03 septiembre, 2011

Gaddafi el asesino de Libia


¡Que por alguna vez, en este mundo en vívida contradicción la justicia prevalezca, o la humanidad habrá perdido la moral!


Por Mercedes Montero

Muammar Gaddafi nació el 7 de junio de 1942, llegó al poder mediante un golpe de Estado el 1ro de Septiembre de 1969. Es decir que para el día 23 de agosto de 2011, cuando perdió el control de Trípoli, capital de su país ya llevaba 42 años desempeñando un poder dictatorial y sangriento.

Su historia es la misma de todos los dictadores, sean de izquierda o de derecha, plena de una rapacidad administrativa, utilización de los bienes de la nación como cosa propia, represión al máximo mediante la siembra del terror representado por la persecución y el consiguiente encarcelamiento de sus opositores, en instituciones que son versiones actualizadas de campos de concentración, confiscación de todos los derechos y un discurso de contradicción.

El dictador hablaba de nacionalismo cuando hacía a su país cada día más dependiente de las empresas transnacionales, hablaba de humildad cuando vivía como un pachá en palacetes llenos de todo tipo de lujo y riqueza. Decía que era el líder del pueblo pero su residencia era un coto cerrado, con alcabalas, puestos armados con armas sofisticadas, con cordones de seguridad de militares libios y mercenarios armados hasta los dientes, Gaddafi mismo tenía una escolta compuesta por 300 mujeres que hacían anillos a su alrededor para su defensa, se llegó a decir que esas féminas darían su vida para salvarlo (Por cierto que cuando Gaddafi se vio acorralado las mujeres desaparecieron), También tenía construido un bunker subterráneo, al que se llegaba por una red de corredores totalmente blindados, con puertas de seguridad, toda una infraestructura que le permitiría estar protegido de ataques bélicos de cualquier magnitud.

Tenía aviones de lujo y carros blindados. Sus hijos eran vistos como los herederos de su poder, al igual que los príncipes que tanto critican todos los dictadores, siendo ellos en realidad unos monarcas sin corona y también sin la conciencia social que tienen las monarquías actuales, que sirven a sus pueblos y hacen de tal servidumbre un deber.

Gaddafi decía amar a su pueblo, pero a medida que los rebeldes avanzaban y liberaran pueblos y ciudades, quedaban las calles cubiertas de cadáveres de hombres, mujeres y niños masacrados por los bombardeos, los lanza llamas, las bombas con las que se enfrentan los libios contra los mercenarios pagados por quien con 42 años de dictadura todavía le parece poco tiempo en el poder. Aparecen cárceles llenas con cientos y miles de restos humanos, de libios que fueron muertos por metralla, por estallido de granadas, rociados con gasolina y luego quemados. Las imágenes mostradas a través de los noticieros de aquellos que por milagro han logrado vivir para contarlo son conmovedoras, hombres que lloran como niños, que se quiebran como si fueran de cristal.

Gaddafi decía amar a su pueblo, pero las imágenes de hospitales que tuvieron que ser abandonados, ante el inminente ataque de tropas fieles a Gaddafi dejando atrás a aquellos pacientes que no podían moverse, son de terror. Los pisos cubiertos de sangre, cadáveres de hombres, mujeres y niños regados por todas partes, en los alrededores, en los pasillos, en las camas, que no se sabe quienes son, si son mercenarios, rebeldes, soldados. Gente del pueblo, con tapabocas recogiendo y apilando los muertos y enterrando a quienes pueden enterrar.

Gaddafi dice amar a su pueblo, pero les lanza cohetes, los ametralla porque están cansados de su dictadura, a Trípoli le quitó la luz, el agua, no hay alimentos, no hay medicinas, no hay policía, nada funciona y NADIE sabe donde está el sátrapa, ni sus hijos, solo se sabe que hay un caos, y, nadie es responsable de NADA. Hay quienes dicen que este caos ha sido creado a propósito para descalificar a los rebeldes de modo de llegar a una negociación con el sanguinario Gaddafi, que le permita salir hacia otro país, sin ser juzgado por los atroces crímenes cometidos.

Gaddafi tenía “amigos” en todas partes, pues Libia tiene el oro negro que este dictador manejaba a su antojo, le permitía comprar voluntades, oprimir a su pueblo ante la mirada impávida de muchos gobiernos que anteponen sus intereses a la moral y por lo tanto son sordos, ciegos y mudos ante lo que ocurría con el pueblo libio. Sería el colmo de la inmoralidad que ante intereses mercenarios se le deje una salida a quien se atreve a llamar ratas a los que se le oponen, siendo él una asquerosa rata.

¡Que por alguna vez, en este mundo en vívida contradicción la justicia prevalezca, o la humanidad habrá perdido la moral!

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