Chávez ha dicho que las Fuerzas Armadas son “un punto vital en (su) centro de gravedad”. Ese centro en el cual todas las fuerzas de un cuerpo se neutralizan ha sido tomado por Chávez como un elemento esencial de su estabilidad. Obsérvese que se refiere no al sistema político, “al pueblo” con el que solía hacer gárgaras, “al soberano” del cual se consideraba obediente mandatario; se refiere a los militares. Si no es un lapsus freudiano es al menos un “lapsus brutis”, mención con la que escarneció a J.V. Rangel en los días en que este era el apuntador del bisoño gobernante. Es un traspiés, lingüístico o conceptual, porque expresa que su gravedad reside en la Fuerza Armada, sea porque es su centro de equilibrio -como parece que quiso decir-, sea porque es allí donde tiene alta gravedad, ahora que posee otras gravedades.
Lo que esas expresiones muestran, así como las de los oficiales más obsecuentes, es que la situación militar no es tan mansa como la quieren pintar. Precisamente porque es un punto vital, puede considerarse centro de la grave situación política que vive el país.
TRANSFORMAR LA FAN
Una institución puede evolucionar, incluso puede transformarse, lo que no puede es ser algo radicalmente diferente a lo que ha sido. Esto último sólo es posible si se destruye lo que existe y se construye algo diferente desde la raíz. El régimen ha tenido este concepto claro desde el comienzo; debe recordarse que destruyeron el Congreso Nacional y la Corte Suprema de Justicia -con la entusiasta colaboración de sus directivos de entonces- para poder tener el Congresillo y luego la Asamblea Nacional, así como el actual Tribunal Supremo de Justicia. No torcieron el sentido del Congreso sino que lo destruyeron para edificar esa cosa que es la AN.
La FAN no pudo ser destruida de un golpe para edificar la institución militar chavista. No pudo hacerse porque es una institución compuesta por decenas de miles de oficiales y soldados, cuya amalgama son principios compartidos que no pueden ser cambiados por decisión de un jefe. Aterrorizar a una veintena de jueces o a unas dos centenas de parlamentarios no es lo mismo que intentarlo con una institución de muchos miles. Tampoco pudo hacerlo porque la obediencia a la que están obligados los militares también es un arma secreta de los oficiales para ocultar sus opiniones ante un régimen autoritario; obedecen hasta que la situación los obligue a desobedecer órdenes ilegales, como ocurrió el 11 de abril de 2002. En medio de esta situación los militares venezolanos han logrado impedir que el régimen controle sus conciencias y la obediencia, como velo, impide que sea detectado fácilmente su descontento. En este sentido, la institución ha sido destruida en sus fines, misiones esenciales y significación social, pero no han podido ser totalmente disgregados los integrantes que están allí en actitud de paciente resistencia hasta que el cuerpo aguante.
Los mandos militares actuales no son los representantes o portavoces de la institución ante el Estado, ante el gobierno y la sociedad; es al revés. Esos mandos son representantes de Chávez ante la Fuerza Armada y como tales son tomados. Esos son los que dicen que van a desconocer el resultado electoral que favorezca a las fuerzas democráticas; esos son los que se arrastran de manera innoble e indigna para lograr los favores del jefe pero son profundamente despreciados internamente.
La ruptura entre los de arriba y los de abajo llevó entre 1999 y 2002 a una desobediencia individual, activa y expuesta ante la opinión pública; esa distancia no lleva ahora a las mismas conductas, por las consecuencias conocidas; pero existe. Es posible decir que la opinión dominante en la FAN es la que se aviene con los principios institucionales de una organización al servicio de un sistema político libre, capaz de aceptar sin traumas la subordinación al poder civil legítimo como ocurre con las fuerzas armadas contemporáneas en países democráticos.
El que no se haya podido transformar a la FAN en la manera deseada por Chávez es lo que le lleva a una especie de adulación institucional. El más adulado de todos se ve obligado a adular cuando de militares se trata. De allí ese movimiento grotesco de crear una milicia nacional, obvio sustituto de lo que se ha querido destruir, pero la resistencia ha impedido que la antigua institución desaparezca formalmente; la nueva es sólo un amasijo de personal y armas dirigido a la propaganda, aunque con decenas de miles preparados para la guerra interna, contra sus compatriotas.
El giro del Comandante en cuanto se refiere a los militares es tan obvio que se refiere a ellos como “mis” generales, “mis” cadetes y “mi” Guardia de Honor como si fuesen una posesión personal ajena al cargo y vinculada indisolublemente al prócer que se los apropia.
PUNTOS DE FRICCIÓN
El más importante punto de fricción es el de estar bajo la dirección de un Comandante que ha entregado el país al Partido Comunista de Cuba y a los Castro.
La identificación de Chávez con el régimen cubano es de tal naturaleza que no hace sino disfrazarse de Fidel sin nada que se le parezca a su épica. Se copia el uniforme, la tonalidad de la isla, se copia las instituciones -la Milicia nacional y la territorial son apenas un ejemplo- y estos días ha tenido la desvergüenza de repetir lo que ha sido la marca de fábrica del viejo líder cubano, “la historia me absolverá”, como si fuese algo que en Chávez estuviese soportado por alguna epopeya propia.
La invasión cubana en Venezuela es traición aunque haya sido encubierta en tratados cuyos términos nadie conoce. El que un oficial militar o de policía, un funcionario o un dirigente político, deban aceptar las órdenes de un gobierno extranjero es motivo de vergüenza y de rebeldía. Los que se han vanagloriado de propiciar una nueva independencia son los autores de un vasallaje que asquea hasta a los estómagos más entrenados para digerir pudriciones.
DESCUBRIMIENTOS TARDÍOS
Chávez ha encontrado que la FAN es un espacio en el que se expresa su gravedad; ha descubierto tarde que el silencio no es acuerdo; que los jefes logran dar órdenes pero no reciben la admiración que el liderazgo genuino provoca. Podría afirmarse que los oficiales que amenazan con un golpe de estado son una minoría tan gritona como es su jefe pero que la estructura militar existente no seguirá a “sus” generales sino a los principios democráticos. Los que amenazan con golpe controlan las unidades más represivas pero no a la oficialidad institucional.
Las líneas que anteceden no son predicciones sino hechos, pero la expresión democrática de la oficialidad militar va a depender de la claridad y el coraje de la dirección política civil cuando la hora de impedir un golpe desde el Estado sea llegada.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario