El país entero con el Presidente
¿Por qué vimos a un gobernante solitario con sus incondicionales?
Víctor Beltri*Probablemente lo más impactante de la tragedia del casino en Monterrey fue que nos enteramos de los sucesos en tiempo real. Durante horas, todo México contó los muertos, vio las columnas de humo, escuchó las historias de quienes se habían salvado. ¿Cómo no indignarse? ¿Cómo no entristecerse?
Los detalles fueron terribles y sumieron al país en una desesperanza que se sigue sintiendo en el ambiente. El que haya ocurrido a plena luz del día, con cámaras de vigilancia, en una vialidad tan transitada. El número de víctimas, la proporción de mujeres, la falta de información sobre quiénes son los dueños del lugar. Golpe tras golpe que, aunados a la pobre reacción oficial, y a los sucesos que habíamos vivido durante toda la semana, tienen a la nación entera en un estado de desazón continua.
¿Y la reacción de los políticos? Lo natural hubiera sido que, mientras transcurrían los hechos y, desde cuando trascendió que algunos narcotraficantes podrían haber estado involucrados en este asunto, los diferentes actores políticos se hubieran aglutinado en torno al líder del Ejecutivo para expresar su apoyo en una causa que debería ser común. Así, al día siguiente hubiéramos visto, en lugar del acto emotivo pero solitario que presenciamos, a la clase política entera rodeando al presidente Calderón y solidarizándose, a través de sus mensajes, con las víctimas directas e indirectas. La imagen sería épica y tal vez vale la pena detenerse por un momento en ella: López Obrador tendiendo la mano a Calderón, al tiempo que le dice “hay cosas más importantes que los problemas entre tú y yo”. Calderón lo abraza, conmovido, mientras toma del brazo a Moreira y lo llama a unirse a ellos. Detrás, Cordero, Creel y Vázquez Mota dialogan, serios y emocionados, con Peña Nieto y Ebrard. Fox, Salinas y Muñoz Ledo escuchan hablar a Cárdenas y, unos minutos más tarde, se da un comunicado conjunto, único, en el que todas las fuerzas políticas repudian la violencia y se comprometen a dotar al Estado con las herramientas necesarias para combatir el problema antes de que termine de salirse de control: las reformas constitucionales tan ansiadas se aprobarán en el transcurso de la próxima semana. En un exceso de lirismo, podemos imaginar a Fox pidiendo hacer uso de la palabra mientras los demás tiemblan; sin embargo, simplemente recuerda la frase inextinguible de Guerrero: la Patria es primero. Lamentablemente, todo esto no es sino ficción. Realismo mágico.
¿Por qué vimos a un Presidente solitario con sus incondicionales, en vez de verlo rodeado de la clase política, académica e intelectual entera?
Tal vez porque seguimos confundiendo el concepto de gobierno y Estado. La lucha contra el crimen organizado ha sido considerada un asunto del gobierno calderonista, y no uno de Estado. Es una diferencia vital: los asuntos del gobierno pueden ser discutidos, mientras que los del Estado son, por naturaleza, impostergables. Sin embargo, la confusión opera en dos vías, de tal manera que, si alguien cuestiona la estrategia de guerra contra el narcotráfico, se le considera como un traidor a la patria, en vez de un crítico del gobierno. El círculo vicioso es evidente. Y la confusión tan grave que permea hasta las bases mismas de la democracia: por eso somos capaces de hablar de que algunos actores son “un peligro para México” o del “peligro de que regrese la dictadura del PRI”.
Porque en un discurso basado en falacias y confusiones de fondo, los adversarios se convierten en enemigos y las contiendas en cruzadas. Esa es la lógica bajo la que opera el sistema político mexicano, un juego de suma cero en el que no hemos aprendido que las derrotas nunca son definitivas.
El problema es que, 50 mil muertos más tarde, la oposición debería entender que no puede seguir negando su apoyo al Estado, que no al gobierno, para enfrentar a un crimen organizado cada vez más desalmado y seguro de sí mismo. El Ejecutivo debería entender que no puede seguir confundiendo gobierno con Estado y que la labor que le ha sido encomendada trasciende más allá de la simple lucha por la continuidad en el poder. La ciudadanía debería entender que cuenta con herramientas más efectivas que el simple voto, como puede ser la participación activa en las instituciones y la exigencia incansable de transparencia y rendición de cuentas. Los medios deberían entender que la vocería de los enemigos del Estado a través de la difusión de sus mensajes, en poco abona a la construcción de la democracia. Las iglesias deberían entender que intercambiar absoluciones por limosnas terminará por vaciar iglesias. Los empresarios deberían entender que es diferente hacer negocios que crear empresas.
Todos, todos, tenemos algo que deberíamos entender. Sólo así seríamos conscientes de que México tenemos sólo uno, y el Estado lo constituimos todos, y es mucho más que la administración que eventualmente esté al frente. Sólo así estaríamos dispuestos a enfrentar a los enemigos del Estado con toda nuestra fuerza y nuestro compromiso, y sólo así sabríamos, también, que el Estado tiene todo el derecho, y la obligación, de prescindir de los gobiernos corruptos y cortoplacistas, los opositores miserables y mezquinos, y los ciudadanos conformistas y pusilánimes. En ese momento, el Presidente, aunque apareciera solo en un acto de repudio al crimen organizado, sabría que el país entero está con él. En ese momento.
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