Por Arturo López Levy
DENVER, Colorado. - Tras cinco años de la proclama que separó a Fidel Castro del poder, se impone un análisis sobre el rol que el antiguo líder revolucionario ha jugado en el sistema político cubano desde su convalecencia y retiro y las consecuencias de tal evolución.
Los roles fundamentales de Fidel Castro en el sistema político cubano hoy son dos: 1) En términos del gobierno, Fidel Castro cumple una función de gran consejero, al ser consultado sobre decisiones estratégicas o con respecto a la nominación o destitución de dirigentes centrales, como fue en el caso del fin de las carreras políticas de sus antiguos allegados Felipe Pérez Roque y Carlos Lage, o la constitución del nuevo Comité Central en el VI Congreso; 2) En términos de ideología y proyección exterior, particularmente hacia América Latina, es un patriarca de la izquierda radical, aconsejando a los nuevos líderes, en primer lugar Hugo Chávez, y reflexionando sobre los modelos socialistas, y algunos de sus errores (En sus Reflexiones y entrevistas ha criticado la discriminación a los homosexuales, la animadversión al mercado y criticado el antisemitismo de Ahmadinejad, reproducido en muchas de las condenas anti-israelíes de radicales latinoamericanos de izquierda).
Diferente a Mao en China y Stalin en la URSS, Fidel Castro parece cómodo con la sucesión que planificó. Actúa como el presidente emérito de una corporación, que a veces visita los proyectos, interviniendo en importantes pero escasas decisiones. En cierta forma, ha confiado a Raúl Castro la suerte del proyecto que fundó. Sabe que su hermano menor y la alianza de jefes militares y zares partidistas están en pleno control de las FAR, el PCC, los aparatos de inteligencia y contrainteligencia y todo el estado.
En ausencia del líder carismático, e iniciando reformas imprescindibles en la economía y la política del país, Cuba se adentra a un nuevo período donde serán más importantes las instituciones y las posiciones de los diferentes grupos dentro de la élite gobernante. Dicho esto, nadie debería subestimar la capacidad de sobrevivencia del sistema unipartidista cubano. Ninguna organización en todo el espectro cubano, en la isla o el exilio tiene la fuerza, disciplina, organización y capacidad de movilización del dúo PCC-FAR. Incluso para hacer frente a su legado, los opositores de Fidel Castro tendrán que reconocer su talento político, y hasta aprender de él.
Fidel Castro no es ya por sí mismo la mínima coalición ganadora en la toma de decisiones en Cuba. El destino del actual sistema unipartidista depende cada vez más de la capacidad del liderazgo post-fidelista para resolver los problemas de bienestar general y las aspiraciones de la población, y menos de las opiniones o el carisma del patriarca revolucionario. Tal evolución indica la aparición de un tipo de política distinta, de pluralismo burocrático, donde los intereses y valores de las diferentes facciones del gobierno son más relevantes. Cuba nunca fue un sistema sultanístico pero el retiro de Fidel, cual líder carismático, concluye el cambio de régimen político cubano hacia un régimen post-totalitario[1].
Esta realidad implica no solo ajustes de política sino tensiones que pueden dividir y debilitar la cohesión entre los componentes de la élite. Las reformas pueden destruir a los gobiernos reformistas. En Cuba, los intereses, experiencias, valores y educación de los grupos generacionales que componen la élite actual no son homogéneos. Incluso si la reforma tuviera éxito –algo que nadie puede garantizar, dadas las difíciles condiciones actuales y el tiempo perdido por la élite gobernante desde el fin del apoyo soviético en 1991–, una Cuba de economía mixta, y con una sociedad que reniega parcialmente de sus proyectos igualitaristas, generará nuevas demandas modernizadoras. Los períodos de crecimiento económico orientado al mercado han generado siempre, presiones para aperturas en derechos civiles y políticos.
Desde el punto de vista de la política norteamericana es tan importante lo que ha sucedido como lo que no. La transición ordenada a una Cuba distinta al modelo de Fidel al timón está en curso, sin los disturbios anunciados y hasta deseados por muchos analistas en Washington y Miami. Washington, sin embargo, sigue en su trayectoria histórica de no perder la oportunidad de perder la oportunidad para dinamizar los procesos de reforma que tienen lugar en la isla. Dicho esto, las flexibilizaciones de viajes a la isla por la Administración Obama y numerosos reportajes en los medios de comunicación norteamericanos empiezan a tomar nota de un país que es menos un museo de la guerra fría y más un país en transición.
¿Qué pasará en Cuba cuando Fidel Castro muera? Un funeral. A corto plazo, se puede pronosticar con relativa certeza que: 1) no habrá un colapso del gobierno en la Habana, independientemente de la duración de la vida del mayor de los Castro, e incluso de la salud del segundo; 2) Se ha iniciado un proceso de reforma económica y liberalización hacia un mayor rol del mercado y la propiedad privada en la economía cubana y una expansión parcial del pluralismo económico y social y de las libertades de los cubanos a la religión, viajar y tener propiedad; 3) Raúl Castro y su vice, José Ramón Machado Ventura, jugarán el papel determinante en la designación del tercer jefe de estado, en la historia cubana después de 1959. El nuevo líder gobernará con limitación a dos mandatos, y con poderes más compartidos que sus dos antecesores.
Frente a ese diagnóstico, la política óptima de la comunidad internacional y la diáspora cubana sería interactuar pro-activamente -como lo ha sugerido la analista disidente y ex diplomática cubana Miriam Leyva[2]- con toda la sociedad cubana, reconociendo la pluralidad de la misma y la existencia de crecientes espacios independientes del gobierno, que es a su vez también un terreno plural, con diferentes proyectos de gobernabilidad. Desde esa realidad, es cada día más irracional pensar las políticas en Cuba y hacia Cuba como dirigidas a Fidel Castro, a ajustar cuentas con él, o con el estado post-revolucionario que fundó.
[1] La calificación de post-totalitario aplicada al régimen politico cubano actual sigue la tipología de Alfred Stepan y Juan Linz que clasifican a los regímenes no democráticos en sultanisticos, autoritarios, totalitarios y post-totalitarios según cuatro criterios: movilización, pluralismo, ideología y liderazgo. Alfred Stepan y Linz, Juan (1996), Problems of Democratic Transition and Consolidation. John Hopkins University Press. Baltimore, New York.
[2] Leyva, Miriam (2011), Cuba en el contexto internacional. Relaciones con Estados Unidos. Ponencia presentada al panel de la XXI Conferencia de ASCE “Foreign Policy and the VI Party Congress”, Miami, 4-6 de Agosto de 2011.
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