09 agosto, 2011

México, un infierno para los migrantes

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos pide al Gobierno de Felipe Calderón que garantice la vida de los 'sin papeles' a su paso por el país

SALVADOR CAMARENA | México

El México de los migrantes es, según testimonios dados a conocer hoy por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), un país donde madres, esposas, hermanos y hermanas viven un calvario al buscar durante meses e incluso años "a sus seres queridos"; un territorio donde ocurren violaciones sexuales individuales y masivas; donde se perpetran secuestros con fines de extorsión y otros para explotar sexualmente a la víctima, y donde no se denuncian los ilícitos por miedo a "sufrir represalias de parte de la delincuencia organizada o de agentes estatales".

Por ello, y preocupada por la "grave situación de seguridad que viven los migrantes, tanto extranjeros como mexicanos, en su tránsito por México", la CIDH ha presentado hoy al Estado mexicano un pliego de 13 recomendaciones preliminares para que se "garantice de manera inmediata la vida y la integridad personales de los migrantes mediante acciones concretas que faciliten el tránsito seguro de todos". Entre las sugerencias del máximo organismo vigilante de los derechos humanos de América destacan la propuesta de convertir en una excepción los casos de detención de los indocumentados, otorgar un visado de 180 días a los migrantes y abrir las estaciones migratorias del Gobierno a la supervisión de la sociedad civil.

Después de una visita de 10 días de una delegación integrada por cuatro personas -encabezada por el chileno Felipe González, relator de los trabajadores migratorios de la CIDH-, el organismo denunció que en México los sin papeles "son víctimas de asesinatos, desapariciones, secuestros y violaciones sexuales" y, en el caso de los extranjeros, también de discriminación.

La delegación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos visitó cuatro Estados de la llamada "ruta del migrante" (Oaxaca, Chiapas, Veracruz y Tamaulipas), territorio donde miles de indocumentados se juegan la vida cada año en su intento por llegar a Estados Unidos. Se calcula que unas 400.000 personas transitan por suelo mexicano anualmente. De ellos, según cálculos de diversos organismos, incluida la oficina del Ombudsman de México, hasta 20.000 personas al año serían víctimas de secuestro por bandas criminales, particularmente de Los Zetas.

Al presentar sus recomendaciones preliminares, el relator González apuntó que se van con un sentimiento mixto. Ponderó que las autoridades mexicanas les mostraron una serie de iniciativas que denotan avances, pero que la realidad que pudieron palpar es dramática.

"Hay una serie de avances cuya efectividad está por demostrarse", apuntó González a la prensa. "La Relatoría manifiesta su preocupación en cuanto a que la Ley de Migración no incorpora el principio de la excepcionalidad de la detención", asentaron en el documento. Por ello exigieron a los legisladores mexicanos que al establecer el reglamento de dicha ley se especifique esa política.

El relator señaló además que dotar de un permiso de entrada a México a los migrantes extranjeros ayudaría a "lograr que la integridad personal y el derecho a la vida se respeten. Se trataría de un permiso de 180 días de duración para que al menos en México estén en situación de seguridad".

Entre las recomendaciones, la CIDH pide establecer centros de atención a migrantes, facilitar medios de transporte seguros, garantizar la seguridad en todas las terminales de transporte y en los albergues (donde muchas veces ocurren los secuestros), que cualquier organismo civil acreditado pueda visitar las estaciones migratorias para verificar la integridad de los ahí retenidos, proteger a los defensores de los derechos humanos de los migrantes y la protección de las víctimas y los testigos de delitos contra migrantes.

Aunque trabajarán en la formulación final de las recomendaciones, González fue claro al sentenciar que "este es el momento para que se produzcan estos cambios".

Las recomendaciones de la CIDH surgieron después de recibir cientos de testimonios de migrantes secuestrados que lograron escapar de grupos donde había centenares como ellos, y de otros que atestiguaron "matanzas de decenas de personas durante su cautiverio [...] así como de personas, como los integrantes de la caravana de centroamericanos Paso a Paso hacia la Paz, que buscan a sus familiares que intentaron emigrar y de los cuales no tienen noticia desde hace meses e incluso años".

El terrorismo en México

El terrorismo en México

por Luis González de Alba

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Periodista, novelista y uno de los más visibles líderes del movimiento estudiantil de 1968 —cuyo testimonio quedó famosamente plasmado en Los días y los años (ERA, 1971)—, Luis González de Alba toca en este texto las fibras más sensibles de la historia mexicana reciente: aquellas que relacionan al Estado con el uso fríamente deliberado del terror.

El terrorismo, como su nombre lo indica, está dirigido contra la población civil, a la que busca atemorizar cuando las acciones militares han fracasado. Quienes lo practican tienen la finalidad de acobardar a un grupo, una colectividad o una nación entera y así quebrar el sustento de las acciones militares.
En la guerra de liberación de Argelia, el Ejército francés realizaba incursiones en los barrios árabes con el fin de intimidar a quienes apoyaban a los independentistas. A su vez, éstos aterrorizaban a la población de origen francés con bombas en lugares públicos y populosos. Para ser calificada de terrorista, una masacre debe ser indiscriminada, sin objetivos militares y sin otra finalidad que desalentar el apoyo que los civiles brindan a una causa.
En nuestros días, los activistas palestinos se transforman en bombas para impedir que la población israelí olvide lo que puede ocurrirle en cualquier momento si continúa colonizando tierras reclamadas por la población árabe. Las irrupciones del Ejército israelí en territorios palestinos buscan terminar con el apoyo civil a los suicidas. Cuando detiene a un presunto suicida, el Ejército hace una operación militar; cuando bombardea un barrio habitacional palestino, hace terrorismo. Hicieron terrorismo las bandas de cristianos ultraderechistas que, al amparo de Ariel Sharon, masacraron a refugiados en los campamentos libaneses de Sabra y Shatila.

En México
Así definido el término, ¿hemos tenido terrorismo en México? Lo realizaba el Ejército cuando ahorcaba cristeros a lo largo de caminos donde fueran ejemplo de lo que ocurriría a otros alzados. Lo cometían los cristeros cuando empalaban a maestros rurales que defendían la educación laica.
Pero en años recientes, en los últimos cincuenta años, ¿ha habido terrorismo en México? Restringiéndonos a quienes son tradicionalmente calificados como terroristas, esto es los civiles opositores a un régimen, difícilmente podríamos darles esa denominación a quienes pusieron una bomba de humo en la Embajada de Bolivia por 1967 o 66, a los que en 1969 pusieron una bomba en una torre de alta tensión en protesta por la masacre de Tlatelolco.
Pero claramente hubo terrorismo de Estado el 2 de octubre de 1968, en Tlatelolco, porque sin duda la operación no tuvo más finalidad que la de provocar terror entre los asistentes al mitin. No fue un combate donde el Ejército se enfrentara a un grupo armado, sino una operación clandestina en la que militares sin uniforme y en ropa civil, el llamado Batallón Olimpia, llegaron, según testimonios propios, con la finalidad de hacer huir a la multitud. De provocar terror.
Se conocen tales testimonios porque, en el momento en que el Ejército vio los fogonazos, respondió al fuego de inmediato e hirió a quienes luego rendirían sus declaraciones. Sin medios para comunicarse con la tropa regular, el Batallón Olimpia estuvo a punto de ser masacrado. Lo salvó la casualidad de que el edificio Chihuahua, desde donde comenzaron a disparar, tenga barandales de concreto y no de barrotes. Así que los miembros del Olimpia pudieron guarecerse del nutrido fuego con el que les respondió el Ejército.
A pesar de la protección del concreto, algunos miembros del Olimpia fueron alcanzados por el fuego de las tropas regulares, las de uniforme. Cuando, heridos, fueron trasladados al Hospital Militar, rindieron allí su declaración ante el Ministerio Público. El acto de terrorismo quedó al descubierto en palabras de los propios ejecutores.

