22 agosto, 2011

Goles y balas

La experiencia traumática sufrida por miles de aficionados no puede quedar en un espectáculo mediático y menos en un asunto anecdótico

Ricardo Alemán

En otro incidente inédito de la violencia incontenible, manos criminales descargaron ráfagas de armas de alto poder contra las instalaciones del estadio de futbol de Torreón, en Coahuila, justo en el momento en que se jugaba un encuentro regular entre los equipos Santos Laguna y Morelia.

Los disparos, que alcanzaron las paredes externas del estadio, provocaron pánico colectivo y angustia entre los 20 mil que asistieron al espectáculo que, por suerte, no ocasionó tragedias humanas.

Sin embargo, la experiencia traumática sufrida por miles de aficionados al más popular de los espectáculos deportivos en México, el futbol, no puede quedar en un espectáculo mediático y menos en un asunto anecdótico —y tampoco en mero susto—, ya que, en el fondo, la experiencia que vivieron miles de aficionados y presenciaron millones en todo el mundo, es una fuerte llamada de atención sobre el riesgo que corren los ciudadanos que acuden a espectáculos masivos, como el futbol, en regiones bajo control del crimen organizado y el narcotráfico. Pero vamos por partes.

1. Resulta condenable, por donde se le quiera ver, que las empresas y los medios involucrados en el negocio del espectáculo —del cual el futbol es un motor fundamental— hayan recurrido a la vulgar censura de un hecho de tal gravedad —con el argumento “chabacano” de que decir la verdad daña el negocio— que pudo terminar en una tragedia incalculable.

Y es que, antes que suspender la trasmisión del juego —sin explicación alguna—, una empresa profesional y responsable debió movilizar a sus periodistas, a fin de informar con puntualidad y diligencia y certeza sobre lo que había pasado, a fin de cortar de tajo la montaña de especulaciones que provocaron el caos y el miedo. En cambio, Televisión Azteca y otros medios se escondieron y catalizaron las más descabelladas especulaciones.

2. La experiencia vivida en el estado del equipo Santos Laguna también mostró que todos los niveles de la autoridad y de la seguridad de La Comarca están muy lejos —a años luz— de ser los gobiernos y los cuerpos policiacos que requiere la seguridad de un espectáculo masivo como el futbol. ¿De qué estamos hablando? De que igual que las empresas del futbol y sus socios de la televisión, los gobiernos municipal y estatal y la seguridad privada del inmueble hicieron todo lo posible por salvar su imagen, su pellejo y por confundir, para no aparecer como lo que son: un puñado de irresponsables.

Y, para muestra, un botón. En las horas que siguieron al ataque a balazos del inmueble de futbol, aparecieron hasta cinco dizque versiones “oficiales” del hecho. Y, en todos los casos, la constante fue negar lo que todos los asistentes al juego vieron y escucharon: que los disparos fueron lanzados contra el inmueble.

Pero la realidad y la responsabilidad van más allá. Resulta que, desde los encargados del negocio del espectáculo, de las empresas mediáticas, pasando por los gobiernos, las policías y las procuradurías —todos—, parecieron justificar su impericia, su incapacidad y el hecho contundente de que fueron rebasados por un puñado de criminales que pusieron en jaque a alrededor de 20 mil personas.

A pesar de los videos, de los audios y de los testimonios de que el ataque a tiros había alcanzado instalaciones del estadio —y que por eso había puesto en un riesgo real y muy serio a miles de personas—, todas las autoridades y todos los implicados en la investigación negaron que las balas hayan alcanzado al estadio. Casi 24 horas después, finalmente, se reconoció que la estructura externa del estadio sí fue alcanzada por los disparos.

3. ¿Y eso qué quiere decir? Que, a pesar de las declaraciones interesadas, sí existió un riesgo real para los aficionados al futbol, a pesar de que, por horas, muchos se empeñaron en asegurar que los disparos se produjeron a mucha distancia del estadio y que no había peligro para nadie dentro del inmueble. Y es que pareciera que a muy pocos les importa salvaguardar la vida de los asistentes a un espectáculo masivo. Pareciera que lo más importante, si no es que lo único, es preservar los negocios. Como si el dinero fuera más importante que la vida humana.

4. Además, quedó claro que tanto empresas del espectáculo como gobiernos estatales y municipales —y las policías de los tres órdenes de gobierno— son incapaces para prevenir el ataque locuaz de un grupo armado en un estadio, un concierto, un espectáculo masivo. Y que no hay un protocolo eficiente para prevenir riesgos así. Al tiempo.

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