Estos tiempos de transición en todos los órdenes requieren de la acción clara y comprometida de todos.
Julio FaeslerA todos nos llamó la atención que el presidente Calderón haya llamado a los líderes del país a participar más directamente en política. A primera vista, parecería imposible atender a esta aparente ocurrencia ya que la ley aún no acepta a los candidatos independientes.
La idea no es descabellada. Es oportuna. Estos tiempos de transición en todos los órdenes requieren de la acción clara y comprometida de todos. No es aceptable que se tache al quehacer político de indigno pese a que son precisamente los políticos los que toman las decisiones que, transformadas en leyes, afectan casi todos los aspectos de la vida.
El fastidio ciudadano por la negligencia e irresponsabilidad de muchos funcionarios y parlamentarios profesionales que, insertos en la partidocracia en que hemos caído, no se cura alimentando un clima de repudio y crítica.
El llamado del Presidente no fue la reacción a la larga sesión en que muchas personalidades le señalaron lo que a su ver merecía ajustes. Fue una invitación a quienes tengan genuinas aportaciones para el mejor gobierno que procedan a hacerlas sin dilación.
Si los que reúnen preparación y experiencia estiman que el gobierno no aplica las mejores fórmulas, entonces, dijo el Presidente, ellos debieran buscar posiciones en las estructuras públicas para hacer valer sus propuestas. Esto significa actuar en la política corriendo riesgos. No es válido censurar sin enfrentarse a las realidades de la discusión y luego la ejecución que el gobernar supone. De hecho, el ciudadano típico se limita a votar sin mayor afán posterior. Las cosas toman su curso y todos nos dedicamos a criticar. La aprobación es partidista. La evaluación objetiva es escasa.Las asociaciones ciudadanas, que hace años tanto sirvieron para impulsar la democracia electoral, se concentran ahora más que en lo cívico, en los derechos humanos y la reivindicación de las víctimas del crimen organizado. Su compromiso de no ocupar puestos, para así certificar su desinterés personal, los deja truncos a la hora de mover la acción legislativa o del Ejecutivo.
Si sólo monitorear a los servidores públicos es tedioso, más lastra a la democracia el sarcástico desprestigio que tiñe todo lo que concierne a la función pública. Visto así, la corrupción marca a la política y no toca a la actividad financiera ni a la jurídica ni a la empresarial, la médica, etcétera.
Dedicarse a la política desprestigia y transmitimos su ruin imagen a los jóvenes para que no se contaminen. En casa los niños escuchan que la corrupción percude al quehacer político. Pero el mensaje es doble. Por una parte, oyen que los malos lucran de la política, aunque es bueno tener algún amigo en un puesto público para hacer un negocio u obtener algún permiso.
La corrupción no radica en la profesión que se ejerza. Es el corrupto quien la degrada. Que el político corrupto sea más visible por su condición pública no redime a los corruptos de otras actividades que los medios no exhiben.
Dejar de actuar como funcionario, legislador o juez por estimarlo una ocupación indigna es distorsionar la realidad. Al igual que suponer que las demás ocupaciones aíslan o impiden al ciudadano de interesarse en el devenir político del país.
Buena falta le hace a México que algunos empresarios le dedicaran unos años de sus vidas a ocupar puestos públicos en los que mantuvieran el compromiso personal de no rendirse a la corrupción.
Un llamado a una conciencia ciudadana operativa y no sólo observadora y crítica es el exhorto que le escuchamos al presidente Calderón en su reunión con los líderes.
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