La declaración de un capitán
Declara el capitán Ernesto Morales Soto en el acta número 54832/68. "En la ciudad de México, Distrito Federal, siendo las 21:30 horas del día 3 de octubre de 1968, el personal que actúa se trasladó y constituyó legalmente al Hospital Central Militar, sala de emergencia, cama 28, en donde se tuvo a la vista al que en su estado normal dijo llamarse ERNESTO MORALES SOTO, protestado y advertido en los términos de ley, por sus generales manifestó: llamarse como queda escrito, ser de 35 años de edad, viudo, católico, con instrucción, capitán primero de Caballería del Ejército Mexicano, originario de Xicotepec de Juárez, estado de Puebla [...] Declaró: Que el de la voz presta sus servicios como capitán primero de Caballería del 19 Regimiento, destacamentado en la ciudad de Múzquiz, estado de Coahuila, comisionado actualmente en esta ciudad en el Batallón Olimpia al mando del coronel ERNESTO GÓMEZ TAGLE, con funciones específicas de preservar el orden público durante el desarrollo de los Juegos Olímpicos, que el día de ayer [2 de octubre] fue comisionado, poniendo bajo su mando dos secciones de Caballería compuestas de 65 hombres pertenecientes al 18 y 19 Regimiento de Caballería, para que se trasladaran a la Unidad Tlatelolco yendo todos vestidos de paisanos e identificados como militares por medio de un guante blanco, y protegieron las dos puertas de acceso al edificio denominado Chihuahua de dicha Unidad, confundiéndose con los allí presentes que se habían reunido sin saber para qué motivo, que posteriormente al lanzamiento de una luz de bengala, como señal previamente convenida, debería apostarse en ambas puertas e impedir que entrara o saliera persona alguna, que después de lanzada la señal mencionada empezaron a oírse gran cantidad de disparos que provenían de la parte alta del edificio mencionado, así como de los ventanales y dirigidos hacia las personas que se encontraban reunidas, las que trataron de protegerse junto a los muros del edificio y algunas de ellas intentaban introducirse, que en cumplimiento de las órdenes recibidas, la gente al mando del declarante disparó al aire para dispersar a la gente [del mitin]..."

Hubo más
Al parecer, hubo más francotiradores y no únicamente los soldados del Batallón Olimpia vestidos de civil, según se deriva de que el capitán Morales Soto oyera los primeros balazos antes de dar la orden de disparar "al aire para dispersar a la gente".
El francotirador tiene por función aterrorizar más que hacer el mayor número de víctimas. La gente debe saber que no está a salvo y que por cualquier parte le puede llegar una bala. A diferencia de lo que ocurre durante una operación militar, donde el frente está bien establecido y quien no participa del combate no se aproxima y con eso está relativamente a salvo, el francotirador tiene la función que menciona el capitán Morales Soto, "dispersar a la gente", hacerla huir de pavor. Y quienes los vimos disparar desde el tercer piso del edificio Chihuahua no vimos que dispararan "al aire", sino al azar sobre la multitud. Esos fueron los disparos a los que el Ejército respondió con fuego cerrado sobre esa parte del edificio. Fue un claro acto de terrorismo de Estado claramente definido por quien tenía a su cargo a 65 militares disfrazados de civiles.

El 1o de enero de 1970
En diciembre de 1969, luego de un año y meses de estar encarcelados en la vieja prisión de Lecumberri sin que comenzaran nuestros procesos, la mayor parte de los presos nos pusimos en huelga de hambre. La exigencia de la huelga no era clemencia ni libertad, sino procesos, porque el término legal de un año, dentro del cual todo detenido debe ser sentenciado, había transcurrido sin que hubiera ni el menor trámite en los juzgados respecto de nuestro caso.
Cuando teníamos más de veinte días en huelga de hambre, el candidato priista, Luis Echeverría, estaba por volver al Distrito Federal luego de una de sus giras de campaña. La dirección del penal quiso ofrecerle la conclusión rápida de la huelga de hambre. Para eso abrió las puertas de todas las crujías y ofreció a los presos comunes todo el botín que pudieran obtener de nuestras celdas. Al fin estudiantes, teníamos máquinas de escribir, libros, televisores, mesas y sillas que habíamos comprado en los mismos talleres de Lecumberri.
Si los presos se matan entre sí por un cigarro de marihuana, ya se puede imaginar lo que harían por un televisor, un radio, unos cacharros de cocina, cobijas, camisas, zapatos.
Después del asalto no quedaron en nuestras celdas ni siquiera las cobijas o ropa con la cual nos pudiéramos cubrir del frío de enero. No dejaron ni los focos.
¿Cuál fue la intención de las autoridades? Una y una sola: aterrorizar. Pensaron que golpeados, robados, heridos, alguno de gravedad, sin agua, que era lo único que nos permitíamos, daríamos por terminada la huelga de hambre. Se equivocaron. Pero el medio que emplearon fue, otra vez, el terror. Que no haya sido efectivo, para los fines que la dirección del penal buscaba, no disminuye un ápice el terrorismo de la medida con la que se buscaba obligarnos a levantar la huelga antes que llegara el candidato del pri.

Y el 10 de junio de 1971
El otro acto de terrorismo cometido por el gobierno mexicano contra población sin armas ocurrió el 10 de junio de 1971, también en el Distrito Federal y también, mayoritariamente, contra estudiantes. Como en Tlatelolco, la función del grupo paramilitar llamado Halcones fue provocar terror entre quienes marchaban en una manifestación pacífica y sin arma alguna, ni siquiera machetes como ahora se acostumbra. Los Halcones mataron e hirieron, pero su principal función era la de hacer huir a los manifestantes y prevenir cualquier otro acto semejante en el futuro. El gobierno deseaba que ese mensaje quedara muy claro.
Y lo fue, el mensaje fue traducido por amplios sectores de jóvenes en el sentido de que toda vía legal estaba cerrada. Que plantear demandas sin acompañarlas por disparos era ingenuo, que la única voz para hacerse escuchar era la de las metralletas, los secuestros y los asaltos destinados a financiar la compra de armas. Había nacido la guerrilla y perduraría hasta principio de los años ochenta. Y, una vez más, a la guerrilla no se le respondió con la aplicación de la ley, sino con terrorismo.

Los desaparecidos
¿Por qué el Ejército no entregaba a los guerrilleros a la justicia? Lo hizo muchas veces, pero no siempre. Y fue así para dar escarmientos. Se instauró la tortura para que el joven tentado por la guerrilla se lo pensara dos veces. Debía saber que no arriesgaba únicamente la cárcel si era detenido, ni la muerte en combate, sino que sería torturado, que su agonía sería lenta y su muerte dolorosa. En algunos casos se llegó a detener a familiares para que el guerrillero supiera que no sólo se exponía él, sino que entregaba a los suyos. Lo ha hecho Israel al exiliar a las familias de los suicidas. Es un mensaje: no todo terminará con la muerte y la llegada al Paraíso: nos cebaremos en tu familia, en tus seres queridos. Eso puede ser más efectivo que la amenaza de tortura y muerte. Porque es medida efectiva, se llegó a aplicar en México. El guerrillero que ya murió en la tortura, o en la cárcel clandestina, no podrá preocuparse por el destino de sus familiares detenidos. Pero los demás sí. El mensaje está dirigido a quien esté pensando en unirse a un grupo armado. Es terror.
Y es terror mantener por decenios a madres y padres, a hermanos y hermanas buscando a quien desapareció sin rastro de proceso ni de aplicación de las leyes. Es terror para que, quienes sientan la tentación, se lo piensen dos veces. Y es terror de Estado.
Así pues, los opositores al antiguo régimen no podemos ser acusados de haber empleado tácticas terroristas. Los propios guerrilleros, con todo lo discutible que pueda ser esa vía, emplearon poco el terror: algún avión desviado a Cuba, algún secuestrado muerto. Pero nuestros gobernantes han sido muy imaginativos en sus actos de terrorismo, de los que tenemos un amplio repertorio. La revisión de los archivos recién abiertos a la investigación nos dará más detalles. ~

Atentamente, El Chapo

Atentamente, El Chapo
Héctor de Mauleón

Nadie sabía quién era y ya era dueño del aeropuerto de la ciudad de México. Todos saben quién es y nadie puede encontrarlo. Joaquín Guzmán Loera ha sobrevivido a cinco presidentes, 11 procuradores, una prisión y a su propia adicción al poder y las mujeres


En los meses que siguieron a su fuga del penal de Puente Grande, Joaquín El Chapo Guzmán saltaba desesperado de una ciudad a otra. Un grupo especial de la Policía Judicial Federal, a cargo del entonces director Genaro García Luna, y al menos 500 agentes de diversas corporaciones, le mordían los talones. Las autoridades sostenían que El Chapo realizaba la huida prácticamente sin recursos materiales: disponía sólo de cuatro vehículos, cuatro pistolas, algunos rifles AK-47, y un trío de escoltas incondicionales que desde fines de los ochenta lo seguían a todas partes: Juan Mauro Palomares, El Acuario, Jesús Castro Pantoja, El Chabelo, y Arnoldo Martínez, El Trece.

