21 julio, 2011

La aventura del capitalismo

La aventura del capitalismo

Domingo Soriano

&quote&quoteEl mercado es el reino de la libertad: nadie hará una transacción en la que no se vea beneficiado. Por eso, incluso cuando una gran multinacional vende algo al más pobre de los hombres, el intercambio tiene que basarse en la premisa de que los dos ganan.

Escucho a Alfredo Pérez Rubalcaba estrenarse en su nuevo papel como candidato del PSOE a la Presidencia del Gobierno con una de esas declaraciones absurdas que tanto gustan a los políticos populistas. El ex ministro del Interior se puso el disfraz de izquierdista y aseguró que "necesitamos regulación y control para que los mercados estén al servicio de los ciudadanos y no al revés".

Pensando en estas palabras, que auguran nuevos aparatos burocráticos, una legislación más farragosa o dificultades crecientes para los empresarios españoles, me acordé de una cita de Milton Friedman, quizás el mejor propagandista que haya tenido el liberalismo en el último medio siglo (aunque sus teorías monetarias sean bastante discutibles, merece el reconocimiento de los amantes de la libertad).

El Premio Nobel norteamericano aseguraba en Capitalismo y libertad que "uno de los mayores argumentos contra el mercado es que proporciona a los individuos lo que quieren y no lo que un determinado grupo piensa que deberían querer. Por debajo de la crítica de la libertad económica hay una crítica a la libertad misma". Aunque parezca mentira viendo esta cita, casi seguro que el neoyorquino no estaba pensando en Alfredo P. cuando la escribió. Friedman pone el dedo en la llaga, porque el problema de los políticos intervencionistas es que no entienden el mercado y cuando lo hacen no les gusta, porque favorece la libertad individual a cambio de quitarles poder a ellos.

Precisamente, la semana pasada estaba en casa viendo la tele y me encontré con uno de esos fantásticos documentales británicos que, a veces sin quererlo, tanto nos pueden enseñar sobre las maravillas de una sociedad libre. Era un capítulo de una serie llamada El capitalista aventurero que protagoniza un tal Conor Woodman. Este tipo parece ser que era el clásico yuppie de la City londinense que un día decidió cambiar de vida porque se aburría en su trabajo. Su idea fue vender sus posesiones para financiarse una vuelta al mundo, algo que ya han hecho muchos otros antes que él. Sin embargo, Woodman pensó en incluir un pequeño cambio realmente curioso. Como no quería volver a casa un par de años después con las manos vacías, decidió que durante su viaje iría haciendo intercambios comerciales a lo largo del planeta, lo que le serviría para ir ganándose unas perrillas. También pensó en grabarlo y editarlo como documental, lo que ahora nos permite ver cómo transcurrió su aventura.

El programa es más una guía de viajes que un sesudo tratado sobre el capitalismo. Pero quizás por eso sea incluso más útil como elemento de aprendizaje. El capítulo que me tocó en suerte es uno en el que Woodman parte de Asia con la intención de llegar a México. En China, compra unas pequeñas tablas de surf hinchables (parecen juguetes para niños o principiantes). Con ellas se dirige a Acapulco, donde encuentra unos almacenes encantados de comprarle su mercancía por bastante más de lo que él había pagado al otro lado del Pacífico.

Ver todo el proceso de compra y venta es absolutamente revelador. En China, ofrece al fabricante un precio bajo (8 libras), puesto que él soportará el riesgo de la operación y, además, convence al productor de que es una buena oportunidad de introducirse en el mercado mexicano. Luego, en el país norteamericano, también es capaz de sacar un muy buen precio (14 libras), puesto que el producto que ofrece es nuevo, hinchable y fácil de transportar, lo que puede ser muy atractivo para las familias que abarrotan las playas de este centro turístico.

En total, Woodman saca unas 4.000 libras de beneficio. Y nosotros, unas cuantas conclusiones que a nuestros políticos parece que les cuesta asimilar. En primer lugar, comprobamos que el mercado es el reino de la libertad: nadie hará una transacción en la que no se vea beneficiado. Por eso, incluso cuando una gran multinacional vende algo al más pobre de los hombres, el intercambio tiene que basarse en la premisa de que los dos ganan. Si alguno no lo hace, no cerrará el trato.

El relato de este capitalista aventurero también nos enseña que los objetos tienen muy diferente valor según el lugar, la persona y el momento. Woodman posiblemente habría tenido más problemas para colocar las tablas en México en temporada baja y habría tenido que ofrecer un descuento. Y dentro de dos años, si su uso se ha popularizado, el productor chino probablemente le podrá apretar algo más las clavijas.

Desgraciadamente, está muy extendida la idea de que el comercio es un proceso en el que alguien tiene que ganar para que otro pierda. Ya en la Edad Media, se despreciaba a los comerciantes como parásitos sociales, que se enriquecían sin aportar nada a la sociedad. Se comparaba su actividad, aparentemente improductiva, con la de ganaderos, agricultores o artesanos, que supuestamente sí añadían valor al producto.

Sin embargo, nuestro protagonista nos muestra como el comercio nunca es un juego de suma cero. Todas las partes salen beneficiadas de la transacción. El fabricante chino valora más las 8 libras que sus tablas; el vendedor mexicano cree que podrá sacar más de esas 14 libras que ha pagado por ellas. Y Woodman acaba con un buen montante de beneficios, a cambio del riesgo soportado, de la iniciativa comercial, de su buen ojo como mercader y de su capacidad para convencer a sus interlocutores. Cada día hay miles de millones de transacciones en el mundo y cualquiera de ellas se basa en los mismos principios que las dos del programa.

Leyendo la web de Woodman, sabemos que en su vuelta al mundo consiguió un beneficio de 25.000 libras, es decir, que dobló la cantidad con la que salió de casa. Se lo tiene merecido. Ha arriesgado su capital, ha ofrecido un servicio y ha logrado su recompensa. Sólo los envidiosos podrían reprocharle algo.

También los políticos como Rubalcaba, temerosos de la libertad de sus ciudadanos. Viendo partes de otros capítulos es fácil darse cuenta de que son sus colegas repartidos por todo el planeta los que más trabas ponen a la tarea de Woodman, con absurdas regulaciones, aduanas, tasas, normas o laberínticos procedimientos burocráticos. Eso sí, si les preguntamos, cada uno asegurará que restringen nuestra libertad en nombre de la "seguridad", los "consumidores" o los "productores nacionales". Además, se revisten de la autoridad de los votos para arrogarse todos esos poderes.

Frente a esta actitud sólo cabe seguir trabajando, produciendo y comerciando. También merece la pena recordar las palabras de otro enorme liberal, Ludwig Von Mises: "El mercado es una democracia donde cada centavo da derecho a votar y donde se vota todos los días". El problema es que un ciudadano libre y que vota cada día quizás sea, precisamente, la peor pesadilla que cualquier político pueda enfrentar.

La voluntad de resistir de Gadaffi

Libia

La voluntad de resistir de Gadaffi

GEES

&quote&quoteCon semejante escenario no sería de extrañar que la guerra se alargue, y quien da por hecho que la llegada del mes sagrado musulmán del Ramadán a principios de agosto interrumpirá los combates es que no ha visto experiencias anteriores

La celebración el 15 de julio en Estambul de la ya cuarta reunión del Grupo de Contacto sobre Libia permite a muchos prever un fin próximo del régimen de Muammar El Gadaffi. El que el aún en buena medida misterioso Consejo Nacional de Transición haya sido considerado como la autoridad gubernamental legítima, y el que ello dinamice ya los reconocimientos bilateralizados de importantes actores de la sociedad internacional que ahora seguirán la estela iniciada por Francia, lleva a algunos a desatar semejantes conjeturas.

La realidad sobre el terreno se empeña en indicarnos que esto no tiene porqué ser necesariamente así. De hecho, Gadaffi "ofrecía" a los convocados en la emblemática ciudad turca la toma, poco antes del inicio de dicha reunión internacional, de la localidad de Al Qawalish, importante para frenar el avance de los rebeldes sobre Trípoli. El teatro de operaciones no permite asignar a los rebeldes capacidades renovadas: aunque es cierto que ahora disponen de armas anticarro como el europeo Milán, aunque los cazas de la OTAN castigan al Ejército regular libio y aunque este tiene problemas de abastecimiento de combustible dada la interrupción del oleoducto de Al Zawiyah, lo cierto es que el brazo –o los brazos– armado del CNT sólo logran avances cuando tiene un firme apoyo desde el aire, igual que en los últimos meses. Un buen ejemplo de su incapacidad militar es la situación de Brega y Ras Lanuf, dos escenarios del centro-este del país, importantes para el abastecimiento de hidrocarburos, y que los rebeldes no acaban de controlar del todo aunque su propaganda diga lo contrario.

