Por Walter Block.
Los expertos están acostumbrados a utilizar el lenguaje de la guerra y el conflicto para describir relaciones económicas. Esto es confuso, irracional y equívoco. Porque la ciencia lúgubre se ocupa del beneficio mutuo o de los juegos de suma positiva. Todos los participantes ganan siempre que se realiza un contrato, una venta, compra, alquiler, contratación laboral, etc. necesariamente en el sentido ex ante y en la abrumadora mayoría de los casos ex post.
Por ejemplo, si compro un periódico por 1$ es una verdad apodíctica innegable que en ese momento valoro más alto el diario que el dinero que tuve que pagar por él. ¿Por qué si no estaría dispuesto a realizar esta transacción comercial si no fuera así? Yo preveía que me beneficiaría de este intercambio. Incluso en el sentido ex post, desde la posición ventajosa del futuro, en prácticamente todos los casos ganamos yo y todos los demás en esta situación. Raro es el caso en que, yo o cualquier otro, lamenta la compra de un diario porque después de todo no había en él buenas noticias y eso era lo que estaba buscando y esperando el comprador.
Por tanto, consideremos así conceptos como “guerra de precios” o “compra hostil”. Aquí parecería que no hay un beneficio mutuo produciéndose en el mercado, sino más bien una relación antagónica. Nada más lejos de la realidad.
Ocupémonos primero del último. Esta acusación se alimenta mediante el fantasma de asaltantes de empresas que se abaten sobre compañías indefensas, realizan una “compra hostil”, venden todos sus activos y despiden a todos los empleados. Hay varias mentiras aquí. Primero, el desempleo se crea aumentando artificialmente los salarios por encima de la productividad de los trabajadores. Si la ley de salarios mínimos o un sindicato insisten en que a un empelado deben pagárseles 10$ por hora, pero solo vale 7$ en términos de productividad, estará desempleado, punto. No tiene nada que ver con compras hostiles. Si, se despide a la gente, pero el desempleo no es más alto en sectores que muestran esas actividades que en ningún otro.
¿Pero los asaltantes de empresas no desmiembran a veces compañías por sus activos? Realmente, sí. Sin embargo, solo obtienen un beneficio cuando estos mismos activos valen realmente más en otras áreas de trabajo distintas de en las que se instalaron primero. Esto significa que si se pierden empleos en una empresa, se crearán en otras, para las plazas en las que los activos se empleen ahora más productivamente, subiendo así los salarios.
Otro efecto socialmente beneficioso del asaltante de empresas se refiere a los salarios de los directivos. Muchos comentaristas se quejas de que los salarios de los directores han llegado a la estratosfera y constituyen una explotación excesiva del trabajador. Supongamos que el valor en capital de una empresa haya sido de 100 millones de dólares si el salario del director general fuera “moderado”, pero, a causa de un estupendo paquete de remuneración, ahora valga solo 10 millones. Esa empresa estaría lista para recibir la visita del asaltante de empresas. Compraría este negocio por, digamos, 11 millones, despediría al director parásito, vería al valor de la empresa aumentar a sus “apropiados” 100 millones de dólares y se embolsaría unos considerables 89 millones de beneficio. El asaltante de empresas es para los salarios exagerados de los directivos lo que el canario para la seguridad de la mina de carbón, solo que mejorando al pájaro: no solo advierte del problema, lo resuelve de un plumazo. Aún así, el gobierno, al encarcelar a gente como Michael Milken, ha eliminado este beneficioso mecanismo del mercado. Y ahora tienen la audacia de quejarse de los sueldos descontrolados de los directivos.
Respecto de la “hostilidad”, no existe tal cosa entre el comprador y el vendedor de una acción. La única persona “hostil” es el directivo que estaba quebrando la empresa. Pero cuando decimos que en un mercado solo hay colaboración pacífica, queremos decir por parte de quienes realizan una transacción concreta, es decir, el comprador y vendedor del periódico. Por supuesto, los terceros pueden siempre ser hostiles. Por ejemplo, un marxista podría alejar sus narices de cualquier comercio. Es “hostil” a todos ellos. ¿Y qué?
¿Qué pasa con el guerra de precios? También ésta es una contorsión lingüística. Cuando, por ejemplo, tiendas o gasolineras bajan sus precios para intentar atraer clientes, están muy lejos de tener una “guerra” con quienes les compran. Es más bien lo contrario. Respecto de la relación de estos vendedores entre sí, los supuestos participantes en esta “guerra”, están en la misma situación que el directivo demasiado bien pagado y el “asaltante” de empresas. Son terceros en todas estas transacciones y, como tales, no tienen lugar en ninguna de ellas. No pueden revelar ni demostrar (Rothbard 1997) su hostilidad. Es decir, cuando el cliente A compra productos o gasolina a un vendedor a, podría no gustarle al vendedor b, pero no es parte de esta transacción.
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