El médico de la maestra
En Privado
Joaquín López-Dóriga
Hay que saber escuchar con
elocuencia. Florestán
Uno de los problemas del ISSSTE, como posición otorgada por los presidentes en turno a Elba Esther Gordillo, ha sido el peso de sus decisiones.
Por meses, ese instituto estuvo sin director médico, lo que es inconcebible y sólo posible en un sistema de reparto de posiciones de gobierno como cuotas de poder. Pero esa era una de las decisiones que pasaba por Elba Esther.
El tiempo transcurría sin acuerdo y sin director médico, por lo que intervino el secretario de Salud, el doctor José Ángel Córdova Villalobos, quien propuso a su secretario particular, el doctor Gabriel Ricardo Manuell Lee.
La propuesta fue consensuada y se construyó un primer acuerdo para ser presentada a la Junta de Gobierno, integrada por 12 representantes: cuatro del gobierno federal, cuatro de la Federación de Trabajadores al Servicio del Estado, de Joel Ayala, enemigo de Elba Esther, y los otras cuatro de la maestra, que tenía como candidato a su médico particular, el doctor Jesús Walliser Duarte, de todas sus confianzas.
Así, se bloqueó la propuesta de Córdova y la vacante seguía hasta que se tomó la decisión de resolver el vacío que retrasaba y alteraba las decisiones de operación médica del ISSSTE.
Se reunió la Junta de Gobierno y llegaron los representantes de la FSTSE y los del gobierno federal pero no los de Gordillo.
En esas condiciones se presentó la propuesta del doctor Manuell Lee que fue aprobada por unanimidad de los presentes, con el voto eufórico de los representantes de Joel Ayala, y hasta allí quedó vacante y propuesta de Elba Esther.
Nunca se explicó la ausencia de sus cuatro representantes en la sesión de la junta, pero se tomó como un tirar la toalla y, diría yo, una decisión que al final protegió al doctor Walliser Duarte.
Ya Miguel Ángel Yunes había dejado el ISSSTE, que se manejaba con un encargado de la dirección general y sin director médico, lo que explica muchas cosas.
Retales
1. CÁNCER. Días antes de protestar como candidato del PRI al gobierno de Coahuila, el médico de Rubén Moreira le dijo: la salud o la candidatura: le había detectado cáncer de próstata. En esas condiciones, y recién operado, hizo campaña. Su hermano, Humberto, dice que ya la libró;
2. MITOFSKY. En la sexta evaluación de Consulta Mitofsky sobre cómo van los precandidatos para el 2012, la novedad en el PAN es que Josefina Vázquez Mota rebasó por primera vez a Santiago Creel, que le llevaba una gran ventaja y ahora va en segundo. Y en el PRD, que Marcelo Ebrard supera a López Obrador en la consulta abierta, pero éste marcha muy adelante entre el perredismo; y
3. ALIANZA. Gustavo Madero dice que el PAN iría aliado con el PRD en 2012, pero sin AMLO ni Ebrard como candidatos. Entonces alianzas ¿con quién? ¿Con un panista? ¿Con un ciudadano? ¿Cuál?
Integración latinoamerica y lucha global contra el narco
Integración latinoamerica y lucha global contra el narco
El presidente de Chile, Sebastián Piñera, dijo ayer que es indispensable la integración latinoamericana por encima de las tentaciones socializantes que promueve el presidente Hugo Chávez, de Venezuela, que hay que dar la lucha global contra el narcotráfico atendiendo el consumo del mayor mercado del mundo, el lavado de dinero y el tráfico de armas, y crear nuevas políticas migratorias.
Piñeira, que cumple su primera visita oficial a nuestro país como presidente de un nuevo signo tras 20 años de gobiernos de concertación en Chile, habló del pacto tras la dictadura que permitió el surgimiento del nuevo Chile democrático y con gobiernos eficaces, de la necesidad de los acuerdos y la reconciliación nacional, dos de los grandes temas pendientes en la vida pública de México.
Señor Presidente, hay una relación muy intensa entre los dos países, entre los dos pueblos.
Siempre ha sido así, de hecho nacimos a la vida independiente con dos días de diferencia, el 16 de septiembre México, el 18 de septiembre Chile, de 1810, y desde entonces ha habido una comunión entre los dos pueblos, que se refleja en muchas cosas, en el cariño mutuo que se tienen los mexicanos y los chilenos.
A lo largo de los años ha habido una relación muy intensa, pero aquí se estrechó más aún cuando tras el golpe de Pinochet, aquel 11 de septiembre de 73, vino una oleada de asilados chilenos que se fundieron con el pueblo mexicano.
México fue muy generoso porque abrió sus puertas y recibió a muchos chilenos que tuvieron que dejar chile en forma obligatoria, eso es algo que nosotros agradecemos profundamente.
Dígame, ¿cómo han resuelto los chilenos este tránsito de la terrible noche de la dictadura a una democracia ejemplar?
Creo que lo hicimos bien, porque lo hicimos en base a acuerdos. Los países cuando transitan de gobiernos militares a democracias lo hacen en medio de la crisis política, la violencia social, el caos económico, esa ha sido la experiencia de muchos países.
En Chile no fue así. La sociedad chilena maduró para recuperar nuestra democracia, después de la recuperación de la democracia han sido años muy fecundos en que el país.
Yo registro que ha habido dos grandes pactos que han transitado de un sistema dictatorial a una democracia plena, España y Chile. En España se hicieron a un lado las diferencias y lograron hacer un gran acuerdo, en Chile ¿qué diferencias dejaron a un lado y en que coincidencias se amarraron?
El pasado significó el gobierno del presidente Allende. La diferencia entre el pasado y el futuro es una sola. El pasado ya esta escrito, podemos hablar de él días, semanas, años, pero no podemos cambiarle ni una sola palabra; en cambio, el futuro es un libro abierto. Los chilenos en el año 89, que fue el año de la transición, decidimos no minimizar ni olvidar las diferencias del pasado, pero unirnos en torno a un proyecto de futuro, en torno a tres grandes coincidencias, valorar la democracia como la forma más sabia, más profunda, más madura de ejercer la libertad política; valorar la economía social de mercado como la mejor forma de sacar lo mejor de la innovación, del talento, de la imaginación, de la creatividad de los chilenos y hacer un acuerdo por tener una sociedad más justa, más igualitaria, con menos pobreza, con mayor igualdad de oportunidades, esos fueron los tres ejes que nos han permitido hacer una transición exitosa.
Mire, es que yo creo que México tiene que aprender mucho de Chile, sobre todo en esta vertiente, en México ha sido imposible la reconciliación sin haber tenido una dictadura militar, un régimen de un sólo partido sí, pero no una dictadura militar, ha sido imposible la reconciliación nacional.
