08 septiembre, 2011

El laberinto económico

Por María Blanco

Instituto Juan de Mariana

La politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neuman definió la "espiral del silencio" como el fenómeno por el cual el individuo se abstiene de decir su opinión cuando es contraria a la opinión pública más fuerte (no necesariamente en términos numéricos) y no duda en expresarla cuando coincide con ella. La raíz de este fenómeno está en el hecho de que el ser humano tiene miedo orgánico a estar solo. Al decir orgánico me refiero a que se localiza en una zona concreta del cerebro.

De esta forma, la opinión pública aparece como un elemento que confiere cohesión a la sociedad.

En nuestro siglo son los medios de comunicación los principales agentes creadores de opinión. Y los políticos lo saben. Los de una cuerda y los de otra. De ahí la indisoluble unión de la política y la prensa, para lo bueno y para lo malo... La importancia de la opinión pública en la sociedad explica que los portavoces y ministros en ruedas de prensa mientan como bellacos, maquillen los datos, resalten determinados datos y omitan otros. La idea de la inventora del término "espiral del silencio" es que si se consigue que la opinión pública exprese optimismo respecto a, pongamos, la posible recesión económica en España, es más probable que salgamos bien parados. Como si se invocaran espíritus benévolos o, por el contrario, espíritus cenizos y el mero hecho de nombrar un desenlace bueno o malo se creara un ambiente más propicio para su cumplimiento.

La opinión pública ha condenado banqueros privados y salvado a banqueros centrales, ha condenado a los especuladores y salvado a los derrochadores, condenado a los mercados y salvado a quienes nos han endeudado. Y el lenguaje con el que se han lanzado los mensajes es totalmente manipulador. Los especuladores nos hacen daño, los mercados no se fían de nosotros, hemos logrado colocar nuestra deuda (como quien logra meter canastas en baloncesto). De esta forma, rueda de prensa tras rueda de prensa, el mensaje machacón del gobierno nos ha negado la crisis, nos ha asegurado que nos seguimos recuperando, y según las últimas declaraciones de Elena Salgado, vicepresidenta del Gobierno y Ministro de Economía, "sin ninguna duda, Europa no va a caer en ninguna recesión".

Lo malo es que día tras día desde hace ya bastantes meses, los datos nos golpean primero en una mejilla y después en la otra. La prima de riesgo bate récords, el paro aumenta, la Bolsa se derrumba y nuestros gobernantes solamente reconocen que la situación es "delicada". No se crea tejido empresarial, se destruye. La sombra de la recesión planea por encima de Europa, pero nuestros gobernantes insisten machaconamente que la recuperación marcha. Y ya no se sabe si es por disonancia cognitiva o porque de verdad creen que si se repiten muchas veces las cosas terminan por suceder.

Uno de los problemas añadidos es que se trata de economía, tema en el que siempre te puede salir un técnico pidiendo rigor mientras él emplea los datos maquillados del gobierno para decir que no estamos en recesión... técnicamente. Cada vez que sale un dato del Instituto Nacional de Estadística hay un puñado de economistas que salen con los matices, las correcciones, la estacionalidad... de manera que da la impresión de que hay cifras que respaldan todas las opiniones. En esas circunstancias ¿cuál es la opinión pública más fuerte?

Los ciudadanos se encuentran atrapados entre quienes protestan por las medidas de austeridad y quienes las defienden, viciados por un salpicón de subvenciones y un estado sobreprotector. Lo fácil es culpar a los ricos, al mercado y a los extranjeros, en este caso, alemanes. Y me extraña que nadie haya culpado a los judíos, debe ser la primera vez en la historia.

Pero el que la opinión pública más fuerte sea esa, no quiere decir que sea más cierta, ni que la mayoría lo piense de verdad. Aquellos que se huelen la tostada se callan para no ser aislados o tachados de insolidarios. Se quedan encerrados en el laberinto de las declaraciones, los datos y las conveniencias y no son capaces de decir nada, ni de reclamar sensatez, ni firmeza, ni nada. Solamente callan... y pagan.

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