Por Orlando Ochoa Terán
Así como es difícil imaginar que el gobierno bolivariano haya planificado, diseñado y puesto en ejecución una política de promoción del tráfico de drogas, es igualmente difícil imaginar que las evidencias acumuladas en años no abriguen dudas acerca de la voluntad política de enfrentarlo.
¿Cómo y por qué el gobierno bolivariano se dejó enredar en esta madeja de actividades ilícitas considerada modernamente como un crimen contra la humanidad? La teoría más plausible parece reposar en la naturaleza autocrática y antiimperialista del régimen. Desde hace décadas, regímenes con estas características, ante la impotencia para enfrentar el poder representado por los países capitalistas, especialmente EE UU y la Unión Europea, han sucumbido a la tentación de atacarlo por lo que suponen son las líneas de menor resistencia de estas sociedades: la adicción a las drogas.
Para cumplir este cometido, que ha sido justificado como una lucha “ideológica”, no es necesario una gran planificación, organización o gerencia, mucho menos la inversión de grandes recursos. Sólo basta que se distiendan los controles, que la justicia literalmente cierre los ojos para que la impunidad se imponga y esta ofensiva indirecta y antiimperialista se abra paso. Lo que no toma en cuenta esta simplicidad revolucionaria es el daño que le inflige a sus propias estructuras por el hecho de que esta estrategia se fundamenta en la misma voraz codicia que estimula el mercado capitalista.
La corrupción pues cunde por todos los resquicios de la administración pública hasta alcanzar lo que ya parece un punto sin retorno. Los señalamientos de organismos internacionales y de naciones afectadas son tan persistentes y de tal contundencia que Venezuela ha devenido en un referente obligado como uno de los centros neurálgicos del mundo. Cuesta creer que el gobierno no vea la amenaza que se cierne, pero pareciera más bien que ha perdido el control de la situación y se encuentra impotente como ocurre en áreas conexas menos complejas como la seguridad ciudadana y el sistema penitenciario.
Política y drogas
El narcotráfico es una compleja red que mezcla a traficantes de drogas y de armas con delincuentes, crimen organizado, mafias internacionales, políticos, terroristas y funcionarios públicos. La complicidad es el vaso comunicante de esta madeja y al mismo tiempo el elemento crucial para, de acuerdo con la práctica penal anglosajona, comprometer a cabecillas asediando a los que están en la línea subordinada, ofreciéndoles inmunidad. Una táctica de gran efectividad.
El proceso mediante el cual el gobierno bolivariano se ha visto involucrado en esta vorágine de acusaciones internacionales, de las cuales ya es difícil deslastrarse, se asemeja a la de otros países que proclamaron su antiimperialismo como parte esencial de su política exterior. La Cuba castrista se ha visto a vapores para salirse de esta maraña del tráfico de drogas que llegó a verse como una amenaza regional semejante a la de Manuel Noriega en Panamá.
Irán, con semejante características, es otro caso que llama la atención como nudo del tráfico internacional de drogas. La droga y las armas que se origina en ese país islámico crece en paralelo con su influencia en África Occidental donde la gran mayoría de la población de estas naciones es predominantemente islámica. Para algunos observadores no es coincidencia las ofensivas diplomáticas desplegadas por los gobiernos del los presidentes Chávez y Ahmadinejad en esta región africana, donde históricamente ha tenido también una gran influencia Cuba.
Venezuela tiene el dudoso honor de ser el origen del cargamento de cocaína más grande que ha sido introducido en África (en 2009 un DC-9 aterrizó en Mali con 10 toneladas de cocaína y la nave fue posteriormente incendiada). En octubre del año pasado se interceptó en Nigeria un buque procedente de Irán con heroína y 13 contenedores llenos de armas ilegales incluidos cohetes, granadas y municiones. Esta actividad no ha cesado.
Entre otra serie de coincidencias (Irán/Venezuela/África Occidental), prolijas de enumerar, llama la atención que el ex ministro de Relaciones Exteriores de Gambia, Bala Garba Jahumpa, (el pasado fin de semana se dijo que Venezuela le donaba millones a este país para su red eléctrica), haya sido embajador en La Habana, posteriormente en Teherán y finalmente en Caracas.
¿Coincidencias? se preguntan muchos escépticos.
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