29 agosto, 2011

El infierno

El infierno

Los nuevoleoneses lo han repetido una y mil veces: Quieren la revocación del mandato. Quieren que Rodrigo Medina renuncie al gobierno

Pedro Ferriz

Recuerdo el paso del huracán Alex. Unas breves líneas que decían... “La escultura de la Virgen de Guadalupe, a un costado de la Avenida Constitución frente al Cerro del Obispado, se desplomó y desapareció en el agua. Al sureste de Monterrey, el Río La Silla se desbordó e inundó varias colonias del Municipio de Guadalupe. Los parques La Pastora, Pipo y Tolteca sufrieron daños. Dos búfalos escaparon del zoológico”. Era julio del año pasado. Una ciudad golpeada nuevamente por el embate de la naturaleza. Recordé —como todos allá— el golpazo de Gilberto de 1988. Sólo que los acontecimientos resultaban premonitorios de los tiempos por venir. La Virgen, efectivamente desapareció entre las aguas y su ausencia pareciera haber marcado el inicio de las penurias para esta urbe, construida con el incansable esfuerzo de sus hijos. Ahogo que se ha acentuado hasta llegar a la demencia. Incluso con la revuelta propuesta por las aguas enfurecidas, no fueron sólo dos búfalos los que escaparon. Con ellos también se soltó el diablo que hace su presencia en un caos de aturdimiento.

Recuerdo también cuando Rodrigo Medina pronunciaba su primer informe de gobierno. Había esfuerzos denodados por hacer sentir a una administración en control. Como reacción, la delincuencia organizó más de una veintena de narcobloqueos por toda la ciudad. Las sonrisas del mundo político se desdibujaron. Los abrazos, muestra depurada del triunfalismo de los protagonistas que usualmente volteamos a ver, se hicieron menos intensos y efusivos. Recuerdo bien que la sociedad regia me reclamó una entrevista que al día siguiente le hice al gobernador. Todos habrían deseado que me le hubiera ido a cachetadas, como repudio a la condición en la que se encuentra el estado de Nuevo León. Querían ver sangre. “Que si no vive en México”. “Que si está apanicado gobernando escondido detrás del escritorio”. “Que si no comparte el sufrimiento de la gente que castiga su pobre desempeño”. Nada, la gente no quería que hubiera el más mínimo diálogo con su gobernador. Les puedo decir que nunca había sentido tanta repulsión. Incluso con otros más rateros. Los nuevoleoneses, lo han repetido una y mil veces: Quieren la revocación del mandato. Quieren que Rodrigo Medina renuncie al gobierno, como una forma mínima y básica para retomar la respiración de un esquema que abiertamente se ha salido de control.

Nada de lo que haga este “pobre relamido” ya podrá jamás ser bien visto. Lo ven como heredero del pasado. Lo ubican como instrumento de lo que fue el principio del caos, con la administración de Natividad González Parás, otro temeroso que abrió las puertas de Monterrey a una delincuencia voraz, que rápidamente la hizo su presa. Rechazan el oportunismo de su familia. Su padre, mientras la gente sufre, se llena las alforjas a la sombra del poder e influencia del hijo. Un poder sin poder. Pero digamos que aún resulta utilitario en términos económicos ante la rapacidad de la familia real.

Las oficinas de Humberto Medina Ainslie son señaladas como la sede desde donde se gobierna el estado. “Aquí se cita a los proveedores y contratistas para exigirles 20% de comisión. Aquí se da línea a funcionarios públicos de primer nivel. Aquí se deciden las cosas del gobierno. Aquí se ordena, manda, regaña, grita y corre”.

Pero no sólo esto es digno de señalarse. En palabras muy sucintas, una decisión estúpida del presidente Fox junto con Santiago Creel, llenaron al país de brincos tolerados que llaman casinos, que nacieron muertos. Sin orden, autoridad, disciplina empresarial y formalidad. Como todo, pudiéndolo haber hecho bien... lo acabamos haciendo así. Mal y discrecional. Centros de apuesta, apetecidos por la delincuencia.

Pero ni el gobernador ni los casinos son el punto central de nuestras penurias. Estos son sólo agravantes que abonan a una lamentable condición. Es la presencia del diablo la que hoy lamento. Esa que llega a un sitio, agrede, rocía con gasolina, incendia y atranca las puertas de un establecimiento, para calcinar, intoxicar y matar a 52 personas. Una de ellas, embarazada. Mi tormento se centra en ella. En sus últimos pensamientos antes de morir. En saber que no sólo ella moriría consumida por las llamas, sino con ella, el producto de su esperanza por un mañana. Mañana que no podemos garantizar viviendo en el mismísimo infierno.

¿Culpas? Aceptar que un negocio establecido pague aparte de impuestos, hasta triples tributos a los cárteles. Tener policías corrompidas hasta la médula. Jueces torcidos hasta el tuétano. Dependencias de los tres niveles de gobierno, empecinadas en frenar la economía. Un Congreso indolente. Partidos políticos establecidos en universidades del delito. Ciudadanos conformes con lo que sea... ¡Ah! y también los gringos, nuestro villano favorito.

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