Por Hunter Lewis.
Un reciente artículo del conocido economista keynesiano de Yale, Robert Schiller, comienza así:
Un (…) hecho (…) acerca de nuestra situación económica actual (…) no puede negarse por más tiempo: nuestra economía tiene una necesidad desesperada de estímulo público.
¿Ofrece el resto del artículo una defensa del estímulo? No. Como la necesidad del estímulo es innegable, no hay necesidad de defenderlo. Ninguna persona razonable estaría en desacuerdo. ¿Correcto?
No. Hay un problema. La gente razonable sí está en desacuerdo, en un fuerte desacuerdo. Robert Barro, el distinguido economista de Harvard, escribió un artículo casi al tiempo del de Schiller explicando por qué no la lógica ni la evidencia apoyan los programas públicos del estímulo. Barro está lejos de estar solo, tanto entre los economistas como entre el público en general.
¿Realmente piensa Schiller que es innegable porque él dice que es innegable? ¿Se supone sencillamente que aceptamos esto como un acto de fe? ¿Somos unos bárbaros si no lo hacemos? ¿Es Robert Barro un bárbaro?
Schiller no es el único keynesiano que adopta esta postura. Ni Keynes ni ningún keynesiano posterior ha ofrecido nunca un argumento bien desarrollado, no digamos una evidencia real, para pensar que el estímulo funcionaría. Keynes dijo que por cada 1$ de estímulo, obtendríamos hasta 12$ de crecimiento económico y como mínimo 3$. También dijo que el estímulo se pagaría por los ingresos fiscales. Pero no se preocupó de ofrecer ni la lógica ni la evidencia que apoyaran estas afirmaciones. Se lanzaron como intuiciones, realmente nada más que “corazonadas” y han permanecido como “corazonadas” desde entonces.
Los keynesianos como Schiller nos solo dan por descontada la validez del estímulo: también son exasperantemente vagos acerca de cómo implantarlo realmente. Cuando se la preguntó a principios de 2009 cuánto estímulo se necesitaba, Schiller respondió: “debe hacerse a una escala suficientemente grande”. De verdad que eso ayudó mucho. Cuando se le preguntó durante cuánto tiempo se necesitaría, replicó “Por un largo tiempo en el futuro” (Bloomberg, 16 de abril de 2009). No es en absoluto algo inusual. Cuando se le preguntó a Christina Romer, destacada keynesiana y presidenta del consejo económico del presidente Obama, durante cuando tiempo se necesitaría el estímulo, respondió en términos igualmente vagos. Ni siquiera Paul Krugman ha precisado nada de esto.
En su artículo reciente, Schiller continúa citando el argumento de Keynes de que las recesiones las causa un derrumbamiento de la confianza y nada más. Este expone mal a Keynes. También echa la culpa a los tipos de interés demasiado altos. Pero ese argumento es difícil de corresponderse con tipos de interés por debajo de la tasa de inflación, así que se ha abandonado convenientemente. Tampoco podemos asumir solo que las recesiones sean un problema de confianza. El contraargumento es que las recesiones reflejan desequilibrios en el sistema de precios y no ocuparse de estos desequilibrios solo empeorará las cosas. Los defensores de esta opinión sostienen que la impresión masiva de dinero, rebajar los tipos de interés por debajo de la inflación, el gasto en estímulo y otras distorsiones del mercado solo empeoran las cosas. De hecho estas intervenciones públicas masivas son las que causan principalmente este seria recesión.
Schiller continúa sugiriendo que los programas públicos de estímulo no tienen que realizarse con dinero prestado. En su lugar, el gobierno puede subir los impuestos y gastar ese dinero. Es un argumento curioso por varias razones. Primero, Schiller sabe bien que todo estímulo tiene que pagarse en definitiva con impuestos, salvo que se impague la deuda. Realmente solo sugiere que pongamos impuestos ahora en lugar de luego, pero como es habitual no explica por qué es esto una mejora.
Tampoco apunta que Keynes no sugirió ese programa. Keynes en varios pasajes advierte de los peligros de gravar más a los empresarios cuando el desempleo es alto. Como habrán notado correctamente los supply-siders, no podemos suponer que aumentar los tipos impositivos en una recesión genere realmente más ingresos por impuestos.
En un aspecto Schiller está completamente de acuerdo con Keynes, Parece pensar que el gobierno invertirá los supuestos nuevos ingresos fiscales más inteligentemente que empresas e individuos. Keynes argumentó en 1932 que los funcionarios públicos, al contrario que los empresarios con intereses propios, tendrán una “visión de futuro” y mostrarán una “inteligencia colectiva”. Por desgracia no podemos aceptar esta chispa de fantasía en 2011. El gobierno gasta para ser reelegido y al hacerlo se ve altamente influido por los intereses especiales.
Este tipo de capitalismo clientelista es precisamente el que nos ha metido en estos importantes problemas. Más de esto es lo último que necesitamos. Antes de pedirnos que sigamos más en esta dirección, Schiller debería de dejar de suponer y tomarse la molestia de ofrecer algunos argumentos.
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