Por Guillermo Arosemena Arosemena
Desde el 2007 hasta la actualidad, el dólar y las bolsas de valores del mundo han hecho noticias en todos los continentes.
Sobre el primero se llegó a sostener que estaba en camino de dejar de ser la principal moneda del mundo, pero en los meses cuando la crisis llegó a su nivel más profundo, se revalorizó frente al euro, como sucede en la actualidad, que una nueva crisis se avizora. Situación similar ocurre con los bonos de la tesorería estadounidense, supuestamente papeles desvalorizados, pero atesorados por gobiernos y grandes inversionistas. De las bolsas de valores, las noticias refieren la caída del valor de las acciones y a los inversionistas refugiando sus capitales en papeles más seguros; los medios comentan las enormes pérdidas por el desplome en los precios de las acciones.
Por graves que sean las noticias, lo que ocurre en los mercados financieros, forma parte de la naturaleza humana. El mundo empresarial opera en base a emociones, como la codicia y el miedo. En las sociedades más avanzadas, es más marcada la conducta humana de empresarios e inversionistas, especialmente en la actividad bursátil.
Los auges en la economía ocurren por su optimismo, que los lleva a hacer inversiones para vender y ganar más dinero. A su vez, quienes compran acciones en empresas de capital abierto, lo hacen porque esperan negociar el título en 10, venderlo a 20, haciendo utilidad.
Cuando el auge llega a su fin y se inicia la caída económica, la codicia se transforma en miedo; pequeños, medianos y grandes inversionistas optan por liquidar sus posiciones pensando que si no lo hacen pronto, las utilidades hechas se convertirán en pérdidas. Así sus propias profecías se convierten en penosas realidades; las empresas venden menos, caen las utilidades o incurren en cuantiosas pérdidas. Las menos competitivas desaparecen o son adquiridas por las más eficientes. En el tejido emocional de la economía, el dólar aumenta o disminuye de valor, pero sigue siendo la principal moneda.
La razón es elemental, detrás de ella está la economía más innovadora del mundo, donde las crisis no son barreras para detener la creación de nuevos bienes y servicios.
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