Ricardo Valenzuela
“Un cínico es aquel que sabe el precio de todo, pero el valor de nada.”
Oscar Wilde
En 1983 Ronald Reagan ante el muro de Berlín gritando exigía; “Sr. Gorbachev, tire esta muralla.” Años después uno de colaboradores cercanos del presidente comentaba el que, aun cuando Reagan era enemigo ancestral del comunismo, lo que provocaba demanda tan enérgica en esos momentos, era su reciente lectura del extraordinario libro de Von Mises; “Socialismo.” En esta magistral obra, Von Mises proféticamente anunciaba la muerte del socialismo, entre otras cosas, por su incapacidad para llevar a cabo cálculos económicos y, ante tal problemática, de forma muy simple adoptaban la teoría del trabajo en lugar de la del “valor.”
Los argumentos de Von Mises eran sencillos. En una economía en la cual no existe la propiedad privada ni mercados, es imposible el establecer precios de acuerdo a ese concepto de valor, y así, los cálculos económicos son una falacia que los hacía navegar sin brújula. Si alguna aportación hicieran los primeros pensadores liberales, fue precisamente el concepto y la teoría de valor. Los fundadores de los EUA harían el más importante; el de la creación de valor e igual, el de creación de riqueza, inexistente en la economía feudal. Al iniciar su operación los mercados desencadenados liberando las fuerzas de oferta y demanda, la competencia le daba vida al concepto de valor y a los precios.
Hace unos meses tuve una experiencia que me ha dejado no sólo sorprendido, sino extremadamente preocupado. Al estar participando en una reunión de un grupo de colaboradores del ahora gobernador de mi estado; Eduardo Bours, abordamos el tema de la conformación del PIB de los países. A cierto punto de la reunión, uno de los aspirantes al servicio público y aclaro, educado en una de las Universidades elite del país, afirma categóricamente el que, actividades como el comercio, no deberían conformar el PIB puesto que no producían absolutamente nada. Al principio no creía lo que escuchaba y, le pido aclarar su afirmación, ante lo cual repite y confirma su posición.
El argumento me hacia recordar el de los fisiócratas del Siglo XVII, quienes solamente aceptaban incorporar al proceso económico las actividades agrícolas. Al interrogarlo si para él los servicios profesionales de un arquitecto o un artista, no tenían valor alguno, me di cuenta de una horripilante realidad; en Mexico tenemos un distorsionado concepto de valor. Para un agricultor valor es lo que CONASUPO pagaba como precio de garantía por su trigo, o peor, los subsidios que reciben del gobierno federal a través de programas como PROCAMO. Para algunos otros son las migajas con las que las arcas federales les tira en forma de subsidios, para hacer frente a las monstruosas cuentas del servicio de energía eléctrica, de parte de un inepto monopolio….orgullosamente nuestro.
Al iniciar mi contraofensiva explicando el valor de cambio, utilidad marginal y sobre todo, al dar el ejemplo de cómo una opera de Pucini en Biafra no tendría valor alguno, pero si en Londres o Nueva York, me doy cuenta de que, para algunos mexicanos la palabra “valor,”representa la figura intimidante del Indio Fernández crucificado con sus cananas repletas de balas y, listo para el asalto revolucionario; o tal vez Pedro Armendáriz en su demoníaco papel de Juan Charrasqueado, acribillado en la cantina antes de montar en su caballo. Para el político mexicano valor es el que lo pongan donde haya….forma de manotear, para el empresario estatista, el tratar de lograr su “free lunch.”
Entendía entonces el origen de canciones como; ‘Oye Bartola, ahí te dejo esos dos pesos.” La de Jorge Negrete; “maldito dinero que nada vale.” La de José Alfredo Jimenez; “Allá en mi León Guanajuato, la vida no vale nada.” Ahora entendía el que, uno de los graves problemas de Mexico es ese; no tenemos idea de lo que el concepto de valor económico representa. Y si no tenemos idea de ello; ¿Cómo es que lo vamos a crear? ¿Cómo vamos a entender el valor que ha creado el Tratado de Libre Comercio? ¿El valor que representa una buena reforma fiscal? ¿El valor de la reforma energética? ¿El valor de mantener a Guillermo Ortiz en el Banco de Mexico o mantener finanzas en orden? ¿Qué valor representa para el grupo de actores protestando la posible privatización de los Estudios Churubusco?
¿Qué tipo de valor crearon los macheteros de Atenco? ¿Los barzonistas que invadieron violentamente el Congreso? ¿Los yaquis de mi tierra cerrando carreteras con las armas en las manos? ¿Cuántos puntos le ha aportado al PIB del país el subcomandante Marcos? ¿O el sindicato de maestros? Continuaba mi perorata Hayekiana; El valor debe de indicar las capacidades potenciales que un bien o servicio tienen para satisfacer las necesidades humanas. Es un proceso que sólo puede plasmarse sobre la base de mutuo ajuste—a través del intercambio—de las tazas marginales de substitución que, según criterios de los actores interesados, debe corresponder a cada uno de los bienes o servicios involucrados.
Por otro lado, la creación de valor y de riqueza no es un proceso meramente físico ni reducible a una serie de relaciones causa—efecto. No depende de algún conjunto de hechos materiales, sino del aprovechamiento de la información dispersa y diferente que poseen millones de actores; información que, queda expresada en los precios que orientan y dirigen las operaciones futuras. Se trata de entender el mercado y no colgarnos del Estado. Los precios así, libremente establecidos, son el elemento más potente de información si es que el gobierno no interviene para desajustar todo el proceso. El que interpreta esa información y actúa ante ello, satisface al mercado creando valor y, es recompensado a base de legítimas ganancias, y no rentas de gobiernos en mercados manipulados.
Pero los participante en la reunión, ahora me observaban como si acabar de escapar de un manicomio. Para comprender el orden y la convivencia que hace posible el progreso de la humanidad, es imprescindible el comprender el papel del mercado y la determinación del valor de los bienes y servicios, como lo expone con tal claridad la teoría de la utilidad marginal. Sin embargo, en nuestro prehistórico país, esos conceptos son tan populares como la integridad de los politicos y por desgracia, seguimos pagando precios, sin entender valores.
Mientras sigamos pagando el precio de las mordidas, de los favores especiales, de los mercados protegidos, de la demagogia nacionalista, de nuestra furia contra la globalización pero no entendamos el valor de las oportunidades, continuaremos pagando precios por simbolismos sin valor. Mientras sigamos pagando el precio de mantener un presente que nos embriaga para con claridad ver el valor del futuro, seguiremos siendo un “país devaluado.”
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