En Chile logramos la reconciliación, por supuesto que las heridas que dejan las violaciones a los derechos humanos son siempre muy profundas, pero usted tiene dos opciones cuando tiene una herida; uno, simplemente taparla, ignorarla, es posible que se infecte y que termine en una gangrena. Lo que usted debe hacer es abrirla, que es la verdad, limpiarla, que es la reparación, y nuevamente cubrirla, que es la reconciliación, eso fue lo que hicimos en Chile.
Otra cosa que deberíamos aprender aquí es la capacidad de hacer un gran acuerdo nacional, que tampoco se ha logrado.
Los países necesitan grandes acuerdos en las materias fundamentales, en Chile no teníamos esos acuerdos, algunos quería la democracia occidental, otros querían la democracia popular, unos querían una economía socialista estilizada, otros una economía liberal privada y esas dos fuerzas chocaban violentamente en la década de los 60 y 70, ahora logramos un acuerdo en base a estos tres pilares que ya le mencioné.
Hablando de estas dos posiciones que siempre se debaten , más que los pueblos, los gobiernos, los políticos, hay dos corrientes, está el grupo bolivariano y el no bolivariano, vamos a llamarlo así; hay que tomar una decisión ante esta disyuntiva, es una disyuntiva. ¿Usted tiene algún punto de vista sobre cuál sí y cuál no?
Yo creo que todos apreciamos a Bolívar como uno de los grandes libertadores de nuestra América Latina. Si hay dos posiciones, una es la que encabeza Chávez en Venezuela, Castro en Cuba y que sigue en cierta forma Nicaragua, tal vez Bolivia.
Otra es una visión que compartimos México, Brasil, Colombia, Perú y Chile. Yo siento de verdad que es legítimo que los países escojan su propio camino, pero yo creo que una de esas dos visiones no conduce a ninguna parte, creo que la otra visión, que es la que cree en la democracia, es vital, autentica con alternancia en el poder, con libertad de expresión plena, con partidos políticos libres, con separación de poderes, la que crea una economía basada en la iniciativa y el emprendimiento de las personas. Lo estamos viendo, les está yendo mejor a los países que están siguiendo el camino de la libertad.
La enfermedad Hugo Chávez. ¿Cree usted que modifique en algo, no quiero hablar de la conducción de Venezuela, ese es un asunto interno de los venezolanos, sino este proyecto que él ha llamado bolivariano?
Lamento mucho la enfermedad de Chávez, pero no estoy seguro que eso afecte su posibilidad de seguir conduciendo su modelo. Estoy convencido que el camino que está siguiendo Chile, que es el de una democracia verdadera, es el mejor.
México tiene un problema muy grave que es el crimen organizado, en la vertiente, entre otras, del narcotráfico, ¿Chile tiene algún tipo de problemas con el crimen organizado?
No tenemos un problema de narcotráfico o de crimen organizado de la magnitud de México, pero si tenemos un problema de delincuencia y de consumo de drogas. Yo pienso que el crimen organizado y el narcotráfico son enemigos muy poderosos, con muchos recursos, por tanto hay que combatirlos con toda la fuerza del mundo, sin ninguna contemplación y dentro de la ley. Yo apoyo ciento por ciento a México, al presidente Calderón. Muchos creen que es una batalla que nunca la vamos a ganar, yo no estoy de acuerdo, yo pienso que sí la podemos ganar, va a tomar tiempo, va a significar muchas víctimas, va requerir una perseverancia y sobre todo un coraje muy grande del presidente y del pueblo mexicano.
Básicamente hay que interpretar que en el principio elemental del mercado, de la regla del mercado, si hay demanda habrá oferta, siempre esa es la regla de oro, la gran demanda está en Estados Unidos y aquí nos da la impresión de que ellos no hacen lo que estamos haciendo los demás pueblos, en este caso América Latina para combatir este flagelo.
Este es un problema que tiene dos caras, la demanda y la oferta, si no hubiera demanda no habría oferta y por tanto esta es una tarea que Estados Unidos tiene que luchar en los dos frentes, no solamente tratar de controlar la producción y el tráfico de drogas, sino más importante aún, es tratar de controlar el consumo en su país.
El tráfico de armas...
Ahí tenemos que hacer una cosa mucho más integrada. Por eso uno de los temas importantes que vamos a conversar con el presidente Felipe Calderón es estrechar la colaboración entre nuestros países para ser más fuertes en el combate al crimen organizado, al tráfico de armas y al narcotráfico.
Otro de los temas, otro de los signos de este principio del siglo es la migración, la migración es un problema en europa lo vemos a través de la migración africana rumbo a España que es la puerta de entrada, pero nosotros la estámos viviendo en dos vertientes, la migración que viene de Centroamérica a México para pasar a Estados Unidos, y la migración que va de mexicanos hacia EU, es un escenario que esta fuera de control.
Es un problema complejo porque es natural que las personas busque ir dónde creen que tienen más oportunidades, y por tanto muchos centroamericanos vienen a México, muchos mexicanos van a Estados Unidos, y en eso es muy importante tener reglas más transparentes porque debiéramos tratar de ponernos de acuerdo, qué migración es la que podemos acordar, porque la migración ilegal genera muchos problemas pero el tema de las migraciones va a ser el gran tema o uno de los grandes desafíos de este siglo XXI.
El video de los soldados martirizados
El video de los soldados martirizados
La historia en breve
Ciro Gómez Leyva
Carlos Marín recibió el video el lunes. Lo abrimos juntos. La tortura a patadas y mazazos hasta la muerte de dos soldados del Ejército mexicano. Un narrador in situ que ordenaba: “Ahora sácale un ojo…” El último círculo del infierno. Le pedí que no lo enviara a mi correo, traduciendo por dentro aquella frase de Coetzee de que algunas cosas no es bueno leerlas ni escribirlas.
Dimos por sentado que no lo transmitiríamos. Pero el miércoles fue día de derechos humanos, acusaciones de Naciones Unidas, réplicas del presidente Calderón. Marín hizo lo que sabe hacer muy bien: reportear. Al poco rato sabíamos en dónde ocurrieron los hechos y quiénes eran las víctimas. Momento de discernir, pues, si debíamos poner al aire esa nota: el propio Marín, Velázquez, Christian, Néstor, Cecilia, Héctor, Santillanes y yo. Ocho razonamientos.
Insistí en que si firmamos un acuerdo de medios contra la violencia fue para cumplirlo. Y que era delicado meter esa imagen a la casa de nuestros televidentes.
Media hora después concluimos que, si bien el Acuerdo marca que no podemos convertirnos en voceros involuntarios de los criminales, deja también un margen para mostrar imágenes, si se “dimensionan adecuadamente (…) en su contexto correcto y su justa medida”.
Diseñamos la edición. Serían dos momentos de video de 30 a 45 segundos cada uno. Introducción y “contexto” correrían por cuenta de Marín. Nos fuimos al aire.
