03 agosto, 2011

¿Quién paga el bienestar?

La Calle

Luis González de Alba


Tomemos un ejemplo aterrador: en Abisinia y Somalia los niños (y no pocos adultos) están muriendo de hambre. He leído cartas llenas de justa indignación porque haya países donde la gente se vista con ropa valuada en miles de dólares y “no se haga nada” por la hambruna.


¿Cómo puede seguir habiendo hambrunas en el siglo XXI?, es la pregunta de gente de buen corazón. Creo que la respuesta es sencilla: porque el siglo XXI no les ha llegado. Y el porqué es materia para tesis doctorales y libros de 500 páginas.


Yo, desde mi ignorancia, me hago una sola pregunta: los neoyorkinos que se visten en Paul Stuart dejan de hacerlo y envían millones de dólares al llamado Cuerno de África (por su forma). ¿Durante cuánto tiempo? ¿Por siempre? ¿Irán los somalíes cada semana a recoger despensas gratuitas a un dispensario multinacional?


Podría hacerse, pero ¿cuánto tiempo pasará antes de que las organizaciones repartidoras no dispongan de oficinas tipo Park Avenue y casas y viajes y alimentos y ropa… Paul Stuart? Creo que no es asunto de imaginar, sino de recordar: ningún régimen colonial fue peor que los autóctonos en el otro lado de África, desde Sierra Leona hasta Angola.


Si nos atenemos a Marx, la riqueza comenzó con la concentración originaria del capital en los países luego llamados capitalistas. ¿Qué hacemos con los países que no han llegado al capitalismo tipo siglo XIX? ¿Y con las regiones de México que tampoco han llegado?


Las luchas sociales arrancaron a los empresarios una porción para los trabajadores. Y esa porción ha venido creciendo durante el último siglo. Pero, si observamos una sola empresa, los trabajadores saben que no pueden exigir más allá del límite que hace costeable el negocio. Remember SME: una empresa tronada porque sus trabajadores lograron prestaciones impagables.


En un curso de griego, en Atenas hace unos 20 años, había una danesa que no lograba comprender por qué los griegos no construían un estado de bienestar como el de Danía (Dinamarca), si era tan sencillo: altos impuestos y mucha inversión en bienestar.


Se le iba un detalle: los altos impuestos deben pagarlos creadores de mucho capital, que por ese medio, impuestos, se redistribuye. Además, creo que no había leído a Dickens: la horrenda pobreza de la población que llegaba del campo miserable a pedir trabajo en la naciente industria, fuera en Londres o Copenhague.


Pues bien, Grecia cambió de forma notable en los últimos 20 años: Atenas de llenó de hermosas calles peatonales con tiendas de grandes marcas, las griegas se depilaron y adelgazaron; aeropuerto, carreteras de cuatro carriles donde había un estrecho camino de montaña, túneles…


Pero hay un problema: fue un griego, Esopo, el de la fábula de la cigarra y la hormiga. En Grecia ocurre al revés: los griegos se parten el lomo durante todo el verano porque viven, sobre todo, del turismo. Otoño, invierno y primavera las tabernas al aire libre se recogen al local interior.


Y no hay mucho más: no es Italia ni España en cuanto a lugares de interés porque su gótico, su renacimiento y su barroco los pasó bajo la bota turca. En Atenas no hay nada qué hacer luego de dos días, que eso dan las agencias de viajes. Se va uno a las islas. Eso dura escasos cuatro meses.


Entonces, ¿quién pagó el antes desconocido bienestar de los griegos, el metro de Atenas, la red de autopistas deslumbrantes en torno al nuevo y magnífico aeropuerto, los barrios remodelados? La Unión Europea.


Ya una vez me regañó el economista y parlamentario y amigo Pablo Gómez por comparar la economía de los países a la de las familias y decir que: padre amantísimo que hace felices a sus hijos a tarjetazo y supera su nivel de endeudamiento, acaba perdiendo la casa hipotecada y con sus hijos en la calle. Pero sigo sin entender por qué no sea similar, si bien en grande.


Y si hay hijos berrinchudos son los griegos. Ah, sí. Nos ganan, con todo y que los quiero. Resultó que, con la entrada del euro, Grecia (como España e Italia) se encareció. El turismo clasemediero escandinavo, cuyo alto nivel de bienestar le permite un mes en el Egeo, pero hace ahorros, descubrió que ese mar maravilloso tiene costa turca: la antigua Jonia de la Grecia clásica. Y se van a Turquía, sin euro y barata, eso me dijeron empleadas de hoteles en Poros, vacío en pleno junio.


Por eso, arriesgando la cólera del senador, repito: Entre los hombres como entre las naciones… la cuenta llega.

No hay comentarios.: