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En la película cómica Dave de 1993, llaman a un imitador del presidente procedente de una pequeña ciudad para que se haga pasar por el verdadero presidente de Estados Unidos cuando el comandante en jefe cae enfermo.
Dave entra en la Casa Blanca, lleva demasiado lejos su papel y con candor e inocencia promete a Estados Unidos: “Estoy lanzando un programa que logre encontrar un trabajo decente para todo americano que quiera uno”. Ayer en Holland, Míchigan, el presidente Barack Obama hizo una promesa extrañamente similar:
Durante las próximas semanas, voy a hacer públicas más propuestas, semana a semana, que ayudarán a que los negocios contraten personal y que la gente tenga trabajo nuevamente. Y voy a seguir haciéndolo hasta que todo americano que quiera un trabajo pueda encontrar uno.
Nadie sabe si el presidente Obama estaba siguiendo una página del guión de Dave, con la esperanza de que la magia de Hollywood o el poder de un mensaje populista haga que los americanos se sientan identificados con él, y eso lo ayude a darle un vuelco a sus encuestas cayendo en picado. Pero unas cuantas cosas pueden deducirse del discurso del presidente: A pesar de toda la evidencia en su contra, el presidente sigue aferrado a la idea de que el gobierno federal puede crear empleos, sigue totalmente desconectado de la realidad con un pueblo americano enormemente insatisfecho con la conducción presidencial del país y se aferra con todas sus fuerzas a su guión favorito: el cuento de “más gasto federal al rescate de Estados Unidos“.
Desde el comienzo de su presidencia, Barack Obama prometió que sacaría al país de la recesión mediante el gasto público, usando el dinero del presupuesto federal para infundir estímulo a la economía de Estados Unidos, que solo es más gasto, y así se conservarían o crearían millones de empleos. El presidente fracasó. A pesar de un paquete de estímulo de $787,000, el índice de desempleo es del 9.1%, la creación de empleo es anémica y como como explican los expertos de Heritage James Sherk y Rea Hederman, Jr., la duración media del desempleo llegó a un nuevo récord el pasado mes, superando las 40 semanas por primera vez en la historia. Sin embargo, el presidente vuelve una vez más al gasto de estímulo como solución.
En su discurso de ayer, Obama dijo a su audiencia que se pusieran en contacto con sus representantes (otra vez) y les exigieran más gastos en infraestructura. E hizo un llamamiento para que el Congreso deje a un lado sus desavenencias de forma que se pueda gastar más dinero en el Departamento de Energía para impulsar su agenda verde. Si Ud. cree que se trata de un refrito es porque lo es. Y ya sabemos cómo termina la historia. Porque desde toda esa ficción del estímulo del presidente emerge una innegable verdad: el gasto gubernamental no estimula el crecimiento económico. Nicolas Loris, de Heritage, explica por qué:
Claro, el gobierno puede crear empleos. Pueden utilizar el dinero de nuestros impuestos para contratar trabajadores que caven hoyos y los vuelvan a rellenar. Pero no hay ganancia neta de productividad y riqueza, ese trabajo hecho es un desperdicio. Por ejemplo, podríamos tomar todos los equipos de la agricultura mecanizada de todo el mundo y reemplazarlos con granjeros azada en mano y eso crearía empleo. Pero eso también significaría reducir la productividad y la eficiencia. El razonamiento económico para pasar de lo más eficiente, la maquinaria, a un capital humano menos eficiente es un plan tan carente de fundamento que cualquier político que lo sugiriera sería echado del cargo entre carcajadas.
El fracaso del gasto de estímulo del gobierno se ha revelado una y otra vez. Tanto en el New Deal, como en el Japón en los años 90, como con el presidente George W. Bush en 2001 y 2008 y con el estímulo de Obama el pasado año el resultado es que todos fracasaron en generar el esperado estímulo. Sin embargo, el presidente sigue narrando su historieta y sigue echándose flores por los supuestos éxitos de su estímulo económico. Pero el pueblo americano no se traga la idea. Mientras la bolsa sube y baja, la confianza de los americanos en la economía sigue hundiéndose — llegando a mínimos no vistos desde marzo de 2009 durante la recesión, según una reciente encuesta Gallup. Están buscando una nueva dirección — una de moderación fiscal y gobierno más pequeño, que es lo que votaron el pasado noviembre.
Es hora de dejar de contar otra vez la misma historia del gran gobierno y poner a América en el nuevo camino de disciplina fiscal para el crecimiento económico. El Congreso y el presidente pueden empezar balanceando el presupuesto, bajando el gasto y reformando los derechos a beneficios como se expone en el plan de Heritage “Para Salvar el Sueño Americano”. Ayer, el presidente Obama dijo: “No podemos permitirnos jueguitos — no ahora, no cuando está tanto en juego para nuestra economía”. Tiene razón. Pero, desafortunadamente, él no está proponiendo las ideas necesarias para poner de nuevo a América a trabajar
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