Creo que lo hicimos con cuidado y respeto. Pero eso ya no nos toca determinarlo. Si el Consejo Consultivo del Acuerdo de Medios piensa que cometimos una falta, lo asumiremos. Expondremos por qué tomamos la decisión y seguramente aprenderemos al escuchar sus razonamientos.
Esa es la esencia del Acuerdo, creo.
La anarquía no es caos
La anarquía no es caos
Últimamente paso mis días discutiendo con personas, usualmente amigos por suerte, que buscan entender mi alejamiento de mis raíces familiares socialdemócratas y mi despertar hacia el anarquismo [1] .Decir que es una discusión en dos idiomas distintos sería mentir ya que yo sé hablar “estatista” (fue mi lengua materna) pero mis amigos no saben hablar en “anarquista” (alguno que otro está aprendiendo palabras sueltas, ya considero eso un avance) y eso obliga a que la fluidez de la charla sea reemplazada por gesticulaciones exageradas y ahondamiento en conceptos históricos y filosóficos que muchas veces mueven el eje de la conversación más hacia lo semántico y la sección conceptual queda en “hold”. Es un poco frustrante a decir verdad pero como ya me han dicho muchas veces debo tener paciencia y recordar que en algún momento yo tampoco podía concebir mi vida sin la presencia de un Estado ubicuo.
Durante años acumulé dudas y cuestionamientos sobre la verdadera necesidad de la existencia de un Estado, me sumergí superficialmente en textos que a fuerza de una lógica irreductible me enseñaron que el problema no eran los políticos nada más sino el mismo sistema que está ideado para someter, en los casos de éxito, de una manera tan agradable y soslayada que uno termina consensuando la violación y hasta pidiendo un bis. Pero seguía defendiendo lo que yo ya sabía era indefendible. Como Ptolomeo y su teoría geocéntrica utilizaba argumentos de “círculos dentro de círculos” para explicar lo que ya era insostenible. Lo inevitable llegó y empujado por un grupo de “salidos de la Matrix” me decidí a reconocer que todos los datos que recogí durante mucho tiempo llevaban a una sola conclusión, a una verdad grande e ineludible: No necesitamos de un Estado para vivir ordenadamente.
El Estado conoce muy bien a sus enemigos, los tiene identificados y enumerados. Nosotros, los anarquistas, somos pocos y nuestras armas son la lógica y la dialéctica. El Estado no cuenta con herramientas lógicas para sostener su existencia por lo que recurre a la mentira, al engaño, a las bombas de humo y a los trucos de espejos. Una de las mejores ideas con las que nos vino el Estado es la hacer creer a los que viven bajo su bota de que su ausencia significa caos. Caos es desorden pero antes que nada es impredecibilidad, la incapacidad de planear a futuro de manera correcta ya que se no se manejan datos fiables para ello. El Estado entonces se muestra como una bisagra mágica que mantiene todos los elementos cohesionados para que puedan funcionar. Este simple truquito le permite vivir como una sanguijuela, succionando la sangre de miles de millones de personas que día a día se ponen voluntariamente en la fila para que un porcentaje del fruto de su esfuerzo sea extraído de su ser. Esto de mostrarse como héroe salvador, como un padre ejemplar que cuida de sus chicos y ser en realidad un monstruo inmoral devorador de dinero es cuando menos cínico. La premisa de que la vida fuera del Estado es un caos es una premisa falsa. Como bien recalcamos los anarquistas cada vez que podemos hacerlo, la anarquía no es ausencia de orden sino ausencia de líderes. Y el orden que funciona mejor es el orden voluntario, no el impuesto.
El Estado se encargó hasta de cargar de una semántica negativa a la palabra “anarquía” transformándola en un sinónimo de descontrol. Todos los días miles y miles de periodistas alrededor del mundo y en su ignorancia utilizan “anarquía” para hablar de situaciones caóticas y de desorden de todo tipo. Una gran victoria para el Estado hay que decirlo ya que antes siquiera de entrar a discutir conceptos debemos explicar raíces etimológicas y trucos semánticos dignos de Goebbels. Algunos más expertos asocian a los movimientos separatistas con la anarquía, nada más alejado de la realidad. La anarquía no promueve el uso de la violencia sino el uso de la razón. Razón que el Estado no necesita usar para probar sus puntos ya que a fuerza de firmas transforma todos sus caprichos en leyes obligatorias y si uno osa decidir a no obedecer el Estado llega con sus carritos blindados y sus soldados armados para utilizar la fuerza bruta y convencerte de lo contrario. El Estado sostiene que sus intenciones son buenas pero arremete con la fuerza bruta a quienes las cuestiona en forma y fondo y más aún a quienes deciden no someterse a sus arbitrariedades. Esos son los momentos en donde la careta se desploma y el rostro del ogro avaro emerge, pero la ceguera colectiva impide divisar correctamente al verdadero malvado.
Ser anarquista es abrazar el lado más humano del ser humano. Es no basar nuestras decisiones morales en arbitrariedades de otros seres humanos. Ser anarquista es reconocer que la libertad es el bien más preciado que existe y que no se necesita un orden coercitivo, obligatorio y forzado para alcanzar la felicidad. Un anarquista respeta la vida, la propiedad y la libertad ajena, tres cosas que el Estado avasalla todos los días a fuerza de leyes y reglas impuestas. Ante la ausencia de líderes cada ser humano se rige a si mismo buscando el beneficio personal sin lastimar los derechos naturales de los demás. Se reconoce al individuo como el ser más importante y se interactúa libremente intercambiando bienes y servicios. Ser anarquista implica reconocer que el uso de la violencia y la coerción es inmoral y que no puede ser justificado con el bien común.
Probablemente mis discusiones se sigan basando en separar anarquía de caos, algún día quizás me vea haciéndolo menos y discutiendo más sobre conceptos morales filosóficos propios del voluntarismo.
Será un gran día.
Banca libre: Dinero sin Estado
Banca libre: Dinero sin Estado
La banca sin regulación. Escrito por Lawrence White, publicado en la Revista Digital Orden Espontáneo.
¿Qué tan bien funcionaría el sistema bancario si no existiesen regulaciones gubernamentales? Una forma de empezar a responder esta pregunta es examinando el registro histórico. En el siglo XIX muchos países tuvieron sistemas bancarios relativamente no regulados con pocas o ninguna de las restricciones que padecen hoy en día los bancos en los Estados Unidos: barreras legales a la nueva entrada, seguros de depósitos, restricciones geográficas y de actividad, requerimientos de reserva y protección a bancos favorecidos contra las quiebras. Debido a que estos sistemas eran tan diferentes a los actuales, arrojan valiosa luz sobre las posibles consecuencias de una banca completamente libre en el futuro.
