17 agosto, 2011

¿Seremos los indicados para dar lecciones en materia de reformas estructurales?

Dejemos de jugar al “maistro” y asumamos con modestia, honradez intelectual y autocrítica, nuestras limitaciones.

Ángel Verdugo

Una de las conductas favoritas de nuestros políticos y gobernantes en los años —que hoy parecen estar de regreso con lo peor de su quehacer político— del dorado autoritarismo, era esa propensión a “darles lecciones” a todos, de todo.

Hoy, la complejidad de la situación mundial es tal, que hace que las mezquindades y pequeñeces —a las cuales nos hemos acostumbrado y aceptado como algo natural— de buena parte de quienes se mueven en la política, se conviertan en pesadas lápidas que nos impiden avanzar y entender, que ese vicio de querer darles clases a todos —de todo— es simple muestra de nuestro aldeanismo sempiterno.

Además, dada la realidad estructural de nuestra mediocre economía y la debilidad —ya peligrosa— de nuestras finanzas públicas, todo ello bien conocido por “los alumnos” a los que pretendemos instruir en materia de reformas, lo único que logramos es que se rían de nosotros.

Ese vicio, dar lecciones a todos de todo —del que nadie parece hoy ser capaz de sustraerse—, cuenta con un nuevo adicto: el secretario de Hacienda. Éste, que empezaba a dar muestras de objetividad y mesura con un discurso realista y visión de futuro, cedió la voz al candidato que lleva dentro y pretendió dar clases de “reformas” hace días en su “mensaje”: “La crisis financiera reciente y su manejo por México”.

Tomo el párrafo donde el maestro Cordero se convierte en el “maestro” de los gobernantes de Estados Unidos y de los de no pocos países europeos; les dijo, y dada la atención que por allá genera la palabra de nuestro aspirante, todos escucharon atentos:

“Para hacer frente a esta situación, tanto en el caso de los Estados Unidos como de Europa, se necesita un conjunto de acciones suficientes y contundentes para restablecer la confianza de los mercados financieros y, de forma más importante, en los hogares y en las empresas.”

El hilo negro y el agua tibia descubiertos por un mexicano; sin embargo, ¿por qué eso no lo hacemos primero aquí, y después les exigimos a los demás que lo hagan?

En el resto del “Mensaje”, el triunfalismo de siempre: Estamos muy bien, hemos aprendido de los errores cometidos en el pasado y así sucesivamente; los irresponsables son aquéllos, nosotros sí hacemos esto y lo otro, nos ponemos de acuerdo y los integrantes del gabinete están preparando un conjunto de medidas que “nos protegerán aún más de lo que ya estamos”, etcétera, etcétera.

La realidad es otra; lo único que medio atinamos a hacer —desde tiempo inmemorial—, es dilapidar los escasos recursos fiscales que captamos porque, aún creemos en la utilidad de esa idea perversa que yace en el basurero de la historia: el gasto público todo lo resuelve y de todo protege. En materia de gasto —a pesar de tantos fracasos y crisis—, nada hemos aprendido; al utilizarlo como hoy lo hacemos, nada resuelve salvo enriquecer a unos cuantos.

Nos convertimos en dependientes de la dádiva y el subsidio; el gasto a manos llenas, dilapidado en limosnas a los pobres, nos ha convertido —para decirlo en palabras vulgares pero ilustrativas— en un país de “flojones”.

Dejémonos de andarle jugando al “maistro” y asumamos con modestia, honradez intelectual y autocrítica, nuestras limitaciones; éstas no son otra cosa que consecuencia natural de la irresponsabilidad y la corrupción que como cáncer en metástasis, nos devora.

Si de dar clases se trata, empecemos por darlas a nuestra clase política; aquello, simple búsqueda de votos.

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