¡Qué tal semana ésta que felizmente termina!: Estados Unidos perdió la calificación crediticia más alta, las Bolsas se desplomaron, el Banco Central Europeo se enfrentó abiertamente al Banco Central Alemán y anunció que empezaría a monetizar la deuda pública de España e Italia, y, por si fuera poco, nuestro ministro de Economía minimizó la situación y aseguró que ésta era “una crisis de confianza que está en el norte, no en el sur”. ¿De confianza?… Sí, en cierta forma, pero esa desconfianza nace del hecho de que los bancos más grandes del mundo saben bien que están técnicamente quebrados, y que, por su tamaño en relación a la economía global, es imposible que los estados puedan cumplir con su promesa de respaldo financiero, porque, si lo hicieran, serían éstos los que entrarían en bancarrota. Ésta, a fin de cuentas, es una crisis producida por el exceso-de-deuda-en-el-sistema. Y qué más da que esté en el norte, y no en el sur: si colapsara financieramente el norte, colapsaría financieramente Europa y China, y, junto con ellos, nosotros, los del sur.
Los Paul Krugman de este mundo, sin embargo, a ese nivel de deuda ya impagable le quieren seguir sumando más deuda. Es una locura, nos dicen, que, precisamente en un momento como éste, en el que todo indica que la economía global se enfría rápidamente, se busque reducir el gasto público. ¡Es una locura! Si en lugar de economista fuese nutricionista, Krugman le recomendaría al chico obeso que busca perder peso que siga comiendo más, cada vez más. Genio. Qué otra cosa en reconocimiento a su talento podían darle si no un Nobel.
¿Qué puede hacer un inversionista en una situación así? ¿Comprar dólares, o quizás euros? ¿O quizás ni uno ni otro? El dólar pierde valor día a día y no parece encontrar un piso que detenga la caída. Y perder una A de tres en la calificación crediticia ciertamente no ayuda en nada. Con el euro la situación es similar, pero de naturaleza distinta: ¿seguirá existiendo de acá a un año? Todo indica que no, que, en cualquier momento Alemania, harta ya de ser la chequera de Europa, terminará precisamente por cerrarla y llevársela a casa.
El euro desde un comienzo fue un proyecto mal concebido. No cumplía ni cumple con ninguna de las cuatro condiciones necesarias que el economista Robert Mundell consideraba que eran fundamentales, imprescindibles en toda “región monetaria óptima”. ¿Hay completa libertad de movimiento de la mano de obra de un país a otro en los diecisiete que comparten esta moneda? No: el idioma es la principal barrera. Un norteamericano, en cambio, de Los Ángeles puede mudarse a Nueva York y el inglés sigue siendo el mismo. ¿Existe completa flexibilidad de precios y de salarios? Tampoco. ¿Y un mecanismo acaso como el norteamericano, de transferencias fiscales, por el cual veinte estados de la Unión pagan en impuestos más de lo que reciben de Washington, y ese superávit se canaliza a los otros treinta que son deficitarios? Ni de cerca. Por último, ¿hay convergencia en los ciclos económicos de estos países? Divergencia, sí: ¿convergencia?, nones.
Tiempos difíciles se nos vienen. Sí. Provoca ser pesimista, pero el pesimismo conduce a la debilidad, sostenía William James, y el optimismo, al poder. ¿Hay acaso algo más hermoso que el cielo azul después de una gran tormenta? Quizá el recuerdo de aquel cielo azul antes de ésta.
*Charles Philbrook es catedrático Distinguido del Centro de Altos Estudios Nacionales (CAEN)
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