El CNT pasea ahora con mayor visibilidad y orgullo a sus líderes por los países occidentales, tendrá teóricamente mayor acceso a recursos financieros en adelante –aunque hay problemas jurídicos difíciles de resolver, sobre todo en lo referente a los haberes libios congelados – y recibe más armamento y más sofisticado que antaño. El problema es que las guerras no se ganan sólo con eso, y la falta de interés de los países occidentales en desplegar fuerzas terrestres y el propio rechazo existente en el seno del CNT a tal escenario hará que la guerra se alargue.

Gadaffi dispone de fondos, pues no hay que olvidar que aprendió a desviar recursos de los canales oficiales durante la década en la que Libia estuvo sometido a un embargo parcial decretado en 1992 por el Consejo de Seguridad, aún recibe combustible y otras mercancías transportadas por barcos tunecinos o argelinos, entre otros, recibe también recursos humanos y materiales a través de la frontera meridional del país y, lo más importante, tiene voluntad de resistir. Con semejante escenario no sería de extrañar que la guerra se alargue, y quien da por hecho que la llegada del mes sagrado musulmán del Ramadán a principios de agosto interrumpirá los combates es que no ha visto experiencias anteriores, fueran de los terroristas argelinos del Grupo Islámico Armado (GIA) o de los Talibán. En Ramadán mataban o matan más.

No hay razón para el pesimismo

Desarrollo

No hay razón para el pesimismo

Humberto Vadillo

&quote&quoteNo hay razón para el pesimismo, que es en si mismo enfermedad social diseminada por quienes quieren de él aprovecharse para mantener a la sociedad esclavizada en la pobreza, el atraso y el socialismo.

Hoy quiero hacer un artículo de verano. Para leer con horchata. Así que empecemos con una afirmación optimista, obvia y, sin embargo, sorprendente: "Vivimos en el mejor de los tiempos". Recesión incluida.

La incorporación de China e India a la globalización ha supuesto que para la inmensa mayoría de los seres humanos la vida nunca haya sido mejor. Incluso en África mejoran las condiciones de vida. Disfrutamos de vidas más largas, más plenas, más felices, más saludables y mejor nutridas que en ningún otro momento de la historia. De ahí que resulte tan desconcertante el pesimismo generalizado que nos rodea. Quienquiera que siga acríticamente las noticias se quedará con la sensación de que vivimos en una época de declive vital, amenazada por la escasez energética, sustentada en el despojo de la naturaleza y de nuestros semejantes y carente por completo de belleza o espiritualidad.

Raro es el día en el que no se nos informa de que nuestra mezquina búsqueda de la felicidad y el confort no nos acerca a un apocalipsis en forma de nuevos virus, de catástrofes naturales, de desastres nucleares. Si el cambio climático no nos extingue la superpoblación lo hará o el agotamiento de los combustibles fósiles o el casi olvidado agujero de la capa de ozono. Y todo por nuestra glotonería, por nuestro afán consumista. El hombre como plaga.

No hay razón alguna para el pesimismo y si muchas para un tranquilo optimismo: hoy viven más habitantes que nunca sobre el planeta y sin embargo están más sanos y mejor alimentados que nunca. En los dos últimos siglos la humanidad se ha sextuplicado pero gracias al inagotable ingenio humano han mejorado al tiempo calidad, nivel y esperanza de vida. Suele olvidarse que prácticamente hasta un antesdeayer histórico la esperanza de vida era de 30 años y que sólo en el siglo XX y en Occidente logró superar los 40. En Europa morir hoy a los 70 años es morir joven. La propia vejez es más llevadera y libre de achaques de lo que lo era hace sólo 50 años y el progreso continua. La prosperidad se extiende a todas las clases sociales: los pobres de hoy viven mejor que los ricos de ayer.

El medio natural no está deteriorándose, está mejorando, al menos en Occidente. Los ríos y mares europeos están hoy más limpios que hace medio siglo, los bosques son más extensos y están más sanos. El aire que respiramos está más limpio. Cuanto más desarrollada está una sociedad más recursos puede dedicar a cuidar su entorno y más interesada está en hacerlo. Cuanto más avanza la tecnología se vuelve menos invasiva.

De hecho no hay razón para el pesimismo, que es en si mismo enfermedad social diseminada por quienes quieren de él aprovecharse para mantener a la sociedad esclavizada en la pobreza, el atraso y el socialismo. La mejor cura para los males sociales es el progreso y el crecimiento económico y la mejor forma de alcanzar estos es promover Libertad y Mercado.

PARTE 2 of 3 - Demostrando la Moral Libertaria (Proving Libertarian Mora...

Demostrando la Moral Libertaria (Proving Libertarian Morality) Stefan Mo...

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