Alberto Acereda 1
Hace unos años Margaret Thatcher definió el consenso como el proceso por el que se abandonan los principios, algo en lo que nadie cree pero a lo que nadie se opone. Esa palabra "consenso" ha sido utilizada por Barack Obama bajo el eufemismo de "compromiso equilibrado". Obama sabe por las encuestas que está contra las cuerdas en su fiasco económico y que hasta quienes le votaron en 2008 dudan ya seriamente de su gestión. Lo del "compromiso equilibrado" y los "sacrificios compartidos" le sirve para manipular y culpar a todos menos a sí mismo. Porque el compromiso de Obama consiste en terminar un desacuerdo por medio de exigirle al GOP todo tipo de concesiones a cambio de ninguna por su parte, ni por la de su partido. Esto es lo que hemos vivido en estas últimas semanas con la dichosa deuda nacional y con políticos de uno y otro partido adictos al gasto.
El compromiso de acuerdo alcanzado en Washington no pasa de ser otro inútil pacto de consenso entre la clase política dirigente de uno y otro partido que seguirá perjudicando la economía en lugar de activarla. Obama ve en peligro su reelección y ha presionado aunque la jugada no le haya salido perfecta como él quería. Sabía y sabe a sus adentros que esta es su economía desde su elección en 2008 y la del Partido Demócrata al mando total de las dos cámaras desde las intermedias de 2006 hasta hace apenas siete meses. Tras derrochar casi un billón de dólares en el famoso paquete de "estímulo" económico y tras elevar el gasto y la deuda como nunca antes en la historia de este país, Obama y los demócratas exigieron un compromiso bilateral que ellos mismos negaron a George W. Bush en marzo de 2006: aumentar el techo de la deuda y evitar que EEUU incurra en el llamado default. Obama necesitaba evitarlo porque no quería ser el primer presidente que cargue con este sambenito.
Consciente de que los votantes están hartos del gasto del Gobierno, de un monumental paro y de un lacerado crecimiento económico, Obama se precipitó hace unos días ante los televisores de millones de norteamericanos en un inusual discurso a la nación. Se trató de la escenificación de otra farsa más en la que un presidente narcisista, sectario y demagogo no ofreció ninguna solución real pero volvió a culpar una vez más a la derecha política y en particular al Tea Party de la falta de acuerdo. Lo mismo han hecho los líderes del Partido Demócrata. Los centristas del GOP se asustan de forma incomprensible y es notable ya cierta división interna en la derecha política entre la parte oficialista y acomodada de los republicanos y la más fiscalmente seria del todavía joven Tea Party.
A día de hoy, y gracias al impulso del Tea Party, el GOP intentó tímidamente sacar adelante proyectos de ley con soluciones para hacer frente al problema financiero. El Plan Presupuestario de Paul Ryan y la Ley del "Cut, Cap and Balance" fueron buenos pasos en esa dirección. A todos ellos se opusieron siempre Obama y los demócratas. Lamentablemente, el acuerdo de este fin de semana resulta ser más de lo mismo con otra subida más del techo de la deuda, con nula reducción real del gasto, con la escondida realidad de una futura subida de impuestos y con la amenaza al presupuesto de seguridad nacional.
En clave política, cada vez resulta más claro que es precisamente esa voluntad de la derecha tonta de buscar consensuar cosas con la izquierda política lo que les está llevando a una posible división interna, algo que electoralmente podría beneficiar a Obama. El descontento de los republicanos ligados al Tea Party así lo prueba. Estamos, pues, ante un episodio más del ya largo e histórico debate interno en el GOP. A fin de cuentas, y citando otra vez a Thatcher, "no hay tal cosa llamada sociedad; lo que hay son individuos y familias". Y el pueblo –del que salió el Tea Party– quiere soluciones, no pactos de medio pelo entre políticos de profesión.
Alberto Acereda es catedrático universitario en Estados Unidos y director de The Americano.
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