01 junio, 2011

El nacimiento de Israel

LOS ORÍGENES DE LA GUERRA FRÍA

El nacimiento de Israel

Por Emilio Campmany

Tradicionalmente, los estudios sobre la Guerra Fría apenas se ocupan del nacimiento del Estado de Israel. Oriente Medio pasa al primer plano del conflicto a partir de 1956, con la crisis de Suez. Sin embargo, Oriente Medio fue uno de los lugares donde más agriamente se enfrentaron las dos superpotencias, y se vio como natural que EEUU apoyara a Israel y la URSS, a los árabes. Sin embargo, ese alineamiento tiene su historia, y no es tan sencilla.

En la escuela historiográfica alemana es conocida la discusión acerca de si en la historia de las relaciones internacionales prima la política exterior, la Aussenpolitik, o la política interior, la Innenpolitik. Tradicionalmente se cree que los Estados se relacionan entre sí en función de unos intereses más o menos inmanentes. De ahí que por lo general la política exterior de los países no se altere, a pesar de los cambios de Gobierno. No obstante, un grupo de historiadores alemanes defiende el Primat der Innenpolitik frente al Primat der Aussenpolitik.

Naturalmente, la respuesta al problema no puede ser definitiva. No cabe duda de que los Estados tienen intereses que defender en la arena internacional, al margen de sus problemas internos. Pero tampoco debe olvidarse que la política exterior puede verse condicionada esporádicamente por la política doméstica, sobre todo cuando no están en juego intereses esenciales.

Pues bien, en lo relacionado con el nacimiento del Estado de Israel, las dos superpotencias actuaron sobre la base del Primat der Innenpolitik.

Los judíos y Truman

Truman, hijo de granjeros, nació en Kansas City, Misuri, en 1884. Es casi imposible que, siendo blanco, educado en la Iglesia Baptista y nacido en un estado del Sur a finales del siglo XIX, el presidente no tuviera ideas que hoy calificaríamos de xenófobas. Su correspondencia privada contiene frecuentes chascarrillos despectivos sobre los judíos, pero tales bromas eran frecuentes en su tiempo.

Sea como fuere, cuando después de la guerra el sionismo reclamó un territorio en Palestina para fundar en él un Estado, Truman apoyó la emigración judía presionando a Gran Bretaña para que levantara o aliviara las limitaciones que impuso desde 1939, si bien no respaldó la creación del Estado de Israel hasta el último momento.

De hecho, cuando el 25 de febrero de 1947 Gran Bretaña, incapaz de imponer la paz en Palestina, decidió desentenderse y pasarle la patata caliente a la ONU, Truman no tenía una idea formada acerca de si prefería la creación de dos Estados, uno árabe y otro judío –lo que se conoció como "la partición"–, o la de uno solo que reconociera ciertos derechos a los judíos. El Departamento de Estado, sin embargo, apostaba por esta última solución.

La votación en la ONU para decidir si habría un Estado (solución favorable a los árabes) o dos (la que querían los judíos) estaba programada para el 29 de noviembre de 1947. La discusión en Washington tuvo en cuenta los intereses estadounidenses en la zona. Lo que se valoró fue qué era más conveniente para que Truman consiguiera renovar mandato el año siguiente. De hecho, la reelección se presentaba extraordinariamente difícil. Desde luego, apoyar la partición hubiera atraído el voto y la financiación judíos. Pero estar a favor del sionismo podía enajenar el voto de la derecha del partido demócrata, afincada en los estados del Sur y de sentimientos visceralmente antisemitas. Al final, Truman se decidió por la partición.

A finales de 1948, y gracias, entre otras cosas, al voto judío, Truman ganó contra todo pronóstico las presidenciales al candidato republicano, Thomas Dewey, a quienes todas las encuestas daban vencedor.

Los vaivenes de Stalin

Stalin presidía un régimen comunista que, como tal, no podía ser racista ni, por lo tanto, antisemita. Además, eminentes miembros del Partido Comunista de la Unión Soviética estaban casados con mujeres judías. Durante la guerra, Stalin había creado el Comité Judío Antifascista (CJAF), encargado de lograr el respaldo de los hebreos rusos y extranjeros a la causa soviética. Acabado el conflicto, el CJAF trató de sobrevivir adaptando sus funciones al tiempo de paz; llegó incluso a proponer la creación de la República Soviética Judía de Crimea –dentro de la URSS, claro–, lo cual no hizo sino exacerbar la notable mucha desconfianza del aparato soviético hacia los judíos.

Planteada en la ONU la cuestión de la creación de un Estado judío, el Politburó se mostró inequívocamente en contra de la partición. Sin embargo, Stalin ordenó a sus diplomáticos y a los regímenes satélites recién creados en el este de Europa que votaran a favor del Estado de Israel. Sin ese apoyo lo más probable es que la partición, que necesitaba un respaldo de dos tercios de los votos emitidos, no hubiera salido adelante. El discurso de Andrei Gromyko, embajador de la URSS en la ONU, fue un resumen de las reivindicaciones sionistas.

Se ha discutido y escrito mucho acerca de las razones de Stalin para respaldar la partición en 1947. Puede decirse que todas estaban fundadas en su visión de la geopolítica y, por lo tanto, que sus motivaciones tuvieron que ver con la política exterior.

