Por Juan Ramón Rallo
Libre Mercado, Madrid
Es cierto que no fue la deuda pública la que desató la crisis actual, sino más bien una acumulación de deuda privada de pésima calidad que fue espoleada por un sistema bancario privilegiado y respaldado por ese monopolio público de la emisión de dinero que es el banco central.
Sin embargo, desde que en 2008 se vino abajo el sistema financiero internacional, las mayores emisiones de deuda pública de nuestra historia no le hicieron ningún bien a la economía. El credo keynesiano fracasó como en realidad siempre había fracasado, y ahora, tres años después, nos encontramos con una economía que, gracias al dinamismo del sector privado, ha corregido una parte de los desajustes presentes en 2008 pero a la que se le ha añadido un Himalaya de deuda pública a sus espaldas.
Al cabo, la manera que hallaron los gobiernos para convencernos de que sabían lo que hacían, de que iban a arreglar las cosas en un periquete, de que podíamos arrojarnos sin miedo a los brazos del Leviatán, fue sustituir la burbuja inmobiliaria por la última de las burbujas que es capaz de soportar una economía basada en el papel moneda: la burbuja de la deuda pública.
Inteligentes ellos, nuestros políticos, obligaron a los bancos privados y centrales a que les compraran toda su deuda, pues así, nos juraban, conseguirían estimular la economía, relanzar el gasto y volver a crear empleo. Pero no, las cuentas de la vieja del keynesianismo fracasaron y ahora esos bancos se encuentran como con las subprime en 2008, sólo que en esta ocasión la deuda basura es la de nuestros gobiernos y, por tanto, si esta vez quiebran no habrá red que los rescate.
No, en contra de lo que vociferan los socialistas, la tan predicada como poco practicada austeridad de los gobiernos no es ninguna receta mágica para lograr una recuperación. Es simple y llanamente el requisito ineludible para que no suspendamos pagos. Mientras esa amenaza siga en el horizonte, que nadie sueñe con recuperación alguna. Primero, pongamos orden en las finanzas del Estado.
¿Liderazgo o “leader-sheep”?
Hace unos años, para un curso de Liderazgo Transformacional, escribí acerca de esta idea, este dilema, esta disyuntiva en la observación de campo de lo que en ocasiones consideramos “Liderazgo”, con mayúscula, y el acto simple de seguimiento a una persona más o menos carismática, acto que califiqué de “leader-sheep”.
Mi observación de esta cultura, a la cual pertenezco, es que en los procesos políticos no estamos contemplando procesos reales de Liderazgo Transformacional, sino simples expresiones de “manada”, de “masa”, de “redil”, que por lo general terminan en grandes decepciones.
De hecho, mi argumento entonces, y dado el proceso electorero 2011, es que los guatemaltecos somos dados —faltos de análisis y con reducido criterio— a ser encantados por un “leader-sheep” que nos lleva cual ovejas al matadero ciudadano. Ah, y a eso llamamos con orgullo “la construcción de la democracia”, término que nos repite y repite el “leader-sheep”. (Construyo aquí un concepto, el de la palabra “Leadership”, que traducida de “Liderazgo”, y lo “desconstruyo” en dos, “leader”, que significa “líder”, y “sheep”, que significa “ovejas o borregos”).
La génesis de los partidos políticos es un “leader-sheep”, porque nacen de una persona que se le ocurre mejorar su estatus de vida de manera rápida y ve en la política ese camino acelerado hacia su objetivo.
Por eso los partidos políticos guatemaltecos —muy parecidos a las “mega-iglesias”— son llamaradas de tusas, aves de paso, fugaz emoción, desde el momento que son grupos conformados alrededor de “un hombre”.
Debido a que estos grupos no tienen tradición, ni ideología, ni bases sólidas históricas, ni razón para continuar, más que las del “fundador”, quien a su vez desprecia a todo tipo de real y naciente liderazgo y lo aplasta cuando es “lombriz” para que no crezca y se convierta en una poderosa serpiente, los grupos politiqueros estos nacen con su fundador y mueren antes o junto con él.
El verdadero y sano “Liderazgo” no sólo tiene bases sólidas, creencias establecidas, visiones, misiones y objetivos claros, sino que su principal preocupación es la reproducción en “los mejores y aptos”. Ah no, aquí “los mejores” son, oh sorpresa, los “hijos” de los fundadores. Sí, la familia, sin por qué ni para qué, en el concepto criollo de “leader-sheep” termina siendo la sucesora, por lo general, de muy mala formación y con pésima ejecución.
Como no vemos Liderazgo sino solamente “leader-sheep” nuestras formaciones políticas son cortoplacistas, fugaces, y efímeras experimentaciones a las cuales la ciudadanía borrega se adscribe, más por emoción, y no por razón.
Por eso terminan así como empezaron, ninguna perdura, acabado el “leader” todos los “sheep” van a otra formación nueva, y corre y va de nuevo el proceso cortoplacista.
Mi conclusión: A esa realidad se suman los caudillismos estilo “leader-ship”. Ese proceso es insostenible porque no se renueva, sino que se justifica en los pseudo “leaders” por medio de sus “sheep”, y terminan destruyendo al país.
Ni la inclusión de los “dipu-ishtos” cura ese mal.