Una fuente útil de información histórica es el volumen recientemente publicado cuyo título es The Experience of Free Banking, editado por Kevin Dowd (Londres: Rouledge, 1992). Los contribuidores al libro (uno de los cuales soy yo) investigan sistemas bancarios relativamente no regulados en nueve diferentes países durante el siglo XIX: Australia, Canadá, Colombia, China, Francia, Irlanda, Escocia, Suiza y Estados Unidos. Un capítulo resumen escrito por Kurt Schuler muestra que existieron otros 50 episodios que quizás también sean investigados en detalle. La reciente evidencia histórica, del tipo provista por este libro, complementa provechosamente los otros tantos estudios de banca y moneda de libre mercado que han sido publicados en años recientes.
Tres lecciones de la historia
¿Qué podemos aprender de los episodios históricos de sistemas bancarios relativamente no regulados? Trataré de resumir tres lecciones principales concisamente, sin todos los detalles, notas a pié de página, y salvedades menores que puede que sean mencionadas. Espero que mis colegas académicos me perdonen por infringir las normas de conducta profesional de esta manera.
Primera lección: Los sistemas bancarios sin regulaciones no causan inflación de la oferta monetaria o de los precios.
Dado que los requerimientos de reservas restringen a los bancos hoy en día, los economistas muchas veces han temido que los bancos sin exigencias de mínimas de reservas no enfrentarían restricciones que evitaran la sobre-emisión de los depósitos a la vista o los billetes bancarios. No obstante, el miedo es históricamente infundado. Un mercado competitivo obliga a los bancos no regulados a fijar el valor de sus pasivos representados por los depósitos y los billetes emitidos en términos del dinero base de la economía, al ofrecer convertibilidad a la par (a la totalidad de su valor nominal) en dinero base. En el pasado, el dinero base eran monedas de oro o de plata. El “dólar” era originariamente una moneda de plata. Para evitar el bochorno, en ausencia de una protección gubernamental, un banco no podría emitir demasiados pasivos en relación a sus reservas de dinero metálico.
Bajo convertibilidad, el valor del dinero cae (ocurre inflación de precios) sólo cuando la oferta del dinero base de la economía crece más rápido que la demanda real de dinero base. Bajo el patrón oro y plata del siglo XIX, la inflación de precios en un solo año era mínima bajo estándares modernos. En el muy largo plazo, la inflación de precios fue virtualmente cero.
Segunda lección: La competencia sin regulaciones entre bancos no desestabiliza el sistema bancario.
La inestabilidad es el miedo frecuente de aquellos que piensan que las leyes de la “banca libre” en algunas partes de los Estados Unidos durante el período prebélico llevaron a un sistema bancario irresponsable, popularizado como banca “loca” (wildcat banking). Resulta que la banca “loca” es en gran parte un mito. A pesar de que las historias acerca de prácticas bancarias deshonestas son entretenidas – y por esa razón han sido repetidas infinitamente en los libros de texto – los historiadores económicos modernos han encontrado que en realidad fueron muy pocos los bancos que entran dentro de cualquier razonable definición de “banca loca”. Por ejemplo, de los 141 bancos que se crearon bajo la legislación de “banca libre” en Illinois entre 1851 y 1861, sólo uno cumple el criterio de haber sobrevivido menos de un año, siendo que se estableció específicamente para obtener beneficios a partir de la emisión de billetes bancarios, y operaba desde una ubicación remota. Los llamados sistemas de “banca libre” en un número de estados americanos prebélicos estaban en realidad entre los más regulados de todos los sistemas competitivos de emisión de billetes del siglo XIX. La inestabilidad fue experimentada en algunos pocos estados, pero no debido a una banca loca, sino debido a regulaciones estatales que involuntariamente promovieron la inestabilidad. Las regulaciones de “banca libre” en algunos estados hicieron que sea más fácil cometer fraudes; en otros estados las regulaciones desalentaban o evitaban que los bancos diversificaran apropiadamente sus activos. La banca fue más estable en sistemas menos regulados como Canadá, Escocia, y Nueva Inglaterra.
¿Cómo era posible la estabilidad en sistemas bancarios sin garantías de depósitos (nada como seguros de la FDIC) ni un prestamista gubernamental de última instancia (nada como la Reserva Federal)? Los depositantes eran más cuidadosos en elegir los bancos, y los bancos correspondientemente, para atraer clientes cautelosos, tenían que ser más cuidadosos a la hora de elegir sus carteras de activos de lo que lo son los bancos hoy en día gracias a las garantías de depósitos y al prestamista de última instancia. Los bancos a veces sí quebraban. Sin embargo, las quiebras bancarias casi nunca eran contagiosas, o propensas a extenderse hacia bancos solventes, por muchas razones. Cada banco trataba de mantener una identidad distintiva de sus rivales, y era capaz de hacerlo cuando este no estaba obligado por alguna regulación a mantener similares carteras de activos. Por lo tanto, los depositantes no tenían ninguna razón para inferir de los problemas de un banco que el siguiente banco estaba en problemas también. Los bancos en general estaban bien capitalizados, por lo que el miedo de insolvencia era remoto. En algunos casos los bancos tenían capital extra “fuera del balance general” en el sentido de que los accionistas contractualmente se obligaban a responder con sus propios activos personales a repagar a los depositantes y tenedores de pagarés en la circunstancia en que los activos del banco fuesen insuficientes. Los bancos diversificaban sus activos y pasivos bien, estando libres de las restricciones de línea de negocios y actividades. Los bancos eran cuidadosos en evitar una excesiva exposición a otros bancos, lo que significa que ellos minimizaban el riesgo de quedar atrapados con incobrables promesas de pago de otros bancos. Algún grado de exposición es inevitable en cualquier sistema en el cual un banco acepta depósitos de sus clientes en la forma de cheques o notas bancarias emitidas por otros bancos. Un banco está expuesto hasta que liquida y ajusta sus cuentas con los otros bancos a través de la cámara de compensación. Las cámaras de compensación privadas, particularmente a fines del siglo XIX en los Estados Unidos, bajaban los riesgos de exposición interbancaria mediante estrictas exigencias de solvencia y liquidez por parte los bancos para ser miembro de dicha cámara. Las cámaras de compensaciones eran un vehículo por medio del cual los bancos reputados se regulaban voluntariamente como grupo ellos mismos. Las asociaciones de cámaras de compensaciones fueron pioneras en desarrollar técnicas para monitorear e imponer la solvencia y la liquidez, tales como informes de balance general e inspecciones a bancos. Las asociaciones de cámaras de compensaciones también hacían préstamos de “última instancia” a los bancos miembros solventes que estuviesen experimentando temporales problemas de liquidez. El Sistema de la Reserva Federal no introdujo sino que simplemente nacionalizó la regulación bancaria y el rol de prestamista de última instancia.
Tercera lección: El sistema bancario no es un monopolio natural.
