27 agosto, 2011

Un día "normal" de asesinatos en la guerra contra las drogas de México

DAVID LUHNOW en Ciudad Juárez, NICHOLAS CASEY en Acapulco y josé DE CóRDOBA en Monterrey

Poco después de la medianoche de un reciente viernes, Manuel López, abogado de 26 años, entró accidentalmente con su Volkswagen Polo en una zona de combate entre pandillas de narcotraficantes en Acapulco. Mientras las balas perforaban su auto, López pisó el freno y trató de correr. Menos de un metro después cayó muerto.

López es la primera víctima del 29 de julio, un caluroso día de verano como cualquier otro en la lucha de México contra los poderosos carteles de narcotraficantes. En las siguientes 24 horas, al menos 25 personas murieron en México en asesinatos con las características de los ataques de los carteles.

Entre las víctimas: tres policías, tres adolescentes de 15 años, uno de 14 años y una mujer tan torturada que la policía no pudo calcular su edad. El día concluye en Ciudad Juárez con una mujer de 28 años que sostiene la cabeza de su hermano menor mientras se desangraba a muerte frente a su casa.

Desde que el presidente Felipe Calderón asumió el cargo en diciembre de 2006, declarando la guerra contra los traficantes, unas 43.000 personas han muerto en homicidios relacionados con las drogas, según números gubernamentales y cálculos de los diarios. El ritmo de muertes está escalando. Más de la mitad, 22.000, murieron en los últimos 18 meses, un ritmo de uno cada 35 minutos.

En apenas un ataque este jueves, 52 personas murieron —en su mayor parte mujeres que jugaban al bingo— cuando asaltantes quemaron un casino en Monterrey.

El conflicto entre narcotraficantes se ha convertido en una competencia de crueldad. Una pandilla en Acapulco quita los rostros de sus víctimas. Otra en Monterrey cuelga a las víctimas, y vivas, de puentes, luego les dispara desde abajo.

Nicholas Casey/The Wall Street Journal

La policía llega a la escena del crimen de un hombre no identificado asesinado en Acapulco en la Marisquería Tere.

Lugares como Ciudad Juárez, una de las ciudades más violentas del mundo, llevan un registro de las muertes. Pero en otras partes de México, ni siquiera se cuentan los asesinatos. Autoridades y periodistas en el estado norteño de Tamaulipas, al otro lado de Texas, Estados Unidos, están tan atemorizados por los carteles que no informan públicamente de homicidios vinculados con drogas. En cambio, la gente sigue los asesinatos por Twitter y otras redes sociales.

La tasa de asesinatos de México ha aumentado a más del doble, a 22 muertes por 100.000 residentes en 2010, en apenas cuatro años, el mismo período desde la declaración de la guerra contra las drogas. Antes de ello, había estado cayendo constantemente. En EE.UU., la tasa de asesinatos es de aproximadamente 5 por cada 100.000.

Un análisis de un solo día muestra que si bien muchas víctimas parecen estar vinculados al delito en cierta forma, hay una cantidad sorprendente de víctimas inocentes, como López, el abogado asesinado poco después de medianoche. Algo se destaca: pocas de las muertes serán investigadas.

Horas después de la muerte del abogado, las cifras de muertos comienzan a subir.

8:34 a.m., Monterrey: la policía encuentra el cadáver torturado de un hombre en el distrito de Coyocán con un tatuaje que dice "Martínez" y el de una calavera. Una semana después, su cadáver sigue en la morgue, sin que nadie lo reclame. Más de una de cada de tres víctimas de la guerra de México contra las drogas está sin identificar, según un nuevo estudio de Colegio Jurista, una escuela mexicana de Derecho.

8:45 a.m., Acapulco: Ángel Joel Díaz, de 20 años, taxista, es hallado muerto frente a un hotel barato con dos balas en el pecho. Nadie sabe por qué lo mataron.

Acapulco: ¿Un caso de confusión de identidad?

A las 12:45 p.m. se producen disparos en Colonia Vista Hermosa, barrio pobre de casas de cemento en la ladera de una colina con vista a la bahía. Un Volkswagen Jetta avanza a toda velocidad y se detiene cerca de una pared, con sus ocupantes muertos. Las víctimas son Halan Marino Lagunas, de 15 años, y Javier Leyva, de 14.

Ambos eran estudiantes de secundaria que amaban los autos y planeaban ser mecánicos. Habían abierto un taller junto a la casa de Javier donde aprendían el oficio reparando autos del vecindario, a veces gratis, y pasando horas los fines de semana estudiando el funcionamiento de alternadores y sistemas de freno.

Antes de los disparos, los adolescentes salieron de su garaje para comprar gaseosas y tortillas, dice la madre de Halan, María Magdalena Delgado. Horas después, la familia halló el Jetta baleado.

Al atardecer, en la morgue, la madre de Halan identifica el cadáver de su hijo. La madre de Javier no junta el valor para entrar a la sala e identificar a su hijo. Va su prima, Rosalinda Matías. En un momento de confusión, el personal le muestra otro cadáver, dándole la esperanza de que Javier podría haber sobrevivido.

La esperanza no dura. El personal saca el cadáver de Javier.