Cuba: Los árboles mueren de pie
Por Vicente Botín
MADRID. - Las revoluciones comunistas se creen dueñas del gen de la inmortalidad, por eso no jubilan a sus dirigentes; la mayoría, como los árboles, mueren de pie. El tiempo para ellos es un concepto relativo, viven en un eterno presente, pero con la mirada siempre en el pasado, en lo que fueron, en lo que hicieron. Y Cuba no es una excepción. Un sanedrín de ancianos gobierna el país desde el año 1959. Hicieron una revolución y secuestraron el poder. Como dice George Orwell: “No se establece una dictadura para salvaguardar una revolución; se hace la revolución para establecer una dictadura”.
El general Julio Casas Regueiro, que acaba de fallecer a los 75 años, era “uno de los nuestros”, un “goodfellas”, por utilizar la expresión de la película de Martin Scorsese, un miembro del clan endogámico que gobierna Cuba con mano de hierro. Hermano del también general Senén Casas Regueiro (ya fallecido), uno de los jueces que condenó a muerte al general Arnaldo Ochoa, Julio Casas estaba casado con una hija de Carlos Rafael Rodríguez, uno de los políticos más influyentes de la revolución hasta su muerte en 1997, a los 84 años de edad.
Pero Julio Casas Regueiro era por encima de todo, el hombre de confianza de Raúl Castro, su sombra y su sucesor al frente del ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias después de que éste relevara a su hermano Fidel en la jefatura del Estado, el 24 de febrero de 2008. Ese día Raúl Castro dijo de él: “Yo, que he criticado a casi todos los generales de las Fuerzas Armadas (…) no recuerdo haberle hecho durante estos últimos 50 años ninguna crítica de consideración al compañero Julio Casas, salvo la de –como decimos los cubanos— ser muy tacaño; pero de ahí se derivan sus éxitos en el frente económico, entre otras actividades, en el ministerio de las Fuerzas Armadas”. Era el premio a la fidelidad perruna.
Oriundo como los Castro, de Mayarí, en el Oriente Cubano, Julio Casas se incorporó en 1958, con apenas 22 años, al Segundo Frente que abrió Raúl Castro en la Sierra Cristal, y asistió a los cursos de adoctrinamiento del pueblo de Tumbasiete, el semillero de dirigentes del futuro partido comunista de Cuba del que sería uno de sus fundadores, en 1965. Después del derrocamiento de Fulgencio Batista ocupó distintos cargos militares, entre ellos, jefe del Ejército oriental, jefe de las Tropas de Defensa Antiaérea y jefe de la Fuerza Aérea. En 1969 fue nombrado viceministro de las FAR y posteriormente Vicepresidente del Consejo de Estado, el máximo órgano político del país, y miembro del Buró Político del partido comunista. En 1978 participó en la aventura militar castrista en África combatiendo en Etiopía.
Casas Regueiro era un hombre inteligente, muy reservado, que odiaba hablar en público por un problema de dicción que arrastraba desde la niñez. Su salud era delicada. Era diabético, fumador empedernido y, como Raúl Castro, amante del buen whisky escocés. Nunca destacó por sus dotes militares y es muy significativo que pese a que era el brazo derecho de Raúl Castro, muy amigo de batallitas, no aparece en el libro-escaparate “Secretos de militares”, donde el hagiógrafo oficial del régimen, Luis Báez, magnifica las “hazañas” bélicas de sus conmilitones.
El verdadero campo de batalla de Julio Casas Regueiro fue la economía. Fundó y dirigió GAESA (Grupo de Administración Empresarial, S.A.), el holding más importante de Cuba, integrado por unas 300 empresas que incluyen desde hoteles a gasolineras y generan el 89 % de las exportaciones, el 59 % de los ingresos por turismo, el 24% de los ingresos del sector servicios, el 60% de las transacciones de divisas al por mayor y el 66% de ventas en divisas. El tinglado empresarial de las FAR controla más del 60% de la economía del país y da empleo al 25% de los trabajadores estatales. Julio Casas apadrinó y formó al actual director de GAESA, el mayor Luis Alberto Rodríguez López Calleja, hijo del general Guillermo Rodríguez del Pozo, que tiene una característica muy especial: está casado con Déborah Castro, hija de Raúl Castro.
Con GAESA, Julio Casas Regueiro, es decir Raúl Castro, dejó sentadas las bases del futuro económico de Cuba. Las empresas del grupo están dirigidas con disciplina militar por uniformados más duchos en interpretar balances que en las artes de la guerra. Su guía es el llamado Sistema de Perfeccionamiento Empresarial, un modelo de gestión “capitalista” frente al desastre de la economía planificada de las empresas civiles del Estado. Raúl Castro no pierde de vista el modelo soviético de transición post comunista para que la nomenclatura militar travestida de demócrata pueda seguir controlando los recursos del país.
Julio Casas Regueiro fue la sombra de Raúl Castro, sombra también de su hermano. Con él desaparece una figura prominente de la dictadura cubana. Ha muerto de pie, en su puesto de combate, como pregonan los exegetas de la revolución. Fidel Castrosolía decir: “Aquí no se rinde nadie”, pero más temprano que tarde, el tiempo acabará por talar todos los árboles.
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