Manuel Llamas
Hace apenas una semana se produjo un nuevo punto de inflexión en la crisis de deuda pública europea. La nueva directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, en un giro inesperado para muchos, afirmaba que "hemos entrado en una nueva y peligrosa fase" y, como resultado, era "urgente" llevar a cabo una "sustancial" recapitalización de la banca europea mediante el Fondo de rescate, ideado en principio para sostener a los socios insolventes de la zona euro.
Efectivamente, se trata de un enfoque radicalmente distinto al sostenido hasta ahora por las autoridades internacionales. Lagarde abogaba por emplear el dinero del Fondo para rescatar a bancos europeos en lugar de a países con problemas. La perspectiva no es nueva. Ya fue barajada seriamente por los asesores de Merkel en mayo de 2010, cuando se puso en marcha el actual mecanismo de rescate. Por entonces, algunos miembros del equipo económico de la canciller defendieron abiertamente dejar caer a los periféricos y destinar el dinero de los contribuyentes germanos a cubrir las grandes pérdidas que sufriría su banca. Ahora, tras el fracaso obtenido en el rescate griego, se vuelve a plantear esta posibilidad, abriendo así la puerta a la quiebra de algunos socios comunitarios y su consiguiente expulsión de la zona euro.
El mercado parece que ha interpretado este mensaje a la perfección, ya que la rentabilidad del bono heleno a un año ha alcanzado un nuevo máximo histórico tras superar la barrera del 70%. Es decir, los inversores privados no dan ya un duro por Grecia. Y no es de extrañar. El pasado viernes los técnicos de Bruselas, el Banco Central Europeo (BCE) y el FMI abandonaron Atenas antes de lo previsto, dando por rotas las negociaciones para liberar el siguiente tramo del rescate acordado el pasado año.
¿El motivo? La desvergüenza e irresponsabilidad torera de los griegos. Atenas no cumplirá el ineludible objetivo de reducción del déficit para 2011, fijado en el 7,5% del PIB: el desajuste fiscal en ningún caso debería superar los 16.680 millones de euros, y a fecha 1 de julio éste ya ascendía a 14.690 millones. La respuesta de los tecnócratas era previsible, "Grecia precisa nuevos ajustes". ¿Respuesta de Atenas? Un "no" rotundo. "Creíamos que Grecia era un país normal, nos equivocamos", admiten en París.
La Comisión de Control Presupuestario del Estado heleno, formada por expertos independientes fue aún más lejos tras admitir el pasado miércoles que su deuda pública estaba "fuera de control". Y es que, "está claro que el problema de este país no es únicamente el volumen de su deuda pública, sino también la incapacidad de consolidar la gestión presupuestaria actual. A pesar del titánico esfuerzo de ajuste presupuestario, no se ha obtenido ningún excedente primario (superávit) y, por el contrario, el déficit -descontando el pago de intereses- se ha incrementado". Las medidas de ajuste, centradas en subir los impuestos y perseguir el fraude fiscal, no están dando los frutos esperados. Pese a ello, muy acorde con la cultura del pasotismo heleno, su ministro de Finanzas , Evangélos Vénizélos, se limitó a tildar de "metedura de pata" dicho informe independiente.
Ante tal desaguisado, el diario Kathimerini advertía de que, aunque el Gobierno insiste en que "mantiene el control", en realidad, "se acabaron las mentiras. El primer ministro, Yorgos Papandreu, debe elegir entre la peste y el cólera", es decir, "entre la tarjeta roja por parte de los acreedores de Grecia" y "la vieja guardia del PASOK", el partido socialista en el poder. "La UE y el FMI exigen un signo claro que demuestre que Grecia hace todo lo que está en su mano para limitar los gastos y la única forma de hacerlo es con despidos masivos en el sector público", lo cual podría marcar "el fin de su reinado" [el de Papandreu]. Dicho de otro modo, o Grecia se toma en serio la situación y empuña la motosierra para podar hasta la raíz su mastodóntico Estado o el refranero popular volverá a cobrar sentido... Tanto fue el cántaro a la fuente que al final se rompió.
El despropósito es de tal calibre que resulta del todo lógico que los gobiernos de Alemania, Finlandia, Austria, Holanda o Eslovaquia se muestren reticentes a seguir prestando dinero. En este sentido, cabe recordar que la ampliación y flexibilización del actual Fondo de rescate, clave para el segundo plan de ayuda a Grecia, tal y como se acordó el pasado 21 de julio, depende de que sea aprobado por todos los socios comunitarios.
Por si acaso, Merkel ya avisa del posible resultado: la salida de Grecia del euro "sería extraordinariamente peligrosa para nuestro sistema monetario, ya que podría provocar un efecto dominó". Tic, tac, tic, tac... La paciencia se agota, y Atenas parece estar ya más fuera que dentro de la Unión. Llegado el caso, efectivamente, el Fondo europeo será empleado para recapitalizar a la banca (acreedores de Atenas), tal y como dijo Lagarde, puesto que Papandreu ya no lo necesitará. Su Estado habrá quebrado.
Manuel Llamas es jefe de Economía de Libertad Digital y miembro del Instituto Juan de Mariana.
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