13 agosto, 2011

Imperio: Keynes vs Hayek

Keynes vs. Hayek

Por Jorge Fontevecchia

Perfil

Una forma entretenida de comprender qué se discute hoy en Estados Unidos (y el mundo desarrollado) es entrar a YouTube y ver El rap de Keynes y Hayek (los más interesados pueden continuar en el sitio EconStories.tv, donde hay más videos, como Fight of the Century: Keynes vs. Hayek Round Two).

El estribillo del rap dice: “Llevamos un siglo adelante y atrás. [Keynes] —Yo quiero dirigir los mercados. [Hayek] —Yo quiero liberarlos. [A dúo] —Hay un ciclo de expansión y recesión y buenas razones para temerlo. [Hayek] —Culpa de las bajas tasas de interés. [Keynes] —No, son los instintos animales”.

Es muy divertido cómo las mujeres bellas le sonríen a Keynes e ignoran a Hayek, o la policía le hace reverencias a Keynes mientras le pide documentos y palpa de armas a Hayek. El segundo video es una pelea de box en la que gana Hayek pero los jueces (los políticos) igual levantan los brazos de Keynes, el público lo aplaude y los periodistas se concentran en Keynes mientras todos ignoran a Hayek.

Keynes es mucho más simpático; en una parte del rap él canta: “Dilo bien alto, dilo con orgullo, ahora somos todos keynesianos” (la frase de Nixon en 1971; luego Thatcher y Reagan iniciaron la era Hayek).

Ben Bernanke claramente es keynesiano; Néstor Kirchner sólo lo era con relación al gasto público y el pleno empleo, pero era –con cierta licencia– “hayekiano” en el desendeudamiento y con la disciplina fiscal como un dogma absoluto; de hecho, en 2002 defendió la convertibilidad contra Duhalde y en los 90 sintonizó con Cavallo. Hoy, algunos del Tea Party proponen que Estados Unidos regrese a la convertibilidad del dólar con el oro.

El keynesianismo del presidente de la Reserva Federal se muestra en un artículo que tituló: “Política monetaria en Japón: un caso de autoparálisis inducida”. La larga recesión de Japón es el espejo tan temido para Estados Unidos y Europa.

El economista jefe del JP Morgan, Michael Cembalest, en un informe interno para los inversores de su banco está del lado de Hayek: “Bernanke anunció cero de tasa de interés hasta mediados de 2013, lo que confirma que lleva la cerofilia en el corazón”. Se queja de lo que llama “matar al mensajero”, porque hay un acuerdo entre los dos partidos para investigar a Standard & Poor’s por presuntos errores en sus cálculos (igual que Moreno aquí). De cualquier forma, las calificadoras de riesgo son contradictorias. ¿Resulta lógico considerar riesgoso al país que es emisor de la moneda internacional de reserva? ¿En qué otro país podrían refugiarse los inversores si los mayores emisores de bonos de deuda son Estados Unidos, Japón e Italia? ¿En los italianos?

Lo cierto es que las quinientas mayores empresas de Estados Unidos, medidas –justo– por el Standard & Poor’s 500, indican una disminución del 30% de sus ganancias, retrocediendo a niveles de cuando estalló la recesión hace casi tres años y de 1982, poco después de otra crisis relevante que hizo que el precio de oro alcanzara el anterior mayor precio real de su historia.

El valor del oro es el mejor “índice de miedo” de la economía. En 1981 la onza de oro corregida por inflación llegó a costar 1.100 dólares. Durante los treinta años anteriores su precio había oscilado en 200 dólares y lo curioso es que, después de pasar la barrera de los mil dólares en 1981, durante los años 90 y la mitad de la década pasada volvió a costar alrededor de 200 dólares. El precio actual de la onza de oro es de US$ 1.800 y algunos analistas prevén que llegará a US$ 2.500 hacia fin de año.

Es que los pronósticos de recesión para Estados Unidos pasaron del 30 al 50 por ciento y ya el crecimiento del segundo trimestre del año fue sólo del 0,9% del producto bruto. Quizá no sea técnicamente recesión, pero tres trimestres de crecimiento negativo o de bajísimo crecimiento indican una diferencia sólo semántica: en la práctica será un serio enfriamiento de la economía.