La experiencia histórica muestra que existen algunas tendencias a que los bancos más grandes sean más eficientes, pero no más allá de cierto tamaño. Los bancos con sucursales por todo el país sí tienden a dejar fuera de competencia a los bancos más pequeños en algunas áreas del negocio bancario, pero no en todas las áreas. Los bancos deben ser lo suficientemente grandes como para poder diversificar sus activos y pasivos adecuadamente, pero esto no requiere que sean grandes en relación al mercado bancario total. Los desarrollos recientes en las tecnologías financieras de gestión de préstamos sindicados y las securitizaciones puede que hayan reducido el tamaño a partir del cual un banco se vuelve lo suficientemente grande. En ausencia de las regulaciones gubernamentales que actualmente favorecen a los bancos más grandes, particularmente la doctrina “demasiado grande para caer” por parte de la Reserva Federal y la Corporación Federal de Seguros de Depósitos, resultaría una estructura financiera estable y desregulada que probablemente incluiría tanto bancos grandes como pequeñosLa maquinaria de la libertad
La maquinaria de la libertad. El anarcocapitalismo utilitarista de David Friedman
David Friedman: Anarcocapitalismo utilitarista. Escrito por Albert Esplugas
Creo que aunque hay ciertas tareas importantes que por motivos especiales son difíciles de realizar bajo instituciones estrictamente de propiedad privada, estas dificultades son en teoría, y pueden serlo en la práctica, solubles. Yo sostengo que no hay ninguna función adecuada para el gobierno. En este sentido soy un anarquista. Todo lo que el gobierno hace puede ser clasificado en dos categorías: aquello que podemos suprimir hoy y aquello que esperamos poder suprimir mañana. La mayor parte de las funciones gubernamentales pertenecen al primer tipo. David Friedman, The Machinery of Freedom[1].
El economista David Friedman, profesor de derecho de la Universidad de Santa Clara e hijo del Nobel Milton Friedman, es uno de los máximos exponentes vivos del anarco-capitalismo, a la par que uno de sus teóricos más heterodoxos. No hay servicio, afirma, que el mercado no pueda proveer de manera más eficiente y justa que el Estado, desde la sanidad a los tribunales, pasando por la enseñanza, la gestión de las calles o la policía. Friedman se define como un conservador goldwateriano que simplemente lleva el principio de la libertad más lejos que el célebre político republicano. De hecho a veces gusta llamarse, en su peculiar jerga política, un “anarquista goldwateriano”[2]. Aborda el anarco-capitalismo desde una perspectiva fundamentalmente pragmática, lo que le distingue de otros autores como Murray Rothbard o Hans-Hermann Hoppe que ponen el acento en los derechos naturales del hombre.
Friedman rechaza el utilitarismo como patrón último para determinar lo que debe hacerse y lo que no, pero considera que los argumentos de esta clase son en general los más eficaces para defender la doctrina libertaria. La gente tiene ideas muy diversas acerca de lo que es justo, sin embargo la mayoría coincide en que la felicidad y la prosperidad son propósitos deseables. Arguye Friedman que si, por ejemplo, aboga por la derogación de las leyes antidrogas alegando que violan los derechos individuales de los adictos, sólo convencerá a otros liberales. Pero si explica que las leyes antidroga generan delincuencia debido al aumento de los precios y que la baja calidad de los estupefacientes, principal causa de mortalidad entre sus consumidores, es típica de los mercado ilegales, probablemente entonces pueda convencer incluso a personas que no crean que los adictos tengan derechos. El profesor Friedman apunta otra razón por la cual emplea a menudo argumentos utilitaristas, que es que su especialidad es la economía y no la filosofía moral. Por otro lado opina que la primera es una ciencia más desarrollada que la segunda: se sabe más sobre las consecuencias de determinadas instituciones que sobre lo que es la justicia.
El anarco-capitalismo, dice el teórico libertario, no requiere ningún “hombre nuevo” para materializarse. “Una utopía que sólo es factible en una sociedad de santos es una visión peligrosa, porque nunca hay suficientes santos”[3]. Su tesis es que la viabilidad del anarco-capitalismo no requiere más “santos” de los que hay ahora (antes al contrario, le basta con menos), y una vez instaurado sería un sistema estable que dudosamente evolucionaría hacia un régimen estatista. Friedman considera que bajo instituciones gubernamentales la ley es como un bien público (porque se aplica a todos aquellos ciudadanos que se encuentran en una misma jurisdicción, hayan o no votado la ley) y en consecuencia es una “mercancía” subproducida. En este contexto, la “mala” legislación (la que beneficia a determinados grupos en detrimento de los demás) tiene un componente menor de bien público y es por lo tanto más abundante que la “buena” legislación (la que beneficia a todos). Friedman ilustra este fenómeno explicando que en un escenario en el que uno puede obtener 1000 dólares o bien mediante la derogación de un ingente número de leyes que favorecen intereses especiales o bien mediante la aprobación de una sola ley que favorezca su interés especial particular, será más costosa para el afectado la primera opción, aunque beneficie a la sociedad entera[4]. De ahí el extraordinario afán por servirse del sistema democrático para conseguir privilegios y socavar el libre mercado, lo que acaba redundando en perjuicio de todos. En una sociedad sin Estado, por el contrario, la ley dejaría de tener carácter de bien público, pues cada individuo compraría y obtendría su propia legislación. No así la promoción del estatismo, porque las políticas públicas deben aplicarse indistintamente sobre los individuos de un territorio dado y para un particular resultaría más costoso reintroducir el gobierno (aunque vaya a beneficiar a todos) que recurrir al libre mercado para lograr lo que desea. En realidad Friedman piensa que es el Estado mínimo y no la sociedad anarco-capitalista la que merece el epíteto de utópico, puesto que la lógica de los intereses especiales siempre acabaría dilatando el reducido sector público inicial. De hecho la imposibilidad del Estado mínimo se habría observado en la evolución del propio sistema norteamericano, que presuntamente se hallaba constreñido por una constitución liberal y es hoy un engendro intervencionista de titánicas dimensiones.
Examinemos ahora con cierto detenimiento el interesante juicio del profesor Friedman sobre algunas cuestiones más concretas.
Policía, tribunales y leyes
Friedman considera que en una sociedad sin Estado los servicios de policía podrían ser proveídos por agencias privadas de protección, cuyas prestaciones irían desde la colocación de vallas defensivas y alarmas a patrullas de gendarmes y sustitutos electrónicos. La composición del servicio la determinarían los costes y la efectividad de las distintas alternativas. A diferencia del Estado, que tiene nulos incentivos para proteger a sus ciudadanos (más bien tiene incentivos para expoliarlos), las agencias de protección competirían en un mercado libre y se verían empujadas a suministrar el mejor servicio al menor precio posible. Las diferentes empresas extenderían contratos entre ellas especificando el tribunal privado que resolvería los conflictos mutuos.
