Era de aquí, y era de allá
"Si los malos supieran lo buen negocio que es ser bueno, serían buenos, aunque sólo fuera por negocio", solía decir Facundo Cabral. Es evidente que quienes acabaron con su vida no tenían en sus planes dejar de ser malos.
El asesinato de Facundo Cabral debería recordarnos que el crimen figura en Guatemala, según el Indice de Competitividad Global (ICG) 2010-2011 del Foro Económico Mundial, como el factor que mayor preocupación genera entre los encuestados. Al igual que en El Salvador.
De hecho, ambos países ocupan los puestos 138 y 139, sobre un total de 139 países analizados, en materia de efectividad contra el crimen organizado. No hace falta profundizar demasiado para comprender que un eje prioritario de la acción estatal debería ser el combate a la inseguridad.
Tampoco es difícil convencerse de lo imprescindible que resulta elevar el nivel de la actual discusión sobre la forma en que tal combate debería financiarse en El Salvador: seamos de aquí o de allá, el respeto por la vida no admite demoras ni errores de enfoque. No es un asunto ideológico.
De Facundo Cabral me quedará grabado un encuentro absolutamente casual ocurrido en el año 2000, precisamente en El Salvador: estábamos con mi esposa almorzando en el restaurante de un hotel luego de haber andado toda la mañana buscando casa, dado que estábamos por mudarnos a estas tierras, cuando Cabral, al escucharnos hablar, se nos acercó confirmando "¿ustedes son argentinos, no? ".
Ante nuestra respuesta positiva, agregó: "yo también soy argentino, y canto". Fue como que se acerque Maradona y se presente diciendo "yo también soy argentino, y jugaba al fútbol". Sorprendidos, al unísono le dijimos: "por supuesto, cómo no vamos a saber que vos sos Facundo Cabral. Sentáte".
Y se quedó a almorzar con nosotros. La casualidad, y el previsible hecho de ser los únicos con acento tanguero en un restaurante de El Salvador, nos habían regalado un encuentro que no imaginábamos. Nunca habíamos tenido oportunidad de conversar con Cabral antes, y nunca volvimos a tenerla después. Un lujo.
Durante dos horas estuvimos hablando (nosotros, escuchando) sus anécdotas de trotamundos: nos contó desde su debut artístico en mi Mar del Plata natal, hasta sus conversaciones con Jorge Luis Borges, que lo habían llevado a abandonar para siempre, e incluso a mirar con desdén, el género de la canción de protesta.
Había estado cantando la noche anterior en la Feria Internacional, y ni siquiera sus evidentes achaques físicos mermaban el entusiasmo de su relato. Impresionante.
Y dado que estábamos en El Salvador, país del cual era muy poco lo que hasta entonces conocíamos, nos habló de sus giras artísticas por estas tierras durante la época del conflico armado, en un relato que no sólo fue sorprendente sino también esperanzador.
En efecto, en lo que para nosotros fue un primer aviso sobre las paradojas cuscatlecas, nos contó del implícito acuerdo que su presencia generaba entre los contendientes, al punto que quienes lo habían escuchado en primer término lo llevaban en un jeep hasta algún cruce oscuro en medio del monte, por donde 15 minutos después lo pasarían a recoger los del otro bando. Para volver a dejarlo en el mismo cruce luego de la segunda sesión artística de la noche. Preludio de un acuerdo.
Cabral tenía un muy profundo sentido de la cooperación social, esencial para entender los intercambios voluntarios, que lo llevaban a decir: "Yo tomé un café que no hice. Voy a una ciudad donde no puse un solo ladrillo y hay un teatro dispuesto para que yo cante. Y mañana sucederá lo mismo. Cuando tenés conciencia de eso, la vida se transforma en un canje facilísimo". Eso es, precisamente, la esencia de la libertad.
Como paradoja americana ("este continente imperdonable que asesina a sus poetas y santifica a sus verdugos", decía premonitorio Cabral), lo mataron el 9 de julio. Un triste día de la Independencia para la Argentina.
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