02 junio, 2011

Keiko versus Ollanta

Análisis & Opinión

La batalla por el futuro del Perú: Keiko versus Ollanta

Emilio Humberto García

Emilio Humberto García Vega es profesor, consultor, asesor de empresas, e investigador de Estrategia Empresarial y Marketing. Licenciado en Administración y MBA de la Universidad del Pacífico (Lima, Perú). Ha desarrollado libros y publicaciones diversas en los temas mencionados, además de realizar asesorías, dictado de cursos y seminarios en el Perú, Argentina, Uruguay, Guatemala y Costa Rica. Es docente de la citada universidad desde 2003 e investigador asociado de la misma. Es especialista en Planeamiento, Implementación y Control de Estrategias Empresariales y de Marketing.

Los que vivimos en el Perú en las décadas 80 y 90, podemos recordar momentos de protestas en las calles, violencia, desorden y caos. Ése era el “pan de cada día” que nos brindaba los medios. Postales que mostraban un país en crisis, al borde del abismo. Algunas décadas después, la suerte ha cambiado. El Perú no se fue por la borda, los resultados macroeconómicos, debido a políticas ciertamente coherentes asumidas desde inicios de los 90 por el gobierno de turno y continuadas por sucesivos regímenes, dieron sus resultados y el Perú parece haber encontrado la senda del crecimiento económico. Sin embargo, si observamos los titulares de los diarios, los programas de televisión y las calles en las últimas semanas, este dinamismo económico pareciera ilusorio. Una suerte de fantasía o burbuja en la que algunos peruanos vivimos, aquellos que tuvimos acceso a la educación, a la gracia del mercado, al potencial del emprendimiento o a algún otro mecanismo de ascenso social.

El Perú se encuentra tremendamente convulsionado a muy pocos días de la segunda vuelta electoral más disputada y polémica de su historia republicana. Las postales televisivas de los últimos días muestran que nuestros compatriotas del departamento de Puno (al sur de país) realizan enérgicas protestas demandando que se eliminen las concesiones mineras, además de otras exigencias que para el limeño citadino pueden sonar incomprensibles. Allí, las carreteras fueron cerradas por varios días; hubo disturbios en el centro de la ciudad con daños a propiedades, saqueos, agresiones, entre otros. El olvido del Estado y la falta de inclusión en este “boom económico” (el cual se siente fundamentalmente en la costa del país -abanderada por la capital Lima- y algunos anexos del interior) han hecho que gran parte de la población esté dispuesta a mostrar su descontento de manera radical. Algunos hablan de la presencia de agitadores y otros temas poco transparentes. Sin embargo, queda claro que si la población estuviera satisfecha con su realidad, estas presuntas incitaciones no tendrían eco.

No hay que ser un analista extremadamente lúcido para darse cuenta de que el país con los índices de crecimiento económico más auspiciosos de la región confronta dos realidades muy opuestas. Por un lado, está la capital y algunas otras ciudades en la que el movimiento comercial y de todo sentido reflejan los resultados de un modelo económico exitoso. Por otro, gran parte de la sierra y la selva siguen viviendo en medio de angustias económicas, sin ver mejoras de ningún tipo en sus calidades de vida, mientras en Lima los centros comerciales desbordan logrando ventas récord en la historia del comercio del país.

Estas dos realidades van a decidir quién dirigirá sus destinos. Una encrucijada electoral impensada hace un año y hasta tres o cuatro meses atrás. Situación que Vargas Llosa predestinó con su lamentable analogía entre las elecciones y contraer “el cáncer y el sida”. La encrucijada está servida para todos aquellos que no votamos ni por Gana Perú ni por Fuerza 2011, es decir, cerca del 45% de los electores, según los resultados de la primera vuelta que anunció la ONPE.

La semana pasada -viendo televisión- me pareció que ingresé en el túnel del tiempo y recordé momentos tristes de nuestra historia que me tocaron vivir. Aquella triste década de los 80 en la que el país parecía un proyecto abortado, años que probablemente fueron de los más duros de nuestra historia como nación. Mientras los peruanos van a las urnas, el país ha caído en el ránking de competitividad, sigue teniendo uno de los peores sistemas educativos de la región, su presupuesto en innovación es paupérrimo y sigue siendo una economía fundamentalmente extractiva.

Keiko Fujimori tiene grandes problemas porque buena parte de la población la asocia con la corrupción, violaciones de los derechos humanos, el autogolpe del 5 de abril, entre otras “perlas” del gobierno de su padre. Las campañas han hecho que estos conceptos sean asociados con cualquiera que se apellide Fujimori. Así, también hubo una marcha en el centro de Lima en que se recordaron fuertemente estas acusaciones. Se vio caravanas organizadas con las imágenes de Fujimori, Montesinos y otros personajes de dicho gobierno. Esta marcha incluyó pintas en la Plaza San Martín y agresiones en contra de algunos medios de comunicación. Ha recibido el apoyo frontal de Pedro Pablo Kuczynsky Luis Castañeda (18,51% y 9,83% de los votos, respectivamente, en la primera vuelta presidencial). Con el apoyo del gran economista peruano Hernando de Soto, la candidata basa su posicionamiento en “Seguridad y oportunidades para todos”, además pidió “perdón” por los errores del fujimorismo tratando de deslindarse de lo negativo del mismo. Otras frases de sus espots son “Keiko sí habla claro”, “inversión con criterio social”, “mi reto es compartir el crecimiento”, “mejor calidad de vida para los más necesitados”, entre otras.