Chapo

El fiscal antidrogas Mario Estuardo Bermúdez declaraba que el radio de movilidad y operación del narcotraficante se hallaba “bastante reducido”. El procurador Rafael Macedo de la Concha afirmaba que su organización estaba “significativamente” fracturada. El presidente Vicente Fox anunciaba que su captura era cuestión de tiempo: “Ahí lo traemos de cerquita”.

La policía acababa de asegurarle un laboratorio de procesamiento de drogas en Zapopan. Cada 15 días era detenido uno de sus cómplices. Las redadas federales habían provocado la detención de su hermano, Arturo Guzmán, El Pollo, y de 24 personas asociadas su grupo delictivo: desde el hombre encargado de comprarle la comida, hasta pistoleros, operadores, pilotos y lavadores de dinero. El procurador tenía en su escritorio la lista de sus principales colaboradores: abogados, ex militares, ex comandantes de la Policía Judicial Federal. Se sabía que su segunda esposa, Griselda López Pérez, le ayudaba a rentar casas en las cuales esconderse. A cuatro meses de su fuga, en mayo de 2001, El Chapo se guareció en una residencia de la delegación Cuajimalpa. En julio de ese año se ocultó en el Fraccionamiento Las Ánimas, de la ciudad de Puebla, y luego anduvo a salto de mata en casas de El Pedregal, La Marquesa y la delegación Tlalpan.

Uno de sus escoltas, Jesús Castro Pantoja, fue localizado cuando envió un regalo a su mujer, por el nacimiento de su hijo. Las cámaras de video de la tienda donde había adquirido el obsequio permitieron que las fuerzas de seguridad determinaran su filiación. Fue cazado en estado de ebriedad a las puertas de un hotel en Guadalajara. Castro Pantoja declaró a las autoridades que El Chapo estaba deprimido y a las puertas del suicidio. La detención de su hermano El Pollo le había puesto el ánimo al nivel del piso. Le aterrorizaba la idea de ser extraditado y juraba que antes de volver a La Palma —la prisión en donde purgó los primeros dos años de una condena de 20— iba a darse un tiro.

A fines de 2001, parecía copado. El ejército le cateaba fincas, ranchos, domicilios. La policía le decomisaba vehículos, armas, droga, dinero. Guzmán Loera, sin embargo, parecía ir siempre un paso adelante. “Se esfuma minutos antes de que aparezcamos”, declaró el director de la DEA, Anthony Placido.

El narcotraficante había montado a su alrededor un sistema de seguridad que consistía en el envío de mensajes por bíper. Su grupo más cercano debía recibir cada 30 minutos un mensaje de reconocimiento enviado por escoltas ubicados en puntos alejados. Estos escoltas, a su vez, recibían mensajes procedentes de un tercer círculo de protección. Si la cadena se rompía en algún momento, se tomaba la decisión de huir: “Quería decir que alguien del grupo había sido detenido”, declaró Castro Pantoja.

La fuente más veraz de información, sin embargo, provenía de las estructuras de seguridad nacional. Durante los ocho años que El Chapo estuvo en prisión, su hermano El Pollo heredó una parte de su organización y se dedicó a reclutar enganchadores —entre ellos, los publirrelacionistas Jesús y Humberto Loya— cuya función era sobornar a militares y comandantes de la PGR asignados a cargos estratégicos.

El Chapo tenía razón cuando afirmaba que prefería el suicidio al laberinto de pasillos, muros de concreto y rejas controladas electrónicamente del penal de La Palma. Recluido allí entre 1993 y 1995 —año en que fue trasladado al penal de Puente Grande—, tuvo tiempo de advertir cómo el aislamiento, la inactividad, las estrictas reglas de seguridad y disciplina, provocaban entre los reclusos trastornos físicos y mentales. La Palma, inaugurada en 1991 como el primer penal de máxima seguridad del país, prohibía la comunicación entre internos, salvo en zonas de uso común. Entre el pase de lista a las seis de la mañana y el apagado de luces a las 10 de la noche, sólo había pequeñas visitas al comedor, los talleres, los patios. Los internos no podían formar grupos de más de tres personas y por lo general se prohibía que hablaran entre ellos. La mayor parte del tiempo vegetaban en sus celdas. En 1994 hubo dos suicidios en sólo dos semanas. Ese año, El Chapo se quejó con una organización de derechos humanos porque cerca de su celda había “dos cuartos con paredes acolchonadas, donde constantemente se escuchan gritos de personas, algunas de las cuales son maniatadas con camisas de fuerza”. Se quejó, también, porque las autoridades se la pasaban “inyectando y dando pastillas a los internos, para volverlos locos”.

A excepción de las visitas conyugales, su única distracción consistía en las largas partidas de ajedrez que sostenía con algunos de sus lugartenientes: Baldemar Escobar Barraza, Martín Moreno Valdés y Antonio Mendoza. Las autoridades del penal lo consideraban un hábil ajedrecista. También una persona “peligrosa” y “mentirosa”.

Uno de los perfiles psicológicos que se le realizaron, subraya el sentimiento de inferioridad que le produce su estatura (alrededor de 1.65 metros) y la tenacidad con que se empeña en demostrar “superioridad intelectual” y alcanzar “un estatus de omnipotencia”. De acuerdo con ese diagnóstico, “en su realidad interna no existe la culpa”, posee habilidades “para manipular su entorno” y pretende mantenerse “en el centro de la atención”. Seductor, afable, espléndido, sabe generar “sentimientos de lealtad y dependencia hacia su persona”. Es tolerante a la frustración, “pero no indulgente con sus detractores”. Sus respuestas son siempre calculadas y define claramente sus metas.

Tales características debieron ayudarle a superar la depresión. Cuatro años después de la fuga, el subprocurador José Luis Santiago Vasconcelos lo definió como el criminal más inteligente y con mayor capacidad de reacción que la PGR había enfrentado. En poco tiempo, el hombre que recorría el país con sólo tres pistoleros cuidándole las espaldas había extendido su área de influencia a 16 estados y 20 países. Controlaba el Pacífico mexicano y buena parte de la frontera. Sus redes llegaban incluso a Tailandia. Tenía bajo su servicio a funcionarios de primer nivel. Había penetrado las estructuras de seguridad del Estado a niveles inimaginables. Soñaba con crear una federación de cárteles que él iba a manejar desde la sombra.

Estuvo a un paso de lograrlo. Pero, como decía el perfil, no era indulgente con sus detractores y convirtió el país en una balacera. Un baño de sangre que en los nueve años de su fuga ha arrojado en la República un saldo de 30 mil muertos.

El vuelo de Tapachula
“Esto se va a poner de la chingada”, le dijo El Chapo Guzmán a su administrador, Hernán Medina Pantoja, el 24 de mayo de 1993, el día en que una balacera en el aeropuerto de Guadalajara cobró la vida del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo. Los reportes oficiales indican que El Chapo se había hospedado en el Hotel Holiday Inn de esa ciudad y pensaba viajar, en plan de descanso, a Puerto Vallarta. La pugna que desde 1989 mantenía con los hermanos Benjamín y Ramón Arellano Félix, cabecillas del Cártel de Tijuana, trastocó sus planes. Un comando de asesinos reclutado en el barrio Logan de San Diego viajó a Guadalajara para matarlo. Lo que siguió después —la balacera en la que los sicarios confundieron el auto de El Chapo y barrieron el cuerpo del cardenal Posadas Ocampo, según la versión oficial— lo condujo al máximo nivel de visibilidad y exhibió la red de sobornos y complicidades que le habían permitido construir la organización criminal más poderosa de México.

