El capitalismo y las “frivolidades de Occidente” han entrado con fuerza en la milenaria China y las razones son únicamente económicas.
Los parques temáticos han estado floreciendo en la China moderna y, como champiñones, se les ve crecer por todas partes y a toda velocidad.
Se trata de inversiones muy cuantiosas de capital privado, mayoritariamente extranjero pero, en algunas ocasiones, con alto componente de inversión pública local.
La variedad de parques temáticos que se han estado instalando a todo lo largo de la geografía es enorme y van desde réplicas tamaño heroico de Disney World hasta lugares para revivir y revisitar películas, parques que muestran el fascinante mundo de la tecnología del futuro y centros para especular sobre la Leyenda del Reino del Rey Mono.
Pero hay también sitios de diversión en donde las figuras expuestas son todas de chocolate y hasta parques como Loveland (¡en inglés!) en donde el sexo es el plato fuerte.
La fiebre por la construcción de estos sitios de esparcimiento es tan contagiosa que hasta el gobierno se ha animado a montar uno propio y gigantesco en Chongqing, el Parque Rojo, donde se intenta contar la historia de la China comunista, con réplicas de edificaciones, reproducciones de personajes de la corriente maoísta y con una representación de la evolución del país hecha a medida de la filosofía del partido comunista chino.
Este es de los considerados pequeños, porque apenas conlleva a una inversión de 386 millones de dólares, lo que resulta pálido al lado de los 4.5 mil millones de dólares que, por ejemplo, Disney y su socio chino, han decidido aportar al suyo cerca de Shanghai. Más de 20.000 millones de dólares han sido ya invertidos en cerca de 2.500 parques temáticos a lo ancho de la geografía china.
El gobierno ha comenzado en las pasadas semanas, sin embargo, a cuestionar la rentabilidad y la conveniencia de tales desarrollos. Se ha estado poniendo de relieve que el gran negocio no está en la explotación de los parques como sitios de entretenimiento, sino en la valorización de los terrenos aledaños a tales colosales proyectos.
Muchos de ellos no han sido autorizados por el Consejo de Estado y las entidades regionales se han dejado tentar por los beneficios que aportan: creación de puestos de trabajo, ingresos prediales significativos, fuentes de entretenimiento masivo y hasta plataformas para la explotación de temas culturales.
Pero pudiera haber mucho más que eso. La cantidad de actividades secundarias como permisos para construcción de villas y apartamentos en los lugares de acceso a los parques también pudieran ser fuentes de jugosos ingresos o de operaciones corruptas.
Así es como en Beijing han decidido tomar el toro por los cachos y se han prohibido nuevos desarrollos con costos superiores a 78 millones de dólares o con superficies mayores a 20 hectáreas.
El malestar aún no se ha destapado, pero de ello oiremos profusamente en los próximos meses. La decisión afecta proyectos por iniciarse y proyectos iniciados como el de Hello Kitty, un personaje adorado por el público juvenil, cuyo valor es de 220 millones de dólares y debe inaugurarse en 2014. La nueva crisis económica global sirve de excusa suficiente para ponerles coto a frivolidades que provocan grandes distorsiones en una sociedad severa, pero cada día más inclinada a admirar y a desear la loca vida de los occidentales.
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