Ante todo, apoyar a los judíos significaba ponerse enfrente de los británicos, que consideraban Palestina el lugar adecuado para vigilar sus intereses petrolíferos en el Golfo Pérsico y el Canal de Suez, vía esencial de comunicación con la India. En segundo lugar, al georgiano le pareció que el nacimiento de un Estado judío en Oriente Medio podría acrecentar las rivalidades británico-estadounidenses en la zona (de hecho, Washington y Londres terminaron chocando en Oriente Medio con ocasión de la crisis de Suez, en 1956). En tercer lugar, Stalin veía al futuro Estado de Israel como un aliado, pues estaría en manos de judíos de izquierdas procedentes, en su mayoría, de Europa del Este. Ese aliado podría proporcionar a la Armada rusa una base en el Mediterráneo, un objetivo estratégico más antiguo que los sóviets. En cuarto lugar, la emigración de judíos rusos le ofrecía la posibilidad de penetrar el nuevo Estado con agentes que se encargarían de garantizar su prosovietismo. En resumen, Israel podía suponer para la URSS una victoria en una región del mundo donde todavía no había terminado de fijarse la influencia de las superpotencias.

Stalin no se limitó a votar a favor de la partición, sino que ayudó a los judíos a combatir a los árabes en la guerra que la propia partición desencadenó. A través de Checoslovaquia, les hizo llegar gran cantidad de armamento. No es fácil saber si Israel hubiera sido capaz de lograr la victoria en 1949 sin esa ayuda.

Sin embargo, el nacimiento del Estado de Israel tuvo efectos indeseados para el dictador soviético. Ante todo, Stalin se vio desconcertado al ver que su enemigo, Estados Unidos, apoyaba la partición con casi tanto entusiasmo como él. Luego, cuando Golda Meier llegó a Moscú como primera embajadora de Israel en la URSS, los judíos rusos la aclamaron enfervorizados. Fue entonces cuando se dio cuenta de que su política había proporcionado a sus hebreos una nueva patria...

Encima, los israelíes parecían más agradecidos con los Estados Unidos que con la URSS. El paranoico Stalin dio en ver una conspiración de enormes proporciones entre las asociaciones judías norteamericanas, el Gobierno de Israel y los judíos rusos. Esta paranoia fue constantemente alimentada por los asustados miembros del Politburó, quienes, mitad por antisemitismo, mitad por temor a las consecuencias internas, empujaron a Stalin a acometer la persecución de sus propios judíos. El pogromo se llamó con el eufemismo campaña contra el cosmopolitismo. En enero de 1949 llegó a ser detenida la esposa del ministro de Asuntos Exteriores, Molotov. Cuando se discutió la corrección de tal medida, Molotov tuvo –para irritación de Stalin– el valor de abstenerse. Como consecuencia, fue cesado de su cargo.

La Innenpolitik se impone a la Aussenpolitik

¿Se equivocó Stalin al apoyar el nacimiento del Estado de Israel? No exactamente. Ocurrió que se limitó a considerar factores de política exterior y se olvidó de la política interna, tanto la de su país como la de su enemigo. Para empezar, no se dio cuenta de que Estados Unidos es una democracia en la que, a diferencia de la URSS, los judíos votan. Pero su olvido más importante tenía que ver con las cuestiones de su propio país.

Cuando Alemania invadió la URSS, el Ejército Rojo se vino abajo como un castillo de naipes. Stalin sólo consiguió fijar el frente y oponer resistencia cuando llamó a librar la que él mismo denominó Gran Guerra Patriótica. Ya no se trataba de defender el comunismo, el bolchevismo, los sóviets o la dictadura del proletariado. Se trataba de defender a la Gran Madre Rusia. Fue ese llamamiento lo que despertó en el pueblo ruso la voluntad de resistir a toda costa. Cuando terminó la guerra, la URSS ya no podía ser lo que fue porque quien había ganado la contienda era Rusia, no las repúblicas soviéticas. De hecho, se lanzó una campaña de rusificación que conllevó el reconocimiento de las virtudes de lo ruso y el envilecimiento de lo foráneo. Incluso se valoraron las cosas buenas que tuvo el régimen de los zares.

Habida cuenta de la gran cantidad de judíos que vivían en su seno, y la relevancia de muchos de ellos, el sionismo no podía ser –a diferencia de lo que creía Stalin– aliado de una URSS tan rusificada. Por muy comunistas que fueran los judíos rusos –y no todos lo eran–, antes que comunistas eran judíos. El sionismo les proporcionó una patria que la URSS, reconvertida nuevamente en la Gran Madre Rusia, les negó. Nacido Israel, los judíos ya no sólo eran rusos sospechosos de no querer serlo, sino que posibles agentes al servicio de una potencia extranjera. Esa misma potencia a la que Stalin, por consideraciones de política exterior exclusivamente, había ayudado a nacer.

***

Stalin pudo luchar con los Estados Unidos por las mentes y los corazones de los israelíes. Pero, por razones de política interior, renunció a hacerlo y el Estado judío, a pesar del carácter socialista de sus primeros años, se convirtió en la avanzadilla de Occidente en Oriente Medio. Cuando el dictador soviético murió, a Kruschev, su sucesor en el Kremlin, no le quedó otra que aliarse con los árabes –a los que tanto despreció su antecesor–, por el mero hecho de que eran enemigos de un aliado de los Estados Unidos. Pero ese alineamiento no tuvo por qué ser necesariamente así. Lo fue porque tanto Truman como Stalin se plegaron a intereses de la política interior de sus respectivos países. Las guerras que se libraron después en esa zona encontraron a los norteamericanos en un bando y a los soviéticos en otro. Fue así por las razones expuestas, pero no porque estuviera de alguna manera predeterminado que así fuera.

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