Democracia
The New York Times Nueva York
Cuando el filósofo alemán Jürgen Habermas dice algo sobre Europa y su país, los alemanes toman buena nota. Habermas, de 82 años, amante de Europa y con un gran seguimiento en Estados Unidos, expone sus comentarios cuando siente que las cosas van realmente mal. Por ello, cuando pronunció recientemente un discurso en Berlín en medio de la crisis del euro, fascinó al público. En él, acusó a las élites políticas de incumplir su responsabilidad de acercar Europa a sus ciudadanos.
“El proceso de la integración europea, que siempre ha tenido lugar por encima de la población, ahora ha llegado a un punto muerto”, afirmó Habermas en un foro presentado por el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. “No puede avanzar más si no cambia su habitual modo administrativo por otro en el que exista una mayor participación pública”. Las élites políticas “esconden la cabeza bajo tierra”, dijo y añadió que “insisten reiteradamente en su proyecto elitista y en la supresión de derechos de la población europea”.
Los que están de acuerdo con Habermas mencionan a menudo el comportamiento de José Manuel Durao Barroso, presidente de la Comisión Europea, el poder ejecutivo de la Unión, y el de Herman Van Rompuy, presidente del Consejo Europeo, que representa a los 27 Estados miembros. En los últimos meses, ninguno ha logrado explicar al público general qué está ocurriendo con Europa y con el euro. Cuando conceden entrevistas, tienden a dirigirse a un público elitista. Ninguno llega a los ciudadanos. “Dudo que alguna vez hayan pensado en celebrar asambleas públicas”, comentaba Pawel Swieboda, director de DemosEuropa, una organización de investigación independiente en Varsovia.
Líderes débiles y en deuda
La elección de Barroso y Van Rompuy se realizó a puerta cerrada. La canciller alemana Angela Merkel y el presidente francés Nicolas Sarkozy, quienes a menudo eluden al público general en las cuestiones europeas, tuvieron una gran influencia sobre quién debía dirigir Bruselas. Según opinan los analistas, preferían líderes débiles que estuvieran en deuda con ellos. Los que abogan por una mayor democracia en la Unión Europea para otorgar a los líderes de Bruselas una legitimidad auténtica y obligarles a justificar públicamente sus decisiones se enfrentan a dos grandes obstáculos.
El primero es la determinación de los Parlamentos nacionales a aferrarse a lo que les queda de poder. Así, dos tercios de la legislación se aprueban en Bruselas y a continuación se traspasan a los Parlamentos nacionales para que den su consentimiento. No es de extrañar que los legisladores alemanes tengan tanta experiencia sobre la crisis del euro.
El plan, esbozado por Merkel y Sarkozy tras una reunión en París el 16 de agosto, de introducir un gobierno económico a nivel de la UE significaría que Bruselas se inmiscuiría en los presupuestos nacionales y en los sistemas fiscales de Alemania. Este gobierno es un paso lógico hacia una mayor integración económica. Pero los legisladores preguntan, ¿dónde está la responsabilidad y la transparencia democrática? Habermas dice que no existe.
"Habría que enmendar los tratados"
El segundo obstáculo es que una mayor democracia implicaría un cambio en los tratados de la UE que, entre otros aspectos, estipulan cómo se eligen a los líderes en Bruselas y cómo funcionan las instituciones. “Es un gran problema para la legitimidad. Si queremos lograr más legitimidad a través de medios legítimos, entonces habría que enmendar los tratados”, comentaba Krzysztof Bledowski, experto europeo, economista y director del consejo de Manufacturers Alliance, un lobby con sede en Arlington [EEUU] que observa muy de cerca lo que sucede en Europa.
Pero ningún líder de la UE está dispuesto a reabrir los tratados que se negociaron con tanto esfuerzo. La Unión podría democratizarse al menos en pequeños aspectos. Pero según señala Swieboda, “la UE funciona a base de métodos y de procesos que se anteponen a la democracia”.
