankiw, De Long o Krugman, sin que se salven de sus mandobles los monetaristas como Friedman, y también otras luminarias de Chicago como el juez Posner. Concede a Krugman tino al criticar las notorias debilidades de la macroeconomía moderna, pero advierte su error al recomendar un regreso al intervencionismo, ¡como si alguna vez se hubiera marchado!

Nunca se marcharon los bancos centrales, desde luego, aunque su intervencionismo no fue siempre igualmente nocivo. En las páginas que siguen hay muchas reflexiones a propósito de la banca central y sus directivos durante la crisis: podrá apreciarse, así, la distinción fundamental entre liquidez y solvencia, porque una cosa es que la autoridad monetaria facilite préstamos a los bancos para evitar contracciones secundarias por falta de liquidez a corto plazo, y otra cosa muy diferente es que expanda la oferta monetaria contra activos de mala calidad a medio y largo plazo. Por utilizar nombres propios: no es lo mismo Bernanke antes y después del colapso de Lehman Brothers.

La teoría económica que maneja nuestro autor, que bebe en la escuela austríaca que tanto nos ha ayudado a entender mejor el ciclo económico, le lleva a predicciones acertadas: a mediados de 2009 pronosticó la subida del paro, de los impuestos y del precio de la luz, y demás calamidades debidas a la progresista acción de políticos y legisladores. Repasa también otros casos rodeados de análoga oscuridad y demagogia, como el de Islandia, considerada modelo de liberalismo antes y de intervencionismo después, cuando no fue nada parecido, y denuncia las fantasías narcisistas de los gobernantes que padecemos, que atribuyen nuestros males sólo al exterior o sólo a un inexistente liberalismo, y que en la práctica quebrantan derechos y libertades mientras cavilan sobre bochornosas conjunciones planetarias y extraen escalofriantes conclusiones sobre seres vivos no humanos.

Y es sólo a partir de nuestros gobernantes que puedo señalar una discrepancia con Juan Ramón Rallo y este libro admirable. Él condena el negacionismo y la pasividad que caracterizaron la reacción de Rodríguez Zapatero ante las primeras evidencias del fin de la fiesta. Yo no lo hago, porque creo imposible que de tal personaje cupiese esperar una buena política económica. Descartada esa alternativa, a nuestros socialistas sólo les quedaban dos: hacer las cosas mal o no hacer nada. Lejos de mí, por tanto, el reprocharles con excesiva crueldad haber adoptado al comienzo de la crisis esta segunda opción.

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