29 agosto, 2011

El Frankenstein de Fox

Estrictamente Personal
Raymundo Riva Palacio
El Frankenstein de Fox

De la nada, en el momento en que todos los actores políticos que hablaron tras el acto criminal en Monterrey que causó la muerte de 52 personas fue para sumarse a la condena de los hechos y la solidaridad con las víctimas, el ex presidente Vicente Fox volvió a la carga.


Al sugerir que la tragedia era consecuencia de la estrategia gubernamental en el combate a las drogas, urgió al presidente Felipe Calderón a negociar de una vez por todas con los delincuentes para alcanzar la paz.


Bendito Fox que pide el diálogo con quienes sólo admiten por respeto los fusiles.


Pero es tal la insistencia del ex presidente y de varios de sus colaboradores –la batuta intelectual de esta propuesta la desarrolló su ex vocero Rubén Aguilar-, que hasta parece sospechoso y debería motivar a una revisión legal más meticulosa sobre lo que sucedió durante su administración.


Es cierto que el tejido político y social del narcotráfico se anidó durante años de régimen priísta, pero la espiral de violencia en calidad y cantidad, así como la expansión de la penetración institucional, tuvo en su sexenio carta de impunidad.


La diferencia entre las estrategias que desarrollaron los gobiernos priístas con la del presidente Calderón, tiene como eje los incentivos para la delincuencia.


Durante los gobiernos priístas, en una lógica más cercana a la estadounidense o a la japonesa, por mencionar dos casos, el incentivo para los cárteles de la droga era que pactaran entre ellos su territorio y el negocio, y que nunca pelearan entre sí porque la violencia desataría una respuesta del Estado.


De esta manera, el negocio del narcotráfico se administró a partir de un cártel poderoso –que tejió sus redes de protección a través de la corrupción-, pero no lo suficientemente más fuerte como para aniquilar a sus adversarios.


En la lógica de Calderón, este tipo de incentivos provocó –a partir del hecho objetivo de la debilidad de las instituciones en el país- que los cárteles de la droga se fueran apoderando de territorio donde la única autoridad real en los hechos era la de ellos.


La respuesta fue combatir a todos los cárteles al mismo tiempo, con lo que se transformó el incentivo de no pelear entre ellos, a tener que pelear entre ellos para sobrevivir.


El discurso gubernamental de que la mayoría de las víctimas en el combate al narcotráfico son delincuentes, responde a esta dinámica que impulsó Calderón:


No más administración del fenómeno, sino combate total a los criminales.


El gobierno de Fox fue un espacio nebuloso que quedó a la mitad de nada bueno. Si bien existieron previamente ajustes de cuentas entre narcotraficantes, obedecía más a razones personales o traiciones que a disputa por plazas y territorios -como la venganza del entonces jefe del Cártel de Guadalajara, Miguel Ángel Félix Gallardo, asesinando a la esposa de Héctor “El Güero” Palma por la desaparición de un cargamento de cocaína, o el atentado de los hermanos Arellano Félix a Joaquín “El Chapo” Guzmán-, y a pugnas internas por la jefatura de un cártel –como el asesinato del jefe de Juárez, Rafael Aguilar-.


Durante el sexenio de Fox se transformaron las condiciones, y los cárteles se expandieron a fuego y sangre. En 2005, cuando Los Zetas –que se crearon casi al nacer la primera administración panista- alcanzaron un rango de autonomía del Cártel del Golfo, se aliaron con lo que sería La Familia Michoacana para eliminar al Cártel de los Valencia y quedarse con el negocio de las metanfetaminas.


La expansión Zeta en Michoacán y sus nuevos socios de La Familia, trajeron como consecuencia un cambio cualitativo en la violencia.


En 2006 se inició la temporada de decapitados con proyección mediática, al aparecer en la prensa las cabezas de cinco personas sin cabeza en un bar de Uruapan.


El entonces gobernador de Michoacán, Lázaro Cárdenas Batel, pidió varias veces el apoyo del gobierno federal para enfrentar la nueva violencia en el estado, pero Fox lo ignoró repetidamente. Los Zetas continuaron su expansión.


Entraron al estado de México para sentar una cabeza de playa, y comenzaron a disputar Acapulco al Cártel de Sinaloa.


]En 2007, con el mismo método propagandístico, sicarios de Sinaloa grabaron y difundieron un video donde interrogan y ejecutan a cuatro zetas que los desafiaron en ese puerto.


Si bien es cierto que en el gobierno de Fox se detuvo al jefe del Cártel del Golfo y Los Zetas, Osiel Cárdenas, también lo es que fue por presiones de Estados Unidos –por las amenazas a agentes de la DEA en Tamaulipas-.


Cárdenas continuó manejando la organización desde la cárcel hasta su extradición, aunque reportes de inteligencia del FBI alertaba que su organización tenía protección de altos mandos de la PGR.


Bajo el gobierno de Fox se fugó también de la cárcel de máxima seguridad de Puente Grande, Jalisco, “El Chapo” Guzmán, y durante su sexenio eludió ser capturado por razones inexplicables.


Agentes federales lo tenían ubicado en la sierra de Durango, pero cuando pidieron autorización para arrestarlo, les ordenaron en la PGR que no lo hicieran y que dejaran que el Ejército ejecutara la operación.


Al día siguiente, mientras esperaban la acción, un avión del Ejército pasó rasante sobre el rancho donde se encontraba Guzmán, quien tuvo tiempo para escapar.


A diferencia de lo que había sucedido en gobiernos priístas, Fox nunca actuó contra ningún alto mando de su gobierno por presunta vinculación con el narcotráfico, pese a los reportes de inteligencia que fueron entregados por Estados Unidos a su gobierno.


Hubo inclusive un alto funcionario sobre el que alertaron que mantuvo bajo resguardo Fox, que durante el gobierno de Calderón le retiró Washington la visa.


La estructura de la PGR para el combate a la delincuencia organizada heredada por Fox, cayó casi en su totalidad en los dos primeros años del gobierno actual por estar en la nómina de varios cárteles de la droga.


En materia de combate al narcotráfico, la gestión del ex presidente Fox fue un despropósito.


Es el ex mandatario que menos autoridad moral tiene para hablar del tema, por lo que no hizo para enfrentarlo y depurar a sus funcionarios. Que plantee hoy la negociación con los cárteles tendría que ser un tema prohibido para su boca, porque lo mete en un terreno pantanoso.


No hay que olvidar que en su gobierno se sembraron varias semillas del tipo de violencia que se vive ahora, a las cuales lejos de fumigar, se fertilizó.


Varios de los monstruos que vemos hoy, son producto de ese Frankenstein que se armó durante su sexenio.

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