29 agosto, 2011

Virtud y fortuna de Obama: la estrategia del Príncipe ante la crisis de deuda

Análisis & Opinión

Bernardo Navarrete Yánez

Bernardo Navarrete Yáñez es Profesor Asociado de la Licenciatura en Estudios Internacionales de la Universidad de Santiago de Chile (Usach).

“La fortuna domina el destino humano cuando no encuentra virtud que la resista”

Es un hecho innegable que las raíces de la política moderna descansan en el pensamiento de Nicolás Maquiavelo, quien con una notable agudeza apuntó la noción de virtud. Según el pensador, en la práctica política la virtud del príncipe debe armonizar las condiciones y acciones de la fortuna, pues le permitirán al Príncipe ser amado y alabado, entre otras cuestiones.

En este escenario, y bajo una apreciable lectura del pensador aludido, el presidente de Estados Unidos, Barak Obama, ha enfrentado la crisis de la deuda y sus posibilidades de éxito en las próximas elecciones presidenciales. Recordemos, en medio de una incipiente recuperación económica tras la crisis financiera mundial de 2010, el pasado 16 de mayo, el gobierno estadounidense sostuvo haber alcanzado su máximo permitido en cuanto a la deuda externa, bordeando los US$14 billones. Anunció, además, un plan de reducción presupuestaria y una reforma tributaria, medidas que enfrentaron al Ejecutivo con el Congreso norteamericano, particularmente con la Cámara Baja controlada mayoritariamente por el Partido Republicano, mientras se avecinaba una posible cesación de pagos. Así, la pregunta consiguiente es: ¿Cuál ha sido la estrategia impulsada por Barack Obama? y ¿quién ha sido el ganador de los enfrentamientos producidos por la crisis de la deuda?

La ofensiva del Ejecutivo se trazó desde un primer momento, cuando el presidente Barack Obama y el Fondo Monetario Internacional advirtieron que un incumplimiento de los pagos externos podría causar una profunda crisis económica en el país y el resto del orbe. El primer movimiento del “príncipe” fue establecer un plazo máximo para la discusión en el Congreso, sobre las posibles medidas para reducir el gasto fiscal y aumentar el techo de la deuda y, por lo tanto, dirigir la presión y el descontento ciudadano y del empresariado hacia los congresistas opositores. Esta estrategia estuvo respaldada por su constante aparición pública y su emplazamiento al “acuerdo” entre las Cámaras. Así, en sus primeras alocuciones televisivas mencionaba: “no permitiré que el pueblo estadounidense se convierta en un daño colateral por las escaramuzas políticas en Washington, creo que aún hay caminos para evitar el default”.

Siempre será más conveniente forzar al otro que ceda ante la postura propia, lo que permitirá obtener más provecho: para el presidente, adjudicarse el éxito económico para una reelección; para los republicanos, evitar la reelección del presidente demócrata mostrando su ineptitud en la conducción económica.

Junto a esto, la virtud del Ejecutivo estuvo en dirigir sus esfuerzos a la presentación de las medidas oficialistas para solventar el pago de la deuda y evitar la secesión de los pagos y la consiguiente crisis; entre ellas destacaron: ampliar el umbral máximo de la deuda a través del aumento a los impuestos a los sectores más acomodados de la sociedad norteamericana y aplicar recortes a algunos programas sociales y Defensa. En este sentido, al definir un plazo límite y presentar su propuesta, el mandatario sólo tuvo que presionar a los representantes republicanos para que decidiesen aceptar la alternativa y, en el peor de los casos, esperar una fecha cercana al plazo límite, para transmitirles los costos políticos y electorales que tendría la negativa para sus fines presidenciales.

Por su parte, los republicanos propusieron -a través de John Boehner, presidente de la Cámara de Representantes-, realizar profundos recortes al gasto público, excluyendo a Defensa y rechazando el aumento de los impuestos, medidas que contaban con el apoyo de los nuevos sectores del Tea Party.

En definitiva, ambos actores han desarrollado estrategias racionales para un juego no cooperativo. Estamos ante un antiguo juego de la cultura popular norteamericana, que nació con los jóvenes hijos del rock and roll y consistía en el reto de avanzar uno contra el otro en sus autos, para demostrar quién es el cobarde y quién el más valiente de todos. Era el llamado juego de la gallina. En la ciencia política, específicamente en la teoría de juegos, esta estrategia es similar al afamado Dilema del Prisionero, sólo que se invierte el orden de las preferencias de los jugadores, ya que el peor de los escenarios es que ambos no cooperen, incluso más a que solo uno sea traicionado. Ciertamente, cuando dos autos, en este caso uno llamado Obama y el otro elefante blanco, viajan a toda velocidad demostrando valentía y arrojo en pos de sus ideales, y continúan así hasta el fin, no recibirán más que una horrible muerte. Horrible muerte que, en este caso, sería el fin de las pretensiones reeleccionarias del presidente y la debacle económica mundial.

Por eso, es mejor ser una gallina que destruir la economía mundial.

En él podemos ver cómo los intereses de los jugadores están ordenados de tal forma que cooperar no es una opción. Como se pudo ver en la presentación del problema, ambos buscaron imponer su punto de vista de cómo dirigir a los Estados Unidos. Siempre será más conveniente forzar al otro que ceda ante la postura propia, lo que permitirá obtener más provecho: para el presidente, adjudicarse el éxito económico para una reelección; para los republicanos, evitar la reelección del presidente demócrata mostrando su ineptitud en la conducción económica.

La última alternativa es que si ambos defraudan, se genera el peor escenario posible, con una crisis generalizada que le costará a ambos sectores de la política norteamericana apoyos parlamentarios y credibilidad. Pero se generan dos equilibrios; el modelo no puede explicar quién será la gallina, sólo nos dice que siempre existirá una. La estrategia que prevalecerá depende de factores que van más allá del modelo formal del juego; dependerá de las Tecnologías del Compromiso, en otras palabras, de la forma en cómo hacer irrevocable un curso de acción: es sacarle el manubrio al auto que voy manejando, para mostrarle al otro que no puedo desviarme aunque quisiera. Obama demostró esto al Parlamento; habló en cadena nacional y le dijo al mundo entero que no daría un paso atrás, que dejaría que el congreso tomara la última decisión: aceptar o llevar al mundo al barranco. Sabiendo la importancia que Obama le entregaba a los temas económicos, si cedía no había nada más que hacer para la reelección, era todo o nada. Finalmente, dado que la acción quedó en el Congreso, éste no tuvo más que dar un paso al lado y quedar como gallina, pero una gallina viva.

El análisis de este escenario y del juego político de los actores, refleja una lección aprendida por parte de los policymakers (hacedores de política) de la Casa Blanca, pues desde un inicio realizaron una oportuna y audaz lectura del contexto político estadounidense y de los posibles escenarios futuros, de mantenerse la situación. La transferencia de presión a los congresistas por parte del Ejecutivo, delineó una estrategia en la cual los fines justificaron los medios, dado que las ganancias políticas son claras: se impulsará la medida postulada por los demócratas y Obama y se diluyeron los cuestionamientos sobre el “ensanchamiento” del Estado realizado por el presidente a través de reformas como la de la salud en 2010. Aún más, es posible sostener que la estrategia de Obama bajo el excelente manejo de la fortuna y la virtud -aprovechando la crisis de la deuda-, fortalecerá la opción presidencial del actual mandatario estadounidense y de la alternativa económica que representa.

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