20 agosto, 2011

¿Qué pasa en Colombia?

   El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, ofrece una conferencia de prensa en la Casa de Nariño, el palacio presidencial en Bogotá, el 10 de agosto.
El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, ofrece una conferencia de prensa en la Casa de Nariño, el palacio presidencial en Bogotá, el 10 de agosto.
EITAN ABRAMOVICH / AFP/Getty Images

El 7 de agosto se cumplió un año de la ascensión a la presidencia de Colombia de Juan Manuel Santos.

Hay algo claro para los observadores, llegó al poder impulsado por las simpatías que sentía el pueblo colombiano por Álvaro Uribe, el cual, aunque con reticencia entre bastidores, lo declaró su Delfín. Y esto nos enfrenta a dos preguntas. ¿Por qué sabiendo perfectamente que Santos era una personalidad independiente, y teniendo asesores ácidos como José Obdulio Gaviria, que le deben haber advertido que podía estar entregándole el poder a la persona equivocada, persistió en ello? Creo que por la extrema transparencia de Uribe. No había nadie con más calificación que su ministro de Defensa para sucederle porque había obtenida rotundas victorias contra las FARC, como el rescate de Ingrid Betancourt y la destrucción del campamento guerrillero de Raúl Reyes.

Segunda pregunta, más difícil de responder que la anterior: ¿por qué al día siguiente de tomar el poder Juan Manuel Santos comenzó a dictar medidas que iban inevitablemente a disgustar a Uribe? Y si eso él lo sabía, por elemental delicadeza, ¿por qué no esperó un tiempo prudencial, e inmediatamente, aparentemente tratando de marcar distancias con su antecesor, nombró en su gabinete a María Ángela Holguín, Juan Carlos Echeverri y Germán Cardona, tres rebeldes del Partido de la U?

Tanto Uribe como Santos provienen de familias emblemáticas colombianas. Solo hasta aquí las semejanzas.

Uribe nació en Medellín dentro de una familia liberal y se graduó de Derecho en la Universidad de Antioquia. Es un personaje de Macondo, eminentemente telúrico, formado en la violencia, pues su padre, Alberto Uribe, fue asesinado por las FARC en 1983 en Guacharacas, la finca familiar. Una cosa como esta nos marca y nos hace que en tiempos in extremis apliquemos nuestras propias leyes. La cereza sobre el pastel me la contó su mejor amigo de infancia Jorge Roberto Arango. Álvaro Uribe en su juventud toreaba novillos buscando el peligro y era muy obstinado. Una personalidad redonda, sin fisuras.

Santos nació en Bogotá en una familia con fuertes vínculos con el periodismo, graduado en Economía en la Universidad de Kansas y en London School of Economics y tiene un doctorado en Administración de la Universidad de Harvard. Ha ocupado los ministerios de Comercio Exterior y Hacienda, y fue jefe de la Delegación del Café en Londres. Su impronta lo catapulta a privilegiar la economía y el comercio.

En el enfrentamiento, ninguna de estas figuras cimeras de la política colombiana cruza el pantano sin enlodar sus alas.

Uribe se siente a gusto en la confrontación y el virulento debate. Crece en la polémica.Recientemente, Lula da Silva dijo que Uribe y él tenían “una buena relación pero con mucha desconfianza, no confiábamos el uno en el otro”. A través de la red Twitter, Uribe le respondió en el acto con aspereza inusitada: “Lula combatía a Chávez ausente y temblaba ante un Chávez presente”.

En cuanto a Santos, sabe perfectamente que las FARC se refugian en Venezuela y quién es Chávez, por lo que decir que el coronel venezolano es “su nuevo y mejor amigo”, al igual que sus relaciones magníficas con el iracundo Rafael Correa, revela mucha dulzura hipócrita.

En un viaje que hice algún tiempo a Colombia para conocer aquella realidad, me entrevisté con muchos de sus dirigentes. Pero quien me dio la clave para descifrar el enigma colombiano fue el apolítico y hombre de negocios Ramiro Escobar, que me dijo concisamente: “El elector colombiano siempre sabe lo que quiere, cuando quiso la paz votó por Pastrana y cuando quiso la guerra votó por Uribe”.

Asumo que si en estos instantes el 85% de Colombia apoya a Santos, es porque desea bajar los decibeles del enfrentamiento y establecer una relación comercial estable con sus países vecinos. Eso es lo que quiere el pueblo colombiano. Pero los ataques de Uribe a Santos se intensifican. Y aunque temo que tanta complacencia con el Socialismo del Siglo XXI puedan poner en peligro la Política de Seguridad Democrática, y a pesar de que admiro profundamente a Uribe porque arrinconó a la guerrilla más salvaje e inhumana de la historia de América Latina, debe aminorar su protagonismo, hacerse a un lado y dejar que Santos, equivocado o no, gobierne a Colombia, como dijo Frank Sinatra en una de sus canciones más inolvidables, “a su manera”.

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