Antes de 1993, El Chapo Guzmán reinaba desde la sombra. No se contaba con datos suyos. Tampoco se tenían fotos recientes. El oro del narcotráfico le permitía moverse con impunidad. Tenía la mano en Jalisco, Nayarit, Durango, Sinaloa. Ese mismo oro había comprado una estructura de protección compuesta por gobernadores, ministerios públicos, comandantes, policías y funcionarios medios y altos de varias procuradurías. Pronto circuló la versión de que sus tentáculos habían llegado al secretario particular del presidente Salinas de Gortari, Justo Ceja Martínez. El Chapo Guzmán tenía en la nómina al director de la Policía Judicial Federal encargado de combatirlo, Rodolfo León Aragón.

Tras la balacera en el aeropuerto, las cosas se pusieron como él había anunciado. En una camioneta Suburban, acompañado por un grupo de pistoleros, El Chapo se desplazó hacia el sur. Según el oficio 1387 de la Procuraduría de Justicia Militar, un comandante federal de apellido Gómez, quien le servía de enlace con el subprocurador general Federico Ponce Rojas (al que, decía el oficio, el cártel le pagaba un millón de dólares cada dos meses), le sirvió de escudo hasta que El Chapo cruzó los límites de Chiapas. Fue, sin embargo, una huida plagada de errores. El ex procurador Jorge Carpizo relató después que el narcotraficante hizo varias llamadas desde su celular (“iba dejando un rastro, como animal herido”), y ordenaba a sus acompañantes destruir los cartelones de “Se busca” que aparecían en su camino. Las llamadas desde el celular eran “como un bíper que se prendía y apagaba, pero que daba pistas sobre sus movimientos”. La pista de los cartelones rotos trazó una línea hasta San Cristóbal de las Casas. El gobierno mexicano pidió, al más alto nivel, para evitar filtraciones, la colaboración de autoridades guatemaltecas y salvadoreñas.

Era evidente que El Chapo se iba del país.

Un día, su celular dejó de comunicarse. Carpizo supuso que finalmente había sido detenido.

Un grupo de elite del ejército guatemalteco lo capturó en junio de 1993 en el Hotel Panamericana. Lo acompañaban tres hombres y una mujer. El Chapo revelaría después que la milicia de ese país lo había traicionado: que el teniente coronel Carlos Humberto Rosales le quitó un millón y medio de dólares, antes de entregarlo en el puente Talismán al coordinador de la lucha contra el narcotráfico, Jorge Carrillo Olea.

Un avión de la fuerza aérea lo trasladó a Toluca. “¿Cuánto dinero quieren? Tengo mucho”, les dijo a los funcionarios que lo escoltaban. “Les doy los nombres de comandantes, de funcionarios, de gente a mi servicio. Estoy arreglado muy arriba”, agregó.

Durante el vuelo, el narcotraficante detalló las redes de corrupción en que apoyaba sus actividades. Salpicó a un ex procurador, cuyo nombre no se hizo público. Luego se supo que había embarrado también al ex subprocurador Federico Ponce Rojas, a una persona que trabajaba muy cerca del presidente Salinas de Gortari (presuntamente, Justo Ceja) y a un colaborador del primer círculo de Jorge Carpizo (Rodolfo León Aragón). Relató la entrega de millones de dólares a los comandantes José Luis Larrazolo Rubio, Cristian Peralta y Guillermo Salazar. Desnudó la maquinaria de infinita corrupción que había en el gobierno de Salinas de Gortari.

El procurador Carpizo archivó la información. “Los datos proporcionados por el jefe del Cártel de Sinaloa eran sugerentes —escribió después—, pero no tenían la fuerza, por sí solos, para realizar una consignación”. Otro de los pasajeros del vuelo, el general Guillermo Álvarez Nara, consignó la declaración en un oficio de cuatro cuartillas que luego entregó a la Procuraduría General de Justicia Militar.

Chapo2

El PRI que hoy señala a Guzmán Loera como capo favorito del panismo, decidió guardar silencio y desviar la vista. La declaración hundió a algunos policías y a ciertos funcionarios de nivel medio. Se produjeron ceses y súbitas remociones. En La Palma, El Chapo se negó a ratificar lo que había declarado y constaba en los partes levantados por funcionarios de inteligencia. Dijo que le habían leído la cartilla, y que mejor ahí lo dejaba.

La noche del Krystal

—Oye, Chapo, ¿es cierto que eres el rey de la coca?
—Yo no me dedico a eso.
—¿A qué te dedicas?
—Soy agricultor.
—¿Qué siembras?
—Frijol.
—¿Y qué más?
—Tengo una abarrotería con un amigo.

Pese a lo que declaró cuando fue presentado ante la prensa, El Chapo era poseedor de una biografía menos modesta. Durante varios años fue dueño absoluto del hangar 17 zona D del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, en el que según elementos de la Policía Bancaria e Industrial encargados de custodiar el lugar, dos aviones efectuaban vuelos constantes bajo la protección del comandante Mario Alberto González Treviño. La DEA lo consideraba pionero en la construcción de narcotúneles: uno de ellos, de 450 metros de longitud, habilitado con rieles, luz eléctrica y sistema de ventilación, era empleado para introducir drogas en San Diego y sacar dinero en efectivo del país. Había ideado la exportación de cocaína dentro de latas de chile jalapeños, en remesas etiquetadas bajo la marca “Comadre”, que enviaba regularmente al otro lado de la frontera por medio de trenes de carga. Acostumbraba rentar, en hoteles lujosos, pisos completos para él solo. Era afecto a las mujeres, la música de tambora, el oro y las piedras preciosas. Poseía fincas, ranchos, casas de playa. Tenía dos yates anclados en Playa Pichilingue: el Chapito II y el Giselle (los nombres de sus hijos). Según la declaración del testigo protegido “Julio”, antes de huir rumbo a Guatemala había entregado a un primo suyo 200 millones de dólares para que los guardara por si la cosa se ponía fea. La leyenda de aquel dinero hizo que un narcotraficante apodado El Colo viajara a Nayarit para matar al familiar de El Chapo y adueñarse de esa fortuna.

En realidad, las cosas iban mal desde 1989, cuando el primer capo de capos que hubo en el país, Miguel Ángel Félix Gallardo, fue llamado a cuentas por la justicia. Por indicaciones de Félix Gallardo, el narcotraficante Juan José Esparragosa Moreno, El Azul, convocó a una cumbre de capos y repartió el país entre ellos a fin de evitar una guerra. En el orbe de las declaraciones ministeriales y los testigos protegidos, las versiones de un mismo hecho suelen ser contradictorias. Para algunos, el desastre comenzó cuando los hermanos Arellano Félix mataron en Tijuana a El Rayo López —a quien El Chapo consideraba un hermano—, porque éste se había metido en su territorio. Para otros, todo se pudrió cuando los Arellano robaron 300 kilos de coca que pertenecían al Cártel de Sinaloa. Amigos durante el reinado de Miguel Ángel Félix Gallardo, para 1992 El Chapo y los Arellano se habían convertido en enemigos mortales.

En octubre de ese año El Chapo fue objeto de su primer atentado. Mientras circulaba en un Cutlass por el Periférico de Guadalajara, una Ram lo embistió y tres sujetos descendieron accionando sus metralletas. El Chapo metió a fondo el acelerador y se abrió camino entre el fuego. Tuvo tiempo de reconocer a sus atacantes: Ramón Arellano Félix y dos de sus lugartenientes, Armando y Lino Portillo.

En cuanto se puso a salvo contó los agujeros de bala que había en el Cutlass, 12 en total, y marcó el 77-16-21, número celular de Benjamín Arellano. El líder del Cártel de Tijuana le dijo:
—Nosotros no fuimos.

El Chapo declaró después: “Desde ese día les perdí la confianza”. Le tomó menos un mes devolver la cortesía. Sus servicios de información revelaron que con la custodia del comandante federal Adolfo Mondragón Aguirre, los Arellano llevaban tres noches en Puerto Vallarta, derrochando dinero en el Christine, el centro nocturno del Hotel Krystal. El 8 de noviembre de 1992, un camión Dina aparcó a las puertas de la discoteca. De la caja metálica bajaron en formación 50 hombres con chalecos antibalas, rifles de asalto e identificaciones de la Policía Judicial Federal. Se introdujeron en el lugar y en cosa de ocho minutos percutieron mil casquillos. Armando Portillo, uno de los responsables del atentado contra El Chapo en el Periférico de Guadalajara, cayó bajo las balas. Pero Ramón y Francisco Javier Arellano Félix lograron huir por los ductos de aire acondicionado del baño. Varios de sus escoltas murieron en la refriega.

