Pedro Corzo
El presidente ecuatoriano Rafael Correa ha demostrado estar en la senda de los mesías. Es uno de esos iluminados que no padece la agonía de la duda, porque posee la verdad absoluta.
Su lenguaje es el de la confrontación, del género todo o nada y por lo que dice y hace, se puede colegir que está convencido de que el fin justifica los medios.
Cuando concede una entrevista, sus sonrisas sarcásticas, su aire de superioridad y hasta la fingida condescendencia con la que trata al comunicador, permite apreciar el desprecio que siente para aquel que se atreve a preguntar y no obedientemente esperar que él decida compartir su sabiduría.
Correa personifica una nueva versión del déspota. Es un hombre ilustrado, con títulos académicos, pero q no deja de actuar como un caudillo que busca imponer sus caprichos.
El presidente es enemigo de la prensa y los periodistas, porque considera un reto a su poder que la labor de informar esté fuera del control de su gobierno. Rechaza que los medios puedan opinar en su contra, criticar su gestión y en cierta medida detenten un poder que no puede someter.
Hasta el momento, al parecer, no está dispuesto a cerrar periódicos, emisoras de radio y televisión, o imponer restricciones a la Internet, tampoco ha enviado a sus partidarios a atacar las instalaciones como hace su colega Hugo Chávez o como hizo Fidel Castro, confiscar los medios informativos de un solo porrazo.
Pero sí ha recurrido a los poderes públicos, incluyendo la policía, para confiscar en el 2008 los canales Gama-Visión, TC-Televisión, América Visión y los de servicio por cable Cable Noticias y Cable Deportes.
Estos medios no fueron vendidos como era de suponer para recuperar los fondos de Filanbanco, sino que están al servicio de la propaganda oficial del Palacio de Carondelet. Curiosamente Correa empezó a usarlos antes de promover la reforma constitucional que le permitía aspirar a un segundo mandato.
El Presidente no concibe la independencia de los medios, porque son el contrapeso a la voluntad de quienes tienen el poder. En su discurso a la nación se cuestionó si la prensa debe ser un contrapoder de los más poderosos, los gobiernos, y como si no fuera suficiente dijo que la palabra “libertad” se ha convertido en un comodín de la derecha.
Consciente de que cuenta con un notable respaldo popular, alimentado por factores que se escapan de este trabajo, recurrió a la nueva fórmula autoritaria que caracteriza a varios gobiernos latinoamericanos y promovió un referendo con la intención de reformar la justicia y controlar la prensa.
Pese a que montó una gigantesca campaña a favor de su propuesta en los medios de prensa, muy en particular en los del Estado, también recurrió a la técnica chavista de usar los medios privados con fines políticos y atacó a la oposición, periodistas y medios que le rechazan, desde sus propias sedes.
La victoria le dio herramientas para regular los contenidos sexuales, violentos o discriminatorios, pero los que se oponían a su propuesta declararon que el resultado podía ser usado para censurar los medios privados y terminar con las críticas a su gobierno. Un alerta confirmado con la sentencia contra el diario El Universo.
La reforma de la Justicia fue otra de las vías. Un Consejo para depurar a los magistrados que las autoridades califican de ineficientes y corruptos. Una disposición que le permite eliminar la independencia del poder judicial. Una estrategia que está orientada a que los funcionarios judiciales, en todas las instancias, respondan a la voluntad del presidente y no a la justicia.
En fin, el proceso y sentencia contra El Universo es la antesala del infierno que espera a los periodistas ecuatorianos y una amenaza a la libertad de prensa y expresión en cualquier parte, porque como dijera recientemente el ex editor de opiniones de ese diario, Emilio Palacio, la sentencia de este tribunal sienta un precedente peligroso para todos los periodistas y para quienes defiendan la libertad de expresión en cualquier lugar del mundo.
Sin dudas, tiene un estilo diferente pero igual objetivo que sus colegas del Alba. Es quizás más pulcro, pero no menos letal, porque a fin de cuentas para gobernantes como Correa, el miedo conduce a la autocensura.
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