La policía cree que los adolescentes pueden haber sido asesinados por error por atacantes que buscaban a miembros de una pandilla rival que manejaban un Jetta.

1:00 p.m., cerca de Ciudad de México: hallan en un basural el cadáver de una mujer muy torturada.

01:30 p.m., Michoacán: la policía encuentra el cadáver de un hombre sofocado envolviendo su rostro con cinta de pegar, una táctica común entre los narcotraficantes..

Acapulco: Un asesinato no es investigado

El sol se esconde en el horizonte a las 7:30 p.m. en una pequeña ensenada en la costa pacífico de México, a pocos metros de La Quebrada, el famoso lugar desde el cual los clavadistas se lanzan al mar. Una multitud disfruta de la tarde en la playa, tomando cerveza y comiendo ceviche.

Dos hombres en el restaurante Marisquería Tere no alcanzan a terminar de ver el atardecer. Hombres armados se bajan de un auto y le disparan a uno de ellos en la cabeza. El otro, Eduardo Gutiérrez, de 18 años, parece saber que él sigue y corre hacia la playa. Los asesinos lo alcanzan y le disparan.

Para el momento en que llega la policía, media hora después, la playa está casi vacía. Dos hombres de un carrito de comidas cercano, encienden velas y las ponen al lado de la primera víctima, cuyo cuerpo quedó derrumbado en frente de una botella medio vacía de cerveza Corona.

Como la mayoría de homicidios en México que parecen estar relacionados con drogas, los asesinatos probablemente no serán investigados. "Le aseguro que no lo harán", dice un policía.

Tan sólo el mes pasado, dice el agente, sus dos hijas fueron secuestradas. Desde entonces nada se ha sabido. Él presentó una denuncia, pero no ha logrado mayores de avances. "Si esto le pasó al policía municipal, ellos no tienen posibilidades", dice de los dos hombres muertos.

8:50 p.m., Monterrey: dos policías en patrulla, Mario Rivera y Ricardo Vallejo, son acribillados a balazos desde una camioneta con vidrios polarizados. La policía conjetura que fue en venganza por la decisión de autoridades de despejar la calle de vendedores callejeros, que suelen pagar dinero de protección a pandillas de drogas.

11:03 p.m.: la policía halla el cadáver de un veinteañero no identificado en las afueras de Monterrey. La víctima está amordazada, con las manos están atadas atrás. Le han disparado en la cabeza.

Ciudad Juárez: Discusión con el hombre equivocado

A las 11:15 Edgar Acosta, de 24 años, estaba sentado en el borde de la acera frente a su casa tomando cerveza con Carlos Pérez, también de 24 años, y Alejandro González, de 21. Los tres eran los mejores amigos desde la escuela secundaria, dice un pariente, "más cercanos que la uña al dedo".

Acosta era alguien tranquilo que durante siete años trabajaba lavando perros en la cercana Veterinaria Los Parques. Horas antes, el veterinario, recuerda haber bromeado con Edgar al terminar el trabajo, diciéndole que llegara en hora a la mañana siguiente y que no se quedara hasta tarde con Carlos y Alejandro.

"Creo que llegaré al mediodía", bromeó Edgar.

Esa noche, los tres amigos hablaban de un tema favorito, según parientes: cómo conseguir una visa para EE.UU. y escapar a la violencia de Juárez. Mientras hablaban, los vecinos escuchan que uno de ellos dice: "Mira, es ese tipo", haciendo un gesto hacia un hombre que se acercaba a pie.

El padre de Edgar, Inocente, escucha los disparos desde el interior de la casa. Corre a la puerta y encuentra a su hijo y sus dos amigos desangrándose a muerte en la acera, rodeados de 14 balas servidas.

La hermana mayor de Edgar, Griselda, corre a su lado. Griselda, abogada de 28 años, acuna la cabeza de Edgar por unos minutos mientras su respiración se hace más lenta y luego se detiene.

Alejandro aún respira. Trata de decirle algo a Griselda pero pugna por formar palabras. Griselda pregunta a vecinos si alguien por favor puede llevar a Alejandro al hospital. Se niegan, asustados por relatos de asesinos a sueldo que van a hospitales a liquidar a víctimas heridas. Alejandro aguanta algunos minutos, luego muere.

Los trabajadores de un lavadero de autos donde trabajaban Alejandro y Carlos creen saber lo que ocurrió. Carlos había tenido una discusión con un extraño en un club nocturno, quien, en retrospectiva, parece haber sido un asesino a sueldo.

La policía de Ciudad Juárez, abrumada de trabajo, no han investigado el triple homicidio, según parientes de las tres víctimas. No es inusual. Según datos de la fiscalía de Ciudad Juárez, solo en un 5% de homicidios alguien es acusado del crimen.

El alcalde de Ciudad Juárez, Héctor Murguía, dice que la policía no puede investigar cada asesinato, por lo que se concentran en los casos más destacados. Atribuye al nuevo jefe de policía, un coronel retirado del ejército, con la reducción de las muertes este año. "Estamos cambiando cosas", dice el alcalde.

Este año, los asesinatos en Ciudad Juárez han caído a seis por día de ocho por día el año pasado. Ello se compara con alrededor de 1,4 por día en Nueva York, una ciudad con 10 veces la población.

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