La espiral de violencia alcanzó su punto culminante en el aeropuerto de Guadalajara, el día en que El Chapo Guzmán iba a viajar a Puerto Vallarta y el comando del barrio Logan recibió la instrucción de regresar a Tijuana pues el objetivo de su viaje, localizarlo y ejecutarlo, no había podido cumplirse. Ése fue el día en que, según las autoridades, ambos grupos se hallaron por accidente a las afueras del aeropuerto Miguel Hidalgo. Ese fue el día en que el cardenal Posadas tuvo el mal fario de irse a meter directamente entre las balas y el país entero descubrió que había comenzado la Edad de la Delincuencia Organizada.

Vivir en Puente Grande
En noviembre de 1995 El Chapo Guzmán consiguió su traslado al penal de Puente Grande, ubicado a 18 kilómetros de Guadalajara. Ahí lo esperaba su viejo camarada de correrías, Héctor El Güero Palma, detenido en junio de ese año cuando la avioneta en que viajaba se desplomó a consecuencia del mal tiempo. En apariencia, El Chapo se dedicó a defenderse de los 10 procesos que tenía abiertos por homicidio, delitos contra la salud, cohecho, delincuencia organizada, tráfico de drogas y acopio de armas. El entonces director de la DEA, Thomas Constantine, diría después que, en realidad, Guzmán Loera siguió operando desde la cárcel. Su hermano El Pollo bajaba cargamentos de cocaína procedentes de Sudamérica, “apadrinado” por Juan José Esparragosa, El Azul, y Albino Quintero Meraz. Otras figuras del cártel, como los hermanos Héctor y Arturo Beltrán Leyva, enviaban maletines de dinero a Puente Grande cada que El Chapo lo necesitaba.

Guzmán Loera conocía a la perfección el camino que iba a recorrer: en 1991 había sobornado al jefe de la policía capitalina, Santiago Tapia Aceves, a quien le entregó 255 mil dólares y 14 millones de pesos a cambio de su libertad. Aquel episodio sería recordado como “la primera fuga de El Chapo”. Una patrulla lo había detenido en el Viaducto. Se dice que dentro de la Suburban en que viajaba había varios ladrillos de cocaína, e incluso un muerto. El jefe policiaco pidió que lo trasladaran a instalaciones de la delegación Venustiano Carranza. Tapia Aceves llegó a ese lugar en helicóptero, y volvió a subir en él con varias bolsas de Aurrerá repletas de dólares.

Fiel a su propia lógica, El Chapo tardó poco en someter Puente Grande. Puso a sueldo a custodios y comandantes; lentamente, tendió un circuito de complicidad que se extendió a todos los niveles. El mismo director del penal, Leonardo Beltrán Santana, estaba bajo sus órdenes. El Chapo escogía el menú, imponía el rol de vigilancia, intervenía en cada uno de los mecanismos de operación de la cárcel. Poseía cuatro celulares, estéreo, televisión y una computadora personal. No asistía a clases y ni siquiera pasaba lista. Según el tercer visitador de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, José Antonio Bernal, a poco de su llegada “entraban drogas, alcohol y mujeres para reclusos privilegiados… había hielos, chicles, comida, pastillas no autorizadas, medicamentos no permitidos, vitaminas y mujeres a las que pasaban en camionetas del mismo penal”.

El Chapo, El Güero Palma y Arturo Martínez, El Texas, los tres reclusos más importantes, celebraban rumbosas fiestas para las que se adquirían hasta 500 litros de vino, y en las que había tambora y mariachi. Algunas mujeres traídas de fuera permanecían al lado de El Chapo durante semanas. En otras ocasiones, el capo prostituía a las cocineras del penal (una vez fue denunciado por violación).

Los custodios que se negaban a integrarse a la red de complicidad eran golpeados o amenazados: “Oiga, dicen que usted anda enojado y que no quiere nuestra amistad. No se preocupe, aquí tenemos los datos de su domicilio y de su familia. No hay ningún problema”. Narcotraficantes y familiares ingresaban al penal sin importar la hora: “Aquí traemos a las visitas de los señores”.

A fines de 1997, El Chapo, que acostumbraba enviar rosas a las cocineras, le mandó una botella de whisky a una de las cinco mujeres recluidas en el penal: Zulema Hernández. Era alta, rubia, y poseía un cuerpo “casi perfecto”. Tenía tatuado un murciélago en la espalda y un unicornio en la pierna derecha. Se hallaba en Puente Grande bajo el cargo de secuestro. Julio Scherer la entrevistó alguna vez y publicó las cartas de amor que El Chapo dictaba a su secretario: “Zulema, te adoro… y pensar que dos personas que no se conocían podían encontrarse en un lugar como este”.

Zulema fue una de las pocas personas a las que el capo confió sus proyectos de evasión: “Después nos volvimos a ver y me dijo que ya se iba a hacer. Él me decía, tranquila, no va a pasar nada, todo está bien”. Guzmán Loera enfrentaba un proceso de extradición, que con seguridad iba a perder en los tribunales. El plan que había fraguado minuciosamente desde 1999 fue puesto en marcha el 19 de enero de 2001. Vicente Fox acababa de llegar a la presidencia. Un cambio de director en Puente Grande podía echar por tierra años de trabajo. No le quedaba tiempo para comenzar de cero.

Antes de irse, Guzmán prometió a Zulema la ayuda de un abogado. Pero el abogado nunca llegó y el narcotraficante se olvidó de ella. Jamás volvieron a verse: ella salió de prisión en 2003, se enroló en la organización de un abastecedor de droga llamado Pablo Rojas, El Halcón, y regresó a la cárcel al año siguiente. En 2006 la liberaron. El 17 de diciembre de 2008 la policía encontró el murciélago y el unicornio dentro de la cajuela de un auto. Zulema había sido asfixiada con una bolsa de plástico y tenía varias “Z” marcadas con una navaja en el cuerpo.

La fuga de El Chapo comenzó a las 19:15 y terminó 13 minutos más tarde. En un carro de lavandería empujado por Francisco Javier Camberros, El Chito, empleado del área de mantenimiento, y luego de ubicar en puntos estratégicos al equipo de celadores a su servicio, El Chapo salió del módulo 3 y atravesó pasillos, diamantes de seguridad y puertas electrónicas, hasta cruzar la aduana de vehículos. El sistema de video interno había sido bloqueado. En el estacionamiento general, se metió en la cajuela de un viejo Montecarlo. El Chito se hallaba a tal punto bajo la voluntad del narcotraficante que, dijo después, no cobró un solo peso “por el favor que le hice al señor Guzmán”.

El Chapo se había quejado ante él de su extradición inminente. “Me dijo que ya había pagado sus culpas y aún así lo querían llevar a Estados Unidos”. Sucedió este diálogo:
—¿Me apoyas para irme de aquí?
—Como va.
Una vez en el Montecarlo, El Chito apretó el acelerador. Pasaron dos topes. El auto enfilaba por la carretera libre a Zapotlanejo. Antes de llegar a la ciudad, el empleado abrió la cajuela.
—Yo aquí lo dejo —dijo.
El Chapo le recomendó:
—Mejor vente conmigo. A partir de mañana va a estar la noticia, pero en grande.

Con el narcotraficante instalado en el asiento del copiloto, llegaron a la esquina de Maestranza y Madero. El Chapo admitió que tenía la boca seca. Camberros estacionó el auto y se metió a una tienda para comprar agua. Cuando regresó, el jefe del Cártel de Sinaloa se había ido. “Primero se fugó de Puente Grande y luego se le fugó a él”, escribió un reportero.

“Al ver el problema en el que me encontraba… agarré un carro de sitio a la central de Guadalajara y ahí tomé un camión para el Distrito Federal, en donde yo creía que nadie me conocía”, confesó Camberros el día en que el miedo, el escándalo, la presión, lo llevaron a entregarse.

En Puente Grande sólo encontraron el uniforme y los zapatos de El Chapo. El director Beltrán Santana, que esa tarde había recibido la visita en el penal del subsecretario de Seguridad Pública, Jorge Tello Peón, y del director de Readaptación Social, Enrique Pérez Rodríguez (quienes viajaron a Puente Grande, según dijeron, para atender denuncias sobre el relajamiento en los esquemas de seguridad), tardó dos horas en informar a sus superiores. El sistema de corrupción del que este servidor se había beneficiado le estalló como una granada entre las manos: la huida ocasionó la consignación más grande en la historia reciente del país: 71 custodios y funcionarios fueron detenidos.

