25 agosto, 2011

Tres hurras por el capitalismo

Lorenzo Bernaldo de Quirós

Desde algunos sectores de la opinión pública y publicada se interpreta la actual crisis económico-financiera como el largamente anunciado colapso del capitalismo. En 1989 se derrumbó el Muro de Berlín y con él, la utopía socialista. De igual modo, en 2007 se habría iniciado el desplome del sistema capitalista fruto, como diría un marxista, de sus inevitables contradicciones internas. En consecuencia, los dos modelos han fracasado.

Esta tesis tiene un singular atractivo en tanto permite a la izquierda, aunque carezca de una alternativa al supuesto caos del capitalismo salvaje, recuperar un cierto discurso y convertirse en una especie de referente moral frente a él. También, una parte de la derecha conservadora considera necesario embridar las fuerzas desatadas del mercado cuyo resultado es la desestabilización del orden económico y social. Ambos planteamientos son erróneos y carecen de consistencia teórica y empírica.

De entrada, los ciclos económicos experimentados por la economía mundial a lo largo del último siglo y medio han tenido un comportamiento muy distinto al sugerido por los sesudos e intuitivos debeladores del capitalismo competitivo. Si se contempla el espacio temporal que trascurre desde 1870, es posible extraer algunas conclusiones interesantes.

El período de mayor estabilidad económico-financiera mundial corresponde al de la hegemonía del liberalismo clásico (1870-1914), definido por una reducida presencia del Estado en la economía, por la extensión del libre comercio, por el patrón oro y por la protección internacional de los derechos de propiedad. La época de mayor inestabilidad comprende la etapa de entreguerras (1919-1939), caracterizada por el auge del colectivismo y del nacionalismo económico. Por último, la volatilidad cíclica de la idílica era inaugurada por el acuerdo de Bretton Woods (1945-1971) fue inferior a la anterior a la Segunda Guerra Mundial, pero superior a la existente desde el estallido de ese arreglo monetario-cambiario-comercial hasta la crisis de 2007.

Por otra parte, identificar la crisis iniciada en 2007 como la expresión de los excesos del neoliberalismo imperante en la escena global es, permítaseme el casticismo, una broma. La llamada revolución neoliberal abanderada por Ronald Reagan en EEUU y por Margaret Thatcher en Reino Unido fue la respuesta a la estanflación generada por la aplicación de un keynesianismo rampante y de un intervencionismo abrumador en los mercados.

Si bien las políticas inspiradas en su ideario lograron frenar la deriva estatista de algunas de las economías desarrolladas y en vías de desarrollo, no consiguieron reducir de manera sustancial el peso del Estado, ni mucho menos hacerlo retroceder en el grueso de los países de la OCDE. Así, por ejemplo, en EEUU y en Gran Bretaña, los grandes programas del Estado de Bienestar se han mantenido casi en su integridad.

A comienzos del siglo XXI, el gasto público y la presión fiscal son mayores de lo que lo eran en 1970 en todos los países desarrollados. En suma, la incidencia práctica del neoliberalismo, término vacío de contenido salvo que se le equipare al liberalismo clásico, fue y es marginal.

Con un gasto público que se sitúa alrededor del 50 por ciento del PIB en los países de la OCDE, unos mercados de factores y de productos plagados de regulaciones y una fiscalidad muy elevada, es una broma definir a las economías occidentales como liberales, salvo que se adopte el planteamiento marxista de considerar capitalista a todo sistema económico basado en la propiedad privada. Las economías occidentales son mixtas y su componente estatal es dominante, ya que a través del gasto, de los impuestos y las regulaciones, el sector público tiene una incidencia decisiva en la asignación de los recursos.

Alternativa de economía mixta

El propio Lord Keynes se hubiese quedado perplejo ante la presencia del Estado en las actuales economías denominadas capitalistas. Del mismo modo, la respuesta de la mayoría de los Gobiernos a la crisis económico-financiera no ha sido la que se hubiese derivado del ideario liberal. Por el contrario, se ha intentado combatir con un brutal aumento del peso del sector público en su triple vertiente de gasto, impuestos y regulaciones. El resultado de esta política está a la vista y no precisa comentario alguno.

Si la alternativa a la economía mixta dominante consiste en aumentar todavía más su componente estatista, las crisis se volverán a repetir y serán de mayor intensidad, salvo que la refundación del capitalismo, preconizada por algunos estatistas de izquierdas y de derechas, lleve a su sustitución por un modelo absolutamente dirigido.

En este caso, el horizonte sería estremecedor. No existe una tercera vía entre el capitalismo y la planificación. La historia lo demuestra con una persistente tozudez. Las economías mixtas son estructuralmente inestables. O domina el mercado o lo hace el Estado. En las décadas posteriores a los shocks petrolíferos de los 70, una moderada dosis de liberalismo logró revitalizar el mortecino modelo estatista vigente en la mayor parte del mundo y proporcionarle un balón de oxígeno. Ahora, una inyección adicional de estatismo en la estructura de unas economías ya muy intervenidas sólo logrará destruir o debilitar los mecanismos que hacen posible el crecimiento y la generación de riqueza producidos por esa increíble máquina de fabricar el pan a la que se conoce por sistema de libertad económica.

El capitalismo liberal es un sistema basado en la propiedad privada de los medios de producción y en el cual los poderes del Estado se limitan a proteger los derechos individuales, establecer disciplina monetaria y financiera, garantizar el imperio de la ley, asegurar el cumplimiento de los contratos, suministrar bienes públicos y establecer una red mínima de seguridad para aquellas personas que víctimas del infortunio sean incapaces de valerse por sí mismas o de adquirir en el mercado determinados bienes y servicios. Desde luego, este modelo no tiene nada que ver con lo que hoy impera en las economías occidentales.

Lorenzo Bernaldo de Quirós. Miembro del Consejo Editorial de elEconomista.

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