Las decisiones trascendentales, como la introducción del euro o la ampliación, se toman primero con pequeños pasos, con lo que a los oponentes les resulta muy complicado conseguir suficiente apoyo público en un momento específico. Pero una vez que el proceso cobra impulso, es aún más difícil de detener. Tanto la Comisión como los Estados miembros siempre exponen el argumento de que una ruptura sería demasiado arriesgada y costosa. Además, al final, todo el mundo se beneficiará de una integración más estrecha.
Es cierto que la Unión no existiría en su estado actual sin el “método Monnet”, denominado así por Jean Monnet, el padre fundador de Europa y con cuya orientación se tomaron las primeras decisiones sobre la integración de la industria del carbón y del acero europeo a principios de la década de los cincuenta.
La respuesta siempre es: "Europa"
Paso a paso, inexorablemente, este método desembocó en un mercado común para todos los productos. Pero también se aplicó el mismo método cuando Grecia se unió al euro en 2001, a pesar de las advertencias de los economistas y los inversores sobre las credenciales de Grecia y posteriormente, cuando Bulgaria y Rumanía entraron a formar parte de la Unión en 2007, a pesar de las advertencias de las autoridades judiciales y de seguridad sobre su corrupción endémica y el contrabando en ambos países. Pero se hizo caso omiso a esas advertencias. El proceso no podía detenerse.
Tampoco se aceptan las críticas a este tipo de toma decisiones. “La respuesta del status quo es que, puesto que Europa es la respuesta, no debe cuestionarse”, afirma Swieboda. “Si alguien cuestiona a la Comisión, por ejemplo, se le considera un euroescéptico”. Este concepto ha justificado la aparición de partidos populistas y euroescépticos. Los pro-europeos les tachan de anti-europeos. Pero los partidos populistas, cada vez más acordes con la derecha dominante, tienen razón en un aspecto: la Unión no escucha a sus ciudadanos.
“Carecemos de auténticos líderes europeos”, afirmaba Andrea Römmele, profesora de comunicación en política y sociedad civil en la Hertie School of Governance en Berlín. “Con tantas cuestiones nacionales y europeas relacionadas entre sí, es fundamental que los líderes europeos se comuniquen con su público y fortalezcan Europa”.
La crisis del euro es el ejemplo más claro de cómo los líderes no han logrado hacerlo. Cuando Europa salga de esta última crisis, si es que llega a hacerlo, los partidarios de una mayor integración afirman que el liderazgo en Bruselas y en las capitales no puede continuar siendo como antes. Si las puertas de la Unión no se abren totalmente a la responsabilidad y a la democracia, Europa será presa de los populistas.
Gobierno del euro
El hombre para todo
La idea de designar a Herman Van Rompuy como Míster Euro, concebida por Angela Merkel y Nicolas Sarkozy durante su encuentro del pasado 16 de agosto, no es la última nominación por cooptación de este político en el seno de las instituciones europeas. “Cuando en 2010 fue elegido como primer ministro permanente del Consejo Europeo, el democristiano belga dejó claro dos cosas”, escribe al respecto ABC: “Que era consciente de que su designación se debía a una voluntad expresa del eje franco-alemán y que él entendía su cometido como una misión para salvar el estado de bienestar, la base de la organización sociopolítica del Viejo Continente desde el fin de la II Guerra Mundial, ante los desafíos que plantea la economía globalizada”.
La prueba de que el antiguo primer ministro belga “sabe lo que hace en estos momentos”, apunta el diario madrileño, “ha sido no haber respondido a la propuesta de la canciller alemana Angela Merkel y del presidente francés Nicolas Sarkozy para encabezar el gobierno económico europeo en el que el eje franco-alemán ha puesto sus esperanzas de salvar el euro. Su primera reacción ha sido un viaje oficial a Noruega -país que no está ni en la UE ni en el euro, pero que depende de Europa y de la moneda única- como si nada hubiera pasado”.
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