Nueve años después de la fuga, sólo seis procesados continuaban en la cárcel. Incluso Beltrán Santana había obtenido la libertad. Los priistas que solaparon el esquema de corrupción que durante el gobierno de Ernesto Zedillo permitió a Guzmán Loera reinar a sus anchas en Puente Grande, acusaron a los panistas de haber facilitado la fuga. Lo único claro, según se vio después, era la facilidad con que El Chapo compraba a unos y otros.

A salto de mata

Un corrido de El Tigrillo Palma cuenta lo que ocurrió después:

A veces la residencia
a veces casa campaña
los radios y metralletas
durmiendo en piso o en cama
de techo a veces las cuevas
Joaquín El Chapo se llama.

La Policía Federal Preventiva, la PGR y la Sedena instalaron un operativo de rastreo por aire, mar y tierra. Las fuerzas de seguridad se movilizaron en la frontera. El testigo protegido clave “Julio” relató que la misma noche de su fuga El Chapo se dirigió a Nayarit, en donde un político local, Julián Venegas Guzmán, lo escondió en su propia casa.

A fines de los ochenta, Venegas Guzmán había relacionado a El Chapo con elementos del ejército asignados a la costa nayarita. Tres de ellos, Jesús Castro Pantoja, Antonio Mendoza Cruz y Adrián Pérez Meléndez, le sirvieron de “muro” en diversos desembarcos de cocaína. Una parte importante de su organización se hallaba asentada en Nayarit.

Guzmán Loera pasó una noche en casa del político (meses después, a la hora de ser detenido, éste aspiraba a una diputación local por el PRD), y luego se refugió durante 40 días en un rancho de Compostela que el propio Venegas le había conseguido. En marzo de 2001 el ejército ubicó al narcotraficante en Santa Fe, Nayarit. Se desplegó un operativo que incluyó vuelos rasantes, pero las autoridades militares llegaron tarde: Ismael El Mayo Zambada acababa de sacar a El Chapo en helicóptero. Fue en esos meses cuando Guzmán Loera corría de un lugar a otro, y el gobierno de Vicente Fox anunciaba que se había quedado sin recursos: “Podemos presumir que será detenido de un momento a otro”.

De acuerdo con la versión del testigo “Julio”, El Chapo dependía por completo de su hermano El Pollo. Éste se encargaba a distancia de su seguridad física y económica. Había infiltrado poderosamente a la PGR y tenía una línea directa que le informaba sobre los operativos.

La DEA señalaba que desde mediados de los años noventa El Pollo estaba al frente de una de las células del Cártel de Sinaloa. Según un narcotraficante adscrito al programa de testigos protegidos bajo la clave “César”, en 1997 El Pollo había asistido a una reunión convocada por el jefe del Cártel de Juárez, Amado Carrillo, en la que se acordó entregar un soborno de 100 millones de dólares al zar antidrogas Jesús Gutiérrez Rebollo (la negociación no prosperó: el general Rebollo, dijo “César”, sólo recibió un adelanto de 10 millones de dólares como pago por su protección).

Entrevistado telefónicamente por el periódico El Norte, unos días después de la evasión, el propio Gutiérrez Rebollo, que en teoría había perseguido al narcotraficante durante años, adelantó lo que iba a ocurrir: Guzmán Loera se internaría en Nayarit para rehacer sus fuerzas, y luego iba a lanzarse a recuperar todo lo perdido.

Cuatro meses después de la fuga aparecieron señales de que El Chapo había retomado las riendas de la organización: el director de investigaciones de la Policía Ministerial de Sinaloa, Pedro Pérez López, sufrió un atentado a manos de francotiradores. En el sitio donde los sicarios se apostaron para abrir fuego la policía encontró un mensaje escrito en tinta verde: “Atentamente, El Chapo”. Era la declaración oficial de su vuelta a las actividades criminales.

Sin embargo, la PGR seguía afirmando que estaba cercado. En agosto de 2001, en las inmediaciones de La Marquesa, uno de sus familiares, Esteban Quintero Mariscal, fue detenido por militares mientras circulaba en posesión de cuatro armas largas. El subprocurador José Luis Santiago Vasconcelos informó que El Chapo andaba cerca, y que Quintero se había sacrificado para servirle de “muro”. Esa detención condujo al ejército a la zona de Taxqueña. Tras un mes de operativos “discretos”, las fuerzas especiales le asestaron a El Chapo el primer golpe fulminante: El Pollo Guzmán fue aprehendido. El procurador Macedo de la Concha echó las campanas al vuelo: el Cártel de Sinaloa, dijo, quedaba definitivamente partido en dos. La información obtenida por la PGR hacía presumir que la carrera criminal de Joaquín Guzmán Loera iba terminar en menos de un mes.

Los cuatro años que duró la gestión de Macedo de la Concha, sin embargo, no bastaron para que la predicción se cumpliera.

La Alianza de Sangre
A principios de 2002 la Unidad Especializada contra la Delincuencia Organizada detectó que El Chapo había tenido reuniones con Arturo Beltrán Leyva e Ismael El Mayo Zambada. También, que reanudaba relaciones con varios contactos sudamericanos y establecía nexos en Bolivia con el narcotraficante Miguel Ángel Carranza, El Kala. 2002 sería para él un año de suerte: en febrero, Ramón Arellano Félix fue asesinado en Mazatlán, mientras dirigía un operativo de caza en contra de El Mayo Zambada, y en marzo el ejército detuvo al otro cabecilla del Cártel de Tijuana: Benjamín Arellano. Hay versiones que indican que El Chapo filtró la información que permitió esa captura.

La suerte siguió de su lado en 2003: después de sostener dos enfrentamientos a tiros y repeler un intento de rescate, el ejército aprehendió en Matamoros al líder del Cártel del Golfo, Osiel Cárdenas Guillén. Las dos fronteras más importantes del país quedaron libres. Las organizaciones de Tijuana y el Golfo se fragmentaron en una galaxia de grupos violentos enfrentados entre sí. Había sonado la hora de El Chapo.

Cuenta un testigo protegido que Guzmán Loera organizó en Cuernavaca una cumbre de narcotraficantes a la que asistieron 25 jefes. Su propósito: fundir los cárteles de Juárez y Sinaloa en una sola organización que sería lanzada a conquistar los frentes que habían quedado abiertos. Controlar el Pacífico, el Golfo, la frontera.

Todos los jefes convocados eran sinaloenses, aunque algunos operaban desde hacía tiempo en Chihuahua. Muchos de ellos mantenían lazos familiares, reforzados por bodas y compadrazgos. Tenían asiento en el grupo Ismael El Mayo Zambada, Juan José Esparragosa, Vicente Carrillo Fuentes, Ignacio Coronel y Arturo Beltrán Leyva, entre los más destacados. La DEA bautizó a la organización como La Alianza de Sangre. Las autoridades mexicanas preferían llamarla La Federación. Comenzaba una fase en la que las balaceras, la sangre, las torturas y decapitaciones iban a desbordarse sin control.

El Chapo reforzó sus filas con clicas, pandillas de la Mara Salvatrucha. Los sucesores de Osiel Cárdenas reclutaron kaibiles en Centroamérica, y pusieron en movimiento al violentísimo grupo de ex militares conocido como Los Zetas. Los herederos de Benjamín Arellano importaron pandilleros de la M y del barrio Logan. Las armas necesarias cruzaron la frontera. La Federación compró en un millón y medio de dólares la protección del director del Centro de Mando de Operaciones Especiales de la AFI, Domingo González Díaz, uno de los hombres cercanos al titular de esa dependencia, Genaro García Luna (el actual secretario de Seguridad Pública). En La Palma, mientras tanto, Benjamín Arellano y Osiel Cárdenas unieron fuerzas.

Uno de los primeros capítulos de esa guerra se escribió en La Palma, en mayo de 2004: un lugarteniente de El Chapo, Alberto Soberanes Ramos, fue estrangulado con un cable eléctrico en el área de mingitorios. La CNDH había recomendado quitar las cámaras de video de los baños, pero no hicieron ninguna falta. La Alianza sabía claramente de dónde había venido el golpe.

