Trabaja en una corporación de nuevo tipo, de esas que ocupan una lujosa mansión en el barrio de Miramar e importan mercancías desde el extranjero. Para lograr tal empleo, le bastó con apelar a la influencia de su padre teniente coronel, tirar levemente del árbol genealógico. Pertenece a una nueva generación de empresarios sin ideología, aunque para mantener su puesto grite de vez en cuando una consigna, finja fidelidad a algún líder. Este pícaro “hombre nuevo” busca las ofertas más baratas –y de peor calidad– que hay en el mercado internacional y las hace pasar por la opción que sus jefes le han asignado comprar. Por esa diferencia, miles y miles de dólares van a parar a su bolsillo cada año. Como él, toda una camada de lobeznos ávidos de dinero defalcan en las empresas cubanas, apertrechándose financieramente para el cambio que viene.
El más reciente episodio de la podredumbre moral en el sector empresarial, está relacionado con el publicitado cable de fibra óptica que nos enlaza con Venezuela. Anunciado desde 2008, sólo llegó a nuestras costas en febrero de este año, bajo la mirada ansiosa de 11 millones de ciudadanos que sueñan con poder conectarse masivamente a Internet. Después de varias postergaciones, se había señalado el pasado mes de julio como fecha para que comenzara a funcionar. Entre rumores callejeros, despachos de agencias extranjeras y testimonios de trabajadores de la única empresa de telefonía permitida en el país, hemos sabido que el cable es un fracaso. Una mala elección del material del que está constituido, la ausencia de la cobertura correcta para que no fuera mordido por los tiburones que tanto abundan en las aguas del Caribe y hasta la sustracción de fondos destinados a su activación, parecen haber inhabilitado su puesta en marcha, hasta nuevo aviso.
Pero más allá de los detalles casi cómicos del cable que no funciona, llama la atención el alto nivel en la jerarquía política de los implicados en este nuevo escándalo de corrupción. No son funcionarios de segunda categoría, sino rectos servidores de un Partido que habían detentado encumbradas responsabilidades con anterioridad. ¿Cómo fue que estos fieles empleados de ministerios, empresas mixtas y firmas extranjeras, se convirtieron en delincuentes de “cuello verde”, en ladrones de carnet rojo en el bolsillo? Quizás fue su olfato azuzado de oportunistas que les hizo creer que el futuro estaba más cerca y los cambios debían encontrarlos con una base económica que los convirtiera en empresarios del mañana. Por cada uno que ha sido descubierto, hay decenas que siguen “faenando” en las sombras, gritando una consigna, jurando lealtad a un líder, mientras a solas calculan el número de dígitos que ya tiene su fortuna personal, el volumen del monto que han logrado sustraerle a un estado que los creyó confiables.
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