El hayekiano más ruidoso de los Estados Unidos es el congresista de Texas Ron Paul, diez veces reelecto. Su discurso en Argentina sería inimaginable: “El libre mercado es humanitario, es la fuerza del gobierno la que es inhumana”. “La Constitución no fue escrita para limitarnos a nosotros las personas sino para ponerle límites estrictos al Gobierno.” “La forma de vida norteamericana es la libertad y un gobierno limitado.” Tiene algo positivo: aunque sea porque cuestan mucho dinero, se opone a las guerras que en los últimos años aumentaron el presupuesto militar el 35%. En los años 70 la guerra de Vietnam también generó déficit e inflación.

En la vereda opuesta está Robert Skidelsky, autor de la biografía canónica de Keynes titulada El retorno del maestro (en la segunda parte del rap, el actor que hace de Keynes con guantes de box le grita a Hayek: “Prepárate para el retorno del maestro”). Skidelsky –quien tiene una visita prevista a la Argentina para fin de mes–, junto con Paul Davison –autor de otro libro canónico: La solución de Keynes–, vienen a luchar contra la “bastardización del pensamiento keynesiano” (lo mismo que Lacan hizo con el legado de Freud).

En la Argentina, lo que se hace en nombre del pobre Keynes confirma la ignorancia de muchos agentes económicos. Hace algunas semanas, cuando Grecia parecía encaminarse al default, la Presidenta dijo: “Lo que sucede en Europa sirve para que no seamos más giles. Es bueno que lo sepamos los argentinos. No seamos más giles. El problema es cuando tenemos giles entre nosotros”, que “decían: ‘miren cómo nos califican las calificadoras’, y que teníamos que ser serios como Europa y Estados Unidos”. Y agregó: “Nunca fui gila, ni tilinga, ni zonza en toda mi vida”. Finalmente, Grecia prefirió no seguir nuestro ejemplo.

Sobre Keynes, Skidelsky escribió: “Se lo considera una especie de socialista. Es un error. Keynes no fue nacionalizador y ni siquiera tiene mucho de regulador”. “Creía que, a pesar de todos sus defectos, el capitalismo era el mejor sistema económico existente.” “Tampoco Keynes fue un fanático del impuesto y del gasto.” “Tampoco creía que todo desempleo fuera causado por una falla de la demanda agregada.” Y remata, como un mensaje especial para Argentina: “Keynes no fue un inflacionista (...) pensaba que era una tontería preocuparse por la inflación cuando los precios y el producto bruto se hallaban en caída libre”.

La irreductibilidad de la incertidumbre es el gran hallazgo teórico de Keynes y nadie lo ha explicado mejor que Nicholas Taleb en su libro best seller mundial El cisne negro, metáfora de lo que no podría existir pero cada tanto sucede y que el propio Skidelsky cita en un artículo titulado “La traición de los economistas” para explicar esta crisis económica mundial a partir de la omnipotencia de la certidumbre: todos los cisnes serán siempre blancos.

Pero el libro que quizá mejor pueda sintetizar las ambivalencias macroeconómicas mundiales –cae la calificación de la deuda de Estados Unidos y aumenta la compra de bonos de deuda del Tesoro norteamericano o la demanda de dólares– es el titulado Imperio, del filósofo italiano Antonio Negri y del norteamericano Michael Hardt, que ya en el año 2000, editado por la Universidad de Harvard, predijo: “Las fronteras definidas por el sistema moderno de los Estados-nación fueron fundamentales para el colonialismo y la expansión económica europeos”. “La modernidad fue europea y la posmodernidad estadounidense (...) ningún Estado-nación puede hoy construir el centro de un proyecto imperialista. El imperialismo ha terminado. Ninguna nación será un líder mundial.” “La transformación de la moderna geografía imperialista del globo y la instauración del mercado mundial [produce] que las divisiones espaciales de los tres mundos (el Primer Mundo, el Segundo y el Tercero) se hayan mezclado en un revoltijo tal que continuamente hallamos el Primer Mundo en el Tercero, el Tercero en el Primero y ya no encontramos Segundo en ninguna parte.”

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