Si un individuo de una agencia fuera acusado de cometer un delito contra un individuo de otra agencia, la opción de un enfrentamiento violento entre ambas agencias sería absolutamente antieconómica (por el coste de los daños, porque el riesgo de pugna subiría los precios y los consumidores se desplazarían a empresas menos conflictivas y baratas…). Teniendo en cuenta que las guerras son caras y que se trataría de empresas con ánimo de lucro, éstas evitarían las disputas recurriendo a tribunales estipulados de antemano. Los tribunales, que a su vez competirían para captar a las agencias, ofrecerían un surtido de leyes que se ajustaría a la demanda del mercado. Las agencias patrocinarían los tribunales más eficientes y con una oferta de leyes más atractiva para sus clientes. En la práctica es posible que muchas empresas de protección, con el propósito de ahorrar complejidad a sus usuarios, contratasen el mismo tribunal y muchas cortes adoptasen sistemas de leyes idénticos o casi iguales. Si resultara confuso tener numerosos sistemas legales distintos, los tribunales tendrían un fuerte incentivo para uniformar sus leyes, lo mismo que las compañías papeleras tienen incentivos para estandarizan el tamaño de las hojas[5].
De este tipo de instituciones, sin embargo, no se seguiría necesariamente una legislación liberal. La ley estaría sujeta a la demanda de los consumidores y en tanto que éstos reclamaran disposiciones antiliberales el mercado las proveería. Pero, a diferencia del contexto estatista, “la demanda del mercado es en dólares, no en votos”[6]. La protección contra las agresiones tendría lógicamente una gran demanda, pero habría poco mercado para la sanción de “delitos sin víctimas”, puesto que no dañan a nadie físicamente. Y si el coste de una medida prohibicionista es mayor para los afectados que su valor para los promotores (lo que sucederá casi siempre), los primeros estarán dispuestos a pagar más para prevenirla que los segundos para implementarla y en consecuencia la ley no sobrevivirá[7].
Según David Friedman un sistema anarco-capitalista con suficiente aceptación popular estaría razonablemente a salvo de amenazas interiores y sería mucho más pacífico que un escenario estatista. Las agencias se financiarían mediante pagos voluntarios y competirían en el mercado, por lo que en el instante en que alguna procediera, por ejemplo, de manera belicosa, el consumidor podría contratar otra empresa y aquélla se quedaría sin clientes y sin fondos para proseguir con su fechorías. Como señala Friedman, sería como si un mandatario declarara una guerra y al día siguiente la población de su país se hubiera reducido a tres generales, veintisiete corresponsales y él mismo[8].
¿Podría producirse una colusión entre las distintas agencias para someter a la ciudadanía? Ante todo, ese sería un peligro menos probable si la población estuviera armada. Dicho esto, cabe considerar que en la actualidad la policía y el ejército también podrían sublevarse y tomar el control de las instituciones, y sin embargo no lo hacen. Según Friedman habría que presumir que existen ciertas restricciones morales internas que se lo impiden y que podrían darse igualmente en una sociedad sin Estado. De hecho hay razones para pensar que bajo el anarco-capitalismo el ansia de poder sería menor, pues las agencias estarían administradas por empresarios eficientes dedicados a complacer al consumidor, no por políticos que se arrogan el derecho a dominar al pueblo. Asimismo es preciso tener en cuenta que quizás la colusión fuera factible si hubiera sólo tres agencias de protección en todo el territorio, pero no si hubiera diez mil, porque entonces los consumidores se desvincularían de las que actuaran como gobiernos y se adherirían a las que custodiaran sus derechos. Y atendiendo al tamaño económicamente óptimo que una empresa de protección podría tener, Friedman considera que la cifra de agencias estaría más cerca de diez mil que de tres[9].
El sistema de justicia actual proporciona un mejor servicio a los individuos con rentas altas. Aunque el mercado de protección no proveería igualdad, sí mejoraría la posición de los más pobres. Friedman estimó en los años 70, cuando el gasto del gobierno estadounidense en fuerzas de seguridad y tribunales era de unos 40 dólares per cápita anuales, que en una sociedad anarco-capitalista un servicio de la misma calidad quizás podría costar 20 dólares, precio asequible para virtualmente cualquier familia norteamericana, máxime si se suprimen los impuestos.
Aislacionismo militar
Friedman se plantea la cuestión de la política exterior prescindiendo de si la ejecutaría un gobierno limitado o instituciones privadas. Su tesis es que una país / sociedad no puede tener una política exterior genuinamente libertaria (en tanto que “política exterior” implica la existencia de otros Estados; en un mundo anarcocapitalista, sin fronteras territoriales, ese concepto carecería de sentido).
Se distinguen dos posicionamientos básicos: el intervencionista y el aislacionista.
Bajo una política intervencionista una nación mantiene numerosas alianzas y apoya regímenes varios considerados de interés para la seguridad nacional. No es válido decir que estas ingerencias en los asuntos internos de otros Estados son ilegítimas per se, ya que son los individuos y no los Estados los que en rigor no pueden ser interferidos o agredidos. Otorgar inmunidad a los segundos es quitársela a los primeros, puesto que es conceder al Estado la plena libertad (el derecho a no ser agredido) para violar la libertad de su pueblo. Pero la política intervencionista es sensible a otro argumento, que es que su aplicación casi inevitablemente conlleva el sostén de regímenes opresivos. Coligarse con el Shah de Irán, explica Friedman, no sólo implicó defender a su país de las agresiones externas, también implicó armar a su policía secreta. Y si se está apoyando, entrenando, equipando, subvencionando las fuerzas que el gobierno emplea para someter a su pueblo, se es parcialmente responsable de esta coerción.
Bajo una política aislacionista una nación apenas posee socios y sólo interviene cuando es agredida. En el contexto de la guerra fría, por ejemplo, eso suponía sustituir las alianzas por un buen número de misiles termonucleares. Si la Unión Soviética atacaba Estados Unidos, éste debía responder lanzando sus cohetes sobre suelo ruso, y entonces el resultado hubiera sido la aniquilación de millones de personas inocentes, simples víctimas del sistema comunista y tan responsables de las decisiones del gobierno Moscú como cualquier norteamericano. Lo que afirma Friedman es que una guerra de auto-defensa también conlleva una vasta pérdida de vidas civiles.
Así pues, no parece que ninguna de las dos grandes categorías se ajuste al principio de no-agresión liberal. Habría alguna otra alternativa según el profesor Friedman, aunque poco halagüeña. Por ejemplo el empleo de guerrillas en lugar de alianzas o misiles. Pero dice que históricamente las guerrillas, sin apoyo externo, han sido poco exitosas enfrentándose a ejércitos regulares. Además, es dudoso que en una guerra de guerrillas se respeten más los derechos individuales, a menos que éstas limiten severamente sus actuaciones (y sus posibilidades de vencer). Se apunta a menudo que aun sin ejército una sociedad anarco-capitalista, armada y hostil, sería difícil de conquistar por un Estado, ya que carecería de la estructura administrativa necesaria para controlar a la población. Pero, como apunta Friedman, habría un método simple para someterla: se advierte a una ciudad del territorio libre que si no paga un tributo será arrasada con proyectiles. Si la ciudad se niega a ceder, el agresor lanza las bombas, se registra en video la masacre y se envía la cinta a la próxima ciudad, que probablemente pagará.
