06 septiembre, 2011

¿Crece más el Estado omnipresente?


¿Cómo le suena un billón de dólares más en gasto público federal? Para la mayoría de los ciudadanos, la idea de que el gobierno crezca en un momento en que los déficits están por las nubes podría parecer absurdo. Para para muchos en la izquierda, esta es la única forma que pueden imaginar que se pone la economía en movimiento nuevamente y creen que algún tipo de New Deal debería incluirse en el muy anunciado discurso sobre el empleo que el presidente Obama pronunciará el próximo jueves. ¿Su objetivo final? La continuada expansión del Estado omnipresente.

Un claro ejemplo: La congresista Maxine Waters (D-CA). En el programa Meet the Press del domingo, desveló su remedio para sacar de la recesión a la economía nacional pero este tiene un precio increíblemente alto. “Estoy hablando de un programa de empleos de un billón de dólares o más”, dijo. “Tenemos que poner a los americanos a trabajar. Esa es la única forma de revitalizar esta economía”.

Claro que se podría descartar como simple hipérbole la exhortación de Waters pidiendo un billón en gasto adicional (después de todo, Waters mandó al infierno al Tea Party el mes pasado), pero la intensa retórica de la izquierda exigiendo un gobierno más grande se está convirtiendo en factor dominante, a pesar del atasco que parecía no tener fin de este verano sobre el límite de la deuda, sobre si el gobierno debería pedir prestado incluso más dinero y sobre qué gastos se recortarían. Ahora, sin embargo, queda claro que los progres están preparados para mantener la lucha en favor del Estado omnipresente, tanto si es el presidente del sindicato de los transportistas, James P. Hoffa, haciendo un llamamiento a la guerra contra el Tea Party como si es el vicepresidente Joe Biden aplaudiendo a la AFL-CIO por mantener a “los bárbaros a distancia” — esto es, sus oponentes políticos.

No es una sorpresa que la izquierda favorezca la idea de mayor gasto público — después de todo, está en el centro de su filosofía. Sin embargo, durante meses hemos oído al presidente Obama hablar de la boca para afuera respecto a los recortes de gasto, en gran medida como respuesta al giro político que los conservadores y la revolución del Tea Party llevaron a Washington el pasado noviembre. Pero en el discurso sobre el empleo que pronunciará el presidente el próximo jueves, los ciudadanos podrán ver a Obama “atreverse a ir a por todas” y proponer una vuelta al gran gobierno.

En su discurso a los sindicatos ayer en Detroit, el presidente Obama nos regaló un adelanto de lo que “atreverse” significa para él: Más gasto de infraestructuras. El problema es que el presidente intentó anteriormente este enfoque en su plan de estímulo y, simplemente, no funcionó. El estímulo incluía $48,100 millones en infraestructura del transporte, pero los proyectos que se financiaron con el estímulo se pusieron en marcha muy lentamente y tuvieron un impacto minúsculo en la actividad económica.

Un “banco de infraestructuras” es la más reciente variante del plan del presidente para más del mismo tipo de gasto. En la propuesta del presidente de febrero de 2011 para la reautorización de los fondos para autopistas, decía que el banco de infraestructuras se financiaría con una asignación presupuestaria de $5,000 millones anuales para cada uno de los siguientes seis años y proporcionaría préstamos, garantías de préstamos y subvenciones a proyectos de infraestructura del transporte que cumplieran ciertas características. Traducción: Más gasto público del Estado omnipresente y más burocracia federal. Como explica el experto de Heritage Ronald Utt, ese camino no lleva a ninguna parte.

La obsesión actual del presidente con un banco de infraestructuras como fuente de salvación de la crisis económica actual es —tratando de ser educados— una peligrosa distracción y un desperdicio de su tiempo . . . El banco de infraestructuras de Obama probablemente produciría solo modestas cantidades de gasto en infraestructura para finales de 2017, a la vez que no tendría impacto mensurable en el crecimiento del empleo o la actividad económica — una perspectiva totalmente en conflicto con los desafíos que confronta la nación.

Pero esa no es la única forma en que el presidente está planeando aumentar el gasto y simultáneamente extender el alcance del gobierno federal. ¿Otra de sus ideas? Nueva financiación federal para construir escuelas, un trabajo que históricamente ha estado bajo la dirección de los gobiernos estatales y locales. Lindsey Burke, de Heritage, explica por qué es problemática la idea:

Hablando en términos prácticos, el gobierno federal es el mecanismo más ineficiente para financiar la construcción de escuelas. Si Washington financia la construcción de escuelas, debe pagar los salarios imperantes, lo que aumenta los costos en un 22% como promedio. Debido a las leyes laborales Davis–Bacon, las escuelas que reciban fondos federales para construcción tendrían que contratar, en general, trabajadores sindicalizados, aumentando los costos e impidiendo a las compañías de construcción no sindicalizadas puedan entrar en la licitación.

Tanto el banco de infraestructuras como el plan del presidente para financiar escuelas tienen denominadores comunes: aumento del gasto y expansión del Estado. Pero el presidente ya intentó esto antes —junto con nuevas regulaciones— con el único resultado de más gasto deficitario, empresas a la espera de ver certidumbre en el gobierno y una economía que no produjo nuevos empleos en agosto. Y ahora, con 14 millones de americanos desempleados esperando por la esperanza y el cambio que se les prometió, estos están recibiendo más de lo mismo de su presidente y los políticos de la izquierda: Un movimiento hacia el gran gobierno que solo hará peores las cosas.

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