Ese año la violencia estalló en Tamaulipas, corrió por la frontera, descendió hacia el centro del país, siguiendo puntualmente las rutas de la droga, y el 31 de diciembre, poco antes de la cena de Año Nuevo, cruzó de nueva cuenta las puertas de La Palma. Esa noche le metieron ocho impactos de bala a Arturo Guzmán, El Pollo. Al asesino le habían dejado un arma en los baños y una instrucción precisa dentro de su celda.

El autor intelectual, sin embargo, no radicaba en Tijuana ni pertenecía al Cártel del Golfo. El autor intelectual era Vicente Carrillo Fuentes, uno de los miembros de La Federación.

La Alianza de Sangre se había roto dos meses atrás, cuando El Chapo pidió la cabeza del menor de los Carrillo, Rodolfo, al que apodaban El Niño de Oro. En una disputa por tráfico de drogas El Niño había liquidado a dos lugartenientes de Guzmán Loera. El Chapo dijo a sus socios:
—Para El Niño no hay perdón.

Y ordenó a uno de sus jefes de seguridad personal, el ex militar de infantería Manuel Alejandro Aponte Gómez, alias El Bravo, que viajara a Culiacán para cobrar la deuda.

El Bravo era el hombre que había entrenado a los Maras y formado a Los Negros y Los Pelones, los brazos armados del Cártel de Sinaloa. Iba a ser, en su momento, el encargado de dirigir el comando que pretendió asesinar al ex subprocurador José Luis Santiago Vasconcelos. Todo lo resolvió una tarde de sábado, a las afueras de un centro comercial. Cazar a Rodolfo Carrillo le costó 500 tiros. A El Chapo, una guerra contra el Cártel de Juárez que se mantiene hasta la fecha, y la vida del hermano que lo había protegido, Arturo El Pollo Guzmán.

Narcoparaíso
El sucesor de Rafael Macedo de la Concha en la PGR fue Daniel Cabeza de Vaca. En abril de 2005 tomó posesión del cargo con esta frase:
—Entrégate, Chapo.

Durante los primeros 15 días de su gestión sucedieron en el país 36 ejecuciones. La DEA acababa de ofrecer cinco millones de dólares por la cabeza de Joaquín Guzmán. La PGR había consignado a uno de sus hijos, Archibaldo Guzmán Salazar, El Chapito. En junio de ese año un grupo de elite capturó en un restorán de comida china a otro de sus hermanos, Miguel Ángel Guzmán, alias El Mudo.

Cabeza de Vaca terminó su gestión a fines de 2006, el día en que concluía el sexenio de Vicente Fox. La guerra entre los cárteles había dejado nueve mil ejecuciones.

El procurador entrante, Eduardo Medina Mora, sostuvo que El Chapo era sólo una figura emblemática que desde hacía tiempo había dejado de operar. Poco después, afirmó: “No importa dónde esté. Es como una estrella de futbol desgastada”.

Durante el tiempo que duraron las funciones de Medina Mora, sin embargo, se descubrieron los nexos de Guzmán Loera con el traficante de precursores químicos Zhenli Ye Gon, a quien la PGR decomisó 205 millones de dólares en una casa de Las Lomas. Se desenredó, también, el entramado que a través de la llamada Operación Limpieza reveló que los principales mandos de la PGR y la PFP —directores, inspectores, comisionados, coordinadores, jefes de operaciones, comandantes, agentes e incluso un subprocurador— recibían pagos de entre 150 y 450 mil dólares por brindar protección al Cártel de Sinaloa, realizar labores de inteligencia en contra de sus enemigos, y filtrar información sobre cateos, operativos, decomisos y detenciones. El Chapo Guzmán, sus socios y operadores, replicaban a escala nacional el modelo empleado en Puente Grande. La mayor parte del círculo de colaboradores de Genaro García Luna estaba coludida con el narcotráfico. Los hombres más cercanos a Medina Mora seguían a pie juntillas las instrucciones que la “estrella desgastada” dictaba desde la clandestinidad.

Si a consecuencia del asesinato de El Niño de Oro, La Alianza de Sangre había cerrado filas para enfrentar al Cártel de Juárez, la detención de Alfredo Beltrán Leyva, El Mochomo, por una supuesta delación de El Chapo, y una disputa por el control del aeropuerto de la ciudad de México, que derivó en la pérdida de 500 kilos de cocaína y la decapitación de cinco agentes aduanales, lanzó a Guzmán Loera a otra guerra a muerte: esta vez, en contra de sus antiguos aliados, los hermanos Beltrán Leyva.

A su lado, Ignacio Coronel, El Mayo Zambada y Juan José Esparragosa, abrieron el frente de batalla: uno de los más violentos en un conflicto que dejó dos mil ejecutados en 2008, siete mil en 2009, y cinco mil 280 entre enero y junio de 2010. Uno de esos ejecutados iba a ser nada menos que Edgar Guzmán López, otro de los hijos de El Chapo, acribillado en el City Club de Culiacán, bajo una tormenta de fuego en la que se accionaron lanzagranadas y 500 tiros.

Medina Mora dejó la PGR el 7 de septiembre de 2009. Meses atrás, la revista Forbes había ubicado a El Chapo con el número 701 entre los hombres más ricos del mundo. Sin precisar el mecanismo bursátil que le permitió calcular la fortuna del narcotraficante en mil millones de dólares, la publicación situaba a El Chapo como el séptimo millonario del país.

Finalizaba 2008. Arturo Beltrán Leyva colgó una manta en Sinaloa:
“Chapo Guzmán y Nacho Coronel ustedes se dicen jefes pero no son, par de jotos, a mí se me hace chica la República mexicana y tú te conformas con el área de Las Trancas, Tamazula, Durango, una que otra vez vuelas a San Nicolás en el mismo Canelas para esconderte en tu Carrizo pero ni tuyo es, tú Nacho Coronel no te enfada el Potrerillo de Carrasco en Canelas, una vez en su perra vida complázcanme, los veo en El Carrizo el día 1 de enero del 2009”.

La manta contenía una serie de pistas que la autoridad se tardó ocho meses en atender. En agosto de 2009 el ejército encontró en Las Trancas el mayor narcolaboratorio en la historia del tráfico de drogas en México: todo un complejo industrial para el procesamiento de metanfetaminas, asentado en una superficie de 240 hectáreas y acondicionado con bodegas, calderas, dormitorios, bombas de agua y pista aérea. En la residencia principal, en la que había un gimnasio, internet y sky, se hallaron prendas de vestir de marca (Versace, Tommy Hilfiger, Náutica) y pantalones de mezclilla de talla 15 y medio. Había también un catálogo, prácticamente un menú, de suculentas modelos. Según el reportero Francisco Gómez, recorrer el complejo de un lado a otro demandaba seis horas. Tenía capacidad para producir diariamente 100 kilos de cristal.

No hubo detenidos. Los habitantes del narcoparaíso se habían esfumado antes de que las tropas aparecieran. Pantalones 15 y medio: el habitante de aquella casa debía ser un hombre bajo.

Unos meses más tarde, Michael Braun, jefe de operaciones de la DEA en Estados Unidos, aseguró que El Chapo era un cadáver viviente. “Es un hombre muerto y él lo sabe. Nadie en su negocio llega a viejo”. En enero de 2010 Braun sostuvo que Guzmán se encontraba acorralado en una esquina, e hizo una predicción: “Será capturado dentro de 90 días”.

Han pasado 180. El periodista Jesús Blancornelas decía de Joaquín Guzmán: “Tiene de pronto un pie en Nuevo Laredo. Otro en Tijuana. Parrandea a escoger: Nogales o Caborca. Duerme en Puebla. Se da sus paseadas en Veracruz. Ordena ejecuciones en Quintana Roo. Lleva dólares a Guatemala. Total. Descansa escondido en Sinaloa. Por eso donde no lo ven se les figura”.

¿Cómo mataron a bin Laden?

¿Cómo mataron a bin Laden?

Abbottabad, Pakistán

En el número de julio de la revista Nexos, publicamos dos artículos sobre las implicaciones morales del asesinato de bin Laden. Uno de Jeremy Waldron y otro de Michael Walzer.