Aparte de la mera rendición, por lo tanto, no parece haber una estricta postura libertaria que sea aceptable. El profesor Friedman arguye que en estas circunstancias lo más sensato y práctico es un posicionamiento fundamentalmente aislacionista. Distintos objetivos en conflicto en el seno de la Administración derivan a menudo en una política exterior mal diseñada. A modo de ejemplo Friedman menciona el caso de Estados Unidos, que entró en una guerra por intentar defender a China de Japón, durante los próximos treinta años estuvo defendiendo a Japón, Corea, Vietnam… de China, y luego descubrió que era precisamente China su verdadero aliado contra la Unión Soviética[10]. El aislacionismo generaría de este modo menos disputas e incentivaría a los otros países afines a ser militarmente autónomos.
Crítica al apriorismo de la no-agresión
Para David Friedman el principio libertario de la no-agresión se antoja simple y verdadero sólo porque se aplica de manera selectiva a casos poco complejos. En realidad la materia es mucho más problemática y las máximas tradicionales del tipo “no puede iniciarse nunca la coerción”, “el hombre tiene pleno derecho sobre su propiedad, con la condición de que no viole los respectivos derechos de los demás”, no sirven para fundamentar todo el cuerpo teórico liberal[11]. Friedman es consciente de que su defensa del libertarismo en términos utilitaristas puede ser criticada muy duramente desde posiciones iusnaturalistas, ya que parece implicar que uno debe rechazar la libertad si descubre que algún método coercitivo funciona mejor. Pero la cuestión es que los principios liberales apriorísticos, tomados literalmente, presentan algunas dificultades que según Friedman parecen insolubles y producen ciertas conclusiones que virtualmente ningún libertario estará dispuesto a aceptar. Así pues, a partir del concepto de los derechos naturales no sería posible (al menos en la actualidad) deducir íntegra y consistentemente el modelo de una sociedad libre.
Friedman razona su punto de vista planteando sugestivos interrogantes y situaciones. Se pregunta, por ejemplo, qué es lo que debe entenderse por “trasgresión de la propiedad”. Si alguien dispara un láser de mil megavatios contra su puerta sin duda estará violando sus derechos de propiedad, pero ¿qué sucede si reduce la intensidad del brillo, por ejemplo al nivel de una linterna? ¿Dónde fijar una frontera? Si alguien enciende una luz en su casa y un vecino la percibe desde la suya, con el ojo desnudo o a través de un telescopio, significará que algunos fotones se han introducido en la propiedad del segundo sin que éste lo haya consentido. ¿Trasgresión de derechos? Algo similar sucedería con la polución. Si uno tuviera derecho absoluto sobre su propiedad, podría alegar que sus vecinos deben contener la respiración, porque cualquier molécula de dióxido de carbono que exhalen y penetre en su propiedad sin su consentimiento será una violación de derechos. Una respuesta a estos problemas, apunta Friedman, es sostener que sólo son admisibles las trasgresiones significativas. ¿Pero qué es una trasgresión significativa? Y si para contestar debemos examinar las consecuencias de las acciones ya estaremos emitiendo un juicio utilitarista.
Igualmente, dice el profesor Friedman, surgen problemas cuando se contempla la probabilidad de determinados efectos en lugar de su “volumen”. Emplea aquí la siguiente analogía[12]: si uno juega a la ruleta rusa con un tercero se considerará una violación de derechos, pero ¿y si la recámara tuviera mil o un millón de cápsulas? Si también se considera una violación de derechos, ¿significa que nadie puede realizar ninguna acción si existe la posibilidad de que ésta dañe a otro individuo? ¿Es legítimo que vuelen los aviones si sabemos que éstos tiene una probabilidad de 1 entre X de estrellarse contra una población?
Según Friedman, desde el iusnaturalismo no podemos responder por qué un elefante no puede cruzar nuestra propiedad y en cambio sí puede hacerlo un satélite a miles de kilómetros de altura. La teoría lockeana de la adquisición de la tierra (nos apropiamos de la tierra cuando mezclamos nuestro trabajo con ella) tampoco sería útil para determinar por qué si despejamos un bosque no nos apropiamos sólo del valor añadido fruto de nuestro esfuerzo, sino de la tierra entera[13].
Pero habría otros problemas además de los relacionados con la acotación de los derechos de propiedad. También un sistema legal libertario suscita espinosos interrogantes. Raramente un juicio produce una certeza de culpabilidad. Si existe un 2% de posibilidades de que un condenado sea inocente y se violen, por tanto, sus derechos, ¿puede legitimarse la sentencia de culpabilidad desde principios iusnaturalistas? ¿Qué podemos decir a priori de la justeza de un determinado margen de error? Y en cuanto a la pena, ¿cómo derivar del principio de no-agresión el castigo o la indemnización adecuada?
Dejando de lado las situaciones que acaso entrañarían violaciones menores de derechos, Friedman indica que podemos imaginar otro tipo de escenarios comprometedores para los libertarios. Si en una propiedad privada en la que se prohíbe portar armas alguien saca un rifle y se dispone a disparar a la multitud, ¿debe uno abstenerse de quitar el arma al maníaco y emplearla para contenerle? Eso parece, si hay que ceñirse a los principios, pero es dudoso que encontremos muchos liberales dispuestos a ser consecuentes.
Friedman sugiere la posibilidad de sustituir la máxima tradicional de la no-agresión (“nunca iniciar la coerción”) por otra que nos remita al objetivo deseado: “minimizar la coerción”. De este modo, en el escenario anterior, un individuo podría transgredir los derechos del propietario quitándole el rifle al maníaco y salvar así numerosas vidas. El monto total de coerción sería mucho menor. Pero este precepto utilitarista tampoco satisface a Friedman, que no está dispuesto a aceptar algunas de las conclusiones que de él pueden derivarse. Por ejemplo, aunque minimizaría la coerción, se opone a que alguien robe un arma de 100 dólares para evitar que un asaltante le hurte 200. Otro problema sería que este criterio es fútil ante la disyuntiva entre un coste reducido de coerción y un coste enorme de cualquier otra cosa. Por ejemplo, si un asteroide estuviera a punto de colisionar contra la Tierra y la única manera de evitarlo fuera robando un artefacto perteneciente a otro individuo, la fórmula de la “minimización de la coerción” no nos autorizaría a sustraer el artefacto, porque una catástrofe natural no es ningún tipo de coerción, y entonces perecería toda la humanidad[14].