Entre sus propuestas concretas ha ofrecido: un bono de protección alimentaria para las familias en pobreza extrema, “Calle Segura” (un programa de seguridad ciudadana), “Mi primera chamba” (un programa para que los jóvenes consigan su primer empleo), y la “Superintendencia de Derechos Laborales” que velaría por el cumplimiento de los mismos.

Humala, en tanto, es asociado con el autoritarismo, con Hugo Chávez y su régimen nacionalista en Venezuela. No sólo con una actitud autoritaria, sino con estatizaciones, apropiaciones por parte del Estado y otras medidas polémicas y extremas sobre la base de las experiencias venezolanas, ecuatorianas, bolivianas y anexas. Ha buscado deslindarse de estos asuntos mediante alianzas estratégicas con diferentes partidos y modificando su plan de gobierno de forma expresa en aras de la “búsqueda del consenso”. Alejandro Toledo (15,63% en la primera vuelta) anunció respaldar sin “ambigüedades” a este candidato, a pesar de que en la primera vuelta calificó el voto por esta opción como “un salto al vacío”. En lo positivo, Ipsos Apoyo afirma que la población lo relaciona con la capacidad de luchar contra la corrupción. Con el apoyo de Mario Vargas Llosa, centra su posicionamiento en la frase “honestidad para hacer la diferencia”, y en casi todas sus pautas le dice a los electores: “tienen mi palabra”. Ha difundido una imagen de padre de una familia sólida, tanto así que en la segunda vuelta ha lanzado un espot en el que aparece con su esposa e hijas. Ha ofrecido: Pensión 65 (un programa asistencialista dirigida a la tercera edad), un programa de seguridad ciudadana; el Servicio de Atención Móvil de Urgencia (SAMO) para las personas en pobreza extrema; Cuna Más (cunas gratis en los 600 distritos más pobres del Perú); un ataque frontal al narcotráfico y la corrupción.

En el debate del 29/05, Keiko lució segura y Ollanta no desentonó, dejando la práctica de la lectura. La dinámica se centró más en ataques que en propuestas, en recuerdos de los gobiernos de Fujimori (violación de derechos humanos, corrupción, esterilizaciones no consentidas, entre otros), ya que el candidato pareciera haberse trazado como objetivo que todos la relacionen y la asemejen con Alberto Fujimori. En el caso de Ollanta, se recordó: su trayectoria militar, su adaptado plan de gobierno, un libro que escribió hace algunos años en el que se afirma que califica de “fuerza beligerante” al grupo terrorista Sendero Luminoso, entre otros. Nula profundización en propuestas. Luego del rimbombante evento, estamos igual: ideas generales sin especificaciones. Un bajo nivel de convencimiento sin mayores pistas para que los indecisos (que algunas encuestadoras los estiman en 20%) se inclinen por alguno de los dos. Más dudas que certezas.

Todo este escenario plantea una serie de preocupaciones que pueblan las conversaciones formales e informales de la élite política, intelectual, social y de los ciudadanos comunes y corrientes. En primer lugar, preocupa mucho la violencia, ver tanta agresividad en las calles; agresiones a los candidatos, a periodistas, a militantes y simpatizantes, además del cierre de carreteras, desórdenes y destrucciones públicas, entre otros; que hacen pensar que el país es un “caldo de cultivo” para la violencia, que -dada la casualidad- desangró al país en un pasado muy reciente.

En segundo lugar, preocupa mucho la falta de tolerancia. Ambos bandos se defienden y atacan enardecidamente, entre sus líderes organizados o simpatizantes. Insultos van y vienen y algunos se basan más en acciones y méritos familiares que en las acciones de los candidatos.

En tercer lugar, preocupa que algunos voten en blanco, ya que es la solución más fácil e inmadura: “tirar el tablero”.

En cuarto lugar, preocupa mucho que se hable de fraude, porque en un ambiente tan caldeado, las personas de “a pie” pueden reaccionar de forma agresiva ante resultados no deseados.

En quinto lugar, preocupa mucho que no entendamos a los más pobres, a aquellos que no se ven beneficiados por el “chorreo”. Preocupa que las clases altas del país se sientan tan ajenas frente a la población de bajos recursos.

En sexto lugar, preocupa la continuidad del crecimiento económico del país, el detenerlo puede echar por el tacho 20 años de reformas económicas y la modernización real del país. En suma, preocupa el futuro del Perú.

La semana pasada -viendo televisión- me pareció que ingresé en el túnel del tiempo y recordé momentos tristes de nuestra historia que me tocaron vivir. Aquella triste década de los 80 en la que el país parecía un proyecto abortado, años que probablemente fueron de los más duros de nuestra historia como nación. Mientras los peruanos van a las urnas, el país ha caído en el ránking de competitividad, sigue teniendo uno de los peores sistemas educativos de la región, su presupuesto en innovación es paupérrimo y sigue siendo una economía fundamentalmente extractiva. Ojalá que esta alucinación temporal personal, no sea el preámbulo de tiempos turbulentos. Porque si el crecimiento económico se detiene, el Perú corre el riesgo de quedarse en el sub desarrollo crónico.

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