El texto de Waldron argumenta que el asesinato de bin Laden no representó un acto de justicia en sí sino una ilegalidad que refleja la idea de justicia más primitiva posible: la retribución.

Para el argumento de Waldron es importante, conocer las condiciones bajo las cuales fue asesinados por integrantes del ejército estadounidense. ¿Presentó resistencia a ser detenido o fue asesinado pese a rendirse y no estar armado?

Un portavoz de la Casa Blanca dijo que el asesinato fue un acto de defensa propia. Asumo que eso no pretendió ser una analogía con la manera en que el derecho penal entiende ese término, ya que nunca admitiríamos que se le pueda disparar a una persona en la cama o en el piso bajo el argumento de que fue peligroso en el pasado o que lo pueda ser en el futuro. Lo único que justifica este acto es una amenaza directa, inminente.

En contraste, para Walzer no son relevantes las condiciones precisas del enfrentamiento entre bin Laden y los soldados en Abbottabad, excepto que sucedió en un espacio físico que puede ser considerado un campo de guerra, y no un lugar donde se podría haber arrestado a bin Laden a través de fuerzas policiacas. Aunado al argumento sobre los actos de guerra, Walzer dice que en bin Laden sí había un peligro iminente pues seguía planeando ataques terroristas dentro de lo que él consideraba una declaración de guerra.

Él era un objetivo militar legítimo, en tanto líder de una organización que se había declarado en guerra con Estados Unidos (y que había conducido un ataque devastador). ¿Qué tan efectivo era para seguir organizando futuros ataques desde su escondite pakistaní? Eso no lo sabemos. Seguramente seguía siendo una inspiración para los constantes esfuerzos de otras personas y, posiblemente, también continuaba participando en ellos.

El número más reciente de la revista New Yorker, ofrece un reportaje sobre cómo se llevó a cabo el operativo para matar a bin Laden a partir de fuentes primarias, es decir de los jefes de la operación y de los soldados que estuvieron ahí. En él quedan expuestas las condiciones del asesinato. Los participantes narran la entrada a la casa donde se albergaba bin Laden cómo dos de sus esposas intentaron defenderlo a forma de escudo, y cómo finalmente fue asesinado:

El jefe de Al Qaeda, quien estaba usando una shalwar kameez y gorra para rezar cafés en la cabeza; no estaba armado. “Nunca se consideró detenerlo o capturarlo, no fue una decisión tomada al instante. Nadie quería detenidos,”

Nueve años, siete meses, y veinte días después del once de septiembre, un estadounidense está a un gatillazo de acabar con la vida de bin Laden. El primer disparo, una bala de 5.56 mm, le dio en el pecho a bin Laden. Mientras caía hacia atrás, el soldado disparó una segunda bala a la cabeza, justo arriba del ojo izquierdo.

Más adelante describen cuáles eran los planes de bin Laden, y cómo sí representaba una amenaza al pretender llevar a cabo actos de guerra contra Estados Unidos:

…bin Laden se había mantenido mucho más involucrado en las actividades operativas de Al Qaeda de lo que muchos funcionarios estadounidenses habían pensado. Había estado desarrollando planes para asesinar a Obama y a Patraeus, llevar a cabo un ataque extravagante para conmemorar el 11 de septiembre, y atacar a trenes estadounidenses.

Estos dos datos (y está claro, generados por el gobierno estadounidense) son clave para saber cuál idea del asesinato selectivo tiene el gobierno de Obama. Por lo visto se suscribieron a la idea de Walzer sobre los actos de guerra más que al respeto mínimo del derecho internacional que esperaría Waldron.

Cómo no malinterpretar a Estados Unidos

Cómo no malinterpretar a Estados Unidos

MOISÉS NAÍM

Según el comentarista Christopher Hitchens, "la crisis financiera de Estados Unidos es el más reciente ejemplo de la tendencia que amenaza con poner a ese país a la par de Zimbabue, Venezuela o Guinea Ecuatorial". ¡No!, contraataca Nicholas Kristof, influyente columnista del New York Times: "Es la mala distribución de los ingresos la que pone a EE UU al mismo nivel que repúblicas bananeras como Nicaragua, Venezuela o Guyana". Nada de eso, afirma Vladímir Putin, "lo que sucede es que EE UU es un parásito que vive a costa de la economía global". Para Mitt Romney, precandidato presidencial republicano, el problema es que "EE UU está a punto de dejar de ser una economía de mercado". Y Barack Obama lamenta que su país "no tenga un sistema político AAA, en consonancia con su crédito AAA".

¿Seguirá siendo Estados Unidos en el futuro previsible el país más poderoso del mundo? Sí

En estos días es demasiado fácil concluir que EE UU es un desastre y que no podrá seguir siendo el país más poderoso del mundo. Para quienes aún tenían dudas sobre la supremacía estadounidense, el vergonzoso proceso de negociación sobre el límite de la deuda fue la confirmación final: la superpotencia está en caída libre. Y, por supuesto, el hundimiento de la Bolsa de Valores y la posibilidad de que la economía esté entrando de nuevo en recesión no son sino manifestaciones adicionales de la imparable debacle americana.º

Esta conclusión, que tan obvia parece, es errada.

Primero. Wall Street, el Pentágono, Hollywood, Silicon Valley, las universidades y otras fuentes de donde emana el poder estadounidense siguen sólidas. La Bolsa ha caído y habrá recortes presupuestarios que afectarán a sectores como las Fuerzas Armadas, por ejemplo. Pero aun así, la actual ventaja de EE UU sobre sus rivales es tan enorme que esos recortes no lo desplazarán del primer lugar. Ejemplo: solo su flota de guardacostas tiene más navíos que todos los barcos de las 12 marinas de guerra más grandes del mundo. No es en vano que EE UU gasta más en defensa que los demás países. En el resto de las áreas estratégicas, la superioridad estadounidense sigue siendo indiscutible.

Segundo. El poder absoluto no importa. Lo que importa es el poder relativo respecto a los rivales. Aunque EE UU pueda estar declinando en poder absoluto, sus competidores también tienen problemas y se enfrentan a difíciles amenazas internas y externas, políticas y económicas.

Tercero.La demografía. En casi todos los países ricos la población crece muy lentamente o disminuye. En EE UU aumenta. Además, continúa siendo el polo de atracción de talento más poderoso del mundo. También es el país que más rápido integra y mejor provecho saca de los inmigrantes, especialmente de los mejor formados.

Cuarto. Cuando el mundo entra en pánico financiero y los inversionistas buscan un refugio seguro para sus ahorros, ¿adónde se dirigen? A EE UU. Cuando todas las Bolsas se despeñaron, el apetito por comprar bonos del Tesoro estadounidense batió récords. Fue tanta la demanda de esos bonos, que su rendimiento cayó al nivel más bajo de la historia. A los inversores no les importó que su capital fuese mínimamente remunerado ya que su prioridad era asegurarse de que estaban colocando su dinero en las arcas de un Gobierno que no les dejaría de pagar. Sorprendente, ¿no? Estamos hablando del mismo Gobierno y los mismos bonos cuya solvencia está siendo ferozmente cuestionada. Ni siquiera el hecho de que la calificadora de riesgo Standard & Poor's haya degradado los bonos soberanos de EE UU produjo una fuga de capitales.

El mercado financiero mundial dio una respuesta contundente a quienes mantienen que el lamentable debate en Washington sobre el límite de la deuda hizo un daño irreversible al crédito estadounidense. Esa idea puede resultar bien en editoriales y tertulias radiofónicas. Pero quienes saben de dinero, la despreciaron olímpicamente. Los inversores hablan con decisiones, no con palabras. Y sus decisiones señalan que ellos creen que EE UU sigue siendo el país más seguro del mundo.

Quinto. La influencia de ideas radicales y destructivas será transitoria. El ascenso de grupos con ideas extremistas que súbitamente adquieren una influencia significativa y dominan la escena política para después desaparecer con igual rapidez, es un fenómeno recurrente en EE UU. El macartismo o los diversos movimientos populistas son algunos ejemplos de esto. Ross Perot es otro. Y el Tea Party será uno más.

¿Afronta EE UU enormes problemas? Sí. ¿Está debilitado? Sí. ¿Más que otros países? No. ¿Seguirá siendo en el futuro previsible el país más poderoso del mundo? Sí.

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