Una posible respuesta a todos estos planteamientos, señala Friedman, sería que el libertarismo es un principio absoluto, si bien las máximas simples tradicionales (no-agresión etc.) son en realidad aproximaciones a unas pautas más complejas y sutiles, y por tanto es lógico que en determinadas situaciones difíciles las aproximaciones no resulten adecuadas. El profesor Friedman dice simpatizar con este punto de vista, pero aclara que no es muy útil para enfrentarse a las cuestiones del mundo real, al menos hasta que alguien concrete cuáles son realmente estos principios.
Otra posible respuesta, con la que Friedman también simpatiza, es que hay distintos valores importantes que no pueden ser clasificados en una simple jerarquía. La libertad sería un valor, pero no el único.
Una tercera respuesta, característica de los iusnaturalistas, es que no hay ningún conflicto entre la libertad a priori y el utilitarismo, quizás porque existe una conexión profunda entre ambos. Las problemáticas planteadas anteriormente debieran interpretarse entonces como una combinación de errores sobre lo que es posible (por alguna razón esas situaciones no podrían ocurrir en el mundo real) y errores acerca de lo que verdaderamente implican los correctos principios liberales.
La conclusión de Friedman es que el libertarismo no es una colección de proposiciones simples e inequívocas, sino un intento de aplicar ciertas nociones económicas y éticas a una realidad muy compleja[15].
Tú y el Estado
Tú y el Estado. El anarcocapitalismo contractualista de Jan Narveson
Tú y el Estado. Política y anarquía. Escrito por Gorka Echevarría Zubeldia. La mayoría de los textos de filosofía política que se pueden adquirir en las librerías predica un modelo de sociedad colectivista que ve en el Estado el redistribuidor que impondrá la tan necesaria justicia social. You and the State, del filósofo Jan Narveson, parte de la premisa contraria: el Estado es el problema, un obstáculo para que nuestras sociedades sean más libres.
Narveson, autor de una de las más brillantes obras sobre el pensamiento liberal: The Libertarian Idea, es un avezado defensor de la libertad y, por tanto, un critico de la democracia. “El Estado democrático moderno es enemigo de la libertad”, afirma sin ambages Narveson. Frases como ésta dicen mucho del coraje intelectual de este canadiense, sobre todo si se tiene en cuenta que en el ámbito del pensamiento político la estatolatría es la religión de moda.
A juicio de nuestro autor, ninguna democracia se ha tomado en serio el derecho de propiedad; es más han favorecido el expolio de la gente al amparo del “bien común”, denuncia.
Si la gente vota en función de sus creencias y no se ve en la necesidad de comprender cómo funciona el sistema y de analizar las distintas opciones que se le presentan, el resultado puede ser nefasto, advierte Narveson. Si a esto le añadimos que el voto vale más bien poco y que los políticos prefieren atender a los grupos de presión, principalmente porque éstos están mejor organizados y porque el resto de la sociedad no se hace a la idea del coste que acarrea el primar a los lobbies, se comprenderá mejor por qué Narveson dice que el sistema deja bastante que desear.
Los políticos se afanan por prometer muchas cosas, y para cumplirlas necesitan mucho dinero, y para conseguir mucho dinero lo que hacen es poner muchos impuestos. La promesa más socorrida es la de igualar las rentas, porque tiene más tirón que la búsqueda de la libertad. Los que prometen más bienestar para todos comienzan por meter la mano en el bolsillo de los que trabajan y por asegurar que ese dinero se destinará a los más necesitados; que luego no sea así, y que las sociedades donde más se insiste en redistribuir la renta sean las más pobres, no es algo que importe mucho, porque lo que venden los políticos es mero humo.
“Cuando un consumidor tiene creencias erróneas sobre lo que comprar, quien paga la cuenta es él –dice Narveson, citando a Bryan Caplan, de quien ya nos hemos ocupado en este suplemento–. Cuando el votante sostiene creencias equivocadas sobre la política del Gobierno, es a toda la población a quien le toca pagar la factura”. Tomen buena nota.
El liberalismo, en cambio, pretende que el Gobierno gobierne sin interponerse en el camino que separa a la gente de los objetivos que persigue. De ahí que no acepte que la democracia no tenga límites, ni que las constituciones que permitan casi todo: por ejemplo, arrebatar su casa a un individuo para cumplir con tal o cual función social.
“El liberalismo sostiene el derecho de todos a la mayor libertad compatible con el mismo derecho para todos”, recuerda Narveson; y añade: el liberalismo no puede aplaudir que nos esposemos al ordenador para darle el 50% de nuestro salario al Estado, porque eso se asemeja bastante a una condena a galeras.
El Estado del Bienestar recorta los derechos individuales y los sustituye por el derecho a la salud, a la educación, a la vivienda, etcétera. Estos derechos de nuevo cuño contribuyen a subvertir el orden social porque conceden al Estado el derecho a quitar a unos para dar a otros.
Para los liberales, en cambio, el derecho a la salud no significa que unos deban pagar los costes de la atención sanitaria en que incurren otros; todo lo contrario: significa que nadie puede atentar contra la salud de un tercero. En cuanto a la educación, la gente acepta que sus hijos sean adoctrinados con asignaturas como Educación para la Ciudadania y forzados a estudiar durante largos años, valgan o no para ello, aunque el resultado sea que luego no sepan realizar ningún trabajo y precisen de una carrera universitaria e incluso de un máster para empezar a ser productivos. Y todavía pretenden forzarnos a dar las gracias al Estado protector…
También nos protege el Estado, con sus incontables leyes, del capitalismo, que es tan salvaje que necesita ser metido en cintura. Eso nos dicen los estatistas, para quienes papá Estado y su afán por el “bien común” nada tienen que ver con el paro, o con lo difícil que resulta pagar la hipoteca o hacerse con un patrimonio suficiente para ir tirando…
Ante este panorama, Narveson se presenta como un adalid del capitalismo anarquista, el anarcocapitalismo, que aboga por la supresión del Estado y por que las sociedades estén organizadas de tal modo que hasta la seguridad y la justicia se atengan a las leyes del mercado. En un apasionante capítulo final, Narveson presenta de forma condensada los argumentos más potentes de esta teoría, sin duda sugerente pero lejos de ser factible en un futuro próximo, dado el imponente grado de intervencionismo que padecemos. Ahora bien, los anarcocapitalistas tienen un buen punto frente a los liberales partidarios del Estado Mínimo, es decir, de un Estado que se limite a proteger la libertad, la vida y la propiedad de los individuos: todos los intentos de contener la expansión del poder político han sido tan infructuosos como utópicos, y probablemente sea siempre así.
El mensaje de You and the State es duro pero auténtico, apasionante y realista. Si este libro se tradujera al español y fuera utilizado como manual de Derecho Político en nuestras universidades, probablemente el número de personas engañadas por el sistema vigente se reduciría notablemente… y aumentaría en la misma medida el de quienes sostienen que el Estado no es la solución.
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