Carlos Alberto Montaner
Hugo Chávez, además de enfermo e hinchado, se veía profundamente contrariado cuando comentó los sucesos de Libia. Su "hejmano" Gadafi estaba a punto de ser derrocado por la perfidia del imperialismo yanqui deseoso de apoderarse del petróleo y del gas libio. Esa era su única explicación. Los cuarenta y dos años de dictadura, atropellos y arbitrariedades perpetrados por este loco cruel y pintoresco, como escapado de un comic, no contaban para nada.
En realidad, Chávez y el socialismo del siglo XXI pierden un cómplice importante si se confirma el fin de la dictadura de Gadafi. Chávez solía decir que su lectura de cabecera era El libro verde, un elemental engendro fascista de ingeniería política pasada por el desierto al que Gadafi y sus corifeos le llaman, obsequiosamente, "la tercera teoría universal".
El dictador libio, además, había tenido la cortesía de distinguir a su colega venezolano con un premio que lleva su nombre consagrado a venerar a los campeones de los derechos humanos, honor que Chávez comparte con otros arcángeles de la libertad y la democracia premiados por Gadafi: Fidel Castro, Daniel Ortega y Evo Morales.
Pero lo más importante era la inclusión de Gadafi dentro del loco proyecto de revivir la Guerra Fría, ahora bajo la dirección de La Habana y Caracas, ya que Moscú había traicionado la causa sagrada de los desposeídos. Algo de esto estuvo implícito en la declaración de Gadafi tras su visita a Caracas en 2009. Cuando el libio dijo que había que llevar la rebelión al sur era obvio que Chávez había conseguido reclutarlo.
Sin embargo, el chambelán de Gadafi en América Latina no era Chávez sino Daniel Ortega, nicaragüense con el que ha hecho mil negocios y componendas desde los años setenta, aún antes de que éste tomara el poder. Para Ortega y para el sandinismo, Libia fue la fuente más importante de recursos inconfesables hasta que apareció Chávez en el panorama con su inmensa chequera de petrodólares.
En suma: el fin de Gadafi es una tragedia para el socialismo del siglo XXI. Ya se sabe: por aquellos pagos, cuando un amigo se va, queda un espacio vacío que no lo puede llenar la llegada de otro amigo.
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