Emilio J. González
Alemania ha dicho que España debería vender sus reservas de oro y privatizar empresas públicas para reducir su deuda. La petición germana es comprensible habida cuenta tanto de las dificultades de nuestra economía, mucho mayores de lo que había previsto el Gobierno y que nos van a pasar factura en forma de mayor déficit público y tasas de paro aún más elevadas, como de la inacción del Ejecutivo a la hora de tomar medidas para superarlas. En otras circunstancias, incluso, hasta se podría respaldar semejante propuesta porque todo lo que sea reducir deuda rebaja también el déficit presupuestario a través de la partida del servicio de la deuda y, con ello, se reducen los tipos de interés para el conjunto de la economía, administraciones públicas incluidas.
En estos momentos, sin embargo, hay que decir claramente no a semejante propuesta, por razones tan comprensibles como las que han llevado a Alemania a plantearla. De entrada, España tiene margen más que de sobra para recortar el gasto público y nuestro nivel de deuda pública todavía es razonablemente bajo y bastante manejable. Por tanto, creo que no ha lugar a esa petición de empezar a vender el ajuar de la casa cuando todavía hay capacidad más que de sobra para recortar los pagos de las administraciones públicas. España, tengámoslo en cuenta, no es Grecia, al menos todavía, a pesar de las graves dificultades económicas por las que atraviesa el país; pese a todo, seguimos conservando bastante capacidad de pago. En consecuencia, me parece prematuro plantear que haya que empezar a enajenar el patrimonio patrio para satisfacer lo que se debe.
Además, la venta de nuestras reservas de oro y de nuestras empresas públicas para lo único que serviría en términos presupuestarios es para que Zapatero tuviera más recursos para derrochar en los meses que aún le quedan al frente del Gobierno, y eso es algo que no nos podemos permitir. Si vendemos el ajuar, que sea de verdad para deber menos dinero, no para que ZP continúe haciendo de las suyas.
Por último, y con unas elecciones generales a tres meses vista y unas encuestas que hablan de cambio de Gobierno, lo que habría que hacer es esperar un poco y dejar que el nuevo Ejecutivo que salga de las urnas tome sus propias decisiones sobre la estrategia más adecuada para resolver nuestra crisis de deuda. Lo que no se puede hacer es vaciar la casa antes de que llegue el nuevo inquilino sólo porque sí, hipotecando de esta forma su capacidad de maniobra.
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