29 agosto, 2011

King, en palabras y piedra


Constituye uno de los misterios perdurables de la historia norteamericana que hayan surgido, en cada momento crucial, grandes caballeros a la altura de las circunstancias. Jefferson, Adams, Madison, Hamilton, Washington, Franklin, Jay. La crisis del XIX trae a Lincoln; el XX, a Roosevelt. E igualmente milagroso es Martin Luther King Jr.


Por Charles Krauthammer

Constituye uno de los misterios perdurables de la historia norteamericana -- tan providencial prácticamente como para dar que pensar al más convencido de los ateos -- que hayan surgido, en cada momento crucial, grandes caballeros a la altura de las circunstancias. Una colonia británica exasperada del XVIII revolucionario alumbra a la cohorte más nutrida de pensadores políticos vista nunca: Jefferson, Adams, Madison, Hamilton, Washington, Franklin, Jay. La crisis del XIX trae a Lincoln; el XX, a Roosevelt.

Igualmente milagroso es Martin Luther King Jr. La justa rebelión de la América negra contra un siglo de opresión post-emancipación podría haber salido en muchas direcciones amargas y destructivas. No lo hizo. Esto fue sobre todo la labor del liderazgo, de la imaginación moral y del genio estratégico de un caballero. Convirtió su propia creencia profundamente cristiana de que "el sufrimiento inmerecido es redentor" en un credo de pacifismo que cinceló en la conciencia política de América. El resultado no fue sólo la liberación racial, sino la redención nacional.

Tal logro, tal vida, merece un monumento a la altura de los demás milagros de nuestra historia -- Lincoln, Jefferson y Roosevelt -- que es precisamente donde se levantará el nuevo Monumento Conmemorativo a Martin Luther King Jr. Abrió al público en la Dársena el lunes, lindante a las siete hectáreas de Roosevelt justo en la otra orilla del templo de Jefferson y dividiendo la invisible recta cartográfica que conecta los monumentos de Jefferson y Lincoln, autores de los dos primeros nacimientos de libertades de América cuyas promesas aguardaron cumplimiento en King.

El nuevo monumento a King tiene sus defectos, el más destacado su tan debatido elemento central, la enorme escultura en piedra de 9 metros de altura de un King en pie, brazos en cruz, gesto algo grave. Las críticas se han centrado en el origen: la estatua fue esculpida en China obra de un artista chino. El problema, sin embargo, no es la etnia sino la sensibilidad. Lei Yixin, que percibe una pensión del gobierno, ha creado 150 monumentos públicos en la República Popular, incluyendo varios al Presidente Mao. Es muy obvio. El plano, rígido y socialista resultado realista no hace justicia al alma supinamente matizada, creativa y humana de su modelo.

Las deficiencias artísticas, no obstante, son superadas por el emplazamiento. Se accede al monumento a través de un estrecho corredor, que desemboca en una impresionante salida a la Dársena, un oasis arbolado de serenidad con Jefferson en la orilla distante. He aquí a King contemplando la Tierra Prometida -- prometida por aquel mismísimo Jefferson -- pero a cuyas orillas King no llegaría en persona. Se encuentra en el Monte Nebo de América. No se puede sino estar profundamente conmovido.

Tras el profeta, custodiándole, hay un arco de citas cortas en granito. Guarda la consistencia con ese glorioso rasgo de la arquitectura monumental del centro de Washington -- el homenaje a la palabra (en lugar de imágenes de conquista y gloria, como en tantas otras capitales), como corresponde a una nación fundada sobre una idea.

La elección de las citas de King no está exenta de polémica, no obstante. Hay 14 citas, pero en ningún orden discernible, cronológico o temático. Ninguna está sacada del discurso del "Tengo un Sueño" por motivos de redundancia pedagógica comprensible. Con todo, parte de las citas son simplemente anodinas, no plasmando nada de la cadencia ni la poesía del considerable repertorio de King.

Más problemática, sin embargo, es la estrechez filosófica. Las citas redundan casi exclusivamente en el elemento universalista del pensamiento de King -- exhortaciones, por ejemplo, a que "nuestras lealtades trasciendan nuestra raza, nuestra tribu, nuestra clase y nuestra nación; y esto significa que tenemos que desarrollar una perspectiva mundial", o a que "Cada nación ha de desarrollar ya una lealtad primordial a la humanidad en conjunto".

Trascender toda forma de sectarismo para lograr una humanidad común fue, por supuesto, un elemento importante del pensamiento de King. Pero no fue el único. Brilla por su ausencia cualquier noción del americanismo de King. De hecho, la palabra América aparece en una única ocasión, y sólo en el contexto de manifestar su oposición a la Guerra de Vietnam. Pero como insistía el propio King, su sueño estaba "profundamente arraigado en el sueño americano". Conscientemente ancló los derechos civiles a la historia estadounidense, no sólo por razones tácticas de reclutar a los blancos en la lucha sino porque estaba firmemente convencido de que su movimiento, aunque ferozmente combativo, era la quintaesencia de lo americano, una profunda reivindicación de hecho del credo estadounidense.

Y aun así, por mucho que uno desee una representación más equilibrada del propio credo de King, no hay forma de negar la fuerza de esta construcción. Hay que verla de primera mano. En el corazón de la capital de la nación, King ocupa ya su lugar literalmente en el seno del panteón de América, el único que no habiendo sido presidente recibe tal distinción. A fecha del 22 de agosto de 2011, no hay espacio para nadie más a orillas de la Dársena. Así es como debe ser.

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