por Víctor Pavón
Víctor Pavón es Decano de la Facultad Derecho de la Universidad Tecnológica Intercontinental (Paraguay) y autor de los libros Gobierno, justicia y libre mercado y Cartas sobre el liberalismo.
Según Montesquieu en su célebre obra “El espíritu de las leyes”, el mundo no es un caos, no es un producto de la fatalidad ciega sino de una realidad regida por leyes —escritas y no escritas— y la realidad es la relación necesaria que se deriva de la naturaleza de las cosas.
Esta breve introducción viene a colación por la insistencia de un sector de la legislatura paraguaya en tratar de imponer tributos a aquellas actividades que, según se dice, no aportan nada para el fisco, sino al contrario, lo único que hacen ciertos sectores es tener elevadas ganancias. Entonces ¡hay que hacerlos pagar! Precisamente, existe un proyecto de ley del senador Ramón Gómez Verlangieri que tiene como objetivo el sector agropecuario, específicamente su proyecto pretende gravar la exportación de productos agrícolas en estado natural.
Los productos incluidos son la soja, el maíz y el girasol con una tasa del 6%, dando atribuciones al Poder Ejecutivo para bajar el porcentaje en casos excepcionales que perjudiquen a la producción y la comercialización. El problema del proyecto, sin embargo, es tan evidente con la realidad que en caso de ser aprobado, terminará por perjudicar a toda la sociedad en particular a los más pobres del sector rural. El senador Gómez Verlangieri no parece percatarse que la realidad del mundo actual pasa por constantes amenazas a la estabilidad de las finanzas públicas y a las economías privadas.
El senador Gómez sencillamente quiere legislar a favor de la tesis gubernamental que propone el presidente Lugo en contra de dos posibles pronósticos que se avizoran en el horizonte de nuestro país y del mundo. Estos dos pronósticos no son una invención descabellada y tampoco una mera elucubración teórica. Para ello hay que otear un poco más allá de nuestras fronteras que impacta sobre lo que ocurre en el país.
En los próximos años, básicamente el mundo se enfrentará a una desacelaración económica o a una recesión. Pese al reciente acuerdo obtenido por el presidente Obama y los republicanos, así como también los multimillonarios recursos destinados para paliar los problemas financieros en Europa, nos enfrentaremos a aquellas dos posibles escenarios.
Afortunadamente, y si algo aprendimos de la crisis del 2008, es que aquellos escenarios no nos deberían tomar de sorpresa. De hecho, muchos países de nuestra región ya están tomando sus precauciones buscando amortiguar el impacto que se viene de modo inexorable.
Pero al senador Gómez Verlangieri le tiene sin cuidado la realidad nacional como internacional. Al senador le sigue pareciendo que los impuestos son el instrumento ideal para redistribuir ingresos. Esta idea ciertamente es sumamente cautivante y se ha constituído por muchísimos años en la mejor forma de aparentar ponerse al lado de los pobres. El impuesto a la agricultura, por ejemplo, es la mejor arma de lucha —dicen— para terminar de una vez con el “orgullo” de los empresarios del agro, para reducir la renta de los productores, así como también es una forma de hacernos creer que así se reducirá el precio interno de los alimentos.
Sin embargo, la realidad es muy diferente y tan diferente que el proyecto del senador Gómez Verlangieri no solo perjudicará al sector rural, sino en especial caerá sobre las espaldas de los más pobres de este sector. El primer efecto de esta indeseable ley que esperemos no se apruebe, será el desestimulo a la producción que inhibirá el crecimiento económico, cuando que el mundo se estará enfrentado a una desaceleración económica o recesión en poco tiempo.
Y desde que se empieza a desincetivar la producción se está afectando la importante ventaja competitiva con el que nuestro agro se desarrolla en el presente. Esto no tiene más que una consecuencia que se da en cualquier lugar y en cualquier época. El desincentivo a la producción afecta a los puestos laborales con la consecuente reducción de los salarios de los trabajadores que se desempeñan en el campo. Ocurre que las inversiones son atraídas por las ganancias que, a su vez, afectan la oferta y la demanda laboral.
El impuesto que tanto deleita el ánimo del senador Gómez Verlangieri sin duda recaerá sobre las ganancias de los productores; pero en especial sobre el jornal del hombre y la mujer del campo que de este modo tendrán cada vez menos oportunidades de empleo y, por supuesto, menos oportunidades de mejorar sus salarios en términos reales.
Muy a diferencia de lo que también la realidad se manifiesta y que no comprende el senador Gómez Verlangieri, consiste en que los productores agrícolas no sacrificarán sus consumos para pagar el impuesto que tanto agrada al senador, pues lo que que harán los productores será reducir sus inversiones y, lo que es igualmente peor, ya no se producirá e invertirá en tierras que ahora no son aptas para la agricultura.
La propuesta del senador Gómez Verlangieri está tan alejada de la realidad que su proyecto de ley ahuyentará a potenciales trabajadores del campo que podrían dedicarse a alguna actividad, condenándoles de esta manera a la pobreza extrema. Los largos años de atraso y desilusión de nuestros campesinos sólo se podrán revertir con la moderna empresa agrícola y la agro industrialización, precisamente lo que el senador Gómez Verlangieri pretende impedir con su proyecto de ley.
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